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Opinión

27 de Diciembre de 2013

La hora de la verdadera derecha

La ruta a La Moneda fue larga para nosotros, los que somos de derecha. Pasaron veinte años de ejercicio democrático, una Concertación que llegó de la mano de la alegría, pero que tomó al final el Transantiago equivocado y una coalición como la nuestra que aprovechó el desgaste para dar el zarpazo. Una oportunidad única, […]

Manuel José Ossandón
Manuel José Ossandón
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La ruta a La Moneda fue larga para nosotros, los que somos de derecha. Pasaron veinte años de ejercicio democrático, una Concertación que llegó de la mano de la alegría, pero que tomó al final el Transantiago equivocado y una coalición como la nuestra que aprovechó el desgaste para dar el zarpazo.

Una oportunidad única, una en un millón. La opción de hacer bien la pega, para que el paso de Sebastián Piñera por Palacio no fuese una mera anécdota, era también un desafío enorme, pues en nuestro bando el margen de error siempre es mínimo, tanto que cualquier mal olor en el ala derecha se siente como el doble del que viene del ala zurda.
Y se hizo bien la pega. Muy bien, a decir verdad. De hecho, este gobierno saliente fue técnicamente mucho mejor que el de la presidenta Bachelet, pero con un “detallito”: la gente nunca nos quiso. Se hicieron mil cosas para ganar el afecto, pero no.

Esta relación que firmó Piñera con la gente fue una especie de contrato comercial donde el cliente, o sea la gente, le cortó el agua rapidito, especialmente debido a la mala focalización que se hizo de los beneficios para los grupos más pobres. No es casualidad que en los sectores populares, Piñera nunca pudo remontar su aprobación, lo que se vio reafirmado el pasado domingo con el casi 70 por ciento de personas que le dieron la espalda al proyecto aliancista. Una elección es la nota que recibe un Gobierno a su gestión. Así de claro.

Es que si la política fuera sólo hacer la pega, el gobierno de Piñera andaría por lo menos sobre una nota seis y pololeando con el siete. Pero la política es mucho más que los logros, es el arte de gobernar. Y en esa rama artística, a nuestra coalición le falló el pincel, pues no supo plasmar en el cuadro todos los logros de estos cuatro años de mandato.

Allí la nota destacada, variando a máxima, se promedia con el mínimo. Claro, un seis con yapa en el trabajo y un uno en gestión política no alcanza siquiera para ponerle “aprobado” en la libreta de notas. Y conste que no lo digo yo solamente, también lo dicen las recurrentes encuestas que jamás, salvo cuando ocurrió el rescate de los mineros, le han dado la mitad más uno de aprobación.

¿Cuál es el error, entonces? A mi juicio haber llenado de técnicos los cupos ministeriales. Tipos con cuanto título te imaginases, exitosos en el mundo privado, pero incapaces de bajar el mensaje a la esfera pública. Claro, la gente vio números de crecimiento buenísimos para el país, la llenaron de referencias técnicas de que todo iba viento en popa y, como jamás entendió un cuesco, porque solo recibía el éxito de lo que escuchaba por radio y miraba por TV, no asimiló la pega como la había imaginado.

El Presidente además confundió los roles. Buscó ganarse el cariño de la gente, pero se olvidó que a él lo eligieron por ser el más inteligente y no el más entretenido. Además desde el primer día despreció a los partidos políticos, haciendo un gabinete de excelencia, que provocó el mayor de todos los desastres, porque al no apoyarse en los partidos y sí en las eminencias del gabinete perdió las redes sociales y con ello la anticipación de los conflictos sociales. El ejemplo de Quellón deja todo claro: la gente reclamando por falta de médicos y uno de los Seremi preocupado de que la puerta de acceso fuera automática.

Está de moda en la derecha acusar de personalismos y egoísmos. A mí me lo dijeron directa e indirectamente durante todo el lunes post elección. Y me lo siguen diciendo ahora. Pero Piñera fue el primero en establecer un gobierno que no supo jugar en equipo, donde él procuraba tirar el centro y cabecearlo. Ad portas de una elección, privilegió el lucimiento personal más que el del bloque de la candidata. Eso se pagó en las urnas, pues terminamos cerrando por fuera la puerta de La Moneda. De eso culpables somos todos, partiendo por la cabeza.

A mí me han dicho díscolo por decir varias verdades y, ¿sabe qué? A veces la pasión me juega en contra, pero jamás traicioné mi compromiso con la verdad. Escuché que la ropa sucia se lava en casa y me negué a eso. Yo la mía la lavo en el hogar, pero en política la cuelgo en el patio porque no estamos hablando de la pinta, sino que de políticas públicas y ahí no debe haber secretos.

Decir una cosa en la interna y sacar otro mensaje al exterior no es ser leal con el bloque, es derechamente mentir. Y yo no quiero eso para la derecha. Busco la derecha verdadera, la que conocí de mi padre y mi abuelo y de la que me enamoré. Esa que privilegia el servicio social, no la de hoy que está secuestrada por los poderes económicos.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar, dice la canción. Y claro yo he recorrido cientos de kilómetros en veinte años de servicio público para mostrar que la derecha no es la empresarial o la que defendió sin cuestionamientos la dictadura. También hay una derecha que defiende sus valores más nobles, que cree en la libertad, el emprendimiento y en entregarle oportunidades y herramientas a la gente; la derecha que ataca la desigualdad con crecimiento, con empleo, pero con sensibilidad por los sectores más postergados. Y la derecha que no baja la cabeza para enfrentar a los delincuentes de cuello y corbata que, sin embargo, siguen gozando de una impunidad vergonzosa.

En este nuevo Gobierno yo no quiero ser un opositor. Desde mi tribuna en el Senado, prefiero ser un colaborador. Siempre estaré dispuesto a hacer los cambios que Chile requiere y si por ejemplo somos capaces de dar educación de calidad a los niños más postergados me importa poco que también tengamos que financiar al 10 por ciento más rico. Mi objetivo son las familias vulnerables y de clase media, independientemente del ideario de los thinks thanks de derecha que crean en otra cosa. En cosas del país, mi voto siempre será en conciencia.

En esta larga ruta me he dado cuenta de una cosa: que la plata no es lo más importante y que no siempre las satisfacciones están ligadas a crecimiento y cifras rimbombantes. La gente también quiere ser feliz, que la tomen en cuenta, que la acojan y participe del modelo que ve por TV y que por alguna otra razón margina a los sectores más humildes, condenándolos al mal llamado “chorreo”.

Es hora de una derecha verdadera. Y lo digo sin vergüenza y con la frente en alto, porque siempre he caminado por ese sendero, sin pasar a llevar a nadie, trabajando con rigor y defendiendo los valores de una sociedad más generosa y equitativa.

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