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Opinión

6 de Mayo de 2014

Vladimir Safatle, filósofo político: “La izquierda tiene vergüenza de ser izquierda”

Nació en Chile y aunque no vivió más que unos meses acá, sus ojos siempre han estado puestos en el desarrollo político de este país. Convencido de que el gobierno de Allende sigue siendo un modelo para Latinoamérica y de que la izquierda debe reapropiarse de sus ideas más radicales, Safatle vino a Santiago invitado por la UDP a presentar un pequeño, pero controvertido libro “La izquierda que no teme decir su nombre”.

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
Por

*Fotografía: Cristóbal Olivares.

El 10 de septiembre de 1973, Vladimir Safatle salió de Chile en brazos de sus padres. Ambos brasileños, habían llegado hasta este país luego de que al padre de Safatle, miembro de la guerrilla brasileña, lo atrapara la policía. Luego de una negociación fue obligado a abandonar Brasil y decidió venirse a Chile, en pleno gobierno de Salvador Allende.

-Él estaba muy encantado con la posibilidad de ayudar en la construcción del socialismo acá, cuenta el filósofo sobre, su padre.

Safatle nació en Chile en junio de 1973. Un día antes del Golpe, él y su familia estaban saliendo del país.

-Le he preguntado a mi padre por qué justo ese día. Me ha dicho que ellos sabían que venía un golpe, que era cosa de días, que él estaba muy preocupado por la situación.

En Brasil estuvieron hasta 1979 ilegales. Los sistemas de información brasileños no eran muy buenos, dice Safatle. Su madre no tenía problemas para estar en el país y fue quien trabajó para mantener la casa.

Pero Safatle volvió a visitar Chile recién el 2003.

-Fue una experiencia muy impresionante en lo personal, porque yo intentaba reconstruir un poco los lugares de la historia personal y aquellos lugares fueron destruidos. En otro sentido, creo que la experiencia de Chile durante el gobierno de Allende fue muy importante no solamente para el país, sino para toda América Latina.

¿Por qué?
-Creo que fue la única experiencia de la izquierda mundial de un gobierno de socialismo que intentó hacer una especie de compromiso con la democracia representativa. Creo que esta experiencia continúa siendo una experiencia para reflexionar. De alguna manera, creo que fue muy temprana y que recuperaremos esta experiencia en un momento del futuro. El gobierno de Allende sigue siendo un modelo muy fuerte, no solamente por la izquierda latinoamericana sino mundial, porque era una especie de tercera vía, no era un socialismo a la cubana, con un partido fuerte y sistema autocrático que ha resultado en una revolución popular en estado de decadencia. Tampoco era un modelo de burocracia como el este de Europa, sino un modelo de socialismo un poco libertario y muy marcado por experiencias colectivas, como los cordones industriales. Cosas que fueron muy importantes.

¿Cómo has visto el devenir del país luego de la dictadura; con la transición, los gobiernos de la Concertación?
-Yo creo que la historia de Chile ha comenzado de nuevo con las grandes manifestaciones del 2011. Hay una gran historia de manifestaciones populares, de personas en la calle, y esta manera de presionar al gobierno para crear un sistema más justo de servicios públicos como la educación y la salud creo que es un paso que todos los países de América Latina debiesen dar. En Brasil es un problema muy fuerte también, porque nosotros no tenemos educación pública. Tenemos, pero es muy muy mala y muy injusta también. La salud es la misma cosa. Esta fue la razón por la que tuvimos grandes manifestaciones el año pasado. La cuestión fue exactamente la misma, un Estado no es capaz de dar servicios públicos que puedan garantizar una política de igualdad social; porque, por ejemplo, los impuestos son muy injustos. Como en Chile, en Brasil los ricos no pagan impuestos, lo clásico. Si en Chile la sociedad se muestra capaz de tener la creatividad política para resolver esos problemas, para mí es claro que esto va a aparecer una vez más como un modelo para otros países sudamericanos.

¿Cómo ves a la izquierda chilena de hoy?
-Yo creo que Chile fue un laboratorio para la transformación de una gobernabilidad entre una cierta izquierda y una cierta derecha. La estructura de la Concertación, fue intentada en otros países. Fue un gran modelo para Brasil. Me acuerdo de muchas discusiones donde se decía que el modelo chileno era el mejor porque era de gran estabilidad. No creo que sea un modelo de estabilidad, pero sí de inmovilidad, porque hay cosas que nosotros podemos administrar, pero hay demandas populares que no pueden ser escuchadas en este modelo de coalición. Mi impresión ahora es que la política chilena no puede continuar más con este modelo de grandes coaliciones, porque hay cuestiones que no pueden ser escuchadas en este tipo de modelo, por ejemplo el tema de los impuestos, y me gustaría saber cómo se va a desarrollar la cosa. Porque nosotros también tenemos una situación muy semejante, nos tentamos hacia gobiernos de coalición. El gobierno de Lula fue un gobierno de gran coalición, todas las alianzas del gobierno fueron con partidos de derecha. Esto ha creado una inmovilidad muy grande en las transformaciones sociales. Ahora estamos intentando encontrar una experiencia política diferente.

Esas coaliciones implican muchas transas.
-Claro. No solamente en cuestiones vinculadas a la economía, también en cosas vinculadas a las costumbres. Tenemos problemas, por ejemplo, con el matrimonio homosexual y la cuestión del aborto. Pero no es posible poner esos temas al interior de las coaliciones, porque el gobierno ha creado una coalición donde se encuentran, por ejemplo, pastores evangélicos hiper conservadores. Con esta situación no es posible avanzar.

LA VERGÜENZA
¿Qué opinas de Michelle Bachelet?
-Creo que si ella se muestra con un poco de sensibilidad política estará obligada a hacer un gobierno muy diferente al primero. Pero yo no sé hasta qué punto será capaz de hacer esto. Hay un proceso que no es solamente chileno de fortalecimiento de estructuras políticas no partidarias y no institucionalizadas. Por ejemplo los sindicatos, las asociaciones, las manifestaciones más populares. Hay una especie de espontaneidad de manifestaciones que muestra que hay un gran espacio no institucional de la política. Si este espacio no institucional ni partidario gana fuerza, entonces la estructura de la representación política va a cambiar. En estas situaciones los gobiernos se verán obligados a ir de otra forma.

¿Cuáles crees que son los problemas de la izquierda hoy en América Latina? ¿Hacia dónde debería avanzar?
-Creo que el problema más importante es que la izquierda tiene vergüenza de ser una izquierda. La izquierda ha hecho un movimiento muy semejante, por ejemplo, al de la socialdemocracia europea, que fueron partidos que empezaron como partidos capaces de escuchar sectores menos desfavorecidos de la sociedad, como los trabajadores operarios, pero hoy son partidos que simplemente administran igual a la derecha las imposiciones de grandes sistemas financieros. Es una izquierda a la que le da vergüenza hablar con palabras de izquierda. Por ejemplo, si tú dices “este es un problema de conflicto de clase”, la misma izquierda te va a decir, esto no existe más.

Es como mal visto.
-Sí, mal visto. Pero el problema de los impuestos es un clásico conflicto de clases. En ese sentido creo que la izquierda debe celebrar que hay una obligación política de mostrarle a la sociedad que podemos pensar no solamente en la economía de otra forma, sino en una organización de la vida, de la sociedad, de otra manera. Todas las experiencias que han hecho en Uruguay en estos años respecto a cambios de la estructura de la vida, con cuestiones que tocan a las personas en lo cotidiano. Creo que la izquierda latinoamericana debe terminar con esta ilusión de que puede gerenciar de una manera más humana una política neoliberal. Porque esto fue lo que ha hecho durante veinte años.

Lo que ha pasado en Chile también. ¿A eso se debe el nombre de tu libro, entonces?
-Sí. Ha llegado el momento para la izquierda de decir de manera muy clara cuáles son los valores fundamentales de una política de izquierda. Me parece que hay tres valores que son absolutamente centrales. El igualitarismo económico, social y cultural, que no significa una homogenización social sino la posibilidad de una situación donde la riqueza pase a circular de una manera ecuánime; ampliación de los derechos a sectores más desfavorecidos de la sociedad y la creación de un espacio de indiferencia cultural, donde todas las diferencias culturales pueden aparecer, pero no son politizadas. Porque hoy vemos como la politización de la cultura se ha transformado en nicho del desarrollo de toda la derecha mundial. La derecha en el mundo, por ejemplo la europea, es una derecha cultural que se sirve de cuestiones de diferencia cultural para ganar espacio político. En esta circunstancia la mejor cosa que la izquierda puede hacer no es jugar el mismo juego sino insistir en que hay una posibilidad de pensar la sociedad no más como un conjunto de diferencias, sino como una creación continua de diferencia cultural.

En Chile y en Brasil tenemos conflictos con nuestros pueblos originarios. En ese sentido ¿cómo se integra esta diferencia a un proyecto de izquierda?
-Creo que es una cuestión muy importante. Es verdad, para los brasileños los indígenas son como personas que no existen. Son completamente invisibles. La peor cosa sería decir que en esta incorporación hay una diferencia muy grande de valoración entre ellos y nosotros. Debemos conservar esta diferencia. Creo que hay un trabajo muy importante de constituir un espacio de diferencia común, que significa que estas personas ganen visibilidad. No como un grupo con la que hay una distancia muy grande en relación con mi grupo, sino como un grupo completamente vinculado a la propia posición. Es decir, no los veo como la expresión de la diferencia, sino como -puede parecer un poco postectructuralismo aplicado a la política- un espacio de mí mismo que yo no puedo más que mirar. En ese sentido la proximidad cuenta más que la distancia.

No estás de acuerdo con las políticas multiculturales.
-Pienso que fueron una invención neoliberal para pensar el problema de la diferencia en la sociedad. Creo que podemos hacer algo más interesante. Las políticas multiculturales son organizadas de tal manera como si uno dijera, ¿hasta qué punto una sociedad puede soportar una diferencia?. Esa es la base de la política multicultural, porque siempre es una política de exclusión. Siempre hay un elemento o un grupo que es excluido porque tenemos ese espacio de organización de la diferencia. Pero las personas que no reconocen ese espacio, esos valores, que no hablan nuestro lenguaje, no pueden jugar el juego de la diferencia. Por eso toda sociedad multicultural típica, como los Países Bajos, es hoy una sociedad de exclusión radical, de extrema derecha. Lo interesante hoy es preguntarse cómo estas sociedades tolerantes y multiculturales se desarrollaron como sociedades de exclusión, muchas autoritarias en relación con ciertos grupos, como los árabes, musulmanes. Es una contradicción interna del concepto de multiculturalismo. La izquierda puede formarse un concepto mucho más potente, radical, de hacer expresión de la diferencia. Es pensar la sociedad preguntándose cómo en cada diferencia radical podemos encontrar las mismas demandas y los mismos deseos de constitución de un reconocimiento. Siempre es muy fácil reconocer a quienes hablan como yo, pero yo diría que esto es la violencia más brutal, decir, ok, yo te puedo escuchar, pero primero habla mi lenguaje. Todas las sociedades multiculturales tienen una característica muy fuerte, son sociedades que nunca integraron políticamente a los grupos más desfavorecidos. No es posible integrar a la población si no hay integración política en el sentido de dar espacios de decisión política. Si no es así no hay integración alguna.

Habría que avanzar entonces hacia ideales de izquierda más universales.
-Sí, creo que todos los ideales nacionalistas de izquierda no hacen más sentido. Nuestro gran desafío es constituir un pensamiento de izquierda posnacional.

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