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Cultura

25 de Marzo de 2014

Algo más que pop

La literatura pop (o híper moderna) desecha el pasado, lo clásico, sin precaución. Obstinada, ignora sus lecciones. Esas veces en que el pasado es tomado en cuenta, cuando por alguna necesidad se vuelve hacia él, es apenas para recodificarlo como pop, como moderno. No digo nada nuevo si me refiero a lo pop como el […]

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La literatura pop (o híper moderna) desecha el pasado, lo clásico, sin precaución. Obstinada, ignora sus lecciones. Esas veces en que el pasado es tomado en cuenta, cuando por alguna necesidad se vuelve hacia él, es apenas para recodificarlo como pop, como moderno. No digo nada nuevo si me refiero a lo pop como el eterno retorno al presente. Esta tendencia (¿Cosmovisión? ¿Ideología?) representa ciertamente el movimiento de la juventud, de la energía y la falta de remilgos. El mundo no tiene espaldas y la única dirección posible es adelante. Ese vértigo de la experiencia, de la instantánea, también tiene límites. Desoír por completo el pasado es irresponsable. Los errores de ayer se repiten hoy, siendo evitables. La reflexión es también inmediata, generalmente paródica y no conduce a la tranquilidad sino que más bien perpetúa el movimiento. De más está decir que estas no son categorías fijas; hay tiempo para la energía y tiempo para pensar. Los maestros de la literatura, por lo general, piensan con energía, o bien de la velocidad de la experiencia extraen máximas, lecciones, saberes pertinentes para una vida, llamémosla, feliz.

Pero la sujeción al pasado también existe, y también es una tendencia dominante. El pasado es una cascada inagotable que a todos toca y cría y engrandece. Es Dios y la magnitud, lo inamovible y lo severo, lo que es grave y estable.
Álvaro Bisama, antes identificado con esta tradición de lo pop, ha suavizado y modificado su estética. Quizás dejó de ver Chile sólo como un país de monstruos, o tal vez nada más atenuó esa mirada, agregando dimensiones productivas a su manera de entender. Delimitó la localización de sus novelas, apretó los argumentos, olvidó un poco el apocalipsis. Modificó aspectos idiosincráticos de su estilo con buenos resultados: “Estrellas muertas” es su mejor novela, “Ruido” le sigue y, ahora, “Los muertos”, su primer volumen de cuentos, consolida la noción de este, digamos, nuevo Bisama.

“Los muertos” no trata precisamente de la muerte sino de algo más genérico en donde cabe la muerte, así como tantas otras cosas: el cambio de estado. “Noize”, el relato más largo del libro, narra velozmente el tránsito de un joven sin una estructura familiar sólida a la normalización social que prepara e incentiva la universidad; el paso de la violencia al orden. En “Muchacha nazi”, quizás el mejor de todos los cuentos, el nazismo es una herencia que solo viene a socavarse cuando la vergüenza social impele a la protagonista a evaluar in situ sus creencias. “Arena negra” es una historia de oportunidades y de locura, pero también una mirada pacífica a los bajos fondos: es un bolero del hampa con acordes milenaristas.

Uno de los elementos que hay detrás de la prosa a veces recargada y la multitud de metáforas “pop” es una estética de la iniciación y la aventura: jóvenes que van camino de la madurez y resienten ese pasaje (tal como ocurre, por nombrar a un autor chileno, en la obra de Fuguet); pertenencia a subgrupos que están, algunos, en contra de la sociedad tal cual es (es el caso de los okupas), y que ingresan al espacio político desbaratando los símbolos de la democracia liberal, como la propiedad; la música, o la banda sonora, es agresiva (todas las modulaciones del punk, todas las variaciones del metal, las formas más agrietadas de la vanguardia tipo “noise”) y no admite pertenencias suaves. En “Los muertos”, y en las dos novelas anteriores de Bisama, hay un ejercicio bastante sofisticado de apropiación, que es en realidad también una manera de representar como los grupos marginales ocupan estéticas del pasado para definir su identidad. Grupos que están al margen de la respetabilidad social e invocan los modelos pasados de aislamiento para justificar su realidad.

Hay cuentos que están de más: “Remix”, “Pozo” y “Death metal” son cortos, un par brevísimos, y no son más que especies de banderas flameantes del estilo de Bisama antes que cuentos acabados. Su presencia no debería empequeñecer los méritos de “Los muertos”. El precio de entrada de un libro de cuentos se paga con un buen cuento, y aquí hay por lo menos tres.

Ficha:
Los muertos
Álvaro Bisama
Ediciones B
2014
150 páginas

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