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Opinión

3 de Abril de 2014

Cara de nana

¿Qué quiere decir “cara de nana”? Para los que no están al tanto, eso fue lo que un lote de caras pálidas le gritaron a Anita Tijoux en el mega concierto de Lollapalooza. La expresión, usada como insulto, es rara. “Nana” se supone que es el modo dulce de tratar a una empleada doméstica, aunque […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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¿Qué quiere decir “cara de nana”? Para los que no están al tanto, eso fue lo que un lote de caras pálidas le gritaron a Anita Tijoux en el mega concierto de Lollapalooza. La expresión, usada como insulto, es rara. “Nana” se supone que es el modo dulce de tratar a una empleada doméstica, aunque “nana”, en realidad, sea una empleada domesticada. Bajo esa fórmula, lo que debiera ser un oficio que genera una relación contractual como cualquier otra, queda sometido a las manipulaciones de un afecto fingido.

Es una manera de familiarizar cierto estado de esclavitud moderna, o al menos de subyugación extrema, tan contrario a todo predicamento democrático, que para soportarlo hay quienes lo prefieren disimular. Se parece a llamarle “popó” al culo y “cacuca” a la mierda, como si así oliera menos. Gritar “cara de nana” a manera de insulto, es tan alambicado como patear a un perro tratándolo furiosamente de “cachupín”. Pero por mucho que se trate a un perro de “cachupín”, sigue siendo perro, así como todo indica que por mucho que se le llame “nana”, para el rico chileno, la empleada sigue siendo un ser inferior.

Los que gritaron ahí, mostraron la hilacha. Ratificaron que no siempre los buenos modales son admirables. Pudieron escupirle “¡rota de mierda!” a una de las artistas más talentosas de la plaza, pero en su lugar le llamaron “cara de nana”, como tendrían que haber hecho, de cantar ahí, con Violeta Parra. Se trataba de niñitos bien hablados, y mal criados. La Anita Tijoux, dicho sea de paso, es particularmente atractiva, pero para estas criaturas isleñas y deslavadas, sólo hay belleza en lo que se les parece.

Chile sigue siendo un país extremeñamente clasista, pero ahora, a diferencia de años atrás, este tipo de arrogancias perdieron su gracia. La Tijoux les contestó, como una dama, que lejos de insultarla, llamándole así la engrandecían. Un roquero de antes los habría mandado a la concha de sus madres. Los hubiera tratado de fetos, de ratas, y capaz que se hubiera bajado los pantalones para mearlos desde el escenario. De pronto eché de menos quitarle el polvo a la lucha de clases, pero se supone que somos una empresa colectiva. Que, como reza un cartel de la CPC: “Es hora de trabajar unidos, sin rencores, sin divisiones; es hora de trabajar por la patria y sus hijos”. Se supone que debemos cuidar el crecimiento y las buenas maneras. Las reformas, al interior de la familia, se deben hacer con cautela, para que no chillen los maleducados ni se harten las nanas. No sea que un día de estos nos pongan mala cara.

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