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Cultura

10 de Junio de 2014

Golpe Militar: La bandera de Cuba y los libros quemados en la calle

La obra de la periodista Patricia Matus de la Parra constituye una reconstrucción narrativa de episodios claves en el posicionamiento de Clotario Blest como personaje principal de la historia del movimiento obrero chileno, permitiendo constatar la enorme deuda pendiente que se tiene con su historia. En el día de su lanzamiento, que se desarrollará este martes a las 20 horas en el Archivo de la Biblioteca Nacional, publicamos el extracto de una de sus crónicas.

Por

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El 11 de septiembre de 1973 las calles aledañas al Palacio de La Moneda levantaron un cielo de humo negro. Las pupilas se dilataban al despegar la vista, mientras las narices se inundaban de una picazón que terminaba en llanto. Las ametralladoras hacían la sinfónica más triste y angustiante en aquellos años donde la esperanza popular ocupaba por fin un lugar en el Ejecutivo. Los militares se tomaban Chile entero al mando del general Augusto Pinochet. Mientras, al interior de La Moneda, el presidente Salvador Allende era atravesado por dos balas, ahí por dónde antes sus palabras aclamaban que se abrirían las Grandes Alamedas al hombre nuevo. Desde las afueras del Sindicato de Panificadores, Clotario Blest observaba cauto. Era el inicio de su nueva lucha: la defensa de los derechos humanos.

Por Patricia Matus de la Parra T.

La clave era la más efectiva para avisar si estábamos en peligro. Radio Corporación haría una selección intercalada de dos canciones correspondientes a cumbias y tangos. Las orejas pegadas y el corazón en la mano. Hasta que a las ocho de la mañana del 11 de septiembre, el radio controlador se enfrentaría a la combinación más angustiante y fatal de canciones: cumbia, tango, cumbia, tango, cumbia, tango, cumbia, tango, cumbia. Desesperación. “Juan Hernán” corre a la sede del Partido Socialista (PS) y rompe a su paso con todos los papeles donde el partido ostentaba su transparencia, pues tenían el nombre de hombres y mujeres que, de saberse sus letras, dejarían éstas mismas estampadas en los cementerios del país y en los futuros carteles de detenidos desaparecidos.

“Juan Hernán” se reuniría más tarde con algunos de sus compañeros en la intersección de la calle Aysén con Vicuña Mackenna a esperar instrucciones. Así lo haría también un grupo de miristas (partidarios del Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR) bajo el liderazgo de Miguel Enríquez.

Clotario se encontraba en su casa. Aún no salía camino al sindicato de panificadores a desayunar, como era su costumbre. Militares se acercaban a paso firme a su morada ubicada en la calle Ricardo Santa Cruz, comuna de Santiago. En su interior, el Momio -un perro grande y amarillo apodado de esta manera porque, según Clotario, engordaba cada día más sin trabajarle un peso a nadie- comienza a ladrar ferozmente, sus gatos suben a los techos y sus palomas -que comen las últimas migajas de pan de ayer- desatan su vuelo entremedio de la higuera ubicada en el patio. Los militares entran violentamente, agarran sus libros, su bandera de Cuba, lo sacan a la calle y comienzan a quemar sus cosas con goce. Son militares jóvenes. Algunos se ríen, otros son presionados. Los vecinos salen de sus casas, gritan que lo dejen. Se acerca un oficial mayor, los espanta a todos, le pide disculpas fervientes a Clotario. Nadie le levanta la voz a la historia.

Clotario observará lo sucedido con calma y con desafío. No es la primera vez que le ocurre algo así y sabe que todo a partir de ese 11 de septiembre será aún peor.

Los estoicos

“José Hernán”, “Sergio”, “Eric”, “Guillermo” y “Francisco” son compañeros en el Liceo 10 (actual Liceo A-13, Confederación Suiza), tienen 15 años y todos los días se van conversando a la salida de la calle Lira con Diez de Julio sobre la revolución. Lo que ocurrió en Francia durante mayo del ‘68 aún les parece una locura y les permite soñar: “¡Tiene que replicarse acá! ¡Tenemos que organizarnos: poder popular, acción popular, compañeros!”. Son la generación del ‘60 y están rodeados de artesas, amarillos y momios. Quieren cambiar el mundo, pero en serio. Hace unos meses pertenecen al Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER), los hijos chicos del MIR.

Una mañana, “Sergio” -quien vive cerca del Liceo- llega emocionado: “Compañeros, un vecino mío dijo que nos puede presentar a Clotario Blest. ¡Don Clota!”. Se emocionan y deciden partir todos juntos, pero “Guillermo” les recuerda que no han picado la enorme cantidad de papel que necesitan para hacer los esténciles con la propaganda de izquierda. Así que deciden llevar los materiales, los harán después de visitar a Blest. Caminan hasta la calle Ricardo Santa Cruz, y se animan a tocar la puerta. Los recibe un hombre de una estatura no comparada con su poder social: pelo canoso, barba muy corta. Les sonríe -a pesar de su fama de mal de genio-, pues Clotario siempre ha depositado la esperanza obrera en los estudiantes; por eso los deja pasar. Se sientan en una banca ubicada en el patio. La conversación fluye y Clotario les cuenta de su vida: de sus inicios en el grupo Germen , de su vida cristiana, de la creación de la CUT, de la importancia de pertenecer al Partido de los Trabajadores y a ningún otro. Los cinco estudiantes quedan maravillados, más aún cuando se les permite ver sus libros; sus fotos con el Ché y con Fidel. Con el pasar de las visitas se darán cuenta que Blest cuenta con un ansiado mimeógrafo. Una máquina que les permitirá hacer sus esténciles. De ahí en más, llegaran siempre con y sin resmas de papel.

El día del Golpe, Los Estoicos estaban en distintos lugares de Santiago. “José Hernán” es el único que cuenta que se encontraba en la calle. El resto no lo revelará, les incomoda que alguien les pregunte dónde estaban, es como si volvieran a los tiempos de dictadura. Ellos se paralizan y optan por el silencio. Lo que sí son capaces de decir es cuando se reencontrarían nuevamente con Blest.

“¡Don Clotario!”. El líder sindicalista se dirige rápidamente a la entrada de su casa y entra. “Guillermo” mira para los lados y cruza escabulléndose en la mampara. “Clota” ha dejado la puerta entreabierta. Desde que se inició el golpe, Clotario refugia a quienes puede y a quienes se atreven a entrar a su hogar. Está constantemente vigilado. “Guillermo” suda, lo mira con desesperación y en medio de la conversación le pregunta: ¿Don Clotario, de quién es la culpa? Blest lo mira y responde: “de los trabajadores que han dejado que esto ocurra”.

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Clotario Blest y la Lucha Obrera

Autora: Patricia Matus de la Parra

Año edición: 2014

Editorial: Quimantú

$2.500 en librería Proyección y Sarri Sarri

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