Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

13 de Enero de 2014

Fin de año y vacaciones: estrés y sobreadaptación

Por Francisco Flores El fin de año suele ser, junto con las celebraciones y debido a lo mismo, un momento de alto impacto de “estrés”, debido a la vorágine de expectativas, compromiso, deudas, muchedumbre y falta de tiempo para deambular por malls. Pero donde también, volvemos a sostener la creencia que el año que termina, […]

The Clinic Online
The Clinic Online
Por

Por Francisco Flores

El fin de año suele ser, junto con las celebraciones y debido a lo mismo, un momento de alto impacto de “estrés”, debido a la vorágine de expectativas, compromiso, deudas, muchedumbre y falta de tiempo para deambular por malls. Pero donde también, volvemos a sostener la creencia que el año que termina, marca un abismo y distancia con el que viene. El receso laboral o vacaciones anima lo anterior, como un espacio para reponer energías y nuevas expectativas.

Sin embargo, un reciente estudio desarrollado por la consultora multinacional de Recursos Humanos: Randstad; entrega algunas conclusiones algo preocupantes al respecto:

El 51% de los chilenos no logra “ desconectarse” de su trabajo durante sus vacaciones, y el 47% de los empleados sigue informándose durante este período de lo que sucede en su centro de trabajo. Acompañado esto con la perspectiva “angustiosa” de que el 33% de los chilenos piensa que su empleador espera que esté disponible las 24 horas del día. Cifra, que según el estudio, supera al promedio mundial, que es del 28% y más largamente al europeo, que es del 15%. Esto sin considerar, el “estrés” propio que significa organizar las vacaciones de quienes pueden hacerlo.

Si este estudio lo complementamos con otros de mayor profundidad y extensión, como son por ejemplo, los indicadores de salud mental de los chilenos, el cuadro es más desolador:

1. Una de cada tres personas padece problemas de salud mental en algún momento de su vida. Según datos de la Encuesta Nacional de Salud (2009), un 17,2% de la población chilena mayor de 15 años,  presentó síntomas depresivos. 25,8% en mujeres y en 8,5% en hombres

2. La Encuesta Nacional de Salud realizada en 2003 por el Ministerio de Salud indicaba que el 17,5% de los encuestados había presentado síntomas depresivos durante ese año. En la misma encuesta realizada en 2009 y ya incorporada la depresión dentro de las patologías AUGE/GES a partir del 2006, el porcentaje se mantuvo en un 17,2%.

3. Las tasas de suicidio entre los años 2000 y 2009, aumentaron de 9,6 a 12,7 defunciones por cada 100.000 habitantes, siendo mayor en hombres (20,8) que en mujeres (5,0).

4. Dentro de los países de la OCDE, Chile presenta la mayor tasa de aumento de los suicidios. Entre 20 y 44 años, constituye la segunda causa de mortalidad, con un 12,8%, superando a causas provenientes de enfermedades derivadas como el SIDA y las afecciones cardíacas.

Otros indicadores solo avalan y refuerzan lo anterior: Licencias médicas por neurosis laborales, consumo de psicotrópicos, prevalencia de enfermedades psicosomáticas, sin considerar otras derivadas, como el consumo de alcohol y drogas.

Esto revela algo fundante a nivel societal, en la construcción de las subjetividades que emergen de la misma. Mi hipótesis al respecto es que nuestro país constituye un caso particular de una sociedad sobre adaptada, de diversos efectos nocivos, tanto a nivel individual como social en distintas dimensiones.

¿Qué es una sociedad sobreadaptada?

Entiendo lo anterior como la sobre exigencia a la realidad ambiental, en perjuicio de las propias necesidades y posibilidades, con particular detrimento de la capacidad de simbolización como sociedad o de construcción de un sentido compartido. Hablamos de una adaptación pasiva, acrítica de la realidad, con abierto orgullo por la capacidad de trabajo, ajuste y rendimiento. Una sobreadaptación ejecutada por medio de una precoz disociación respecto de un desarrollo cultural acorde;  realizada a través de un seudoaprendizaje rígido e impuesto, y en la asunción sin protesta de una ideología que nos adjudican, a la espera de rápidas satisfacciones narcisistas. Que por otra parte, implica el fracaso simbólico en la producción de sentidos colectivos, reemplazadas por expectativas sociales a satisfacer.

La sociedad chilena ha tenido que transitar por este aprendizaje, en un corto período y en la carencia de traducciones simbólicas y producciones de sentido para quienes las encarnan. Por cierto que esta sobreadaptación societal, es leída muchas veces como indicador de bienestar y orgullo, pero dicho en términos psicoanalíticos, satisface un ideal de lo patológico. En ese sentido, la recurrencia de trastornos emocionales y psicológicos son intentos de denuncia a este sojuzgamiento, o incapacidad de sobrellevar esta dinámica y exigencia.

No quisiera referirme acá, a los déficit individuales de quienes lo padecen (psicología), sino más bien, al tipo de subjetividad social construida. Y esbozar entonces como también la política, entendida como dinámica instituyente, debe asumir como propios estos efectos.

Plantearé para graficar lo anterior, dos fenómenos aparentemente bastante disimiles entre si, y que entendemos escapan a lo que se reconoce como el campo propio de la psicología individual: los altos indicadores de sobrepeso en la sociedad chilena, y los recientes resultados de la elección presidencial, con sus altos niveles de abstención.

Chile durante gran parte del siglo XX, fue una sociedad con importantes segmentos de desadaptación social y de capacidades ociosas. Donde la principal imagen que acompañaba esta realidad, era el flagelo de la desnutrición infantil, que en 1960 alcanzaba cifras del 37%, con todos los efectos sociales que implicaba.

Ahora sin embargo, estamos en el polo inverso respecto de lo anterior. Chile dentro de los países del OCDE, se ubicaba el 2011, entre los 5 primeros países con mayores índices de obesidad (adulta e infantil). Pero al igual que el flagelo del siglo pasado, los actores sociales son los mismos. A mayor índice de pobreza, mayores indicadores de sobrepeso y obesidad.

Una rápida respuesta que se suele esgrimir al respecto, con indicaciones para una política pública, es de corte cognitivo: la necesidad de mayor educación y toma de conciencia respecto al consumo alimenticio o de información en relación a lo mismo. Mi impresión, sin embargo, sin negar la necesidad del momento anterior, es que existe un déficit de Política, así con mayúscula.

Pero, ¿Por qué afecta este sobre consumo en mucho mayor medida a los sectores sociales más precarios?

Mi impresión, es que estos concurren con mayor ansiedad en busca de gratificaciones rápidas y casi simultáneas de su desarrollo y ascenso social. Por cierto que también hay otras, que dicen relación con el estatus, y endeudamiento aparejado. Pero es en el consumo alimentario donde los sectores populares ven su gratificación más propia. Es probable que también haya en esto, una especie de herencia “filogenética”, propio de una generación proveniente donde la escasez en este ámbito, era lo que distinguía a los sectores en pobreza.

Pero, ¿Qué tiene que ver la política con algo tan doméstico y personal como la sobre alimentación y sobrepeso?

Creo que mucho. El proceso de modernización en Chile ha sido fulminante, lo que ha permitido a grupos sociales experimentar cambios en sus sistemas de vida, que antaño demoraba generaciones, pero que sin embargo ha sido desprovista de sentido histórico, o dicho de manera más aplacada, sin construcción de identidades colectivas que permitan tramitar y elaborar estos mismo cambios, permitiendo a los sujetos dar sentido a lo que están experimentando. Ante la ausencia de esta vital dimensión de la política, han quedado a merced de su propio self. En donde las vicisitudes personales son sólo entendidas o registradas como respuestas a estímulos del mundo exterior, sin una identidad colectiva que acompañe el sentido de su propias evoluciones.

¿No ocurre algo parecido con el “fenómeno” de la abstención? Esta no es, como quieren creer optimistamente algunos, una declaración ideológica sublimada del descontento social. Es la dimensión “afectiva” o cultural de la política, lo que está en falta.

Es en ese sentido, que se puede hablar de “ malestar” social. Pero donde como todo fenómeno humano, tiene sus puntos de incongruencia. En este caso, también un “goce”, un cierto placer por la insatisfacción recurrente. No era raro ver, en época pre navideña, más ciudadanos en malls que en recintos de votación.

La política necesita también tener influencia en los deseos e incluso en las fantasías de los ciudadanos, y ofrecer formas de identificación social, por sobre prácticas consensuales que las subsuman.

Notas relacionadas