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Opinión

23 de Agosto de 2014

Asamblea Constituyente: Del barrio al plebiscito

Pese a las postergaciones anunciadas en las últimas semanas, todavía se sigue hablando sobre la elaboración de una nueva Constitución. Lo hace la presidenta, la siguen sus ministros y otros personeros políticos y, por supuesto, los medios de comunicación se unen al coro.

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ASAMBLEA-CONSTITUYENTE

Por Tomás Moulian

Pese a las postergaciones anunciadas en las últimas semanas, todavía se sigue hablando sobre la elaboración de una nueva Constitución. Lo hace la presidenta, la siguen sus ministros y otros personeros políticos y, por supuesto, los medios de comunicación se unen al coro.

A propósito de este tema, el senador Zaldívar afirmó en una entrevista: “El poder constituyente está en el parlamento, no en una asamblea constituyente”. Aunque la declaración fue realizada de una manera enfática, es solo parcialmente verdadera.

El poder constituyente puede estar provisionalmente situado en cámaras o en asambleas integradas por representantes; pero en última instancia, ese poder está radicado siempre en los ciudadanos, es decir, en aquella porción del pueblo definida por ciertos rasgos como tener edad para votar. Porque siendo ya la habilitación electoral de carácter automático, ni siquiera se requiere que los individuos tomen la decisión de inscribirse y luego realicen la operación de votar. Sea como sea, con activismo o sin él, la soberanía radica en ellos. No importa que no se muevan y que se relacionen desde una mirada apática con la sociedad: siguen siendo ciudadanos a los cuales se deberá consultar.

Pero, en verdad, hay que ir más allá. Lo que importa no es la radicación formal del poder constituyente, sino las pretensiones políticas de quienes han planteado la necesidad de formular una nueva Constitución.
Pinochet creo la de 1980 para imponer una supuesta “nueva democracia”, combinando neoliberalización de la economía y autoritarismo político. A la cabeza de esa operación colocó a Jaime Guzmán, el principal intelectual político del régimen. Esa nueva carta sustituyó a la de 1925, siendo finalmente sometida a una seudo confrontación popular en un plebiscito realizado sin registros electorales.

Hoy, por contraste, se supone que los anuncios de una nueva Constitución se vinculan con el proyecto de desarrollar una mayor participación. Y solamente en esa perspectiva tienen sentido. Por ello la pregunta esencial es: ¿cómo se elabora una Constitución de manera participativa?

La respuesta es a través de una Asamblea Constituyente. Pero, en realidad, no a través de cualquier tipo de ella. Pueden distinguirse dos modalidades: una de carácter “nacional global” y otra de carácter “nacional diversificado”. La primera actúa en la cumbre, mientras la otra empieza en los barrios, continúa en los municipios, las provincias, las regiones y termina en la cúspide del Estado.

La gran ventaja de realizar una Asamblea Constituyente bajo esta última modalidad es que no solo tendrá un carácter representativo (como cabe exigir de cualquier Asamblea Constituyente), sino que además habrá comenzado desde la base de la convivencia social, en un momento anterior al del mismo municipio, que es hoy la primera instancia participativa.

Al comenzar en el barrio, la participación se amplía de manera significativa, pues permite conversar con los más próximos, los de la cuadra, aquellos con quienes se comparten las experiencias básicas de la vida cotidiana. Y si los temas que plantea una Constitución definen en gran medida el tipo de sociedad en que se quiere vivir, ¿por qué tendría este debate que estar concentrado solo en las alturas? Es cierto que se está discutiendo sobre un texto legal, abstracto, en apariencia alejado de la práctica; pero argúir esto último para alejar el debate del vecindario significa restarle sentido a la propia Constitución como formulación de un proyecto de sociedad

La posibilidad de conversar sobre el tipo de sociedad y, por ende, sobre las políticas públicas que se implementan desde el Estado, es una de las grandes virtudes de la democracia. Por ello una nueva Constitución no puede ser la invención de las elites, aunque luego la sometan a plebiscito. Un plebiscito constitucional que sólo resulte de una discusión concentrada en el Parlamento, termina convirtiéndose en un mero acto simbólico, en tanto los ciudadanos se enfrentan a un referendo sin haberse relacionado de manera previa con sus antecedentes. Un procedimiento de este tipo cobra su pleno sentido cuando existe una amplia confrontación que comienza en los niveles más bajos, los del vecindario.

Es de esperar, por lo tanto, que la discusión sobre una nueva Constitución que ha planteado la Presidenta se realice a través de una Asamblea Constituyente de carácter diversificado, cuyo debate pueda confluir hacia estamentos superiores integrados por representantes, pero no comience por ellos. De ese modo, la nueva Constitución habrá incluido a los ciudadanos de una manera efectiva.

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