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Opinión

7 de Abril de 2014

Nuestra conversación constituyente

Hace un año, la entonces recién llegada candidata Michelle Bachelet presentaba públicamente su primer Comando. Caras jóvenes y ciudadanas aparecían como una señal de los nuevos aires que debería tener la campaña. Un mes después, los partidos que conformaban y conforman la Nueva Mayoría inscribían sus listas parlamentarias sin definición de candidatos en primarias, lo […]

Javiera Parada
Javiera Parada
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Hace un año, la entonces recién llegada candidata Michelle Bachelet presentaba públicamente su primer Comando. Caras jóvenes y ciudadanas aparecían como una señal de los nuevos aires que debería tener la campaña. Un mes después, los partidos que conformaban y conforman la Nueva Mayoría inscribían sus listas parlamentarias sin definición de candidatos en primarias, lo que resultó un fuerte batatazo a los claros lineamientos de procesos participativos que desde la candidata y su comando se habían entregado al equipo programático y a la ciudadanía.

Cuatro días después de cerrada la posibilidad de las primarias parlamentarias, en un centro cultural y con la participación de Cristián Cuevas, Giorgio Jackson, Gabriel Boric y Pedro Cayuqueo, entre otros, se lanzaba la campaña Marca tu Voto. Esta iniciativa ciudadana convocaba a los electores a hacerse parte del proceso electoral, no sólo para elegir al próximo Presidente y Congreso Nacional, sino para también manifestar de manera pacífica y legal, la necesidad de que la nueva Constitución de Chile fuera elaborada a través de un proceso participativo y democrático, cual es una asamblea constituyente.

Esta iniciativa se unió a una larga lista de movimientos que desde los albores de la transición, e incluso ya desde los años de la dictadura, claman por una Constitución construida no sólo en democracia, sino a través de un proceso que recoja las distintas sensibilidades, miradas, modelos, identidades y culturas que conforman Chile. Entre ellas podemos encontrar la Iniciativa por el Plebiscito, encabezada por Carlos Ominami y Manuel Antonio Garretón, así como el Movimiento por la Asamblea Constituyente de Gustavo Ruz.

El año pasado se convirtió, así, además de en un año de elecciones, en un momento constituyente único en la historia de nuestro país.

A las iniciativas políticas y sociales, se sumaron propuestas y razones técnicas de juristas que a lo largo de Chile y desde el extranjero, explicaron que la mejor manera para redactar el texto que debe ser la casa de todos, es un proceso participativo, democrático e institucional; o sea, una convención constituyente. Al mismo tiempo, artistas y comunicadores sociales de todas las tendencias políticas, e incluso sin candidatos presidenciales, se sumaron con sus artes y oficios a contarle al país cómo la Constitución tiene relación directa con la vida cotidiana de todas y todos los que habitamos Chile.

El debate ocupó las editoriales de los diarios, los programas de televisión y radio; y claramente, como nunca antes, la conversación constitucional tomó carne y cuerpo más allá de las conversaciones de la élite política, de las escuelas de derecho y de la izquierda constituyente. Empresarios, partidos y movimientos políticos que abarcan desde los sectores liberales hasta la nueva izquierda y diversos movimientos sociales, se manifestaron a favor de la causa constituyente, como un ejercicio democrático y republicano que Chile se debe a sí mismo.

Entre la primera y la segunda vuelta, el movimiento político Revolución Democrática —en el cual milito— hizo un llamado público a votar por Michelle Bachelet. Junto con ello, Revolución Democrática le entregó formalmente, a la candidata, una propuesta llamada la “Vía Institucional para una Asamblea Constituyente”, la que consiste en la modificación de los artículos 15 y 32 de la actual Constitución, para habilitar constitucionalmente al o la Presidenta de la República a convocar a un plebiscito para preguntarle al pueblo de Chile si la manera de redactar el nuevo texto constitucional debe ser a través de una convención constituyente, una comisión de expertos o una comisión bicameral, entre algunas de las posibilidades que se han presentado en público. Esta propuesta ha sido difundida y ya cuenta con el apoyo de diversos sectores políticos, tanto en el oficialismo como en la oposición. Ella consiste en plasmar en normas jurídicas la posibilidad del ejercicio democrático más básico y relevante: consultar al pueblo de Chile cómo quiere trazar su camino constitucional.

Y así es que, un año después de comenzada la campaña presidencial, nos encontramos con un gobierno instalado, que aún no define su ruta constitucional, pero que en materia de reformas políticas ha dado importantes y alentadoras señales. La principal de ellas, anunciar que este año la prioridad será la modificación del sistema electoral binominal, condición imprescindible para convocar a una convención constituyente en un contexto democrático no tutelado.

La ciudadanía ya se manifestó, nada más comenzado el gobierno, en una movilización que lo que dejó claro es que los nuevos aires de práctica ciudadana llegaron para quedarse, bajo distintas formas, demandas y colores.

Siguen surgiendo y fortaleciéndose los movimientos a lo largo del país que abogan por un proceso inclusivo, democrático e institucional, que nos dote por fin de una Constitución donde todas y todos nos podamos reconocer. Se amplían las plataformas de trabajo constituyente, superadas las normales y sanas competencias electorales que marcaron el año pasado.

En los próximos meses, el país podrá conocer propuestas concretas de modelos de asambleas constituyentes, lo que debería dar paso a una nueva etapa de discusión, que debiera incluir a sectores sociales, económicos, políticos y culturales, cada vez más amplios.

El desafío, entonces, sigue estando en ampliar la conversación constituyente y dotar de institucionalidad a una demanda ya instalada, que aboga por una mejor y más sana democracia.

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