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Opinión

16 de Enero de 2014

Editorial: Don Carlos

“Yo era rey, de este lugar…” Charlie García.   A propósito de las renuncias a RN, Carlos Larraín declaró a El Mercurio: “Numéricamente es malo para Renovación Nacional, pero se trata de personas con poca identidad doctrinal: no pertenecen a la mentalidad nuestra”. Habría que decir que en ese “nuestra” cabe también el medio que […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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“Yo era rey, de este lugar…”
Charlie García.

 

A propósito de las renuncias a RN, Carlos Larraín declaró a El Mercurio: “Numéricamente es malo para Renovación Nacional, pero se trata de personas con poca identidad doctrinal: no pertenecen a la mentalidad nuestra”. Habría que decir que en ese “nuestra” cabe también el medio que lo entrevistaba. Y don Carlos tiene razón. Él es uno de los últimos representantes vivos de un viejo mundo conservador. Es de iglesia, para él la política y la religión no están del todo separadas (quizás porque en el fondo de un individuo no pueden estarlo), cree que al centro de todo lo bueno está la familia, y es muy probable que no se equivoque, solo que para él una familia debe cumplir con características muy específicas. No le basta con que se genere un lugar de paz; lo que él exige también ahí es una institución jerarquizada. En la familia que él pregona, la mujer no tiene ni los mismos derechos ni las mismas obligaciones.

El hombre, sin ir más lejos, carga con la manutención. Apostaría que somos muchísimos los que, aún sin defenderlo, compartimos esa carga emocional. Es lo mínimo que se le puede pedir a un hombre. La mujer, a cambio, no tiene derecho a desfachatarse. Ella es la reina absoluta del chalet o la mansión, la encargada de que todo funcione bien en el hogar, mientras el hombre caza. Y los niños, aunque a veces no resulte, unas réplicas de sí mismo, no en lo específico, pero sí en los grandes valores de la tradición. Si lo pensamos bien, no es tan raro. Lo raro es esa manía de querer que para todos sea igual. Don Carlos es vivaracho, estoy seguro. Agarra las tallas al vuelo, incluso mucho más que algunos liberales, pero no todos son como él, no todos tienen la misma capacidad para mirar la brújula en medio de la tormenta, y, mal que mal, lo criaron para decidir por otros. Es la cara patronal del Partido Conservador, del que se desprendió la Democracia Cristiana, como ahora, en un movimiento con harto menos encanto y valentía, se desprenden estos jóvenes liberalones. No hay nada que se parezca a un Eduardo Frei Montalva, pero a muchos les resulta imposible seguir en el partido de don Carlos. Él habita un mundo demasiado distinto al de los tiempos que corren: tiempos de vulgarización democrática, de frivolidades altaneras, de falta de respeto y disolución de las costumbres. De ese partido, me cuesta imaginar lo contrario, debieran todavía irse varios.

No creo que Lily Pérez soporte ser la judía en la capilla del fundo. Es una cultura del Chile bicentenario la que se está perdiendo. No se equivoca el presidente de RN: tienen “poca identidad doctrinal”. Provienen de los mall y no de las misas, desconocen las convicciones profundas, son la derecha “de ge ne ra da”. Uno de sus cercanos contó que dijo: “me quedan unos meses, esperen que me vaya, qué les cuesta”. No se da cuenta de que su tiranía ha sido demasiado grande. Castigó como niños a quienes no lo reconocían como padre. Estaba llamado a ser un gran político, lo mismo que siente Andrés Allamand, -el último último engendro de esa tribu-, pero la realidad que ellos mismos ayudaron a construir les pasó por encima. Su peor maldición se llama Sebastián Piñera. Los está haciendo morder el polvo de la derrota. Pobre don Carlos, lo compadezco.

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