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Opinión

23 de Junio de 2014

Memorias de un actor sin pituto. Capítulo 3: Pancho Melo

Sacándome el maquillaje frente al espejo, la reflexión fue que el personaje resultó convincente. No hubo miedo escénico esta vez. Al contrario. Me gustó verme vestido de Charles Chaplin. El bigote postizo ayudó. Y creo que Dominga quedó contenta. Eso decía su cara. Creo. Fue distinto a la primera vez. Después de ese día inaugural […]

Antonio Reyes
Antonio Reyes
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Memorias_Largo_2s

Sacándome el maquillaje frente al espejo, la reflexión fue que el personaje resultó convincente. No hubo miedo escénico esta vez. Al contrario. Me gustó verme vestido de Charles Chaplin. El bigote postizo ayudó. Y creo que Dominga quedó contenta. Eso decía su cara. Creo.

Fue distinto a la primera vez. Después de ese día inaugural estaba tan borracho, que no hubo mucha concentración para pensar. Ahora sí. Tenía varias inquietudes. La principal, fue a propósito de una pregunta que me hizo. La pregunta típica. ¿Por qué eres actor? La miré a los ojos unos segundos y le dije que para la próxima le respondería. Hace ya algunos años que pienso que hay que tomarse un tiempo para responder esa pregunta. Luego se mandó un monólogo sobre los actores que le gustaban en Chile. Pancho Melo era su favorito. Según ella, el que más le transmitía emociones en las teleseries. Pensé que me estaba hueviando. Pero no. Era fan de Pancho Melo. Fan en serio. Lo seguía en el teatro también. Confesé que nunca lo había visto en las tablas. Para qué iba a mentir. Me miró decepcionada, y me enrostró que para un actor era una omisión grave no haber visto a Pancho Melo en el teatro. No importa. Que te saquen en cara una deuda en tu rubro tiene una cosa buena. Te motiva a saldarla. Al menos para mí.

Me despedí y quise darle un calugazo, pero me corrió la cara. No te pases películas, los besos se los doy a mi marido, aunque no sean muchos últimamente, lanzó con una sonrisa hueona. Me fui de su casa pensando en que mientras la tuve sobre mí, no me había dado ni un solo beso en la boca. Me dejó con las ganas.

Como buen actor soy buen caminante. Me amarré bien los zapatos y me puse a caminar con el cheque en el bolsillo. Las 500 lucas de las dos primeras tandas. Recién lo podría cambiar al día siguiente, pero igual me sentí como si la tuviera en efectivo.

Me largué de Plaza Italia hasta el Barrio Yungay. La hice corta. 40 minutos. Cansado y sudoroso, me eché en una banca y me empezó a doler el cuello. Sabía que mi falta de ejercicio iba a asomar pronto en estos días. Estaba muerto. No quise pararme ni siquiera a tomar un poco de agua. Quizás por el agotamiento fue que me volvió a la cabeza la pregunta de por qué soy actor. También volvió la imagen de Pancho Melo, con su peinado de siempre, con su mirada de siempre, con su sonrisa de siempre. Un “¡buena conchetumare!” interrumpió mi trance. La frase era familiar. Buena po conchetumare, volví a escuchar. La voz de Armando Menares era inconfundible. Tres años sin ver al Flaco y aparecía justo allí, en la Plaza Yungay, el mismo lugar donde nos solíamos encontrar antes que partiera a Puerto Montt. Nos dimos un abrazo y me pegó un paipe. Como solía ser, se le pasó la mano. Se lo devolví con malicia. Siempre tení que quedar con el último golpe culiao, me dijo. Nos cagamos de la risa y nos fuimos a una banca donde llegara menos sol. Nunca nos gustó el sol.

¿Por dónde comenzábamos? Difícil. Era tanto lo que había que conversar, que seguramente la tarde se haría corta. Partí por contarle que finalmente me había titulado de actor y que estaba trabajando en un proyecto teatral “especial”, como puto. Se cagó de la risa. No di detalles. Ya habría tiempo para eso. Él se embaló y me empezó a contar con su dispersión habitual, lo que había pasado desde que se retiró de Sociología en la Chile, hasta su trabajo como encuestador para una consultora. Estaba inspiradísimo, pero no podía seguir aguantándome. Necesitaba saber qué pensaba un tipo como Menares, de aquello que me estaba atormentando. ¿Qué opinai de Pancho Melo hueón?, pregunté. Me miró y se rió escandalosamente. Siempre con tus preguntas culiás, ya, vamos a tomar una chela mejor, me dijo y se paró de la banca. Nada que hacer. El tormento seguiría.

Lea también los otros capítulos:

El Momento.

Dominga.

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