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Opinión

1 de Septiembre de 2014

Columna de Constanza Michelson: Post amor

“Lo nuestro es un amor necesario, lo que no se interpone a la idea de tener amores contingentes”, fueron las palabras de Sartre a su compañera de vida Simone de Beauvoir. Algo así como el no tan viejo adagio: existen las capillas, pero sólo hay una catedral; con la salvedad de que esta pareja no […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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“Lo nuestro es un amor necesario, lo que no se interpone a la idea de tener amores contingentes”, fueron las palabras de Sartre a su compañera de vida Simone de Beauvoir. Algo así como el no tan viejo adagio: existen las capillas, pero sólo hay una catedral; con la salvedad de que esta pareja no requería guardarlo en secreto.

Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre fueron de los primeros en asumir abiertamente una relación libre, como gesto político de ruptura con el patriarcado y el capitalismo. La idea era romper con la cosificación de la pareja que conlleva la moral de la propiedad privada. Ahorrarse así todos esos sentimientos miserables como los celos, dominación y sumisión que atraen al maltrato.

Estamos en tiempos donde la práctica del amor está siendo repensada desde varios flancos y sin tanto escándalo, como lo fue hace algunas décadas. Desde lo masivo, como las películas de Disney, las teleseries de canales aún católicos, hasta las teorías high tech de algunas post filosofías. Disney ya no propone princesas pálidas, semi dormidas y psicasténicas a la espera de ese príncipe valiente, pero de corazón afeminado; sino que a chicas que se las arreglan por su cuenta y machos siempre algo castrados e infantilizados. Que hasta cierto punto alimentan la idea del “ya no hay más hombres”.

Por otra parte, algunos feminismos apuntan a desarticular el patetismo asociado al amor sufrido de las mujeres, ese estrago amoroso dependiente de un hombre. La propuesta es repensar las posibilidades relacionales y apropiarse sobre todo de la experiencia sexual como bandera de lucha.

Hay otras posturas más cínicas como aquellas que valoran el hedonismo como ley de vida. Sostenida en la ideología del placer y costo cero de dolor. Y el amor duele. Este argumento también aparece bajo la fachada de la ciencia. Estaríamos biodeterminados a la poligamia. Como si nuestra verdad última fuera el primate que llevamos dentro. Si bien es cierto, que el amor romántico es un invento moderno –no tan antiguo– tampoco es cierto que exista una verdad humana inalienable en nuestra biología, negando el hecho de que nuestra naturaleza es cultural. Incluso, cuando en la historia se ha sostenido algo así, ha dado pie al totalitarismo fascista de la raza.

Por un lado o por otro el amor se va transformando en una experiencia despreciable. Están quienes sienten pánico a la pérdida y se repliegan en el autoerotismo. Creo que no por nada, algunos de los héroes contemporáneos fueron los protagonistas de las películas “Azul profundo” e “Into the wild”, quienes se casan con su soledad. O bien están quienes desprecian el amor por chulo, elevando una moral superior por sobre las masas: un ser humano sofisticado sin fracturas repudiables como lo posesivo, celos, envidia y competencia. Pero al igual que lo que ocurre con las ingenierías humanas de izquierdas absolutistas, en lo privado siempre retornan estos escollos en las personas, llevando a fracasar esas utopías. ¿Qué pasó con Simone de Beauvoir y Sartre? Aunque se acompañaron durante cincuenta años, parece que el arreglo le convino más a él que a ella: la traición apareció igual cuando él hereda sus derechos literarios a una de sus amantes.

Estos bajos sentimientos que nos traicionan aparecen porque están inscritos en nuestra relación amorosa más primaria: con la madre. Y esa relación infantil es totalitaria, queremos ser todo para quien nos cuida, llamar toda su atención, que nunca mire hacia otro lado ni menos a otro ser humano. Y es esa omnipotencia infantil a la que se debe renunciar para amar de otro modo. En libertad. Creo que lejos de las tecnologías de los chipes libres, se trata de asumir la pérdida que implica el amor como algo parcial, a veces, un rato, mirando para el lado, pero sin embargo estar dispuesto a quedarse ahí.

Volviendo a la promesa de Sartre: ¿el amor es necesario? Creo que sí, porque no se elige, ocurre. Lo que sí es contingente es la persona a quien amo. Es decir, que uno se puede enamorar muchas veces, creer lo contrario es lo que lleva a las obsesiones patéticas; o bien, a desechar a la pareja en los momentos en que no me siento tan enamorado, suponiendo que no es mi verdadero amor.

De lo que no me cabe ninguna duda es de la potencia subversiva del amor, porque implica dar, y eso es la cosa más difícil del mundo.

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