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Poder

19 de Julio de 2014

Gaza: el macabro dilema de quedarse bajo las bombas o huir a ningún lugar seguro

Ahmad, cinco años, sabe que cuando el cielo atrona y las paredes tiemblan, debe esconderse en lo más profundo del regazo de su madre, sentados en la habitación junto al resto de su familia, con la única esperanza de que las bombas no alcancen su casa o la de sus vecinos en el barrio de Beit Lahia. "Hemos resistido en casa todos estos días porque los aviones nos asustaban menos, pero la noche pasada fue la más horrible de mi vida. Los tanques estaban ahí, a la vista", explica a Efe Manduh Salim, un agricultor refugiado en una de las ya abarrotadas escuelas gestionadas por la ONU.

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Consumido el ocaso, una vez que la fiesta judía del Sabat comienza, decenas de bengalas lanzadas desde el cielo aventan la sombra perpetua de la vigilia en Gaza y tornan la noche en día.

Como fuego de artificio, se desplomaban lentas acompañadas de un ruido atronador y decenas de resplandores en todos los contornos de la Franja.

Nadie sale, sin embargo, a verlas. Ni siquiera los niños, a los que suelen gustarles en las noches de verano los espectáculos populares pirotécnicos.

Ahmad, cinco años, sabe que cuando el cielo atrona y las paredes tiemblan, debe esconderse en lo más profundo del regazo de su madre, sentados en la habitación junto al resto de su familia, con la única esperanza de que las bombas no alcancen su casa o la de sus vecinos en el barrio de Beit Lahia.

“Hemos resistido en casa todos estos días porque los aviones nos asustaban menos, pero la noche pasada fue la más horrible de mi vida. Los tanques estaban ahí, a la vista”, explica a Efe Manduh Salim, un agricultor refugiado en una de las ya abarrotadas escuelas gestionadas por la ONU.

“Mi mujer estaba embarazada la otra vez (que entraron las tropas israelíes por tierra, en 2009) y entonces huimos rápido. Mi hijo Saleh es la segunda vez que sufre este horror en sus ocho años de vida”, agrega, mientras señala a un niño desarrapado, sucio y asustadizo.

El jueves la situación se deterioró y el miedo a la muerte devino en pavor a no volver a ver la luz del día.

En torno a las 22:00 local, y tras diez días de bombardeos en los que murieron cerca de 250 personas, la aviación dio paso a infantería y caballería.

Decenas de soldados, acompañados por carros blindados, abrieron las verjas que desde hace siete años aislan Gaza y penetraron cientos de metros en la Franja, en tres direcciones.

Los del sur, hacia el denominado “Eje Filadelfia”, que conduce a la frontera con Egipto, hasta quedar apostados a escasos dos kilómetros tierra adentro, cerca del antiguo aeropuerto internacional de Gaza, destruido durante la operación terrestre previa (2008-2009).

Desde allí, abrieron fuego con intensidad contra las localidades de Jan Yunis y Rafah, vecina a la frontera, protegidos desde el mar y el aire.

Los del centro, en dirección a la localidad de Deir al Balah, hacia la carretera Salah e-Din, que conecta el norte y el sur de la estrecha Franja, y que los vecinos comenzaron a abandonar espantados al ver llegar los carros de combate.

Y los del norte, apenas setecientos metros frente a localidades como Beit Lahia y Beit Janun, escenario de potentes y repetidos ataques desde que hace 12 días Israel lanzara la tercera ofensiva contra Gaza desde que en 2007 el movimiento islamista Hamás asumiera su control.

Una incursión que esta misma noche profundizó, transformando las sombras en un apocalíptico infierno de luz y disparos sobre áreas civiles.

Avanzada la oscuridad, y al abrigo de algunos de los descansos de artilleros y pilotos, muchos luchaban con sus miedos para poder huir a lugares más seguros.

Nada es seguro en Gaza, desprovista de bunkers para los civiles, más allá de las escuelas de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados palestinos (UNRWA), atestadas tras 36 horas de operación terrestre en la que ya han muerto más de setenta personas, la mayor parte de ellas civiles.

La única frontera con el mundo -que permite la salida a Egipto- está cerrada por orden de El Cairo, y al otro lado solo les queda el mar, también asediado por Israel.

Según sus cifras, son ya 40.000 los gazatíes refugiados en estas escuelas-albergue, que durante la noche dejan las puertas abiertas para una población abandonada a su suerte por los líderes mundiales, amenazada por Israel y rehén de las milicias islamistas.

Milicias controladas por Hamás que anoche prosiguieron con el lanzamiento de cohetes a Israel, escondidos en zonas pobladas de una depauperada Franja de apenas 360 kilómetros cuadrados y 1,8 millones de habitantes.

“Mataron a una familia entera al lado de nuestra casa. Le dije a mi marido que nos teníamos que ir, aunque fuera en mitad de la noche. Hemos pasado miedo, pero aquí de momento estamos bien”, explica la mujer de Manduh.

“¿Hasta cuando?”, se pregunta. El sol se desploma una jornada más sobre el Mediterráneo, y el bramar de los cañones, que junto a los cohetes islamistas no han dejado de rasgar el cielo durante el día, recrudecen su trágica sonata de sangre y miedo entre una Gaza sin electricidad ni agua.

Y los que aún quedan, tienen que volver a elegir en la macabra lotería si arriesgar sus vidas cruzando las sombras o rezar por ellas entre sus endebles y míseras paredes.

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