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Opinión

31 de Julio de 2014

Editorial: La carrera presidencial

Las próximas elecciones presidenciales no serán como las anteriores. Salvo Piñera, todo el resto de los candidatos pertenecerán a una generación que nada tuvo que ver con el Golpe de Estado. Heredaron su memoria, y algunos padecieron sus consecuencias, pero ellos no decidieron nada. El punto no es menor, porque la transición, a fin de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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555-EDITORIAL

Las próximas elecciones presidenciales no serán como las anteriores. Salvo Piñera, todo el resto de los candidatos pertenecerán a una generación que nada tuvo que ver con el Golpe de Estado. Heredaron su memoria, y algunos padecieron sus consecuencias, pero ellos no decidieron nada. El punto no es menor, porque la transición, a fin de cuentas, estuvo en manos de la generación responsable del Golpe de Estado.

La Concertación fue también producto de un arrepentimiento. A fines de los 80, para nosotros, los viandantes, consistió en la reunión del antipinochetismo, pero para sus articuladores políticos fue también un acto de reconciliación. Mal que mal, Aylwin había sido golpista cuando Ricardo Lagos escapaba a Argentina. Fue harto largo el período en que esa generación protagonizó la historia de Chile: desde el gobierno de Frei Montalva, a mediados de los 60, hasta la segunda década del siglo XXI. Medio siglo.

Su retirada no es un proyecto, sino un hecho consumado. De pronto alguno aparece por ahí, pero ya es más como un recuerdo que una invitación. Más un testimonio que un diseño. Los candidatos de la centro izquierda son en su mayoría hijos de esos otros: Carolina Tohá, Lagos Weber, Marco Enríquez-Ominami, Andrés Velasco. Son las corrientes sanguíneas de la historia.

Eyzaguirre es una carta manchada: siempre se supo que su apuesta llevaba a la gloria o al barranco. Y ahí está, viendo cómo alejarse del borde del precipicio. Dicen que al interior de La Moneda se vive un conflicto entre él y Peñailillo, que lo tienen intervenido por todos lados, que ya ni maneja, por ejemplo, las relaciones con el Congreso. Las cosas no han andado como imaginó. Como otros alumnos del Verbo Divino –Piñera, sin ir más lejos- confió en sus capacidades, menospreciando la fuerza de las circunstancias. Cuentan también que no son pocos los que quieren jugársela por Peñailillo para las próximas elecciones, aunque si las cosas se miran con calma, esa movida huele a más voluntarista de la cuenta.

Los sueños humanos, en todo caso, son por definición desproporcionados. ¡Hasta Espina quiere ser presidente! Y es de imaginar que en sus fueros internos lo cree firmemente y, de hecho, si acaso lo quiere conseguir, confiar en ello es un requisito imprescindible. Ximena Rincón también deslizó su intención de concursar. Se hiperventiló apenas la nombraron ministra y es sabido que incluso tuvo encuentros con dirigentes de distintos partidos para evaluar sus posibilidades. Fuentes de palacio aseguran que el otro día, tras volver a mostrar entusiasmo, en La Moneda la llamaron al orden una vez más, pero no sería vano sospechar que al gobierno le convenga esta discusión ansiosa, porque le da un respiro en tiempos de asedio.

Distrae la atención. La Udi, para no ser menos, echó algunos nombres absurdos a la olla: Jacqueline Van Rysselberghe, Iván Moreira, Hernán Larraín, Coloma. ¿Acaso alguien se imagina que Coloma pueda ser presidente? Algunos de ellos, me explican, lo hacen para conseguir figuración, porque si se aprueba el fin del binominal, el redibujo de las circunscripciones los pone en peligro. Parece atarantado e inaudito, hace 4 años, en estas mismas fechas, Hinzpeter, entonces ministro del Interior, echó a correr su nombre, y aunque demasiada agua pasó debajo del puente, hoy vemos el cauce correr en el mismo sentido. Raúl Zurita, al terminar un almuerzo, me comenta que estas anticipadas carreras presidenciales solo confirman que las ambiciones personales mueven la política. Y tiene razón, pero quizás también muevan la poesía.

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