Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

3 de Septiembre de 2014

La desigualdad es injusta

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

Una-Temporada--en-el-Infierno-foto-cristobal-olivares

La siguiente es la intervención de Patricio Fernández, director de The Clinic, en el debate organizado por la Red de Alta Dirección de la Universidad del Desarrollo:“¿Hay realmente injusticia en la desigualdad?” En esta instancia participaron también Evelyn Matthei, Héctor Soto y Axel Kaiser quienes se enfrentaron al equipo conformado por Andrés Velasco, Ernesto Ottone y Patricio Fernández.

“No es injusto que alguien sea más alto que otro, ni que un hombre sea blanco y el otro negro. Esos son datos de la naturaleza. Tampoco lo es que halla animales que prefieren vivir en el agua y otros en la tierra. Lo injusto es que los hombres altos aplasten a los bajos y los blancos sometan a los negros.

En la naturaleza, no existe la justicia; las cosas simplemente son. Es el reino de las diferencias impajaritables. Los que creen en un Dios ordenador le hallarán su razón de ser. Los que no, se contentan con contemplarla, o estudiarla, en el caso de los científicos.

Pero aquí estamos en el territorio de la cultura y la política. Y en este ámbito, a los que actúan simplemente de acuerdo a su naturaleza les llamamos “bestias”. Al que cree que por ser más fuerte puede golpear al más débil, le llamamos “bestia”. Hemos acordado que los seres humanos poseemos una misma dignidad. Nos ha tomado muchísimo tiempo ponernos de acuerdo en esto, y aún hoy el mundo está lleno de rincones donde no lo tienen del todo claro. Cuando el hombre actúa como bestia, es, sin duda, la más cruel de todas. No mata sólo para comer y defenderse, sino para hacer alardes de poder. Ahí está el Holocausto, ahí los Gulags soviéticos, ahí la dictadura de Pinochet y ahí los fanáticos de ISIS.

En todos esos casos hay otro que no es visto como igual. ¿Somos todos los hombres rigurosamente iguales? Por cierto que no. Diría que más bien somos todos distintos. Y es exactamente eso, la constatación de que todos y cada uno de nosotros es distinto del otro, y que ninguna de esas particularidades vale más que la de su vecino, lo que intenta establecer la “dignidad humana”.

En tiempos de máxima miseria, esa dignidad puede extraviarse. Hombres que matan a otros hombres por un pedazo de comida, madres que abandonan a un hijo para salvar a otro, inteligencias que se gastan enteras en la propia sobrevivencia. Sucede cuando un barco naufraga, en medio de la guerra… cuando colapsa la civilización. Incluso ahí, sin embargo, no faltan los testimonios que la rescatan. Viktor Frankl asegura que en Auschwitz descubrió que era ése el valor último de la poesía.

Pero acá estamos demasiado lejos de esa situación extrema. Nuestro problema no es cómo sobrevivir, sino cómo vivir mejor. Para algunos afiebrados, todo consiste en generar mayor riqueza. En promover la multiplicación de billetes a cualquier precio. Aplauden la productividad, así sea pisando desvalidos. “Si hay riqueza, dicen, ya les llegará”. En su concepto, es un gravísimo error cualquier cosa que restrinja el crecimiento económico inmediato. Actúan con la lógica del hambriento, como si el barco, irremediablemente, se fuera a hundir. Hay mucho de barbarie en el frenesí neoliberal. Mucho de “sálvese quien pueda”. Y, claro, con esa lógica los que se salvan sabemos quiénes son: los más fuertes.

Apostaría, sin embargo, que ese mismo razonamiento que aplican a la economía comunitaria, de competencia impiadosa, no la harían extensiva a sus hijos. Sólo un canalla prefiere al hijo rubio que al moreno, al sano que al enfermo, al robusto que al patuleco.

Suelen contar, además, quienes han criado hijos “incompetentes”, lo mucho que se aprende de ellos. Y éste es otro punto que me gustaría poner en la tabla: los que corren obsesionados con ganar, es mucho lo que dejan de ver. El que corre cegado por el trofeo se pierde las bellezas del camino. El cojo posee un tiempo que al atleta le falta. ¿Acaso el industrial exitoso sabe más que el artesano? Lo digo porque según esta cultura de la rentabilidad en que estamos envueltos, alguno podría considerar conveniente reunir a los rápidos con los rápidos y los lentos con los lentos. Algo de eso ronda incluso en la lógica de la “meritocracia” (aquí me estoy metiendo en un lío), que es como la versión desclasada de la misma admiración por la victoria. Antes incluso de seguir hablando de igualdad, vendría bien ir sofocando esos insoportables aires de superioridad con que algunos ganadores se rodean.

Para terminar: nadie nunca me convencerá que habiendo niños millonarios sea justo que los halla desvalidos, que un niño mendigue para que otro niño aprenda la generosidad al darle una limosna, que un colegio rechace a un inocente por su padre, y que todas las desigualdades derivadas de ahí, tengan que ser tranquilamente aceptadas.

Si uno elige ser corredor de bolsa y el otro anacoreta, allá ellos. Esa desigualdad no es injusta. Lo injusto es cuando se condena a un inocente. Y eso, espero, no lo discute nadie.

Habrá que ver cómo esto dialoga con las lógicas económicas. Pero supongo que aquí no estamos para hablar sólo de economía, porque si no, perdieron el tiempo invitándome a mi”.

Notas relacionadas