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Poder

2 de Marzo de 2014

Carlos Peña acusa falta “ética” de Bachelet al mantener a subsecretaria hija de militar acusado de violar DDHH

En su columna de El Mercurio, Peña cuestionó duramente la decisión de la Mandataria de mantener en su cargo a Carolina Echeverría al mando de la subsecretaría para las FF.AA., luego que su padre fuera reconocido como un torturador. El académico asegura que "una regla de conducta que se aplica al adversario, pero no a sí mismo, es simple estrategia, mero cálculo". Ahora bien, señala, "si esa regla se aplica, en cambio, a todos, sin excepción, a los de este lado y a los de allá, entonces posee una índole ética". Apuntó a que "si se trataba de exigencias emanadas de la ética pública, es decir, de exigencias de conducta imprescindibles para que las instituciones", entonces Bachelet no tiene excusas para mantenerla en su cargo.

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En el buen chileno se le conoce como “la cueca en pelotas”; una suerte de “algo” que no cuadra, que no encaja, que es contradictorio.

Con esta tesis el columnista de El Mercurio, el académico Carlos Peña, cuestionó duramente la decisión “ética” adoptada Michelle Bachelet de mantener a Carolina Echeverría como subsecretaria de las FF.AA. en su cargo, aún cuando se padre está inculpado de cometer violaciones de derechos humanos cuando era militar.

En su tradicional columna de los domingos en el cuerpo de reportajes se preguntó: “¿Es correcto solicitar la renuncia de Carolina Echeverría como subsecretaria de las FF.AA.?”

Su respuesta fue inequívoca: “Sí”.

¿La razón? “Su padre ha sido acusado de participar en violaciones a los derechos humanos y ella misma habría exigido, mientras fue subsecretaria de Marina, que se retiraran unas querellas por tortura como condición para acceder a la calidad de exonerado político”.

Peña reconoce que si bien las conductas descritas no son un delito existe un problema no corpóreo, sino simbólico, de índole político relacionado con el concepto de aplicar la misma vara con que se es medido.

Se trata, dice Peña, del estándar que debe aplicarse, “de aquí en adelante, a los funcionarios gubernamentales: si para serlo bastará no haber cometido delito o si, en cambio, habrá una exigencia mayor”.

Para justificar su tesis, Peña apuntó al comportamiento político que tuvo la oposición durante el gobierno de Sebastián Piñera, donde “esgrimió una y otra vez un estándar superior al meramente legal a la hora de evaluar la idoneidad de los funcionarios”.

“Se reprochó al propio Piñera haber oído nada más que las exigencias legales a la hora de juzgar sus propios conflictos de interés. Se dijo entonces que mientras los ciudadanos eran libres de ejecutar todo lo que la ley no prohíbe, los funcionarios estaban sometidos a una exigencia mayor, de índole ética. No se trataba de moralizar la política, se agregó, sino de trazar unas obligaciones mínimas, apenas superiores a las legales, a la hora de juzgar la idoneidad y el comportamiento de los funcionarios. Si el funcionario podía verse obligado a elegir entre su propio interés y el público, o si su comportamiento previo parecía inconsistente con el que su cargo demandaba, ello, se alegó reiteradas veces, impedía su permanencia en el Estado”, apostilló Peña.

El académico, entonces, plantea sus dudas: “Si todo eso fue válido durante el gobierno de Piñera, debe ser también válido ahora ¿O no?”.

Para Peña “una regla de conducta que se aplica al adversario, pero no a sí mismo, es simple estrategia, mero cálculo”.

Ahora, bien, señala, “si esa regla se aplica, en cambio, a todos, sin excepción, a los de este lado y a los de allá, entonces posee una índole ética”.

En esa línea, sostiene el columnista, las críticas dirigidas contra la administración Piñera “por los conflictos de interés o el comportamiento pasado de alguno de sus funcionarios ¿eran simple estrategia en la lucha política o se trataba de genuinas exigencias de ética pública?”

En su análisis, sigue Peña, “si se trataba de exigencias emanadas de la ética pública, es decir, de exigencias de conducta imprescindibles para que las instituciones funcionen bien, entonces la Presidenta Bachelet y su ministro de Defensa no tienen buenas razones para mantener la nominación de Carolina Echeverría”.

“El hecho de que su padre sea acusado de violar los derechos humanos la obliga a escoger entre la lealtad a su familia y la obediencia a la ley. No es este, claro está, un conflicto de índole patrimonial como el que se reprochó tantas veces a los funcionarios que abandonan La Moneda, pero es el paradigma de quien debe escoger entre dos obligaciones: la que impone el amor filial y la que impone el deber hacia el Estado. Se dirá que Echeverría ya escogió; pero eso equivale a negar la índole objetiva del conflicto exigiendo de la ciudadanía, y especialmente de las víctimas de la dictadura, una confianza ciega en ella. ¿Qué justifica exigir tanto a las víctimas y tan poco a los funcionarios?”, analogó.

Para Peña, no sólo las conductas ya descritas son suficientes para que Echeverría deje se cargo, también hay otras.

“Después de que Piñera, un Presidente de derecha, denunció la complicidad pasiva en las violaciones a los derechos humanos, se negó a suavizar el trato a los militares implicados en ellas, arriesgando incluso la desafección de sus partidarios, y luego trazó una línea entre quienes apoyaron a la dictadura y quienes no. ¿Cómo explicar ahora que un gobierno de izquierda nomine a una persona cuyo comportamiento pasado en esta materia pareció estar más cerca del pragmatismo que de los principios?”

La duda es legítima, se colige de los argumentos de Peña, ya que si los datos objetivos que manejaba el comando de la Mandataria electa los conocía y aún más aseguró que “nadie se repetiría el plato”, todo indica que es una “porfía”.

Y los estándares con que se juzgará históricamente a la República, sostiene Peña, pueden verse afectados bajo el sino de la historia.

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