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Opinión

4 de Abril de 2014

El negro Jorquera

Al entrar, la primera mesa a mano izquierda en Las Lanzas estaban el Carlos Jorquera y José Miguel Varas. Llega la mesera con una botella de cabernet sauvignon, que beben los cinturones negros; los cinturones de menor jerarquía –Óscar Barrientos y yo- pedimos cerveza. Hablo de cinturones porque entramos saludando casi japonesamente a quien considerábamos […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Al entrar, la primera mesa a mano izquierda en Las Lanzas estaban el Carlos Jorquera y José Miguel Varas. Llega la mesera con una botella de cabernet sauvignon, que beben los cinturones negros; los cinturones de menor jerarquía –Óscar Barrientos y yo- pedimos cerveza.

Hablo de cinturones porque entramos saludando casi japonesamente a quien considerábamos casi un héroe. No sé si Jorquera se acordará de esos dos marineros rasos que éramos nosotros, yo al menos me acuerdo perfecto. Así como los camarógrafos jamás se dejan filmar, los médicos jamás hablan de medicina en un cóctel, así como los poetas se niegan a leer en público, los periodistas como el Negro Jorquera detestan las preguntas y las entrevistas. Lo saben todos los que lo han intentado entrevistar y que se topan a cada rato con un “no opino de eso” “yo no hablo de ese tema nunca más”, “no pongas eso”.

Yo me sentí cómodo por dos cosas: por que José Miguel Varas era un caballero de tomo y lomo y porque el Negro Jorquera me pareció exactamente igual a los viejos del barrio donde me crié en Independencia: chucheta, con pocas ganas de acordarse de eventos dolorosos, corto de genio y de palabra, con ganas de echar la talla en vez de sentirse protagonista de la historia, como efectivamente fue. Yo no pertenezco al mundo político como para hacer un retrato o un documental, pero me pareció un viejo demasiado familiar, me hizo pensar que la Unidad Popular era realmente popular y me sentí como en una picada de Independencia. Tuvo un programa de TV cuyas imágenes me encantaría ver y una biografía impresionante.

Salió en el último grupo de La Moneda bombardeada y tuvo una cueva infinita cuando el general Rafael González Verdugo lo reconoce porque “salía en la tele” en un programa político que se llamaba “A ocho columnas” y le perdona la vida.

Qué apellido, Verdugo. Luego se cambia a Berdugo, sí, el responsable, junto a otros de la tortura y muerte de Charles Horman, un documentalista y escritor neoyorquino demasiado importante como para que la CIA y los milicos chilenos lo dejaran vivir. Hay documentos que se pierden en el pasado y eso me provoca muchísima angustia (por eso leo poetas y narradores que no lee nadie) Por ejemplo, y esto no es un detalle, debe andar por ahí el guión de la película de animación infantil El ladrón del sol que escribió Charles Horman en Chile. Yo publicaría eso, y haría la animación para darle continuidad al trabajo de ese grosso y también como homenaje a este periodista demasiado importante como para que la CIA y los milicos chilenos lo dejaran vivo.

Eso pensaba mientras estábamos los cuatro machos en la mesa. Hablamos de la calle Maruri, en donde vivo yo, y donde Jorquera vivía, antes que yo naciera, a una cuadra.

Trato de llevar la conversación por ahí ¡No le voy a preguntar cómo fue cuando lo interrogó el director general de la CIA! Ni en pedo. O del otro infinito cuevazo: conoció a Luisinchi cuando era exiliado en Chile. Posteriormente Luisinchi llega a la presidencia de Venezuela, luego visita Chile y le pide a Pinochet que le den un buen trato al prisionero Jorquera, asistencia médica en el Hospital Militar y que lo manden a Venezuela.

No hago preguntas, pero empiezo a constelar la historia de las Américas mientras tratamos de hablarle con respeto y tratar de sacarle algunas historias a Jorquera, pero a todo responde “¡No! ¡Quién te dijo esa güeá! ¡Dónde leyó eso que me dice!” Ninguna positiva de todos los intentos que hacemos, sobre todo el narrador Óscar Barrientos Bradacic, que sabe más de historia que yo. Y encima era medio sordo ¡Cómo! ¡No le escucho! ¡Estoy viejo por la conchesumadre! José Miguel Varas tratando de arreglarla, como caballero, de encauzar el diálogo.

En un momento opté definitivamente por quedarme callado, no había caso. Medio como para caerle en gracia, Óscar le dice que “ Aristóteles España comentaba que en Dawson, Fernando Flores ya mostraba cierta… ambigüedad política”. A lo que Jorquera contesta indignadísimo “Mire, ¡ninguno de mis compañeros en Dawson hizo jamás una chuecura, son todos íntegros!” (hombría al estilo viejo de Indepe). Creo que fueron demasiadas botellas, y luego empezó a decir cosas como “Brindo dijo un no sé qué”. Esos brindis súper trasnochados y fomes, exactamente igual que los viejos de Indepe. Nos despedimos esa vez, la última vez con José Miguel Varas y la única vez con Jorquera, que siguieron conversando como dos viejos cualquiera (de Independencia!).

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