Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

20 de Marzo de 2014

Gira la rueda

El año 1998, cuando nació The Clinic –me dan ganas de decir “recién”-, en Chile no teníamos ley de divorcio, entre otras cosas, como decía toda la derecha y parte de la DC, porque de haberla aumentarían las separaciones. Marie Rose Mc Gill, separada, sostenía que lo bueno para ella, no necesariamente tenía que serlo […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

El año 1998, cuando nació The Clinic –me dan ganas de decir “recién”-, en Chile no teníamos ley de divorcio, entre otras cosas, como decía toda la derecha y parte de la DC, porque de haberla aumentarían las separaciones. Marie Rose Mc Gill, separada, sostenía que lo bueno para ella, no necesariamente tenía que serlo para las grandes mayorías. No eran pocos los tribunos que compartían su poco democrática convicción.

Semanas atrás el diario La Segunda tituló que habían ido disminuyendo los divorcios en el tiempo. No es cierto que la libertad desbande. No es a la fuerza que los hombres nos buscamos. Por esos años recién terminaba de discutirse si correspondían o no las relaciones sexuales pre matrimoniales.

A un senador socialista que volvía del exilio en un país civilizado –Vodanovic, creo que era-, le preguntaron que opinaría si supiera que su hija de 16 años se acostaba con el novio, y contestó que daba por sentado que lo hacía, y saltaron un montón de honorables escandalizados.

Los programas más atrevidos de la televisión transmitían sesudas discusiones en torno al punto. A mediados de los noventa, ciertos curas acordaron que Chile vivía una crisis moral. Uno de los principales enemigos del conservadurismo era el condón. Tati Penna, para epatar, enseñaba a usarlo con un plátano. Eso que hoy consideramos un adminículo sanitario, entonces poseía propiedades demoniacas. A los jóvenes les daba vergüenza comprarlos en las farmacias. Hoy son los reyes de la góndola.

No es cierto que la marihuana sea un gran problema de salud pública. No registra muertes por sobredosis, ni explica violencia intrafamiliar, ni constituye una cifra en las causas de accidentes motorizados. Todas cosas que el alcohol sí, y gravemente. Su combate furioso responde esencialmente a un prejuicio cultural. A algunos enfermos incluso les hace bien, les calma los dolores, mejora el sueño y facilita el hambre, así como un vaso de whisky dilata las arterias del corazón. Otra cosa son los borrachos y los volados, castas para nada admirables, de las que, en todo caso, no pienso hablar mal.

En Chile acaba de ser autorizado el medicamente Sativex, un concentrado de cannabis sativa. La ex directora del SENDA durante el período de Sebastián Piñera, Francisca Florenzano, hizo público que había dejado listo un proyecto para sacar la marihuana de la lista de drogas duras. Durante el tiempo que permaneció en el cargo, cambió de parecer. La evidencia le demostró que penalizarla tan drásticamente producía castigos desmedidos y persecuciones innecesarias, mientras el gran negocio del narcotráfico generaba desgracias inconmensurables.

En Uruguay, Pepe Mujica quiere plantar cáñamo en los regimientos. Parece joda, pero es cierto. El presidente Lagos y Cardoso y otros de su patota están por legalizarla. Que a un adolescente lo lleven detenido por fumarse un pito, comienza a percibirse como un despropósito mayor. Poquísimos padres se allanarían a visitar un hijo en la cárcel por haber cultivado un matorral. Desprovista de su embrujo maligno (la imaginación descontrolada es el terror de los autoritarios), asoma la fuerza de los hechos.

Cuando se pierde el miedo, los cambios ya están en curso. A fines de los años 90, todavía era delito la sodomía. Esta semana el gobierno le puso urgencia al AVP. Pronto será el matrimonio homosexual. Gritos más, gritos menos, la rueda se mueve.

Notas relacionadas