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Nacional

7 de Julio de 2014

Exagente británico revela detalles de ayuda chilena en guerra de Malvinas

Episodios inéditos de la colaboración de Chile con el Reino Unido durante la guerra que enfrentó al país europeo con Argentina hace más de tres décadas por las islas Malvinas revela un veterano oficial de la Fuerza Aérea británica en un libro próximo a publicar.

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Episodios inéditos de la colaboración de Chile con el Reino Unido durante la guerra que enfrentó al país europeo con Argentina hace más de tres décadas por las islas Malvinas revela un veterano oficial de la Fuerza Aérea británica en un libro próximo a publicar.

Es el relato del exoficial Sydney Edwards en las páginas de “My Secret Falklands War”, sobre su papel como agente secreto en Santiago, en 1982, para obtener la colaboración de la aviación chilena en el espionaje a las fuerzas militares argentinas, reproducido esta semana parcialmente la revista Qué Pasa.

Al inicio de su misión en Chile, Edwards cuenta que tomó contactó casi de inmediato con el entonces jefe de la Fuerza Aérea de Chile (FACH), Fernando Matthei, padre de la excandidata presidencial de la derecha en las pasadas elecciones, Evelyn Matthei.

“El general Fernando Matthei (…) me ofreció cooperación dentro de lo político y de lo diplomáticamente posible. Enfatizó la necesidad de mantener el secreto”, narra el exagente.

“Obviamente el general Matthei era un hombre pragmático y sabía (…) que si Chile no nos ayudaba en la guerra, después los argentinos caminarían derecho a tomar las islas del canal de Beagle”, agrega al conflicto que años antes había tenido a Chile y Argentina al borde de la guerra por la posesión de unos islotes en ese canal subantártico.

Edwards continúa su relato describiendo el apoyo de la aviación chilena. especialmente el uso de un radar en la austral ciudad de Punta Arenas, que podía vigilar los movimientos aéreos en las localidades argentinas de Ushuaia, Río Gallegos, Río Grande y Comodoro Rivadavia.

También coordinó el uso de un aeropuerto chileno para misiones de vuelo a gran altura cerca de la frontera con Argentina que permitían obtener información de los movimientos de sus tropas.

“Matthei prefirió no usar bases en el continente, pero no tuvo problema con aprovechar la pista de aterrizaje ubicada en la isla de San Felix, a 892 kilómetros de la costa chilena, a la altura de Chañaral”, en el norte chileno, dice Edwards.

“Unos cuantos aviones británicos llegaron para ésta y otras labores, pintados con los colores chilenos”, añade. “Fueron probablemente cinco vuelos de reconocimiento o algo así. Su importancia fue que nuestra inteligencia en ciertos aspectos de las fuerzas argentinas no era mucha”.

En su recuento de los hechos, Edwards deslinda de toda participación al dictador Augusto Pinochet y afirma que nunca habló con él, aunque alguna vez pasó a su lado o estuvo en alguna oficina adyacente, mientras sostenía una reunión con algún alto mando militar.

“Eso fue hecho deliberadamente. El quería tener una especie de cláusula de escape para poder negar que tuviera conocimiento de mí”, sostiene.

“Me parece que lo que quería hacer era que si cualquier cosa salía mal, él podría decir: fue Matthei, yo no sabía lo que él estaba haciendo”, añade.

A juicio de Edwards y, según asegura en el libro, de sus superiores y de la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher, la ayuda de Chile fue crucial, especialmente el uso del radar chileno en Punta Arenas.

“Sin ella habríamos perdido la guerra”, asegura.

“Lo más importante fueron los avisos tempranos de ataques aéreos. Sin estos, cuando tienes una fuerza de mar sólo con una pequeña defensa aérea, como teníamos, habríamos tenido que montar patrullas aéreas de combate carísimas y aviones volando constantemente, listos para interceptar intrusos”, explica.

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