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Cultura

20 de Diciembre de 2013

Un cuento de Marcelo Mellado: Estética de la Reposición

Coliforme Astudillo se levantó a votar ese domingo 17 de noviembre con algo de resaca. El día sábado se había juntado con un par de amigotes a compartir una parrilla y, sobre todo, hablar de lo hablable, es decir, de cómo chucha nos reinsertamos en el nuevo régimen que se avecina. El Gato Pardo había […]

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Coliforme Astudillo se levantó a votar ese domingo 17 de noviembre con algo de resaca. El día sábado se había juntado con un par de amigotes a compartir una parrilla y, sobre todo, hablar de lo hablable, es decir, de cómo chucha nos reinsertamos en el nuevo régimen que se avecina. El Gato Pardo había pavimentado el camino con los Guatones mórbidos para hacerle un hueco en esa comisión de campaña. Ha pasado muchas horas jugando play station y video juegos porno para contrarrestar la cesantía, plagada de pitutajes humillantes, en aquel periodo en que lo corrieron del edificio de la Intendencia. El edificio de la Intendencia concentraba toda la gobernabilidad regional o el deseo político.
Matizó sus andanzas desposeídas transitando por algunos tugurios de Pedro Montt y por los pooles de Las Heras. El proyecto de reposicionamiento supone ingresar en una subsecretaría ministerial regional antes de intentarlo en Corfo, para volver a una zona que él conocía al dedillo. Al volver a su casa se pegó un saque; esperó un rato viendo la televisión antes de volver al comando para compartir los resultados con los otros fermentados.

La primavera, percibió, se había instalado en su ventana, porque el plátano oriental que daba justo en su balcón inundaba el ambiente y lo sometía a una alergia que debía combatir con antiestamínicos. Cada cierto rato lo atacaba un estornudo persistente que le dejaba la nariz roja de tanto sonarse y tendía a ponerse gangoso. Cuando esto ocurría tendía a tomar cerveza a destajos, a la que le agregaba un submarino de whisky para saborizarlo. Cuando se juntó con el Gato Pardo en avenida Brasil, le consultó urgido si al comando asistiría Periciado Matamala, que cayó en desgracia poco después de él; éste lo había hecho responsable de su salida por denunciarlo como responsable de unos capitales semilla en algunos cerros que habían sido redireccionados para quitárselos a los titulares y repartírselo a clientes que pagaban peaje. No quería toparse con él por ningún motivo.

A Coliforme Astudillo lo hacían responsable de haber hecho el rol de “garganta profunda”, el muy sanguchito de palta, decían los que probablemente le pondrían problemas para volver al redil. Eso habría comentado el Cara de Farándula cuando fue castigado y lo mandaron al Consejo de la Cultura regional por una situación parecida, pero por un zángano, que así le llamaban en el fuero interno al capital abeja, que era otra de las ofertas metafóricas de las ofertas económicas para desposeídos. El viejo truco de hacer circular correos personales ya estaba patentado como recurso conspirativo. Pardo, el Gato, lo tranquilizó diciéndole que a Periciado Matamala, era una posibilidad cierta, lo iban a enviar a su tierra de origen, una provincia cordillerana, a pesar de que se le suponía una cierta capacidad de pataleo por sus contactos. Lo que estaba en su contra era que su fidelidad y entusiasmo con la candidatura era bastante dudosa. Coliforme Astudillo y el Gato Pardo estuvieron un rato largo en el comando compartiendo abrazos y algunas pláticas laterales de corte chupapiquístico, que a esas alturas eran muy necesarias. En el comando estaban casi los mismos que habían estado en La Roca Triste, el salón bailonguero en donde se habían sellado parte de los últimos compromisos y en donde fue muy necesario ser visto.

Coliforme Astudillo le propuso al Gato Pardo llevarse un par de maracas al departamento para un buen lavado de cabeza y otros tratamientos capilares, mientras conversaban de lo conversable. Temía que lo enviaran a la Gobernación de San Antonio para hacer mérito; y eso sí que no lo podía permitir. Por eso quería comprometer al Gato Pardo para que intercediera con los Mórbidos para que no se lo cagaran. Porque él no quería transformarse en un manduqueado de algún pendejo cuico, de esos que el nepotismo político regional los tiran a hacer carrera en parajes lejanos, y que tienen que partir por ser candidato a Alcalde o a Core, nunca concejales porque es muy ordinario, para después intentar ser parlamentario.

Ha conocido a varios de esos malditos, lo que pasa es que en la capital regional el piño es grande y los Mórbidos mandan a los cachorros a foguearse a las provincias. El Gato Pardo se ha jugado por él, pero las deudas se pagan caro y él tiene algunas yayitas. Sabe que tiene que lubricarse el hoyo porque las embestidas van a ser duras. Volver no necesariamente es volver a ocupar el mismo lugar del cual salimos dramáticamente, es también una forma estrepitosa de la reposición humillatoria.

El lunes almorzaron en el Moneda de Oro, frente a la Intendencia. Miraron con delicada extrañeza el edificio y el Gato Pardo recordó que cuando se construyó y encajonó la plaza Aníbal Pinto no existía la razón patrimonial que todo lo impide a nivel urbano, al igual que la cuestión medioambiental. Antes, todo se hacía cuando la razón oficial así lo requería. La política había cambiado, se dijo, como que ahora los vociferantes movimientos sociales reemplazaron a lo que antes llamaban pueblo organizado. Con medida nostalgia recuerdan que algunas vez participaron en política cuando eran estudiantes, lo que vino después no podía ser de otra manera. Este mercado es así, negocios son negocios. Los pendejos con capucha quieren el power rápido, con violencia directa, sin astucia, vendiendo una pomada religiosa los culiaos, imaginando que tienen una supremacía ética sobre los otros, que somos nosotros. Pico, quieren hueveo, es decir, quieren un lugar, y eso se gana con política, siendo vivarachos y sobrevivenciales, clientelistas, aspiracionales, pedigüeños y con disposición a bajárselos cuando corresponda, igual que los anarcos con los pitos y el copete, cuando les da por carretear, que es su único objetivo político, dijo uno de ellos con desprecio analítico.
Ahora los signos de los tiempos imponen nuevos tópicos, creer en viejas cosas como la gratuidad en educación y en la asamblea constituyente. Y ahí hay que estar, dice el Gato Pardo, porque es la lógica adaptativa de la política, lo que también se denomina lo políticamente correcto. Coliforme Astudillo odia a los pendejos del movimiento estudiantil porque son unos niñitos mal criados que se aprovechan de los vientos que corren y hacen actos de histeria y los hacen pasar por ética y política, cuando lo único que quieren es hacerse un lugar de visibilidad en las tablas de la exhibición pública, como recurso laboral. Y para eso hay que ser hijito de papá o miembro del momiaje de izquierda, es decir, el PC. Uno hace lo que puede insertándose de secundón o maletinero de algún político oligarca, que es la única forma de trepar para los que somos rascas, plantea con vocación lúdico crítica Coliforme Astudillo, mientras echa de menos un saque y se lo propone al Gato Pardo y se van al departamento de este último. Habrá tiempo para pensar en las cosas políticas, sobre todo en las del área chica.

En la noche cuando vuelven al boliche imaginan que van a pasar del sexto al cuarto piso o más arriba, juegan a reubicarse en el espacio recuperado. Se encuentran, además, con varios que como ellos están en la misma situación. Ven al Coloro Carmona y al Perro Zúñiga que beben sólo cervezas de litro y discuten sin pudor sobre la antesala que tienen que hacer en el Kábala, bar de la mafia DC o en el Bésame Mucho, a donde se juntan los viejos socialistas a conspirar; eso es lo que creen.
Se sacan fotos con la intendencia como telón de fondo con el iphone del Gato Pardo, siguiendo la técnica pendeja de la autofoto. Luego pasean por Errázuriz y se fuman un cuete. El Gato Pardo le confidencia que los Mórbidos están exigiendo a los fieles acciones directas como demostración de fidelidad; de lo contrario puedes terminar en Conaf o en el Departamento de Aseo y Ornato de la muni. Pero qué chucha es lo que hay que hacer, pregunta Coliforme Astudillo, levemente angustiado. Hay que ensuciarse las manos, ojalá con sangre, dijo sonriendo por el uso del recurso de la exageración, aunque hace un gesto para provocar ambigüedad, como cuando los cara de chilenos dicen perversamente: “y no es chiste”. Hay que controlar un par de clientes que quieren subirse al carro de la victoria y cuya fidelidad resulta más que dudosa, muchos de ellos flotaron en este régimen, incluso ratificaron algunos despidos, y eso se paga.
Coliforme Astudillo debe seguir a algunos conocidos y otros no tanto, y evacuar un informe. Debe redactar unos mensajes amenazantes desde un correo ficticio. Debe vigilar y tener a raya a un par de operadores dudosos. Uno de ellos es Periciado Matamala. Éste también debe vigilarlo a él, se entera, porque hay otras agencias o aparatos que están en lo mismo. Uno de ellos debe ser destruido, ambos están luchando por ocupar el lugar que quieren ocupar.
Es noche cerrada y la vaguada costera amenaza con ingresar por las quebradas. Los destellos de luz de los vehículos, sobre todo los colectivos, lo enceguecen; ha pisado mierda de perro y se limpia el zapato en el borde de una escala y en un área de pasto de la vereda. Sube a pie por Yerbas Buenas, quiere hacer un poco de ejercicio. Se imagina que podrá sacar el auto del garage cuando la cosa política y laboral esté más resuelta. A unos metros de avenida Alemania alguien de un auto le grita una puteada acompañada de una amenaza, logra distinguir a un grupo en su interior. Siente temor físico, pero al rato se recupera, toma una gran bocanada de aire. Se siente bien, ahora es alguien, algo posee que aparece como valioso para otro, aunque sean las patéticas ganas de instalarse en una oficinita triste. El odio y el desprecio –su expresión cotidiana–, lo vivifican y le dan sentido a su existencia perra.

Va a casa de su madre postrada que vive con una de sus hermanas. Quedó de ir a la hora de la cena. Debe cruzar avenida Alemania, en donde la ciudad se vuelve más rural. Recuerda para distraerse frases antiguas de algunos caciques, como “vendrán días mejores”, “gobernar es educar”, “se abrirán las amplias alamedas…” Se caga de risa. El futuro ha muerto para él, sólo existe el burdo presente de lo instantáneo que se vuelve historia inútil a la brevedad, filosofa burdamente. Siente la taquicardia que lo persigue cuando se agita. Escucha una batería, supone que una banda de pendejos está ensayando; odia a los pendejos rockeros, no soporta su felicidad tribal y su progresismo facilón. Prende un pito a media cuadra de la casa de su madre, se sienta en el peldaño de una escala que da a un pasaje, mientras pitea, la neblina le impide ver el mar.

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