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Mundo

12 de Febrero de 2014

Más de un millón de rusos aún viven en “ciudades cerradas”

Más de un millón de rusos viven aún en ciudades cerradas a cal y canto por motivos de seguridad, ya que albergan arsenales o instalaciones nucleares, una maldición normalmente bienvenida por sus habitantes. “Vivir en una ciudad cerrada era un privilegio. Todos nos envidiaban. Nadie quería que abrieran la isla cuando cayó la URSS”, aseguró […]

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Más de un millón de rusos viven aún en ciudades cerradas a cal y canto por motivos de seguridad, ya que albergan arsenales o instalaciones nucleares, una maldición normalmente bienvenida por sus habitantes.

“Vivir en una ciudad cerrada era un privilegio. Todos nos envidiaban. Nadie quería que abrieran la isla cuando cayó la URSS”, aseguró hoy a EFE Nadezhda Osmolóvskaya, que residió durante más de 30 años en la isla de Kronstadt.

Kronstadt, base de la flota soviética y actualmente principal puerto de San Petersburgo, era una de las muchas ciudades cuyo acceso estaba restringido a los rusos y terminantemente prohibido para los extranjeros.

La isla abrió sus puertas en 1996, al igual que otro centenar de ciudades, entre ellas Atomgrad (Ciudad del Átomo), pero 44 centros urbanos y sus territorios adyacentes siguen aislados del resto del país, de 142 millones de habitantes, bajo un régimen especial.

Con el nombre de División Administrativa Territorial Cerrada (ZATO, según sus siglas en ruso), 33 de ellas están bajo el control del Ministerio de Defensa, otras 10 de la corporación nuclear Rosatom y una de la agencia espacial, Roscosmos.

Una de las más conocidas es la legendaria Ciudad de las Estrellas, lugar de entrenamiento de cosmonautas desde hace décadas, que se encuentra a las afueras de Moscú y a la que se llega por una carretera especial que termina súbitamente en un tupido bosque.

En la ciudad de Zelenogorsk, en la región siberiana de Krasnoyarsk, se realizan actividades de enriquecimiento de uranio mientras en Sárov (Nizhni Nóvgorod) se fabrican armas nucleares y en Mirni (Arjánguelsk) se encuentra el cosmódromo de Plesetsk.

Todos los habitantes de las ciudades cerradas disponen de un salvoconducto con el que pueden entrar y salir a su antojo, mientras el que desee acceder a ellas necesita una invitación expedida por un familiar o una empresa.

Las visitas turísticas están prohibidas, al igual que nadie puede acceder a esas zonas a pie o en bicicleta, ya que se arriesga a ser detenido o a algo peor.

En la época soviética, las autoridades persuadían a los especialistas para residir en lugares como la actual ciudad fantasma de Pripiat, cerca de la central nuclear ucraniana de Chernóbil, ofreciéndoles mejores salarios y apartamentos.

“Viví en Kronstadt desde 1976 hasta hace muy poco. Trabajaba como profesora de geografía en una escuela. En cuanto abrieron la isla, se llenó de delincuentes”, rememora nostálgica Osmolóvskaya, cuyo hijo, Vitali, fue destinado a la base naval.

Algunas de esas ciudades soviéticas, que acogían bases de submarinos nucleares o silos con misiles intercontinentales, eran secretas y, de hecho, no aparecían en los mapas, como era el caso del puerto de Viliuchinsk, base de submarinos en la península de Kamchatka.

Las ZATO presumen de tener los niveles más bajos de delincuencia de toda Rusia, por lo que hay ciudades deseosas de recibir esa consideración, que les permitiría limitar la llegada de inmigrantes, no sólo extranjeros, sino de otras repúblicas rusas.

Algunos defensores de los derechos humanos consideran que esas medidas son anticonstitucionales, ya que impiden el libre desplazamiento de los ciudadanos, y censuran que obtener un permiso para acceder a esas zonas lleva más tiempo que recibir un visado para viajar a un país miembro de la Unión Europea.

Pero no todo son ventajas, ya que vivir en las inmediaciones de una planta nuclear o un centro de destrucción de armas químicas tiene sus riesgos, como ocurrió cuando el fuego estuvo a punto de alcanzar el centro nuclear federal de Sárov en 2010, lo que obligó a retirar el material radiactivo.

Algunas ciudades secretas no lamentan haber perdido esa condición, como Tomsk, que el temido comisario del pueblo estalinista Lavrenti Beria convirtió en ciudad secreta y que, gracias a la apertura tras la caída de la URSS, se convirtió en el principal centro universitario de Siberia.

Las autoridades soviéticas también utilizaron esas ciudades para desterrar a enemigos del pueblo, como es el caso del Nobel de la Paz y padre de la bomba de hidrógeno, Andréi Sájarov, que fue confinado en un apartamento de Gorki, actual Nizhni Novgorod (1980-86).

En Ucrania y en las repúblicas bálticas ex soviéticas ahora miembros de la OTAN ya no hay ciudades cerradas, pero en otros lugares como en Kazajistán aún existen varias, como es el cosmódromo ruso construido cerca de la localidad de Baikonur, en el corazón de la inhóspita estepa centroasiática.

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