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Nacional

2 de Enero de 2014

El último gran invento argentino: El tour del Papa en Buenos Aires

La entronización de Jorge Bergoglio como nuevo jefe de la Iglesia Católica provocó, en buena parte del pueblo argentino, una repentina devoción cristiana. Y mientras la alcaldía aprovecha para promocionar la ciudad a través de tours en torno a la vida pre-papal del personaje del año según la revista Time, nosotros nos aprovechamos de eso para colarnos y ver de qué se trata.

Felipe Ramírez y Carlos Martínez
Felipe Ramírez y Carlos Martínez
Por

La jornada comienza con una prueba que más bien parece un acto de fe. A las 8:54 de una fresca mañana de sábado cuatro jubilados intentan subir a una mujer de 90 kilos en silla de ruedas a un bus. Luego de intensos jadeos finalmente lo logran. “El Papa está con nosotros”, bromea uno limpiándose unas gotas de sudor de la frente.

La escena transcurre en el barrio de Flores, frente a la Basílica del mismo nombre. El bus en cuestión es parte del “Tour papal” que desde abril recorre, cada sábado, las calles de Buenos Aires para compartir las historias de vida del argentinísimo Papa Francisco I. También hay otros dos recorridos, a pie, más cortos y en días de semana, que se concentran en su vida en el barrio de Flores y en los alrededores de Plaza de Mayo. “Nacieron por la demanda de la gente”, miente Daniel Vega, el guía encargado de acompañarnos durante el recorrido. Con el pasar de las casi cuatro horas que durará, se irá haciendo evidente cómo el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha aprovechado la entronización de Jorge Bergoglio para promocionar tanto a la ciudad como a la propia administración del derechista Jefe de Gobierno, Mauricio Macri.

Pero no es el único. Antes de partir vemos que, por ejemplo, junto a la basílica se encuentra la pizzería “Habemus”, recientemente rebautizada. “Bueeeeeeno… nos acompaña el día, una bendición del Papa”, dice Daniel, que es como un Ned Flanders sin bigotes. Esta será la primera de muchas referencias religiosas que nuestro guía utilizará durante el recorrido. Sobre la misma, añade, con cierta cadencia religiosa: “antes de arrancar demos las gracias al Gobierno de la Ciudad por haber generado esta posibilidad”, anticipando el tono del viaje. La concurrencia, esta mañana, está compuesta en el 95% por “Momentos de Amigos”, un club de jubilados del popular barrio porteño de Mataderos. El 10% restante lo componen una mujer sola, una madre con un niño de 12 años con pinta de estar castigado, una pareja de españoles, otra de venezolanos, nosotros, y Guillermina, una mujer de unos 70 años que es habitué de estos recorridos, algo que, según notamos, no le hace mucha gracia al guía.

De fiesta en el confesionario

Según cuenta Daniel, fue el 21 de septiembre de 1953 cuando el hoy Papa Francisco recibió su primer llamado de Dios. En Argentina el comienzo de la primavera se celebra como el “Día del Estudiante”, no hay clases y los jóvenes se juntan a celebrar la llegada del cambio de estación. Según el relato, ese día Jorge debía juntarse con sus compañeros en la estación de trenes de Flores, a dos cuadras de la basílica por donde pasaba todos los días. Aquella jornada, sin embargo, continúa Daniel, “el joven Jorge sintió que debía pasar a agradecer al Señor, así que pasó a confesarse. Según contaría él mismo después, Dios lo atrapó. ‘Me miró con misericordia y me eligió’, fueron sus palabras. Y después de confesarse volvió a su casa”. El relato del guía es el primero de los muchos pasajes de la vida religiosa de Francisco que escucharemos durante la mañana, y que en medio de un espíritu de neorreligiosidad chovinista en torno al Papa, saca de entre el público suspiros y comentarios como “ay, y tan joven que era” o “yo creo que él ya sabía que iba a ser alguien importante…”.

“Pero él nunca quiso destacarse”, dice Daniel, ayudando a explotar esa imagen que tan bien ha sabido instalar el sucesor de Joseph Ratzinger, y que en buena parte llevó a la revista Time a nombrarlo su personaje del año. “Hubo una vez un niño tan dócil y modesto que le otorgaron una medalla por ser ‘El más humilde’. Al día siguiente se la quitaron por haberla usado. Así termina la lección”, arranca la nota de Time. Y si hay una imagen que se repite en el recorrido que hacemos es la de un cura Bergoglio empujado por el destino, siempre obligado a asumir cargos cada vez más altos en la jerarquía de la Iglesia Católica, muchas veces a su propio pesar.

“Él siempre fue un vecino más, un porteño más”, dice Daniel. “Una persona que siempre anduvo en subte, tren y colectivo, sin choferes ni guardaespaldas. Por eso hoy es tan incomprendido en el Vaticano, allá no entienden que no quiera lujos”. Un comentario del que da fe Guillermina, en la primera de sus intervenciones. “Él le daba el asiento a la gente en el subte. Cuando veía a alguien mayor o enfermo, siempre dejaba el lugar”, dice. “Sí”, la para Daniel, asumiendo cómo viene la mano.

Avanzamos por el barrio y la infancia de Bergolio: pasamos por su colegio y escuchamos datos de su vida, vemos una pequeña plaza donde supuestamente jugó a la pelota y que en esos tiempos era un sitio eriazo. El guía continúa: que fue el mayor de cinco hermanos, uno de los cuales murió cuando niño, y que sus abuelos eran inmigrantes italianos que llegaron a América a comienzos del siglo XX. Que su abuela paterna llegó al puerto de Buenos Aires, en verano, cubierta por un grueso abrigo de piel donde traía escondido el dinero de la venta de la pastelería familiar. “Es que antes no había AFIP”, dice una señora, causando la risa general. “Los de los impuestos”, le explica otra a la pareja española, que no había entendido.

“Bueno, bueno – dice el guía algo mosqueado- ahora estamos llegando a la casa de la infancia del Papa Francisco”. Todo el mundo se pone expectante cuando pasamos por Membrillar 531, la dirección de Bergoglio cuando niño, y que ahora es un inmueble completamente distinto al que habitó y que en la actualidad pertenece a otra familia (lo que no impidió que el Gobierno de la ciudad pusiera una placa conmemoratoria). A los argentinos esto no parece importarles y sacan sus celulares y cámaras para inmortalizar la placa, mientras los españoles miran la escena con cierto desdén y los venezolanos se van completamente de tema. “¿Cuánto cuesta una casa en este barrio?”, pregunta el hombre al guía.

La monja pelolais

Hasta ahora, el tour papal cuenta la vida de Bergolio y sirve como propaganda para el Gobierno de la ciudad. Pero también sirve para entender mucho de los porteños y sus habituales ejercicios de reafirmación identitaria, donde la herencia europea es parte fundamental no sólo del ser, sino que del “deber ser” local.

“¿Han visto lo bien que Francisco habla italiano, cuándo da la misa los domingos en la Plaza San Pedro?”, pregunta Daniel, refiriéndose al Angelus. “Es que como dijimos, el Papa Francisco nació y se crió en el seno de una familia italiana, donde la educación católica era algo muy importante”, continúa, mientras salimos de Flores rumbo al barrio de Villa Devoto.

Tras contarnos que fue a un colegio donde se graduó como técnico químico, en ese momento el guía nos introduce en su vida de estudio sacerdotal, primero en Villa Devoto y luego en Chile, habla de la enfermedad que le significó la extirpación de un pulmón y que una monja le dijo que era la experiencia del “dolor de Jesús”, y de su trabajo como profesor de literatura durante los años 60, mientras aún era novicio en el seminario. “Él era muy buen lector, muy culto. Tanto que tenía contacto con Borges, al que una vez incluso llevó a visitar a su curso en el colegio. Quién se hubiera imaginado que el profesor sería incluso más conocido que Borges…”, cierra, con aire de predestinación.

“Un par de años después de eso fue ordenado sacerdote, en 1967, a los 33 años, cuando trabó amistad con una mujer miembro de una familia muy tradicional”, continúa Daniel, quien ocupará varias veces esa expresión para referirse a los argentinos ricos. En este caso está hablando de Martha Pereyra, la amiga ricachona del entonces joven cura Bergoglio. Su nombre completo: Martha María Sara Clara del Sagrado Corazón de Jesús Pereyra Yraola Ayerza. Se trataba de una monja casi 20 años mayor que Bergoglio, sexta hija de diez hermanos y cercana al Opus Dei, y un pilar fundamental para que Bergoglio pudiera ascender en la resbaladiza escalera de la jerarquía católica.

Luego de su muerte, en 1998, el hoy Papa –por entonces recientemente ascendido a arzobispo de Buenos Aires- fue uno de los principales impulsores de su declaración de “sierva del Señor”, el primer paso burocrático hacia la santidad católica. Daniel aprovecha y toma examen: “Ustedes saben que para llegar a ser santo hay que pasar por distintas etapas. La primera es siervo, ¿cuál es la segunda?”, pregunta, antes de escuchar con fastidio la respuesta de Guillermina: “¡Beato!”, grita desde su asiento la mujer, que comienza a causar tantas risas como ruidos de recriminación.

“Sí, siervo, beato y santo”, continúa el guía con un dejo de fastidio. “Para ser beato se debe demostrar un milagro, y para ser santo, dos. A Martha le demostraron uno y por eso la hicieron beata, y ahora se está investigando para su proceso de canonización”, cierra.

Ahora, con Francisco ( quien calificó a Martha como “un rayo de luz que pasó por la vida de la Iglesia predicando, con su sólo vivir, la mansedumbre del mensaje evangélico”) en el Vaticano, la santidad no debería tardar.

Cuando nos acercamos a la cárcel de Villa Devoto el guía aprovecha para recalcar, una vez más, la vida humilde elegida por Francisco desde su más temprana edad. “¿Se acuerdan de esas imágenes que todos vimos del Papa Francisco lavándole los pies a mujeres presas en Italia? Bueno, eso lo hace desde hace muchos años: él venía todos los jueves a la cárcel de Villa Devoto a lavarle los pies a los presos. Incluso se recuerda la anécdota de él pidiendo que lo revisaran, porque quería ser tratado como cualquier visita”, dice Daniel, justo cuando vamos pasando por afuera de la cárcel. Los fieles comienzan a preguntar cuándo el bus se detendrá para pasar al baño.

Imágenes paganas

Llegamos al que será uno de los puntos fuertes del recorrido, y la única parada intermedia antes de visitar los “sitios papales” en las cercanías de Plaza de Mayo. Se trata de la llamada “Virgen Desatanudos”, la imagen de una pintura germana del siglo XVIII que fue importada a Argentina a mediados de los años 80 por el entonces sacerdote Jorge Bergoglio tras su paso por Alemania en la segunda mitad de esa década, cuando fue a trabajar en su tesis de doctorado. Nos preguntamos por su vida durante la dictadura argentina, entre 1976 y 1983, de la que no se escucha nada en particular. Por omisión, lo único que se nos dice de aquellos años es que para el golpe de Videla Bergoglio era superior provincial de los jesuitas en la Argentina y que durante la segunda mitad de la dictadura fue rector del Colegio Máximo y de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel. Un poco al pasar, medio de casualidad, en algún punto del viaje Daniel comentará que Bergoglio tenía la tradición de tomar el té, cada 24 de marzo, con las monjas de la Misericordia, en Flores, y que cuando se fue a Roma para elegir al nuevo Papa dijo “voy y vuelvo, nos vemos el 24”, cita a la que evidentemente nunca llegó. A nosotros la fecha nos enciende una alarma y más tarde preguntaremos si entonces, el 24 de marzo del 76, día del golpe, Bergoglio lo había pasado tomando el té con las monjas. “Ehhh, sí… puede ser, la verdad es que nunca lo había pensado”, nos responderá el guía, un poco nervioso con el tema.
Cuando Daniel dice que a continuación partirá a la Parroquia de San José del Talar, la mayoría se mira a las caras sin entender mucho. Pero cuando dice “la parroquia de la Virgen Desatanudos”, se escucha un generalizado “ahhhh”. Aparentemente, casi todas las señoras del club de jubilados la conocen.

En ese momento aprovecha para introducirnos en el próximo test: “ahora vamos a una iglesia, y como dijimos, la de Flores era una basílica”. Guillermina se adelanta y dice “¿quién sabe la diferencia entre parroquia, iglesia y basílica?”, sacando de sus casillas al hasta ahora tranquilo Daniel. “Guillermina pará, ¡dejame a mí que el guía soy yo!”, le dice con voz golpeada, provocando un incómodo silencio antes de pasar a la siguiente etapa, mientras ella balbucea algo, como una niña reprendida.

Según relata el guía, durante su estadía en Alemania Bergoglio conoció, en una visita a la iglesia de los jesuitas en Augsburgo, una imagen de la virgen donde ésta aparece desatando los nudos que le entrega un ángel, como una madre dispuesta a solucionar los problemas de sus hijos. Y su emoción fue tal que cuando volvió a Argentina lo hizo con cientos de estampitas con reproducciones del cuadro en su maleta para divulgar el nuevo culto, con un éxito tal que hoy es incluso más famosa en Argentina que en su lugar de origen.

Cuando llegamos, casi a mediodía, el calor ya arrecia y el público se encuentra impaciente por bajar. Aunque más que por la virgen, el objetivo es el baño. Las puertas se abren el grupo avanzando lentamente hasta la iglesia. Las manchas de orina repartidas en el trayecto son evidencia de las gastadas próstatas de la comitiva. Así como están las cosas los 15 minutos presupuestados se transforman casi en 40.

Aprovechamos para conversar un poco con Daniel. Es guía profesional y, aunque es católico, nos confiesa que tuvo que estudiar bastante para comenzar con el tour papal. Le comentamos que debería hablar más del paso del Papa por Chile. “Es algo en lo que estamos trabajando”, dice, y se pone el cassete del gobierno macrista: “Pasa que el Papa es tan argentino, tan porteño, que un recorrido por su vida es como un recorrido por la historia de Buenos Aires”.
Afuera de la iglesia hacemos un par de fotos y nos acercamos a una tienda que vende imágenes, velas y artículos de santería. Por todos lados está lleno de productos relacionados con el nuevo Papa. Chapitas, estampitas, banderas y demás. Pero esto es sólo una muestra de lo que veremos más adelante en el centro, donde el objetivo es más el turista que el feligrés de a pie.

La gaviota argentina

Cuando volvemos al bus aparecen las cosas para comer y tomar. Para la mayoría esta hora de la mañana es casi hora de almuerzo, y las galletas de arroz hacen furor. Las fotos que sacamos nos hicieron parte del grupo, así que recibimos algunos caramelos de miel. “¿Les gustó el lugar?”, pregunta Daniel. “¡Hermoso!”, gritan las mujeres, mientras iniciamos el recorrido rumbo al centro de la ciudad, pasando por los barrios de Almagro y Boedo, donde entramos en la variante futbolera del Papa. “¿Quiénes acá son hinchas de San Lorenzo?”, pregunta Daniel, y cuando un par de asistentes levanta la mano, nuestro guía hace correr un enorme póster con la foto cenital del Papa en medio de una repleta Plaza San Pedro, donde un grupo de hinchas lleva una gran bandera del club. “Ahí está lo popular, lo humano”, dice el guía. “¡Lo argentino!”, dice fuerte uno de los muchachos del club. “Es que el Papa Francisco es así, bien argentino”, la sigue el guía. “Hoy que es sábado, por ejemplo, no nos debería extrañar que esté escuchando tango, o preparándose para escuchar el partido de San Lorenzo mientras se toma unos mates”. ¿No hay televisores en el Vaticano?, nos preguntamos.

Y mientras nos acercamos al centro comienza el relato del día de su elección. Se nota que lo tiene aceitado, como Tim Roth en Perros de la Calle. “Ahí estaban, sin poder llegar a acuerdo”, dice con suspenso, “cuando sobre la misma chimenea se posó una gaviota. Ustedes se preguntarán qué tiene esto que ver con el Papa Francisco, ¿no? Bueno, ¿saben cuál es el nombre científico de esa gaviota? Argentus…”. “¡Seguro!”. “¡Nada que decir!”. “¡Claro!”. “¡Qué sorpresa!”, se escucha en el bus.

“¿Qué sintieron?”, les preguntaremos luego a algunas de las muchachas de Momentos de Amigos. “Euforia”. “Alegría”. “Sorpresa”. “Humildad”, nos dirán.

“Cada lugar tiene su historia”, repite y repite Daniel, mientras nos habla del origen de los barrios y sus nombres, ya de lleno en la historia de la ciudad. Acá aprovecha para destacar el hecho de que casi todos fueron bautizados siguiendo el nombre de la primera parroquia que se levantó en cada lugar. De paso, nos invita a “no dejar de conocer y aprovechar la oferta de actividades gratuitas del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires…”.

A esta altura los veteranos se sueltan y comienzan a opinar sobre cada uno de los datos que va dando Daniel. El guía se pone nervioso, pero él tiene el micrófono. “Por ejemplo, ustedes saben que el Papa es un hombre tan austero que no se queda en la residencia papal, sino que en un lugar alternativo”, continúa. “Sí, por si le afanan”, dice uno desde atrás, desatando las risas del grupo. “¿Sabía usted que un hombre se ganó la lotería apostando al número de socio del Papa en San Lorenzo?”, pregunta otro al guía. “Sí, sí”, responde, con cara de que le acaban de aguar una historia.

Papa se vende

A pesar del evidente cansancio del grupo, los ánimos se renuevan cuando llegamos a Plaza de Mayo para el último recorrido. Se visitan la Catedral, la Manzana de las Luces, donde está la iglesia más antigua de Buenos Aires y, tal vez lo más importante, el quiosco frente al arzobispado donde Bergoglio compraba el diario.

Siendo sábado el quiosco está cerrado pero eso no nos impide que nos apostemos junto a él para escuchar la historia de cómo, doce veces al año, Bergoglio aparecía con una bolsa con los 30 elásticos que había juntado durante el mes, los mismos con que diariamente el quiosquero había envuelto los periódicos. O cómo una vez ya electo Papa llamó personalmente para cancelar la suscripción, recibiendo de vuelta una puteada porque el quiosquero pensó que le estaban tomando el pelo. “Él es así, sencillo”, dice Daniel como conclusión, antes de cruzar la calle rumbo a la catedral. “También bautizó al hijo del dueño del bar”, dice un mozo mientras recoge los vasos del café junto al quiosco. “¿Ven?”, reafirma complacido el guía.

Finalmente nos dirigimos hacia la catedral y, a diferencia de la iglesia de la virgen desatanudos, acá no hay mediaciones: está todo mercantilizado. Afuera se venden distintas imágenes, imanes y chapitas. Tazas de café a 30 pesos (donde se puede elegir entre una solo con su foto y otra “customizada” para hinchas de San Lorenzo), el documental “¿Quién es el Papa?” y hasta abanicos a 50.

Por su parte, la Iglesia también saca su tajada y la entrada al “museo del Papa”, dentro de la catedral, que en el fondo no es más que dos pequeñas salas con reliquias y piezas arqueológicas rescatadas de la reconstrucción del edificio –a las que sumaron un par de túnicas y fotos de Bergoglio- vale 30 pesos.

Los jubilados se abalanzan sobre las estampitas, los españoles compran el documental y los venezolanos se ríen con la taza de San Lorenzo, pero finalmente no compran nada. El guía se despide, todos aplauden y un grupito de las mujeres del club de jubilados derraman algunas lágrimas. Pero reina la alegría y todos se suben felices al bus que los llevara de vuelta a Flores.

Nosotros nos quedamos abajo.

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