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Nacional

3 de Abril de 2014

Doctor a dos lucas

A las 10 de la mañana se abren las puertas. Afuera, en la intersección de Bandera con Santo Domingo, unas 7 personas comienzan a hacer fila. La consulta atiende por orden de llegada y a casi pura población migrante que, según cifras del Departamento de Extranjería y Migración del año 2012, se empina sobre las […]

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A las 10 de la mañana se abren las puertas. Afuera, en la intersección de Bandera con Santo Domingo, unas 7 personas comienzan a hacer fila. La consulta atiende por orden de llegada y a casi pura población migrante que, según cifras del Departamento de Extranjería y Migración del año 2012, se empina sobre las 352 mil personas. Peruanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos y unos cuantos chilenos se relevan cada 15 minutos dentro de una estrecha sala de espera con apenas tres asientos.

-Ya es suficientemente difícil hacer lo que una hace, ser peruana discriminada y además tener alguna enfermedad que no te atienden. Por lo menos aquí nadie pregunta nada- comenta en silencio Javiera, una prostituta peruana indocumentada que asegura haber tenido problemas para atenderse en consultorios. Ahora es su turno de ingresar a la consulta.

El próximo en la fila es Mario Nunjar, un peruano que vive hace 5 años en Chile, trabaja en un laboratorio químico, tiene todos sus documentos al día y está en Fonasa. Si está aquí, asegura, es porque lo atienden rápido y la consulta es barata. Más barata que un paquete de cigarrillos. Apenas cobran dos mil pesos. “Acá me mandan a hacer exámenes a lugares donde no cobran mucho y la medicina la compro aquí al lado, ahora vengo para que me den una licencia para el trabajo, me golpeé la espalda”, agrega.

El caso de Nunjar es excepcional. La mayoría de los pacientes que acuden a esta consulta son inmigrantes ilegales que llevan poco tiempo en Chile. “Cuando se enferman los que están ilegales, sufren. Muchos mueren sin atención médica. Hacemos colectas entre los compatriotas, así juntamos plata para repatriarlos y que los entierren allá”, agrega Nunjar. Hace 4 años este ciudadano peruano vivió una experiencia similar en carne propia. “En una oportunidad fui al consultorio a verme un problema grave y no querían atenderme, tenía que tener un carné. Averigüé por una amiga que podía ingresar como indigente y ahí me atendieron. Si no, me hubiese muerto esperando en el consultorio”, recuerda.

Situaciones aberrantes con pacientes extranjeros no es primera vez que suceden. El lunes 7 de abril del año 2008 Bernardita Vega, una ciudadana peruana de 32 años, dio a luz a su hijo en uno de los baños del hospital San José. El sumario duró ocho meses y nadie resultó culpable.

Desde el año 2009, sin embargo, el ministerio de Salud garantiza el acceso de extranjeros al sistema público; sin embargo, este privilegio es sólo para afiliados o beneficiarios de Fonasa con documentos al día o en trámite. Los extranjeros ilegales –precisamente los que acuden a esta consulta- solo tienen derecho a atención de emergencia. O sea, son recibidos solo cuando están en situaciones extremas o a punto de morir. Cualquier otro tratamiento deberán hacerlo en un establecimiento privado, pagando el costo total de consultas, exámenes, medicamentos y hospitalización si es que es necesario.

El doctor Paul Cardoso, quien atiende en la consulta, también es extranjero. Desde que llegó de Ecuador, hace 6 años, que trabaja en la misma consulta de la calle Bandera. “Cuando van a la posta les piden documentos chilenos y no tienen, tampoco tienen plan de previsión. Acá les pedimos cualquier documento que tengan, vienen principalmente por el precio”, cuenta.

La consulta atiende en dos turnos de 6 horas cada una que cumplen sagradamente dos doctores. Los fines de semana la rotación es de 3 médicos. Cada uno atiende alrededor de 25 pacientes diarios y con el costo de la consulta financian su sueldo. Las consultas cuentan con una camilla, un escritorio y un estante con algunos remedios y herramientas médicas, y no son mucho más grandes que la sala de espera. Los lunes es el día con más demanda porque se atiende gratis.

“Atendemos solo enfermedades, no damos certificados ni licencias. Para ese tema somos muy estrictos, por el valor de la consulta cualquiera podría venir a buscar una, lo mismo los estudiantes que quieren certificados porque faltaron a una prueba”, explica Cardoso.

El doctor siente que este trabajo es una labor social. “Se van muy agradecidos, no pueden creer que esto sea una consulta privada, hay que ayudar a la gente. Estar solo fuera de tu país es difícil y estar enfermo es aún peor”, dice.

En las consultas no se hacen procedimientos de ningún tipo, por razones de infraestructura e higiene. Además, no cuentan con médicos especialistas. En caso de ser necesario, los pacientes son derivados a otras consultas de bajos precios recomendadas por los mismos doctores. Muchos pacientes han terminado en operaciones por cáncer de próstata, apendicitis, pre infartos y otros, luego de un certero diagnóstico otorgado en la consulta y la oportuna derivación a un servicio de urgencia.

A la consulta, asegura Cardoso, también llegan muchos chilenos. Uno de ellos, que prefiere omitir su nombre, está apoyado en el marco de la puerta esperando tratarse una amigdalitis. “Estuve 7 años en Cruz Blanca y nunca me enfermé, les debo haber dado unos 9 millones de pesos y cuando me quedé sin pega los hueones me dijeron que les debía plata. Ladrones. Me cansé de las Isapres”, denuncia molesto.

“Yo vengo para acá y me cobran barato, para los exámenes me mandan aquí mismo en Bandera a donde otro doctor que también me cobra barato, Bandera es súper económico”, explica el mismo paciente chileno. “Lo que pasa es que Chile cayó en la jungla del neoliberalismo, ya no importa realmente la salud sino llenarle los bolsillos a los dueños de los grandes consorcios”, agrega. Ahora es su turno de entrar a la consulta.

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