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Opinión

14 de Abril de 2014

Martín Erazo, director de la Patogallina: “La cultura es un bien de salud pública”

En Independencia hay un galpón lleno de máscaras, partes de escenografía y viejas butacas de madera, en una de ellas está sentado Martín Erazo, hace 18 años director de la Patogallina, un hito del teatro chileno. Con montajes como “El Húsar de la Muerte”, “1907” o el “Extranjero” se han convertido en un referente cultural con más de siete complejas obras montadas con elenco estable y tres bandas musicales, además de una serie de documentales que son presentados itinerantemente. Todo esto confluirá en Matucana 100 desde el jueves 3 de abril con motivo del cumpleaños del colectivo artístico. Aquí, Erazo cuenta la historia de La Patogallina y critica duramente las restrictivas oportunidades para el desarrollo del arte en Chile.

Simón Espinosa
Simón Espinosa
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¿Cómo surge el colectivo?
El año 1996 hicimos un espectáculo que se llamaba “Sangre de Pato”, con música en vivo, bien extremo: era improvisado, había escenas donde tirábamos huevos al público, cortábamos cabezas y salía sangre que le saltaba a la gente, bien al choque. La obra no tenía un guión establecido, cambiaba con el tiempo. Después de un mes y medio montando, fuimos a un festival en Buenos Aires, ahí nos dimos cuenta que había mucha gente trabajando con una estética parecida, pero con un nivel profesional y pensamos que se podía hacer. Así surgió La Patogallina.

¿Por qué se llama “La Patogallina”?
Después de Buenos Aires, decidimos hacer un grupo y cuando tuvimos la reunión para ponerle nombre, alguien se acordó que había visto un rayado en la calle que decía “Patogallina”. En esa época estaba Aylwin, y el rayado hacía alusión a que Aylwin no había querido tener un debate con Hernán Büchi, entonces era como “Patricio gallina… Patogallina”. El rayado estaba hecho con brocha y pintura negra aquí en una pared de Recoleta, duró hasta pasado el 2000… nunca le sacamos fotos –ríe-.

¿Cómo es la selección de temas en el colectivo, de dónde salen?
Generalmente yo propongo los temas porque me los he encontrado. Hace un tiempo me fui a vivir un año a Isla de Pascua y me llevé una videoteca de cine chileno, una de ellas era “El Húsar de la Muerte”, cuando la vi dije “esta huevá hay que hacerla”, volví con la idea y la montamos. Después fuimos al norte con esa obra y allá la gente nos habló de la matanza de Santa María de Iquique y pensamos que había que hacer algo con eso, investigamos y salió.

Una de las cosas más particulares que tiene la Patogallina es el uso de la escenografía; los actores usan objetos que tienen un valor escenográfico y después otro totalmente distinto. ¿Cómo se llega a eso?
Así como en el cine hay un montón de elementos dramáticos, yo pienso un teatro en que el espacio es un elemento dramático máximo. No se trata solo del actor, hay que mirar el texto, la imagen, el objeto y el espacio. La transformación del espacio es parte de la historia. La escenografía se va probando en los ensayos, con cartones y papeles y esa materialidad se va transformando en efectos. Es un proceso de manipulación e imaginación en torno al objeto, de darle distintas significaciones.

¿Cómo ves al teatro en Chile?
No sé para dónde va. Hay gente como nosotros que quiere levantar compañías a la antigua, en que todos hacen de todo y somos independientes, pero al mismo tiempo, hay gente que salta de un proyecto a otro y son nada que ver. No logro hacer una lectura general, no veo que haya cohesión. No hay un circuito cultural establecido, pero como compañía tendría que ser muy mezquino para no reconocer el público que tenemos, tenemos un público enorme y todo el tiempo que llevamos, ellos han sido un alimento. Nuestra relación con ellos es vital.

¿Qué te parece que en Chile el arte dependa de los Fondart?
Nosotros también funcionamos con Fondart, estamos dentro de la misma dinámica. Me cuesta creer en que el Gobierno vaya a cambiar eso, no veo un plan a largo plazo. Chile está en una etapa de apagar incendios. Por ejemplo: nosotros hacemos teatro escolar y en ese rubro te puedes dar cuenta del nivel amateur que existe, es el primer contacto que tienen las personas con el teatro y es pésimo. Eso es un problema del ministerio de Educación, si hubiesen estándares de cultura para los niños que están en el colegio y se asociaran con compañías profesionales, el cuento sería otro. Lo de los Fondart no me parece un mal sistema, pero no debiese ser el único.

La obra “Extranjero” contiene una fuerte crítica en la forma cómo los europeos trataron a los indígenas. ¿Tú trasladas esa crítica a la manera en que el Estado chileno trata a los mapuches?
Sí, por supuesto, no es sólo una crítica para los europeos, sino para nosotros que estamos invadidos por el mundo occidental y no hemos sido capaces de leer a los pueblos indígenas ni somos capaces de negociar. El Estado chileno trata este tema a través de la ignorancia, el occidental ve al mapuche como un indígena tratando de ser occidental y no termina de entender que hay una realidad distinta y que se puede vivir de otra manera. El mundo occidental trata de imponer su sistema y desde ahí negociar.

¿A dónde quieren llegar?
Queremos tener un gran centro cultural propio, donde podamos crear e investigar, hacer nuestras obras y apoyar a otros grupos, pasándoles salas para ensayos de teatro callejero y popular. En Europa muchos espacios abandonados son entregados a movimientos culturales independientes, pero acá no hay una comprensión de la capacidad de los grupos independientes, no se cree que ellos puedan sostener espacios, agrupaciones, movimientos ni proyectos, hay paternalismo. No se puede hacer proyectos a largo plazo, nosotros llevamos 18 años trabajando y si nos proyectamos a 10 años, vamos a seguir postulando a fondos, esa huevá no tiene sentido. El arte es a largo plazo, un trabajo de artesanía. Hay que entender los tiempos.

¿Qué te molesta de Chile?
La falta de reconocimiento de los artistas, la cultura sigue siendo un arte programático, de tercer orden. Aunque se produzca cultura de alto nivel de forma masiva, no se ha logrado instalar un discurso, la idea de que la cultura es un bien de salud pública. A Chile le falta reconocer que el arte no es un objeto de consumo, el arte no debiese poder separarse de la vida, debiese estar en la planificación del país. Y si no se reconoce al artista chileno es porque las cúpulas de poder no han estado en sintonía con la cultura.

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