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Nacional

26 de Diciembre de 2013

Historias de terror de la ley 20.000: Todo lo que tenemos que pasar por fumar marihuana

El año 2012 se detuvo a más 12 mil personas por delitos asociados al consumo de marihuana y se decomisó más de 87 mil plantas. La ley, sin embargo, está en tela de juicio y el próximo gobierno, tal como prometió, deberá tomar cartas en el asunto. Estas siete historias son un reflejo de lo que se debería cambiar.

Simón Espinosa y Jorge Rojas
Simón Espinosa y Jorge Rojas
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Por Simón Espinosa y Jorge Rojas

Marcelo del Pino, asesor comercial:
“Los detectives dieron vuelta los clósets, rajaron los sillones y mearon en mi pecera”

“Tengo 40 años y consumo marihuana desde los 14. Hace tres años vivía con dos amigos y teníamos diez plantas en un indoor, listas para cosecharlas. Las matas eran para el consumo y también para compartir con un grupo de fumadores con los que teníamos una especie de comunidad. Un día, sin embargo, llegamos a la casa de vuelta del trabajo y los ‘ratis’ nos habían allanado.

Según supimos después, a la policía les llegó el ‘soplo’ por una persona que cayó detenida y que nos conocía. Como no encontraron a nadie en el departamento cuando nos fueron a buscar, los hueones no pensaron en nada mejor que echar abajo la puerta, mientras otros policías entraban por la ventana, como si fuéramos narcotraficantes peligrosos. El operativo fue un exceso por donde se le mire, no solo porque nos decomisaron las plantas y las luces, sino que también porque me robaron 300 dólares, 200 mil pesos, y una pistola de paintball que descargaron completa en las paredes de la casa, manchándolas con pintura. No contentos con todos los destrozos, los detectives también dieron vuelta todos los clósets, rajaron los sillones, y mearon en mi pecera, matando a los dos peces que tenía allí. Por todo eso nadie respondió.

La justicia determinó que nuestro caso era un tráfico de drogas y mis dos amigos se pasaron tres días en la ex penitenciaría. Cuando salieron quedaron con firma semanal y yo –no tengo idea por qué- sólo quedé con prohibición de salir del país por un tiempo.

Todo esto lo recuerdo como un mal chiste. Yo soy un consumidor habitual y lo hago por recreación y también como medicina, porque tengo una fractura en la espalda. Para mí tener pitos nunca ha sido tema, pero desde que pasó esto comprar marihuana se ha convertido en un estrés. Antes, si quería fumar, iba al clóset y sacaba una dosis. Ahora, en cambio, tengo que ingeniármelas para conseguirla, pagar mucha plata por ella, y hablar en clave cada vez que llamo a alguien que me vende.

Ordenar el departamento me tomó una semana y media. Mientras lo hacía, descubrí que lo único que no se llevaron fueron las evidencias que demostraban que nosotros éramos consumidores. Me dejaron, por ejemplo, una caja con condones que adentro tenía dos cogollos y papelillos. Eso fue lo único que pude fumar después de la gran cagada que dejó la policía”.

Camila, estudiante universitaria:
“Me tuve que empelotar para demostrarles que no tenía otro cogollo escondido

“El verano pasado me fui de viaje a Villarrica y llevaba cuatro cogollos que un amigo me había regalado, para que fumara en algún lugar lindo del Sur. Cuando íbamos por Temuco, sin embargo, quedó la cagada. El bus se detuvo y subieron unos ‘ratis’ con perros adiestrados para buscar drogas. Todo iba bien hasta que el animal llegó a mi asiento y se me tiró encima, pasando por sobre la abuelita que iba a mi lado. El policía me preguntó si portaba drogas y yo, sin querer meterme en atados, le dije que sí inmediatamente. Aunque reconocí que la marihuana que llevaba era para mi consumo, los detectives me bajaron del bus y me llevaron a la comisaría. Allá me hicieron firmar, dar nombres de vendedores y me tomaron la típica foto de detenida, con huellas digitales y todo. Lo peor fue que me tuve que empelotar delante de una mina, para demostrarles que no tenía ningún otro cogollo escondido. Después de cinco horas me dejaron en libertad y recién ahí me pude ir a Villarrica. Para que mi mamá no se enterara que consumía marihuana le tuve que decir que el bus se había echado a perder”.

Esteban, ex estudiante de literatura:
“Estuve nueve meses en la cana por fumar marihuana”

“Cuando tenía 14 años me encontraron tres quistes en el cerebro, que me provocaban fuertes migrañas y dolores estomacales. Empecé a fumar marihuana cada vez que me venían los achaques y éstos se pasaban. Después de un par de años consumiendo pensé que lo mejor era plantar mi propia marihuana, porque además vivía en el campo. Decidí, entonces, hacerlo fuera de la casa, en un lugar que quedaba a una hora de distancia en bicicleta. Puse tres matas y con eso me alcanzaba para pasar un año entero sin comprar. Una noche, después de cosechar con un amigo, veníamos por un camino por el que transita muy poca gente cuando aparecieron dos ‘ratis’ y nos detuvieron con los 500 gramos que llevaba en la mochila. Claramente alguien les había pasado el dato de que yo era el dueño de las plantas y esperaron a que las cosechara para detenerme.

Al día siguiente me pasaron al tribunal y quedé en prisión preventiva en el módulo 1 de la cárcel de Talca. Cuando llevaban dos meses y medio de investigación, el fiscal me citó para decirme que había llegado a un arreglo con mi defensa: si me declaraba culpable me iba a la casa. Pero me negué, porque me estaban acusando de narcotráfico y nunca le vendí a nadie. Pese a eso, al tercer mes de cárcel me declararon culpable de tráfico y me condenaron a seis meses de reclusión. Me pasaron al módulo tres y ahí la huevá se puso complicada, porque habían puros hueones malos, y tuve que pelear varias veces por comida, cigarros, agua, y baño. El hacinamiento también era terrible: en una pieza para cuatro personas dormíamos nueve, y yo lo hacía en un camarote donde mi nariz quedaba a 15 centímetros del techo. Como era invierno, el frío me partía la cara.

En total, estuve nueve meses en la cana por fumar marihuana. Cuando salí, la primera semana fue rara, quedé como traumado. Llegué a mi casa y no quería salir de mi pieza. Le pedía permiso a mi mamá hasta para ir al baño. En las noches me despertaba y levantaba la mano para ver si tenía el techo de cemento cerca de la nariz, cuando mi mano pasaba de largo en la oscuridad me podía quedar dormido de nuevo. Ha sido la peor experiencia de mi vida”.

Geraldine, estudiante de Leyes:
“Les dije que estudiaba derecho y que si me iba detenida me cagarían la vida”

“En el 2007 fuimos con una amiga y su amiga gringa a fumar un pito a un mirador en los Trapenses, en la Dehesa. Llegamos y habían más autos y varios jóvenes. Estábamos en la primera ronda, cuando vemos que del auto de al lado se bajan dos personas con chaleco de lana. Pensé que venían a pedirnos y de cagada apagué el pito. Cuando miré de nuevo vi que tenían las placas pegadas en el vidrio, mientras nos decían que nos bajáramos. A los pacos les dije que estudiaba derecho y que si me iba detenida me cagarían la vida. Se compadecieron, pero nos dijeron que no la íbamos a sacar barata: tomaron nuestros datos y dijeron que iban a llamar a nuestros ‘papitos’, pero al final nunca lo hicieron. De verdad, no puedo creer que esta planta sea ilegal”.

Felipe, vendedor de bicicletas:
“Me dijeron que si seguía hueviando me iban a cargar con más hierba”

“En noviembre de 2011 me fui a fumar un pito con dos amigos cerca del metro Hernando de Magallanes. Estábamos en eso, cuando una mina que venía haciendo como que hablaba por teléfono nos grita: ‘alto ahí, policía’. Con el susto que me dio pensé en botar lo que quedaba del pito al pasto, pero dos policías más nos emboscaron y me agarraron por la espalda. Como yo era el que tenía el pito, me llevaron detenido y a mis amigos los mandaron a la casa. En la comisaría, los pacos me agarraron pal hueveo y amenazaron con meterme preso. Yo les decía que no podían hacer eso, que debían dejarme en libertad, pero ellos me dijeron que si seguía hueviando me iban a cargar con más hierba. La cosa se resolvió con una citación al juzgado, pero ya han pasado dos años y no me han llamado. Me parece ilógico que se haya gastado toda esa plata, tres sueldos de pacos más todo lo demás, para que al final no pasara nada. Y todo por un pito”.

Javiera Tapia, promotora:
“Los pacos nos dijeron que nos comportábamos como incivilizados”

“Parece que los pacos tienen una cuota de gente a la que tienen que llevarse detenidas por marihuana y a mí, con unos amigos, nos tocó el año pasado. Estábamos fumándonos un pito en una placita, en Independencia, cuando llegaron unos policías de civil y nos apagaron el ‘caño’. Nos pidieron el carné de identidad y, aunque ninguno de nosotros tenía antecedentes, igual nos llevaron a la comisaría que está en la población Juan Antonio Ríos. En el camino, los pacos nos dieron un sermón: que cómo se nos ocurría romper la ley, que en la plaza habían niños, que fumar marihuana era malo, que nos comportábamos como unos incivilizados. Luego de una hora de espera, en el cuartel nos dijeron que teníamos que firmar un papel que decía que nos habían pillado consumiendo marihuana y que si no lo hacíamos tendríamos que pasar la noche en un calabozo, a la espera del control de detención. Como nadie quería dormir en una comisaría, todos firmamos. Tiempo después, un amigo que trabaja en la fiscalía consultó el estado de mi causa y en el sistema le apareció que yo había sido detenida por portar tres gramos de cannabis, cuando en realidad la única evidencia fue la ‘cola’ del pito por el cual fuimos detenidos”.

Juan, estudiante de bachillerato:
“Los pacos pesaron la marihuana junto con la caja metálica”

“Consumo marihuana desde que estaba en segundo medio y nunca ha sido un problema. En el 2005, sin embargo, tuve una mala experiencia. En ese tiempo yo trabajaba poniendo música en matrimonios y una vez, al final de una fiesta, un hueón me regaló una cajita con restos de marihuana, que ni siquiera alcanzaban para un pito. Esa noche me fui a dormir y me levanté al otro día solo para ir al recital de Kid Koala. Cuando iba llegando al show me di cuenta que en la entrada habían muchos pacos. Allí recordé que me había traído la caja con marihuana que me habían regalado, pero como era tan poco pensé que no sería problema. El asunto, sin embargo, se complicó. Los pacos que estaban en la puerta eran parte de un curso de la Escuela de Carabineros y los pacos con más grado les estaban enseñando a revisar a la gente, para buscarles droga. Era como el examen de graduación de los pendejos y cuando me tocó pasar, uno de ellos sacó mi chaqueta del bolso y saltó la cajita. La abrieron y vi muy poca marihuana, pero igual me detuvieron. Me llevaron a una ‘cuca’, donde había mucha gente arrestada por lo mismo, y después me trasladaron a un calabozo en una comisaría cerca del Parque Intercomunal, donde todo fue una mierda: me perdí el show, me tocó el calabozo más penca, y después de un par de horas la cosa se puso complicada, porque a mi celda empezaron a llegar detenidos por robo. Los pacos nos dijeron que nos iban a dar una lección y que nos iban a dejar presos hasta las cuatro de la mañana, y así lo hicieron. Cuando pude salir tuve que firmar un papel que decía que me habían pillado con 16 gramos de marihuana. No lo podía creer, si la caja apenas tenía para una ‘aguja’. Tiempo después me enteré que los pacos hueones habían pesado lo que quedaba de la marihuana junto con la caja metálica en la que venía.

Cuando llegué a la casa toda mi familia estaba paranoica. No había cometido ningún crimen, pero inevitablemente todos empezamos a especular con las consecuencias que podía traer esto y quiénes de nuestro círculo podían saber lo que había ocurrido. Al final, terminé paranoico, lo pasé como el pico y tuve que pagar un parte. Hoy sigo siendo consumidor, pero me siento víctima de una de las leyes más hueonas del sistema”.

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