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Nacional

24 de Junio de 2014

La señorita Luisa y su curso de 12 mil habitantes

Luisa Tamayo estudió en las extintas Escuelas Normalistas y dejó su Santiago natal para enseñar a leer en la escuela rural de Codegua, un pueblo que no aparecía en el mapa y de donde llegó a ser regidora. Después del ‘73, fue perseguida por militante y educadora. Luisa se salvó de la dictadura; la educación no.

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Luisa Tamayo (78) hace clases en el mismo pueblo desde los años 50. Donde quiera que va, la saludan con un “¡Señorita Luisa! ¿Se acuerda de mí? Yo fui alumno suyo”. En 1976 esa anécdota llegó al extremo. Dormía con su marido y la puerta sonó con golpes fuertes. Eran los militares. Con la vista vendada y junto a otros secuestrados, los llevaron a un terreno baldío. Los golpearon y les aplicaron electricidad. “Me preguntaban cosas, de mi marido, de mí. Fue terrible. Me aplicaron corriente en las manos. Me hacían tomar unos alambres con corriente y yo los soltaba altiro y el militar me retaba qué se imagina, tómelos de nuevo. Entonces yo le digo ¿por qué me trata tan mal si usted no me conoce? Y él me dice, no te vengas a hacer la linda, porque yo te conozco. Y cuando habla, yo le conozco la voz. Ése había sido alumno mío”.

Luisa ha dedicado más de 50 de sus 78 años a enseñar a leer a los estudiantes de Codegua, un pueblo chico y algo olvidado en la Sexta Región. Con sus 12 mil habitantes, no destaca por sus méritos escolares. Es la única escuela pública para varones en Codegua y Luisa Tamayo se esmeraba para que estos pequeños aprendieran cosas que sus padres campesinos nunca pudieron.

Luisa se formó en las ya extintas Escuelas Normalistas, que poseían un método de formación de profesores cuyos ejes están vigentes en países como Finlandia: una profunda vocación de ingreso, complementada con clases teóricas y prácticas desde los primeros años de formación. En la Escuela Normal de Luisa, la pedagogía se impartía en seis años a jornada completa, con práctica observada desde el primer nivel. Era educación pública, gratuita y de calidad, en palabras de Luisa, características que hoy ella ya no reconoce en Chile.

Aunque está jubilada, en el 2012 la invitaron a nivelar a niños de primero a sexto año que no sabían leer. Como profesora especializada en alfabetización, que incluso desarrolló su propio silabario, la situación era terrible y ejemplificadora de las carencias de un modelo educativo que progresivamente se ha instalado en las aulas chilenas. Los profesores, piensa ella, no enseñan porque en realidad ellos mismos reciben una pésima formación. Para Luisa, giros como la municipalización, el lucro y el cierre de las Escuelas Normalistas en pos de que cualquier institución pueda impartir la pedagogía, han mermado el sistema educativo, lo que se puede reconocer en un gesto tan sencillo como que niños de diez años no tengan idea de cómo se hace una letra manuscrita.

Como buena profesora, Luisa no es adinerada. Nunca lo ha sido, sus padres también fueron profesores. En su casa de niña en Santiago Centro, se comía lo que había y siempre se hablaba de política, de arte, y de educación. Su niñez la pasó dibujando y jugando a ser profesora con su hermana gemela, Odilia. Fueron nueve hermanos en total y la necesidad obligó a la mamá de Luisa a dejar de trabajar y convertir su casa en un colegio de nueve alumnos. De los nueve hermanos, siete se convirtieron en profesores.

Luisa entró a la Escuela Normal de Recoleta con su gemela. Egresó a los 21 años y le costó encontrar trabajo. “Un día me encontré con una profesora de la Escuela Normal y me dice, mijita, ¿todavía no empiezas a trabajar? No, le respondo, es que no he encontrado dónde. Me ofrecen algo en Codegua, pero no sé dónde queda, no he podido encontrarlo en el mapa. Y ella se larga a reír y me dice, pero si yo soy de Codegua, mijita”.

PUEBLO CHICO
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Era el año 58 y Luisa se instaló en una pensión. Quería tener un perfil bajo, no quería pololear ni hacer vida social, quería dedicarse a enseñar. No había pasado un año y la profesora ya estaba involucrada en la formación de centros culturales y en una escuela para alfabetizar a los apoderados de su colegio. Pero pueblo chico, infierno grande, Luisa encontró su primer enemigo: un latifundista que no veía con buenos ojos que sus peones aprendieran a leer. Entonces trató de sacarla del camino de diferentes formas.

-Yo no sabía, pero incluso le pagó a jóvenes para que me sedujeran, porque en esa época, si una no estaba casada y se embarazaba, perdía el trabajo- recuerda Luisa.

Entre los muchos jóvenes que se le acercaron, la abordó Ismael Mena, huaso de campo, siete años menor que ella y que no terminó el colegio. “Yo sé que usted no quiere pololear, por eso yo me quiero casar con usted”, le dijo. Después de cortejarla por un tiempo, comenzaron a pololear y en menos de un año Luisa e Ismael se casaron. Tuvieron tres hijos y un matrimonio que duró hasta la muerte de Ismael, hace un par de años. Sin sospecharlo, la honesta admiración y afición de Ismael por Luisa sacó del camino a los huasos que perseguían a la profesora por la plata del latifundista.

En sus más de 40 años de casados, se apoyaron mutuamente. Luisa le enseñaba y celebraba la naturaleza inquieta de Ismael, que reparaba la casa y aprendía oficios con facilidad. Él la estimuló siempre, incluso cuando Luisa, durante la primera campaña presidencial de Allende, dejó atrás su hermetismo político y se lanzó como regidora de Codegua. Fue electa con la primera mayoría y desde entonces no sólo estuvo a cargo de enseñar a leer en la escuela pública, ahora estaba dentro del grupo que podía decidir sobre cuestiones más profundas. Se pavimentaron calles, se creó alumbrado público y se propuso la iniciativa que más la enorgullece: promover que Codegua se separara de Graneros y fuera una comuna independiente. El año 70 fue reelecta. El dueño del fundo se indignó todavía más. “Este pueblo se volvió puro comunismo”, dijo antes de abandonar el pueblo para siempre.

Ésa era la Luisa de 1973, profesora de escuela pública, regidora por el partido comunista y con fama de preocuparse por Codegua. Aunque el latifundista nunca más la molestó, en el año del golpe aparecieron nuevos problemas en su vida.

El mismo año 73 detuvieron a Ismael. Ella, por miedo a represalias mayores, prefirió entregarse. Dejó a sus hijos con su suegra e ingresó a una prisión custodiada por monjas en Rancagua. Como eran convictas políticas y no comunes, la relación con las monjas era más horizontal y menos violenta. “A los tres meses me dijeron que me iban a liberar. Me llevaron a la intendencia y estuve allí por horas, sin comer y con un milico haciéndome burla porque no aparecían mis papeles, lo que significaba que yo iba a desaparecer. Buscaron por horas y finalmente llega el milico y me dice, Señora Luisa, sus papeles no aparecen, pero le vamos a dar la libertad por una sola razón: sabemos de muy buena fuente que usted está embarazada. Pero la embarazada, en realidad, era mi hermana gemela”. Ese futuro sobrino, sin saberlo, salvó a Luisa de la desaparición.

Luisa bajó el perfil, pero la dictadura encontró nuevas formas de hacerse presente. “Después de salir de la cárcel, también me sacaron de la escuela. Tomaron a un profesor que trabajaba en una escuela particular y le dieron a él mi lugar en la escuela pública. Fue tan humillante. Tenía que ir a pie al colegio privado, ocho kilómetros de ida y ocho de vuelta, todos los días durante seis años. Menos mal que era buena para caminar”.

Mientras Luisa padecía la dictadura en lo cotidiano, Pinochet tomaba decisiones que repercutían a nivel nacional. La municipalización, que profundiza la brecha entre colegios de comunas ricas y pobres; el incentivo a la privatización de la educación superior, que tiene como consecuencia una enorme cantidad de universitarios endeudados, entre otros antecedentes, que explotaron en las demandas estudiantiles de 2006 y 2011.

Los años en que Luisa enseñó a leer a los hijos de los peones en la escuela pública de Codegua coinciden con el período en que los gobiernos chilenos tuvieron una política de Estado cuya meta era la alfabetización de las clases más pobres del país. Luisa recuerda: “siempre trabajé con cursos numerosos, con muy buenos resultados. La prueba está en que muchos de los niños que yo enseñé siguieron en la universidad. Ahora no se conocen niños que sigan estudiando acá en Codegua. No hay”. Hoy, Luisa y el modelo educativo que la formó están jubilados. Ella lo hizo voluntariamente; con la educación, en cambio, fue una cuestión forzosa.

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