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Opinión

17 de Abril de 2014

La catástrofe de mi amor

VALPO HIPERVISIBLE Metí el pie en un hoyo que más bien era una canaleta que no tenía la rejilla de protección; esto fue en Melgarejo, detrás de la Intendencia. Casi me fracturé y quedé maltrecho, con una herida bastante notoria y con una rabia que me hizo ir al hospital a constatar lesiones para hacer […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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VALPO HIPERVISIBLE
Metí el pie en un hoyo que más bien era una canaleta que no tenía la rejilla de protección; esto fue en Melgarejo, detrás de la Intendencia. Casi me fracturé y quedé maltrecho, con una herida bastante notoria y con una rabia que me hizo ir al hospital a constatar lesiones para hacer la denuncia contra el municipio maldito, aunque probablemente este le eche la culpa a Serviu.

Luego me topé con la muerte de Sergio Buschmann e intenté reflexionar sobre un episodio del que la ficción debiera hacerse cargo en mejor forma que la historia política. La épica, la construcción del archivo resistencial, el fracaso político, la torpeza revolucionaria y la soberbia comunista, son temas que se me cruzan. Y, por supuesto, el arrojo y el coraje. Pero nada hacía prever la amenaza de lo que oficialmente ya había pasado, los incendios forestales. Otra catástrofe silenciosa posibilita la tragedia porteña, la sequía, de la que poco se informa.

Me encontraba en Santiago por motivo de una reunión familiar, un amigo me llama por lo del incendio de Valpo. Me vuelvo lo antes posible. Las catástrofes son hermosas, hay que decirlo. Viendo esta cagada no dan ganas de buscar culpables porque no es lo que interesa. Este desastre nos va a cambiar radicalmente. La lógica indica que ese Valparaíso que creíamos que habitábamos ya no es el mismo y nunca más lo será. La ciudad parece devastada, inundada de cenizas, recorrida por tropas y las sirenas de los carros de bomberos.

Chile le lleva endémicamente la catástrofe y, sin duda, es la genuina identidad de esta remota tierra. Ese es el auténtico patrimonio, la intangible ruina de nuestros corazones doloridos. El quiebre trágico de la continuidad. No puedo dejar de validarla estéticamente y me avergüenzo por eso. El objeto de contemplación, en este caso, es un cordón de cerros encendidos, amenazantes. Me siento obligado como operador de escritura a ser buitre y escribir de lo escribible. En este caso tenemos un territorio y un paisaje natural que nos devuelve constantemente el dato de realidad, su ruina posible. Y la piedad se me antoja como el sentimiento más hermoso de la tierra, y no quiero culpar a los políticos ni a los funcionarios municipales, no porque no lo sean, sino porque la culpabilidad no sirve de nada, porque es un capital inútil o que sólo existe cuando impera la neurosis de angustia del poder. Y ahora eso está suspendido hasta nueva orden, uno sólo quiere atender a los suyos. Ni siquiera siento desprecio por los poetas.

Incluso uno de ellos ya tenía incluida en su obra el valor simbólico de estos incendios, me refiero al poeta Eduardo Correa.

Simplemente no podemos seguir siendo los mismos. La catástrofe es aquello que por definición nos saca de la ruta de lo habitual o de las regularidades discursivas. Yo sólo puedo ver el llanto de un niño que recuperó a sus mascotas, luego de que el fuego retrocedió un poco. Obviamente que le temo al espectáculo mediático. Pero nosotros somos diferentes, no somos como los metropolitanizados que lo politizan y lo mediatizan todo, al menos es una sensación.

TERRITORIO
Todos sabemos que ese estruendoso límite constituido por la Avenida Alemania o el camino cintura complotó contra el Valparaíso histórico, privilegiando al Valpo de la especulación inmobiliaria y patrimonial. Hace poco conversaba con un amigo arquitecto y veíamos la necesidad de atender, al menos intelectualmente, el tema de ciertos habitantes que vivían en los cerros y que se manejaban o circulaban con tracción animal, caballos y mulas. Y esa persistencia de modos de habitabilidad, nos imaginábamos poéticamente, debía estar incorporada al Valpo de hoy. Esto me surgió como una brutal evidencia cuando un colaborador del taller buceo táctico me llama para contarme que acaba de pasar por la Plaza O´Higgins y había visto un niño con dos caballos que había tenido que bajar de la parte alta de un cerro siniestrado para protegerlos.

Una catástrofe como esta es el fracaso de la noción dudosa que tenemos de Chile. Dicho de otro modo, es el desprecio estructural del Chile institucional contra el Chile cliente del municipio. Un vecino de arriba, mucho más clarito que todos nosotros, decía algo potente, que no se pueden tener bombas de bomberos sólo en el plan. Yo le hubiera respondido a aquel vecino que muchas veces los bomberos en este país son una entidad cuyo valor simbólico y social es superior a la funcionalidad para la que están destinados. Para qué tenemos esa cagada de parlamento ahí donde está, si en los cerros el país oficial desaparece, a pesar del anonimato histérico de Iván Fuentes.

En la jerga politiquera del Valpo se utiliza la expresión “tener cerro”, haciendo referencia a la capacidad de los operadores políticos para manipular las necesidades de sus habitantes. En estas situaciones proliferan como callampas después de la lluvia en un bosque de pinos, así como también vemos a los agentes mediáticos (sobre todo de la tele) haciendo su negocio que tienen que ver con la visibilidad in situ.

Por otro lado nos estamos llenando de Marcelos Lagos expertos en riesgos, todos con mucha experticia académica, pero sin poder de decisión política. Sabemos que los mercaderes de la noticia están fascinados, igual que con el terremoto del norte. Son cosas que ocurren fuera de Santiago, eso de ciudades bombardeadas que padecen nuestra solidaridad invasiva.

Lo importante es que hay un habitante solidario, vecino, estudiante o trabajador que se movilizó y que hizo lo suyo. Estuvimos en el parque cultural clasificando ropa y acopiando alimentos y, como en muchas otras partes ocurrió lo mismo, ese capital asociativo es clave para la reconstrucción de la ciudad.

Las autoridades deben atajar a la especulación inmobiliaria y política que siempre está al acecho, porque para ellos, lo más probable es que la única lógica posible es la de un proyecto tipo Paz Froimovich. El mito urbano local, siempre conspirativo, culpa de los incendios de Valparaíso a una nebulosa de intereses jerárquicos en que el municipio no puede estar ausente.

Siendo general después de la batalla (que aún no termina) sólo se puede decir que si bien esto no pudo ser evitado, pudimos tener un sistema de manejo de la emergencia basado en los protocolos de prevención, pero todos sabemos que no es prioridad política. Pareciera que el incendio era inevitable, pero la catástrofe es política. Más aún, la lógica política ama la catástrofe, porque la administración de la misma le pertenece.

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