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Opinión

4 de Marzo de 2014

Mis años rosa en RN

Fue Presidente de la Juventud de Renovación Nacional, trabajó en la campaña de Piñera y renunció al partido luego que Carlos Larraín decidiera enviar a su hijo a un Congreso de Juventudes de Centro Derecha en Guatemala. Hoy, por esas vueltas de la vida, las oficia de vocero del Movilh. En Renovación Nacional compartió con varios homosexuales, pero se aburrió de la hipocresía de algunos: “homofóbicos en la oficina y unas “reinas” en la disco”, asegura. Acá, su historia oculta en RN.

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Por Óscar Rementería

Estaba cómodamente sentado en el living de mi casa, cuando veo en las noticias que Sebastián Piñera era proclamado como candidato presidencial por el Consejo General de Renovación Nacional, ante la sorpresa de todo el mundo político, pues en esos años el abanderado de la Alianza por Chile era Joaquín Lavín. “!Qué buena!”, pensé, a pesar de toda la historia de Piñera, él representaba un nuevo aire en la derecha, alguien más liberal, más dinámico, incluso más moderno y renovado. Ya llevaba un año o algo más sin participar en política directamente, me había autoexiliado de estas actividades después de la Universidad, donde había sido presidente del Centro de Estudiantes de Geografía, consejero de la FECH y candidato a presidente de la Federación de Estudiantes, todo, por el movimiento “Unidos por la Chile” que agrupaba a derechistas, gremialistas, liberales e independientes que no estaban en la izquierda y su gran abanico de representación universitaria. Ahí conocí a grandes personas y amigos, que hoy ocupan importantes cargos en el gobierno.

Estaba resignado, la vida en el mundo privado se había transformado en una opción incuestionable, lo público no era para mí, hasta que recibí un llamado desde el recientemente formado Comando de Jóvenes por Sebastián Piñera: “Aló, Óscar, ¿cómo estai? ¿Te acuerdas de mí? de la Universidad de Chile.Como sabrás Piñera está en carrera y queremos que te sumes al comando, necesitamos gente que ya ha sido dirigente y coordinen las actividades juveniles del candidato… yapo, anímate”. Lo pensé exactamente 30 segundos y dije “bueno ya!”. Al ingresar a esta área pude observar lo desintegrada que se encontraba la Juventud de RN, no había comunicación entre los distintos grupos regionales, ni menos autoridad o respeto entre ellos; asumí la función de dirigir y coordinar los envíos de material publicitario del candidato.

Durante el desarrollo de esta función conocí mucha gente de Renovación Nacional y simpatizantes que posteriormente ocuparían cargos muy relevantes, incluso en La Moneda. Para entonces yo ya era homosexual asumido en mi círculo cercano e íntimo, pero ninguno de ellos pertenecía ni al comando ni al partido. El principio fue caótico. Nadie sabía nada; desde tratar de conseguir una oficina o encontrar algún número telefónico en provincia. Organizar todo demandó muchas horas del día, la ventaja es que estaba soltero y nadie me cobraba sentimientos al final de la jornada.
A medida que pasaban los días -y conocía más y más personas en la política- más me daba cuenta que la diversidad sexual estaba presente en todas partes, sin excepción.

En la UDI, RN e independientes, la bandera del arcoíris ondeaba de manera discreta. Los fines de semana, como cualquier mortal, salía a tomar algo y bailar junto con mis amigos. En esa época estaba de moda el Bokhara, discoteca gay de Bellavista que reunía a estudiantes universitarios. Innumerables veces tuve que salir casi corriendo de ese lugar al observar a miembros de las juventudes de la Alianza llegar ahí. El problema no era que ellos también fueran homosexuales, lo complicado era aquella pésima costumbre de “delatarte” con tus cercanos -como si fuera una competencia- usando el argumento de “yo estaba con una amiga que va a esos lugares y entonces vi a … bailando con otros tipos…”. Una especie de parafraseo muy usado para evitar que te chantajearan en el futuro con tu pequeño “secreto”. Mejor prevenir que lamentar: ser homosexual era casi una renuncia voluntaria a hacer carrera política. Siempre me porté como un caballero y sólo tuve dos affair en el Comando, o mejor dicho Touch and Go, en Valdivia y en Osorno, ambos con dirigentes de la Juventud RN. En defensa de ambos, debo reconocer que estábamos con algunas copas de más, pero primerizos no eran (uno sabe por qué). Bueno, ambos también pololeaban con mujeres, nunca supe si eran bisexuales o gay de clóset. Tiempo más tarde me enteré que uno asumió públicamente que era gay, pero en EEUU donde residía.

En un partido político uno ve de todo, santos no hay, y eso bajaba las expectativas de la gente, pero seguía molestándome la hipocresía de algunos: homofóbicos en la oficina y unas “reinas” en la disco. Yo, al menos, mantenía mi boca cerrada.

Una vez concluida la campaña, donde evidentemente perdimos, varios miembros del partido me pidieron que postulara a la Presidencia de la acéfala Juventud RN. Honestamente, me sentí contento con el reconocimiento, solo tenía un “problema”. Estaba pololeando, con un varón, quien inmediatamente me apoyó en este desafío, y digo desafío porque en RN el sistema de elección es un militante un voto, incluida la juventud. Por ende tuve que viajar a regiones a reunirme con los grupos locales y solicitarles el apoyo. Ganamos después de una muy competitiva elección, entre los liberales y conservadores. Yo era apoyado por Carlos Larraín y fui catalogado de conservador (las vueltas de la vida….). Formé una directiva nacional que buscó representar todos los grupos internos de la Juventud y el Partido. En algún momento estuvo integrada por 3 homosexuales, sin quererlo ni desearlo, y en el equipo de trabajo se sumó mi pololo (ex). El primer año fue de altos y bajos, buscando generar confianza y armando institucionalidad que era inexistente. La directiva del Partido no me pescaba ni en caída libre, pero eso me permitía tener “carta blanca” en algunas acciones. Acepté una solicitud del MOVILH, a quienes no conocía hasta ese momento, para ingresar a la Comisión Política de la Juventud RN el apoyo al Pacto de Unión Civil-PUC, casi lo mismo que el AVP. Esto suponía que en la eventualidad que la Comisión Política de la Juventud RN lo aceptara, yo, como miembro de la Comisión Política del Partido, debía presentarlo y defenderlo con cada uno de los parlamentarios de RN. Esto significaría, en estricto rigor, un complejo problema al interior de la tienda de Antonio Varas.

El ánimo tampoco era el mejor después de las disputas internas producto de la llamada “píldora del día después”. Entre Carlos Larraín y Lily Pérez se hablaban menos que lo justo y una nueva diferencia de opinión podría significar una trizadura en la flamante “Directiva de Unidad”. A esa altura contaba con el apoyo de los jóvenes liberales, menos formales en las acciones. A pesar de mis expectativas, la solicitud de apoyo avanzó rápidamente y estábamos a una sola reunión de aprobarla. Lamentablemente se enteró Carlos Larraín y un miembro de la directiva nacional de esos años, actualmente también, llamó a los miembros de mi directiva para “pedir” que esa solicitud quedara en nada. A mí nadie me llamó, pues tenía fama de poco negociable.

Estaba emputecido, nunca se entregaría una respuesta a la solicitud. Rolando Jiménez me dejó de llamar cuando se dio cuenta que no contestaba el teléfono a propósito. Me sentí mal conmigo mismo, creía que con esto daríamos un punto de inflexión en nuestra colectividad, pero estaba solo, el resto no siguió apoyando la propuesta, ni aquellos que yo sabía que eran gay. Al parecer era más importante estar “en buena” con Larraín, me sentí traicionado y culpable al no empujar más los límites de lo posible. Hoy me arrepiento de no haber tenido el coraje suficiente de aprobar, contra viento y marea, ese proyecto. A esa altura, mi ex, demostraba en su bello rostro su molestia cada vez que yo decía que estaba soltero, situación que no era cierta, pero no podía asumirlo públicamente sin arriesgar un “hasta luego, muchas gracias”.

En política hay discriminación, incluso hoy, pero no por acción, sino que por omisión. El trago amargo demoró varios meses en desaparecer, ya nunca tuve la misma confianza con muchos y muchas: corderos de un rebaño cuyo pastor gobernaba el partido, ya empoderado de su cargo, y con una chequera de 250 millones de dólares, que cambiaba la cara y los principios de cualquiera, o casi.

Durante un tiempo me fui a México a estudiar un Diplomado Latinoamericano en Gestión Política, becado por la ODCA. Todos mis compañeros de clase eran futuros diputados y dirigentes en sus respectivos países, muchos del Opus Dei; entre ellos un peruano, con quien salíamos casi todas las noches al Barrio Rosa, algo así como Bellavista pero mucho más grande. Él me recordaba la hipocresía generalizada: en las mañanas argumentaba muy pasionalmente cómo la doctrina de la Iglesia debía guiar la política y en las noches tenía que buscarlo en los rincones más oscuros de la disco para llevarlo de regreso al hotel.

Al poco tiempo, ya en Chile, otro altercado con Carlos Larraín sellaría mi renuncia al cargo. El presidente del partido había decidido enviar a su hijo a un Congreso Latinoamericano de Juventudes de Centro Derecha en Guatemala, sin consultarme. Igualmente no podía ir porque la fecha coincidía con un Consejo General del Partido, pero habían tantos jóvenes que anónimamente se sacrificaban por un ingrato partido, que el viaje sería un premio a su esfuerzo. Para RN, sin embargo, era más importante que Manuel Larraín comenzara su participación en política. Carlos Larraín había violentado hasta los reglamentos internos. Decidí entregar mi carta de renuncia después de que él me dijera que hacía lo que quería. Acompañé mi renuncia con una denuncia al Tribunal Supremo que, obviamente, nunca llegó a destino, pues la penalización para Manuel Larraín o su padre, era la suspensión de su militancia.

Al día siguiente, Roberto Ossandón me pidió que almorzáramos juntos, quería convencerme que no me fuera. Él reconocía que mi labor había sido excelente -150 simpatizantes de la Juventud RN inscritos en la USACH no es menor-, pero como siempre dije “mi renuncia no es con elástico”. Claro, para almorzar con él, tuve que ir al Consejo General del Partido y aguantar a Marcelo Muñoz, lamebotas de Carlos Larraín, tratarme de “Maricón”. “Mis años rosas en la derecha” da para un libro, imposible resumirlo en estas páginas. Pero lo intenté.

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