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Cultura

14 de Febrero de 2014

Cuando los medios complotaron contra Onofroff, el hipnotizador

Noche del miércoles 4 de junio de 1913. Teatro Santiago de esta capital. En plena función teatral se escuchan los gritos desgarrados de una mujer y una niña. El motivo del escándalo es la violenta detención del célebre hipnotizador Onofroff por parte de la Policía de Seguridad. Inútiles la mirada voltaica, el fluido magnético y el poder de sugestión del mayor artista mundial de la hipnosis. Tampoco conmueven a los agentes los llantos de la hija y un repentino ataque de la esposa. El Gran Onofroff se va preso por estafa. Esta es la crónica de un fraude magnético transmutado en victoria de las fuerzas ocultas.

Por

El martes 13 de mayo de 1913 los diarios de Santiago informan del arribo a esta capital, proveniente de Valparaíso, del célebre sugestionador y magnetizador Onofroff. Precedido de una larga y exitosa trayectoria como hipnotizador, Onoffrof ya había visitado nuestro país en varias ocasiones. En esta gira, anunciada como la última de su carrera, había deslumbrado a las audiencias latinoamericanas con sus sorprendentes actos de hipnotismo y “fascinación”.

Pero el gran artista no llega exento de críticas. Su origen está cubierto por un oportuno velo de misterio. Unos lo creen mexicano, otros francés, algunos dicen, con sorna, que no es el hijo de un cosaco del Don, como afirma la leyenda, sino que es hijo de Quillota y su nombre “Onofre”. Los enterados afirman que Enrique Belly de Onofroff –su nombre completo, si es que no verdadero- había nacido en la Legación suiza en Roma; es, sin duda, un ciudadano del mundo. Sus admiradores acreditan títulos y grados en la Sociedad Magnética de París, la Universidad de Montreal y una infinidad de sociedades hipno-magnéticas internacionales. Flammarion, el astrónomo y físico investigador de las fuerzas ocultas asegura que “la potencia hipnótica de Onofroff, vibrante en las miradas de sus ojos terribles, es como la de un dínamo de miradas de millones de voltios”.

Llegaba el magnetizador en una época saturada de ondas y energías misteriosas. La población ilustrada y no pocos incautos, repudiando a la fe religiosa, recurrían a nuevas manifestaciones de lo sobrenatural. El espiritismo, el mesmerismo, la transmisión y el magnetismo hipnótico se confundían con la electricidad y los rayos x en la misma cazuela científica. Poco antes del arribo de Onofroff, la ciudad de Santiago se había estremecido con las exhibiciones de un grupo de fakires y una dupla de hipnotizadores “Los Hermanos Stevenson” que fascinaban en el Teatro Independencia
Onofroff debuta a tablero vuelto en el Teatro Municipal el martes 20 de mayo. La sesión comienza a las 8:15 en punto. Onofroff, de grandes bigotes e intensa mirada, explica que los fenómenos por él realizados serán sometidos al control de los señores espectadores y ruega a los médicos presentes en la sala que suban al escenario para verificar los resultados asombrosos que él obtendrá. Los sucesivos voluntarios son sometidos a pruebas de psico dinámica nerviosa, tracción ambulatoria, influencia personal, contracción en vigilia, anestesia, hiperestesia, catalepsia, transposición de los sentidos, alucinación y éxtasis. Esta enorme batería de fenómenos se expresa en sujetos hipnotizados por Onofroff que cantan, bailan, pescan, nadan, corren a caballo, torean, cuidan guaguas, sienten frío y calor, se rascan, asustan, emocionan, enfurecen, ríen, lloran y un largo etcétera de actuaciones bochornosas, para goce del respetable y escarnio de los hipnotizados.

La noche siguiente la policía restringe el acceso al Municipal, pues la hechizada multitud pone en riesgo su propia seguridad. La recaudación es suculenta. 12600 pesos la primera función, 11600 en la segunda. A las tres funciones en el Municipal le sigue una temporada en el teatro Santiago. La prensa y el público se rinden casi unánimes. Sin embargo, hay un periódico, “El Diario Ilustrado”, órgano del Partido Conservador, que lanza una dura campaña en contra del sugestionador. Afirma en sucesivas ediciones que Onofroff no es un psíquico sino un mero prestidigitador, carente de poderes pero fértil en trucos. Valiéndose de un libro publicado por un tal Wolff en el cual se revelan los secretos del arte hipnótico, advierten que, por ejemplo, para simular la insensibilidad, los supuestos hipnotizadores atraviesan con un alfiler solo la piel del sujeto de prueba, pellizcando fuertemente sin que produzca dolor, y que para la catalepsia, colocan al supuesto hipnotizado apoyado sobre dos sillas y el mistificador se para sobre los muslos y el pecho, jamás en el estómago, o ambos caerían al piso. Estas denuncias pretenden desacreditar a Onofroff como un charlatán sin escrúpulos que se aprovecha de los incautos para llenar sus bolsillos de dinero.

GRAN CANALLA

La campaña de “El Diario Ilustrado” no provoca merma alguna en el éxito de crítica y boletería del Gran Onofroff. Su multitudinaria temporada en el Teatro Municipal se repite en el Teatro Santiago. Pero cuando ya se anuncia una tercera temporada en el Teatro Politeama, estalla el escándalo.

Mientras Onofroff se encuentra con su familia en el Teatro Santiago, el dueño de la sala le informa que un señor lo requiere con urgencia en el foyer. Renuente a salir en noche de función, finalmente acata y va al encuentro del impertinente. El sujeto de marras se identifica como el comisario Carlos Castro, quien le notifica que es requerido por el tribunal, debiendo acompañarlo inmediatamente. En vista de lo irregular y extemporáneo del procedimiento, Onofroff se niega a obedecer. Ante la resistencia del hipnotizador, el comisario ordena a cuatro agentes que lo acompañan que detengan al remiso. Los policiales se abalanzan sobre el artista, lo reducen con violentos golpes jiu jitsu y lo arrastran hacia la calle sin misericordia. Advertida por los gritos de protesta de su marido, la esposa de Onofroff sale en su demanda y al verlo en el terrible trance, cree que es secuestrado y sufre un ataque. Introducido en un coche policial, Onofroff es llevado a toda velocidad al cuartel de la Cuarta Comisaría.

Ya en el cuartel es interrogado por el juez Sr. De la Barra, quien le comunica de una denuncia en su contra por parte de un grupo de individuos que aseguran que él les habría pagado dinero para simular en sus actuaciones que eran hipnotizados. Agregan que lo vienen acompañando en sus giras desde el Perú y que se presentan de manera habitual como parte del público. Por este motivo se le acusa del delito de estafa. Onofroff declara sin reparos que efectivamente conoce a la mayoría de sus acusadores y que es correcto que lo vienen acompañando en sucesivas actuaciones, disponiendo de ellos como una suerte de reserva de ejemplares proclives al hipnotismo, cuando no hay sujetos idóneos entre el público. Pero, agrega tajante, jamás se enteró de que ellos simularan el estado hipnótico. Es más, nunca les pidió ni les preparó para aparentar nada. Su situación es delicada, por no decir dramática. El careo con sus acusadores despierta toda clase de conjeturas. Se teme que los fascine y obligue a seguir su voluntad. Efectuado el careo, éstos confirman, sorpresivamente, lo dicho por el magnetizador: jamás les dijo que simularan la hipnosis. En vista de aquella declaración, el juez De la Barra concluye que no hay connivencia entre Onofroff y sus supuestos cómplices, en consecuencia, no hay delito de estafa. El gran Onofrof sale libre esa misma noche.

La noticia causa sensación. A la mañana siguiente Onofroff es entrevistado por El Mercurio mientras descansa en su habitación del Hotel Oddó. Ahí el magnetizador lanza un desafío: a pesar de haber sido liberado de todos los cargos, él necesita limpiar su honra y su prestigio. Por ello, ofrece visitar los periódicos de la ciudad y probar, en sus redacciones, sus poderes hipno magnéticos. El Mercurio recoge el guante y lo traslada a sus oficinas. Ahí pide que se escoja, sin que él sepa, a tres funcionarios que harán la simulación de un crimen. Uno será el asesino, otro la víctima y un tercero el cómplice. Llevado a una oficina aislada, se elige a los personajes. Onofroff se dirige resuelto a los sujetos y los identifica sin vacilar. Descubre además donde se escondió la supuesta arma homicida y el botín conseguido producto del crimen. Luego ejercita sus poderes hipnóticos sobre un joven funcionario, a quien hace bailar cueca. Para coronar el acto, prueba sus poderes de post sugestión, ordenando al hipnotizado que el día de mañana sentirá una furia incontrolable por haber sido puesto en ridículo ante sus compañeros. Será poseído de un deseo loco de ir a su habitación del Hotel Oddó y una vez allí, increparlo y abofetearlo por el atropello. Al día siguiente, los periodistas de El Mercurio observan y siguen al joven en espera de su reacción.

A la hora fijada por Onofroff, el muchacho, sin saber por qué, es dominado por una fuerza que lo arrastra al hotel Oddó, penetra en la habitación de Onofroff, lo acusa de “gran canalla” y hace ademán de lanzarle una bofetada, momento justo en el que Onofroff vuelve a hipnotizarlo.

La victoria de Onofroff significa, además, la derrota del El Diario Ilustrado y el sector conservador que representa. Su posición se vuelve aún más delicada cuando Onofroff denuncia una siniestra alianza entre ese periódico y el jefe de la Policía de Seguridad, el subprefecto Eugenio Castro, hermano del comisario que lo detuvo. El magnetizador asegura que la misma noche en que fue detenido, un alto directivo del diario se reunió a comer con el Sr. Castro, como si celebraran una victoria. Esta supuesta complicidad se hace más evidente al saberse que los testigos fueron pagados por la Policía de Seguridad para que lo denunciaran. El Diario Ilustrado, en franca minoría ante la opinión pública y enredado con un funcionario policial con fama de corrupto y abusivo, recula e invita al magnetizador a su redacción, para que ahí pruebe sus habilidades. Si ello se verifica, el periódico admitirá la autenticidad de sus poderes magnéticos. El Gran Onofroff se niega olímpicamente.

Vindicado ante la opinión pública, el gran fascinador demanda la validación de la ciencia. Para ello lanza un nuevo desafío. Se presentará ante un grupo de sabios eruditos para probar que sus talentos tienen una sólida base científica. El viernes 6 de junio se reúnen 500 médicos y estudiantes de medicina para presenciar las experiencias magnéticas del Gran Onofroff. El lugar elegido es el Teatro de la Casa de Orates. Ahí realiza experimentos de transmisión de pensamiento, repitiendo la escena del crimen simulado e identificando certeramente a los presuntos autores.

Luego procede a hipnotizar a varios estudiantes de medicina. A uno lo hace tomar un pañuelo por fragantes flores y entregárselo a la señorita de sus amores. A otro lo hace bailar cueca y luego, experimentando con la post sugestión, le ordena que una vez despierto, lo abrace efusivamente. El estudiante despierta y sin poder contenerse, corre a estrecharlo entre sus brazos. La selecta audiencia, que incluye al decano de la Facultad de Medicina y a varios especialistas en enfermedades nerviosas, se viene abajo en ovaciones. Onofroff agradece el reconocimiento y les pide que firmen un acta de la sesión como prueba científica de sus habilidades. La petición es aceptada por aclamación.

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