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Nacional

7 de Julio de 2014

Parir y criar tras las rejas: La realidad de las madres privadas de libertad

En menos de una década la población penal femenina ha aumentado notoriamente. Sólo entre 2005 y 2012 hubo un incremento del 99,1% La mayoría de estas mujeres está encarcelada por delitos vinculados a las drogas y el 98% tiene hijos. Casi todos menores de edad al cuidado de abuelos, tíos, o cualquier pariente que pueda hacerse cargo. A veces incluso son vecinos. Sin embargo, los menores de un año pueden ingresar a una sección especial y pasar sus primeras experiencias de vida con su madre, dentro del penal. Estas son sus historias.

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carcel san miguel a1
Foto: Referencia Cárcel de San Miguel

Ningún día es distinto de otro en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago en la comuna de San Joaquín. La jornada empieza a las 7:30. A esa hora se abren las puertas. A las 8:30 hay que estar en “la cuenta” -el sistema de revisión para garantizar que ninguna detenida se ha escapado- y luego llevar a los niños al jardín. Se toma el desayuno y se hace “el oficio”, es decir, la tarea doméstica asignada, hasta las 10. El oficio se hace tres veces al día: mañana, mediodía y tarde. Las funcionarias son quienes los asignan: hacer el aseo, limpiar el patio. Después se va al colegio, a los talleres o a los quehaceres. Posteriormente está el almuerzo e ir a buscar a los niños al jardín. Cenar con ellos y volver a las habitaciones. Las puertas se cierran a las 18:00.

Esta es la rutina exacta de las mujeres en la sección materno-infantil. Hoy son en total diez internas en este grupo así que hay dos mujeres por pieza. Han llegado a ser 48. Cada habitación tiene, además de la gruesa puerta de metal, cama, cuna y casilleros. Por eso adentro conocen la sección como “El cuna”, un espacio relativamente privilegiado o al menos protegido.

Las mujeres que llegan ahí no necesitan cumplir ningún requisito más que expresar su voluntad de querer ingresar a su hijo o hija.

-Sólo basta que ella quiera permanecer acá. Nosotros no vamos a poner restricciones respecto de eso-, dice Silvana Muñoz, asistente social que integra el área técnica del Centro Penitenciario Femenino.

Muñoz destaca que la permanencia de los hijos o hijas debe ser siempre en beneficio de los propios niños y sus madres “porque se entiende que la reclusión no te inhabilita el rol. No por estar privada de libertad significa que eres mala mamá. Nosotros entendemos eso, Sename entiende eso y se promueve que los niños estén con la mamá en ese tiempo que es tan preciado”.

En general se trata de madres jóvenes, menores de 30 años. Para algunas es la primera vez que son madres, mientras que otras tienen hijos afuera, “en la calle”, como dicen ellas. Ese es el caso de Carolyn Alarcón, conocida en la prensa nacional como la “Muñeca Brava”. Madre de cuatro hijos y con una condena de 25 años por sustracción de menor y homicidio frustrado de tres detectives, Carolyn quedó embarazada de su quinto hijo el año pasado.

Como sufría de migrañas constantes, el médico le recomendó dejar el café. Algo difícil para ella, ya acostumbrada a tomarlo diariamente. Pensó: “son tantos años los que tengo que hacer, que enfermarme aquí, no”. Así que de un día para otro lo abandonó y empezaron los dolores de estómago, que Carolyn atribuyó al cambio en la dieta. “La teniente me dijo ‘tú estái embarazada’. Y yo le dije que no, que era el café”. La llevaron a la matrona y supo que tendría a su quinto hijo.

-En el momento yo dije ‘qué rico’, porque yo quería tener diez hijos aufera, en la calle. Pero aquí, ¿adónde? Igual yo pensaba ‘pucha, va a nacer aquí, se va a criar aquí, después lo voy a tener que mandar para afuera. Son sentimientos encontrados, pero yo sé que él afuera va a estar bien, igual como están mis otros hijos-, cuenta Carolyn desde el cuna.

Gracias a un convenio con Sename y luego con Fundación Integra, las mujeres pueden solicitar el ingreso de su hijo o hija hasta el año de edad. Sename subvenciona las necesidades básicas de los niños: comida, cuna, pañales, leche. Fundación Integra, por su parte, se hace cargo de la educación y en cuatro recintos penales a lo largo de Chile -Arica, Iquique, Valparaíso y Santiago- tienen salas cunas y jardines infantiles. Los niños pueden asistir desde los tres meses, pero luego de los seis ya es obligatorio. Ahí trabajan parvularias que, fuera de tener que pasar por controles y rejas cuando llegan, cumplen con su trabajo como en cualquier jardín de la Fundación.

cuna san joaquin
Foto: Sala Cuna en la sección materno-infantil en San Joaquín

Después del año, los niños deben salir con algún familiar, pariente o vecino que pueda hacerse cargo. En el peor de los casos, si no hay una red de apoyo fortalecida, pasan a cuidado del Sename. Es por eso que desde el primer día se trabaja en encontrar a esa persona. Algunas veces, en el escenario ideal, es el padre de ese hijo.

Sin embargo, es difícil que eso pase. En primer lugar, porque a diferencia de la población penal masculina, la mayoría de las mujeres que terminan tras las rejas son abandonadas por sus parejas. Si no es así, muchas veces esos hombres están también privados de libertad, relatan en Gendarmería.

Giovanna Pareschi, psicóloga y Directora Social de Mujer Levántate -una organización que trabaja por la reinserción social en los centros penitenciarios femeninos- señala que esta realidad es muy notoria.

-Muchas de las mujeres que están privadas de libertad alguna vez asistieron a sus parejas a las cárceles de hombres. Pero pasa que la mayoría de las mujeres, cuando son ellas las que son privadas de libertad, no son asistidas por sus parejas. Son asistidas por sus madres, por abuelas, por vecinas, por familiares. Y muchas también se quedan solas, no tienen ningún apoyo. Y eso es muy interesante, cómo la figura femenina está muy presente como apoyo con los hombres, porque si no es la pareja es la mamá.

De hecho, informes del Sename y del Ministerio de Justicia sobre políticas penitenciarias con enfoque de género, se refieren a la realidad particular que viven las internas. Sobre todo se destaca el rol doble que han debido cumplir en su vida, como madres, dueñas de casa y sostenedoras de la familia y el hogar. Y si no lo eran antes, al ser abandonadas por sus parejas, definitivamente deben buscar formas de autosustentarse a ellas y sus familias.

En el caso de Carolyn, su marido y padre de sus hijos también está preso. Su condena es de 27 años. Una vez al mes tienen una visita familiar, en que él, Carolyn y sus cinco hijos pueden verse “porque no porque estemos presos nos vamos a despreocupar de los niños. Por último una vez al mes que nos vean juntos”, dice.

Además de esa visita mensual, los viernes su esposo recibe a sus hijos, quienes el sábado van a ver a Carolyn.

El resto de la semana sus dos hijos mayores viven con el padre de Carolyn y los dos menores con su cuñada. Ella cuidará también a su guagua -hoy de tres meses- cuando tenga que abandonar el penal.

Hasta hace un tiempo se permitía que los niños estuvieran hasta los dos años con sus madres. Sin embargo, hace tres años se limitó ese período: “Sename modificó la edad de permanencia y dijo que hasta el año era un tiempo promedio adecuado para que las mamás estuvieran con sus hijos. Entonces se redujo la edad de permanencia en base a un estudio que encargó Sename”, cuenta Silvana.

Esa decisión tiene que ver, en parte, con las necesidades sociales y de su entorno que los niños comienzan a tener pasado el año. Las Gendarmes recuerdan que antiguamente, cuando se quedaban hasta los dos años, los niños comenzaban a adoptar conductas relacionadas a la cárcel. Se formaban para la cuenta, se acostumbraban a las Gendarmes uniformadas y a las rutinas de un centro penitenciario.

Por eso, desde el primer día que ingresan, Gendarmería comienza a trabajar el proceso de fortalecer el vínculo con quien será luego el cuidador de ese niño o niña.

No siempre funciona y la realidad es distinta en cada uno de los centros penitenciarios femeninos a lo largo de Chile: Arica, Iquique, Valparaíso y Santiago. Sobre todo en el norte, donde una parte importante de las internas son extranjeras. Para junio del 2012, un 11,4% de las mujeres privadas de libertad pertenecían a otras nacionalidades. De ellas, el 51,8% eran bolivianas y el 36,2% peruanas. Muchas tienen hijos y ninguna red de apoyo.

Sin embargo, con la mejora de los procesos se ha ido logrando que cada vez con mayor frecuencia coincidan los egresos de esos hijos con el fin de la condena de su madre.

Andrea Madariaga, que fue directora del jardín infantil de Integra que se encuentra al interior del Complejo Penitenciario de Arica desde el año 2002 y hoy es directora regional de Fundación Integra en Arica, afirma que ha habido una evolución significativa en ese trabajo:

-Desde el 2012 al 2014 hemos tenido trece niños de nacionalidad chilena, dos de nacionalidad boliviana y cinco de nacionalidad peruana. Entonces en los egresos, ocho niños se han ido con la mamá, con familiares se han ido diez, y sólo dos a instituciones. Eso marca una mejora de los procesos. Es la última opción. Estamos todos alineados para responder y respetar el derecho que tiene todo niño y niña. Entonces todo se trabaja desde esa perspectiva-, comenta.

Además, el período es prorrogable hasta el año y medio. Aunque todas postulan a la prórroga, como cuenta Silvana, no todas la obtienen y depende de varios factores.

-Por ejemplo si la madre cumple la condena en ese tiempo. Situaciones cuando las madres son extranjeras o cuando el tema de la red de apoyo ha sido muy complicado. O cuando hay cosas que no se han ajustado bien. A veces no va a ser necesaria la prórroga. Por ejemplo, si a la mamá le quedan cuatro años más de condena, seis meses más no va a hacer mucha diferencia, y a veces los niños necesitan luego incorporarse al sistema familiar que los va a recibir harto tiempo.

Silvana dice que cuando hay una buena red de apoyo afuera, la permanencia de los niños con sus madres puede ser incluso negativa: “a veces los niños no quieren estar acá. Se empiezan a enfermar, están dos días acá y se enferman y te das cuenta que ese niño no quiere estar acá. Y las mamás también se empiezan a dar cuenta de eso, de que están mejor afuera”.

Esta opinión no es necesariamente compartida por todos quienes trabajan con las madres y sus hijos.

Francisca Salamé es psicóloga y hasta septiembre del año pasado trabajó en Mujer Levántate con más de 20 internas en su proceso de reinserción. Algunas de ellas tenían a sus hijos en el penal y Francisca -quien ahora trabaja con niños en situaciones de vulnerabilidad-, asegura que “ninguna separación de un niño con su madre puede no ser traumática. Sobre todo en una situación así”. También agrega que los niños tienen necesidad de estimulación social desde que nacen.

-Hay teorías del desarrollo y de la evolución de los niños en los cuales se basa el tema educativo y en las cuales todos basamos las políticas públicas. Así te miden en el colegio. ‘A cierta edad el niño debe ser capaz de socializar’, porque si el niño va al jardín y le pega a todos los cabros chicos, te dicen ‘¿sabe qué, señora? Su hijo está pésimo, porque a esta edad, su niño de dos años debería ser capaz de no pegarle a todos sus compañeros’. Son suposiciones teóricas-, destaca.

La separación
Patio cuna san joaquin

Alguien que conoce bien el sentimiento de separación es Ana María Elgueta, quien cumple condena en la sección Medios Libres de San Joaquín. Hoy tiene el beneficio de salida dominical. Ingresó con una semana de embarazo y sin saberlo. La mayoría de las mujeres que tienen a sus hijos en “el cuna”, llegan como Ana María o quedan embarazadas mientras están cumpliento su condena.

Ana María llegó por dos condenas:

-Un quebrantamiento de tres años y una condena de tres años y un mes por un robo con violencia. Estuve los nueve meses de embarazo en el Patio 2 con mi hija hasta que naciera y de ahí me mandaron para el cuna. Ahí fue fuerte para mí. Vivir por primera vez presa con mi bebé. Nunca lo había pasado-, cuenta desde el centro penitenciario.

Belén Esperanza es la cuarta hija de Ana María. Esta vez todo fue diferente, no sólo porque estaba con ella en la cárcel sino también porque esta situación enfrenta a las mujeres a una maternidad distinta a la que pueden estar acostumbradas: son madres las 24 horas del día. Muchas de ellas nunca han vivido una experiencia así porque su condición de sostenedoras se los ha impedido.

Giovanna destaca “el rol materno que tienen las mujeres, que muchas no lo han ejercido nunca. Y en algún momento de la privación de libertad comienzan a preguntarse ‘¿qué pasa con mi maternidad? ¿Cómo yo he sido madre hasta ahora?’, y en el fondo a enfrentarse a todas las recriminaciones que pueden tener sus hijos cuando ellas salgan. Ese es un elemento muy improtante en los procesos que tienen las mujeres privadas de libertad, a diferencia de los hombres”.

Además Giovanna releva el importante rol que cumplen los hijos en el trabajo de reinserción de sus madres: “un móvil importante para el proceso de reinserción de una mujer son sus hijos. El que las mujeres observen cuáles son las consecuencias que ha tenido su privación de libertad para sus hijos es algo que las hace preguntarse si quieren continuar en el mismo camino o no”.

Y fue precisamente esta reflexión la que hizo Ana María con Francisca Salamé, a través de los talleres de Mujer Levántate durante el año pasado.

-Mi hija me daba fuerzas, para salir adelante, para seguir luchando. Cambió totalmente mi vida ella en este lugar para mí. Cambié totalmente, no delinco. Nada. Soy una nueva persona, me dedico sólo a ellos el día domingo-, asegura.

No fue un proceso sencillo. Ana María recuerda que quiso incluso quitarse la vida antes que su hija naciera: “intenté ahorcarme. Pero después dije ‘no po, tengo que salir adelante, mis hijos me necesitan afuera’. Y salí adelante. Y aquí tengo la ganancia. Vale la pena. Vale la pena tener perseverancia”.

Un 8 de agosto del 2013, Belén Esperanza -con un año y tres meses- dejó la cárcel. “Me avisaron una semana antes”, recuerda Ana María, quien volvió a la sección laboral a trabajar. Recuerda que fue un golpe fuerte el egreso de su hija: “ya no tenía en quién apoyarme, alguien que me diera fuerzas”. Sin embargo, logró sobreponerse. Comenzó a “hacer conducta”, es decir, hacer méritos para salir bien evaluada y poder optar a beneficios. Primero logró la salida dominical y ahora está optando a una salida de viernes a domingo: “he respondido bien, he llegado bien. No llego pasada a trago, no me drogo, nada. Puro cigarro fumo, nada más”.

Carla también pasó por este proceso de cambio. Tiene 27 años y su hija tiene cinco meses. Las Gendarmes de San Joaquín recuerdan que tenía muy mala conducta hasta que quedó embarazada. Esta es su segunda condena: la primera vez cumplió cinco años desde el 2005 hasta el 2010. El 2011 ingresó de nuevo por una condena de cinco años y ya lleva tres. “Mi meta es irme con un beneficio con ella. Porque yo nunca antes había hecho conducta, pero ella me cambió. Cambió mi manera de pensar, mi manera de actuar, todo. Yo ahora soy muy diferente de como era antes, no soy la misma persona. Y eso es lo que buscaba yo”, cuenta Carla.

Carla no supo sino hasta los tres meses que iba a ser mamá por primera vez. Antes de la cárcel, dice ella, las oportunidades no le habían faltado. Su hermana tiene tiendas de ropa y la familia de su marido tiene una fábrica. Le ofrecían trabajo, pero a ella no le interesaba: “nunca aproveché las oportunidades. A mí siempre me gustó ser ilegal y mire, todas estas consecuencias me vinieron. Y ahora tengo que aprovechar esas oportunidades que tengo. Antes nunca las aproveché ni las quería. Si nunca estuve en esa pará de hacer conducta. De una mentalidad errada también, de tonta, niña también”.

No sólo eso, sino que incluso dentro de la cárcel Carla tenía una conducta evaluada como Pésima: “era loca. Siempre andaba metida en puras cosas ilegales. Pero igual era reservada, trataba de hacer las cosas bien por mi marido también. Por él igual tuve como 18 meses beneficio y lo perdí por castigo. Por castigo de teléfono, teléfono, siempre teléfono”. Carla se refiere al ingreso ilegal de teléfonos a la cárcel.

En su condena anterior la rutina habia sido la misma “yo era súper rebelde. Con las funcionarias, con todos. Andaba metida en peleas. Incluso cuando hice una condena anterior, era tan rebelde, que ya no me aguantaron y me sacaron, me cambiaron de cárcel. Eso se llama pelotear. A ti no te avisan. Te sacan y te llevan a otra cárcel no más. Ahí salí en Huachalalume. Ahí terminé la condena. Y ahora que ingresé de nuevo y era la misma. Hasta que quedé embarazada y cambié. Me creó un amor de madre e hija y yo creo que eso fue lo que me cambió. Totalmente”, recuerda Carla.

De Pésima Carla pasó a Regular y ya va en Buena. Con dos Muy Buena podrá optar a beneficios.

Jardín Infantil tras las rejas
patio cuna san joaquin (2)

Desde el año 2001 que la Fundación Integra viene trabajando en conjunto con Gendarmería y Sename para la implementación de salas cunas y jardines infantiles. Ahí lleva 13 años trabajando Cynthia Beamín, quien hoy es Directora de la Sala Cuna Rayito de Sol, al interior del penal. Si bien destaca que a los niños y sus madres se les trata exactamente igual que si estuvieran afuera, inevitablemente la realidad es distinta. Hay un gran trabajo en educar y apoyar no sólo a los niños, sino también a las mujeres. Se trabaja especialmente el tema del vínculo materno y el apego.

No siempre es fácil. Así como hay muchas madres que cambian radicalmente su conducta, otras no lo logran. Influenciadas por las drogas o el alcohol, también han debido realizar egresos antes de tiempo debido a esos problemas.

Sin embargo, en la Sala Cuna cuentan con todo lo necesario para los niños y para educar o apoyar a las mujeres en su rol maternal: “acá uno les enseña hasta a bañar a un bebé, porque muchas de ellas, tienen hijos fuera y nunca los han criado por su trabajo. Entonces ellas se ausentan de la casa para llevar el sustento diario, y otras personas les crían los bebés. Entonces acá, aprovechando las tinas y las dependencias, se les enseña a bañarlos, cosas que a lo mejor uno cree que son obvias, pero que ellas no las manejan”, comenta Cynthia.

Además de Cynthia, la Sala Cuna cuenta con dos agentes educativas y una manipuladora de alimentos. Además son supervisados por Sename cada cierto tiempo. Hace poco comenzaron a hacer un huerto y hoy tienen a 10 niños matriculados, aunque no se encuentran todo el tiempo en el penal. Algunos salen a controles con familiares y con las mismas Gendarmes, quienes se cambian de ropa y salen con los bebés a sus controles de salud en caso de que la mujer no cuente con red de apoyo.

huerto cuna san joaquin

Por eso es particularmente importante que todos quienes trabajan alrededor de estos niños y mujeres tengan la doble capacidad de entender que si bien se está en un recinto penal, se está trabajando con niños en su primera infancia.

-Del momento de entrar a la cárcel es distinto que un jardín de afuera. Las revisiones son distintas, que tú no puedes ingresar lo que se te ocurra, pero pidiendo los permisos que corresponde, uno logra acceder a eso”, asevera Cynthia.

Agrega que es importante que desde que se ingresa al cuna, casi no se nota que se está en una cárcel.

-Las mamás les traen las mochilas, los vienen a dejar y se van. La diferencia es que de repente andan por acá dando vuelta, nos preguntan cómo están, pero tenemos una cercanía con las apoderadas muy buena. Porque nosotras como apoderadas las asumimos como apoderadas, no como internas. Entonces del momento en que yo las matriculo y ellas me dicen a mí cuál es su delito, nosotros no cuestionamos-, narra.

De hecho, en San Joaquín la sección materno infantil se encuentra casi al ingreso de la cárcel, de modo que en las salidas o ingresos, los niños sólo tienen que pasar por dos rejas. Una vez dentro cuentan con lavandería, sala de televisión y la Sala Cuna, que a su vez tiene un patio de juegos, mudadores, y salas especialmente acondicionadas.

San Miguel, la cuna de la incertidumbre

En el Centro de Detención Preventiva de San Miguel, la situación del cuna es distinta. Ahí no hay jardín ni sala cuna, y si bien la sección materno-infantil cuenta con las mismas comodidades que en San Joaquín, las mujeres viven con la incertidumbre de no saber cuánto tiempo estarán detenidas.

Desde la puesta en marcha del nuevo sistema procesal penal, el porcentaje de mujeres procesadas ha disminuido notoriamente. Si en 2005 correspondían al 23,8%, para 2012 sólo eran el 0,2%. Por su parte, las condenadas pasaron de 62,4% al 71,8% en 2012 y las imputadas del 13,9% en 2005 al 28% en 2012.

Es así como las mujeres que llegan a San Miguel se encuentran en pleno proceso de investigación. Algunas llevan un par de años y otras algunos meses. Todas esperan que la próxima audiencia sea la última, por lo mismo, la recomendación es no publicar por qué están detenidas.

Elizabeth González tiene 19 años y es primera vez que es madre. También es primera vez que cae presa. Por encontrarse aún en investigación, no se puede detallar ninguna de las causas que tienen las mujeres que se encuentran en San Miguel.

La hija de Elizabeth tiene siete meses y nació en la cárcel. El día que habla con nosotros su hija se encuentra fuera, en controles médicos. Lleva tres semanas fuera por su estado de salud y Elizabeth trata de aguantarse las ganas de llorar.

-Me da pena, porque no estoy con ella. El kinesiólogo no ha podido darle el alta, entonces tengo que esperar a ver qué me dicen. Pero se me han hecho súper largos estos días que estoy sin ella. La echo de menos. De repente la llamo del teléfono público y le hablo y me dicen que queda muy nerviosa, que mira para todos lados pa ver quién le hablo y yo quedo mal aquí-, se lamenta.

De todas formas, Elizabeth agradece poder tener a su hija con ella y contar con el apoyo de las funcionarias y asistentes sociales.

-Acá tenemos de todo para nuestros hijos, están todos atentos a las guaguas. Las funcionarias llevan a control a los niños, regresan con los niños en buenas condiciones. Muy buena la atención de las funcionarias, nada que decir. Las aprendí a conocer-, cuenta.

La rutina en San Miguel es la misma que en San Joaquín y de la misma forma los hijos y las hijas logran ciertos efectos en sus madres: “igual me ha cambiado harto ella a mí. Yo antes era bien cabra chica con mis cosas y ella como que me hizo madurar un poco” dice Elizabeth, más conocida como la Eli.

Si bien en San Miguel las funcionarias de Gendarmería y las psicólogas dan el mismo cuidado, apoyo y delicadeza en el trato, el entorno da cuenta de forma mucho más inmediata que se está en una cárcel. Hay televisión, comedor, y lavandería, pero las habitaciones y la sección en general son más pequeñas, más encerradas, aunque hay un intento por contrarrestarlo con paredes pintadas con figuras infantiles.

Carmen y Betsy comparten pieza. El hijo de Carmen tiene un mes y el de Betsy 4 días. Carmen lleva seis meses en el centro penitenciario y no sabe cuánto tiempo va a seguir ahí. Betsy quiere egresar lo antes posible a su hijo porque espera que en su próxima audiencia quede libre. “Si no me fuera lo volvería a ingresar”, dice. Ella va a cumplir dos años en San Miguel. Es madre de un hijo de 8 años, que vive con su tía y la visita los domingos: “él sabe cuánto tiempo yo ya lo dejé solo, pero está feliz porque sabe que me queda poquito para estar con él”, dice Betsy, quien cayó presa con su mamá y tres primas. Es la primera vez que está detenida y tiene 24 años.

Carmen tiene 27 y su hijo es el quinto, pero el primer hombre. Es la segunda vez que está detenida y la primera que lo está con un hijo.

-Igual es difícil. Porque en la calle es todo distinto. Aquí estoy todo el día con él, pendiente de él no más. Para mí ha sido fuerte aquí. Pero no es malo, lo que necesito, lo tienen aquí”, dice. Afuera la espera un puesto en la feria para vender ropa. Carmen espera que con eso, no se vuelva a meter en problemas: “porque ya quizás cuánto tiempo voy a tener que estar acá. Me voy a tener que alejar de mi hijo-, lamenta.

Según un estudio del Ministerio de Justicia del año 2012, la mayoría de las mujeres que se encuentra privada de libertad están vinculadas a delitos relacionados con drogas. Para ese año representaban al 42,4% de la población penal femenina. El robo y hurto son las causales siguientes, con 16,3% y 22% respectivamente.

Francisca Salamé destaca que una gran parte del trabajo que realizan en Mujer Levántate es enseñarle a las mujeres que deben hacerse responsables de sus decisiones, no desde la victimización sino desde el reconocimiento. Sin embargo, es difícil en casos que no siempre son blanco o negro.

-La Ley 20.000 es la ley más irregular que ha existido. Porque es una ley que depende del humor del juez. Si consideró que era porte o micritráfico. Este juez consideró que cinco pitos eran porte, y este otro consideró que era microtráfico-, precisa.

Por eso considera que hay muchas mujeres con las que se hace particularmente difícil ese proceso.

-Hay chiquillas que sí metieron la pata. Pero hay otras que se equivocan porque no supieron o no fueron lo suficientemente vivas. Y si tienes una persona que los trata a todos por igual como delincuentes, pasas por una serie de criterios o descriterios que son las que deciden que ellas estén donde están.

Giovanna además agrega que la vinculación a las drogas está directamente asociada a la condición de ser mujeres jefas de hogar.

-Es claro y hay estadísticas de que el ingreso que tiene mensual una mujer que trafica en promedio es de $800.000 versus trabajar con el sueldo mínimo, por muchas más horas de las que se hace traficando. La verdad es que la diferencia es enorme. Además que traficar muchas veces implica que las mujeres pueden estar con sus hijos, ir a buscarlos al colegio, ir a dejarlos, estar en la tarde con ellos.

Por los mismo, Giovanna agrega que hay varias preguntas que pueden hacerse más allá de la idea del delito: “¿cuánto de lo que se está condenando tiene que ver con una estructura social que desfavorece a un montón de personas, de familias? Donde al final la tentación es muy grande”.

A esto Giovanna además suma la situación a nivel nacional y general de la mujer trabajadora en el país.

-Si pensamos en que las condiciones entre hombres y mujeres son más desfavorables para las mujeres, muchas veces por todo lo que implica la maternidad y todos esos tiempos que son mucho más costosos para los empresarios, disminuye las posibilidades de que las mujeres quieran aspirar a algo de lo que está en el mercado.

No obstante, Giovanna destaca que las cifras internacionales muestran que la reincidencia a es menos en mujeres, mientras que en Chile sucede lo contrario: las mujeres reinciden más que los hombres. “Principalmente los primeros dos años. Y eso llama la atención. Y eso tiene que ver con el rol que tienen las mujeres en Chile”, señala Giovanna. Además que muchas mujeres caen en el delito justamente por sus parejas.

-En general se repite mucho que son madres muy jóvenes, a los 14, 15 años, donde ni siquiera han terminado de pasar por un proceso de la adolescencia, de crecimiento personal. Y en el fondo les cuesta armar su proyecto propio, personal de vida. Justamente se ajustan al de la pareja, a lo que está haciendo la pareja, a vivir de la pareja, eso es lo que hemos visto harto.

Además, para ella también tiene que ver con que el proceso de reinserción es largo, tiene altas y bajas, momentos de crisis y recaída.

-Así como también hay recaídas en el consumo, hay recaídas en el delito. Entonces eso hay que tomarlo tal como pasa en el consumo de drogas, donde los tratamientos incluyen recaídas, también en estos procesos de intervención se debería esperar que la persona presentara cierta recaída. Ahí sería tan importante poder explicarle a ese juez que la va a volver a juzgar por la reincidencia que ya tiene, pero no por el proceso que ella está haciendo- señala Giovanna .

En ese sentido, claramente no todas son reincidentes.

En una población penal cuya edad corresponde en su gran mayoría a mujeres menores de 35 años, Marcela se considera “vieja”. Con 35 años es madre de cinco hijos. El último tiene un mes y está con ella, que lleva ocho meses en San Miguel. Continúa con su pareja, el padre de su hijo que está a cargo de los cuatro hijos que tiene fuera. Sus edades varían entre los 6 y los 20 años.

Es la primera vez que está detenida.

-No sabía cómo era el sistema. Como que te da miedo pensar que vas a estar aquí con tu guagua. Pero llegando acá uno se da cuenta que te acogen bien, te atienden bien, te tienen todas tus cosas. Y uno a medida que va llegando se da cuenta de eso”. Marcela, ya con un nieto, siente a las demás mujeres como sus hijas. Las ayuda y las aconseja. Espera que le quede un mes más para salir, pero nada es seguro-, sostiene.

Su experiencia ha sido especialmente difícil para ella y su familia. Su hija mayor estudia Trabajo Social en una Universidad Privada, y los demás van al colegio.

-Yo siempre he trabajado. Siempre trabajé. Y me metí en esto por un apuro que tuve con la universidad de mi hija. Y jodí. Después cuando entré acá aprendí a conocer el sistema, me di cuenta que me utilizaron como pajarita. Pajarita nueva. Supuestamente me iban a dar una plata y yo iba a salir del apuro de la universidad de mi hija-, recuerda entre llantos Marcela.

Se había atrasado en dos mensualidades y la permanencia de su hija en la universidad corría peligro, cuenta: “para ellos fue fuerte. Para mí igual porque yo siempre los eduqué para que fueran por el camino correcto. A mi hija le insistí mucho con la universidad y todo. Y después llegar el momento de que mis hijos vinieran acá a ver a su mamá a la cárcel para mí fue muy fuerte. Yo creo que ha sido lo más fuerte que me ha tocado”.

De todas formas, Marcela intenta seguir cumpliendo su rol de madre. Los llama cada vez que puede y deja instrucciones dadas para la semana. Sus hijos la visitan los domingos y su hija mayor los jueves. Trata de mantenerse fuerte por ellos.

-Siempre luché contra el sistema, contra la vida que uno vive en la calle. En la población, cerca de todo eso. Y uno lucha para que sus hijos tengan una buena educación y sean personas de bien. Y haber llegado yo a esto y haber hecho que mis hijos ingresaran acá, y que ellos aprendieran el sistema. Porque las primeras visitas te da miedo, porque van a revisar a tus hijas, sabiendo que ellas son lolas, son pudorosas. Y desgraciadamente ellos se van acostumbrando al sistema, y eso igual es fuerte. Se acostumbraron y qué fome que se acostumbren, no deberían- dice Marcela.

De hecho, cuenta que tiene un hermano en la cárcel, al que nunca visitó “porque yo no quería eso para mí”, dice.

-Y resulta que yo llegué a lo mismo. Hice a mis hijos ingresar a lo mismo. Sin querer, lo hice. Yo creo que eso ha sido lo más fuerte para mí. Es que mis hijos sepan que la mamá, la persona que siempre los trataba de corregir, de llevar por el buen camino y todo, los haya hecho ingresar a esto. Esperamos después corregirlo. Borrar esta experiencia”, sentencia.

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