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Opinión

8 de Mayo de 2014

La chacota

De pronto, al escuchar como algunos se quejan del actual gobierno, pareciera que estuviéramos en medio de una revolución. Pero yo no he escuchado nunca a la presidenta hablar de revolución. Según entiendo, el gobierno recién electo no ha puesto jamás en duda el sistema de mercado. Ningún maniático se quiere perpetuar en el poder. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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De pronto, al escuchar como algunos se quejan del actual gobierno, pareciera que estuviéramos en medio de una revolución. Pero yo no he escuchado nunca a la presidenta hablar de revolución. Según entiendo, el gobierno recién electo no ha puesto jamás en duda el sistema de mercado. Ningún maniático se quiere perpetuar en el poder. Sólo aseguran despreciar la historia reciente unos pocos fanáticos refundacionales con problemas de ego, y, en sus fantasías, los ejércitos enemigos de unos cuantos despechados.

El ministro Arenas, es cierto, ha sido torpe. Unos dicen que se creyó con el juego ganado antes de mostrar las cartas. De los contenidos detallados de su proyecto de reforma, muy pocos sabían algo. Parece que pecó de soberbio. Aclaro que no estoy refiriéndome a ninguna de las medidas concretas de la reforma tributaria, sino al modo en que las concluyó y las expuso. Hoy día, la sociedad chilena, no baja el moño ante las recetas de los iluminados.

Ya estamos de acuerdo en que las arcas fiscales necesitan más dinero. Lo reconocen liberales y conservadores de ambos sectores. Algunos lo dicen sin creerlo, pero lo dicen. Arenas, de pronto, se enamoró de su receta más que del guiso esperado.

Lo que a la presidenta le importa, supongo, es tener los 8200 millones de dólares extras para empezar a cambiar la educación en Chile y subir el estándar de algunos servicios sociales. Como ella es de izquierda, no cree que esto lo vaya a resolver la oferta y la demanda.

Debe importarle, también, que esa plata salga principalmente de los que tienen más, porque como no es para ella, sería ridículo que quisiera redistribuir quitándosela a los más pobres. Como si fuera poco, a todos nos interesa promover un ambiente de inversión. Hace años que no escucho a alguien despotricando contra el capitalismo en serio. De pronto aparece uno haciéndose el interesante, pero el sentido común lo pone rápidamente en la vitrina de las excentricidades, de manera que si alguna de las medidas de la reforma tributaria contradice los principios antes dichos, lo evidente sería esperar que sus responsables la corrigieran.

El asunto, sin embargo, no es tan sencillo. La derecha dura es despiadada y acá tiene todavía mucho poder. Para ella, todo cambio implica un desagrado y una derrota. No les gusta que los contradigan. No les conviene. Tienen, como si fuera poco, los medios de comunicación, y los han aprovechado hábilmente para barrer hacia adentro a cierta laya de concertacionistas resentidos.

Su oposición, en todo caso -la de estos viejos concertacionistas-, sirve de contrapeso. Es sano ver a la DC parada en la hilacha, porque quiere decir que aquí no es tan fácil hacer lo que a uno se le da la gana. La verdadera revolución de Bachelet consiste en tratar de introducir una nueva clase dirigente. El problema es que decidió liderar este relevo generacional junto con la promesa de cambios que requieren sabiduría, y el asunto, en realidad, es insoluble, porque a esos que tienen la sabiduría, les falta el ánimo transformador, y viceversa.

La asonada mediática ha sido impresionante. Defender la reforma se ha vuelto de mal gusto. La clase media, según una encuesta reciente, ya se compró que iba en su contra. Escuché a alguien decir el otro día que por culpa de la reforma no podría comprar más en el supermercado sus desinfectantes. Para explicarlo, metió el FUT. Otra amiga, izquierdista, me dijo con preocupación que le cobrarían un impuesto especial por arrendar una casa.

Ya se hacen chistes con que estamos en otra Unidad Popular. Cierto prestigioso columnista, este fin de semana, advirtió acerca de los peligros de estirar mucho la cuerda, como si los golpes de Estado debieran ser un dato de la causa. La insensatez se apoderó de la discusión. Si en La Moneda se taiman, aumentará la camotera. Cuando los hermanos pelean, el que se pica pierde. Es momento de que el gobierno haga de padre de familia. Poner calma en medio de la pelotera, y comunicar a los niños revoltosos que, por el bien de todos, la próxima parada será en Curicó, donde podrán desaguar tranquilos. Como no hay padre de familia, deberá hacerlo la madre superiora. Dicho sea de paso, comienza a brillar por su ausencia.

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