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Opinión

4 de Septiembre de 2014

José Ricardo Morales, pasajero de la travesía: “Es un mito que al Winnipeg sólo hayan subido comunistas”

Este 3 de septiembre se cumplen 75 años de la llegada a Chile del Winnipeg, barco fletado gracias a Pablo Neruda y al presidente Aguirre Cerda, a bordo del cual más de dos mil españoles pudieron huir de la Guerra Civil. A sus 98 años, el dramaturgo José Ricardo Morales es uno de los pocos pasajeros con vida. Aquí cuenta su historia antes y después de viajar desterrado a Chile: “La guerra fue más grave. El Winnipeg fue la salvación”.

Juan José Santos
Juan José Santos
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foto: alejandro olivares

En el río de cólera que es el siglo XX, la llegada a Chile del Winnipeg, ocurrida el 3 de septiembre de 1939, representa uno de esos casos excepcionales en los que una buena cantidad de hombres y mujeres se unieron en solidaridad con un pueblo que sufría. Miles de españoles huyeron de la guerra en España y de los campos de concentración franceses gracias a Chile. Muchos desarrollaron luego en este país una labor productiva a reivindicar.

Uno de ellos es José Ricardo Morales (Málaga, 1915), dramaturgo con más de 40 obras en su haber, excombatiente de la Guerra Civil española e incluso waterpolista olímpico. Con él hablamos de las casualidades: “Nací en Málaga, en la Calle del Pacífico sin número. Fue un pequeño anuncio de lo que luego me pasó: Chile es la calle del Pacífico, porque es largo como una calle, y vine desterrado, es decir, sin número”. Del uso correcto del lenguaje: “A nosotros los franquistas nos consideraban los “emigrantes”, como si uno hubiera tomado su maletín y se hubiera ido tranquilamente en cualquier barco. No se atrevían a decir que éramos desterrados por ellos, nos habían desarraigado, nos habían privado de todo”. Hablamos de la suerte: “Si no hubiera escapado hubiera sido fusilado. A Chile le debo la vida”.

Abordó el barco huyendo de la guerra. ¿Qué recuerda de la Guerra Civil?
Yo fui a la guerra a defender una democracia, contra los nazis y medio mundo que era partidario de Franco. Mandé cuatro mil hombres a los 22 años, una brigada de cuatro batallones. Decían que tenía una carrera más rápida que la de Napoleón. Llegué a ser teniente coronel.

¿Tuvo que apretar el gatillo?
Yo no he matado a nadie. Yo solo tenía una pistola, era jefe. El gatillo era para mí en caso de que me tomaran prisionero.

¿Fue a la guerra voluntariamente?
Sí, me inscribí en las Milicias Populares para enfrentar al Ejército Nacional de Franco, que se sublevó en todas las ciudades menos en Valencia, donde yo estudiaba. Pero yo no estaba en Valencia sino en Barcelona, porque era waterpolista y estaba seleccionado para las Olimpiadas de Barcelona. Tuvimos que regresar por mar a Valencia, para luchar por la República. Combatí en la batalla del Sur del Tajo, al lado de Toledo. Volamos la fábrica de armas en Toledo. También en el frente de Córdoba y en Extremadura. Luego murieron muchos en la batalla del Ebro y faltaban mandos, así que me trasladaron a Cataluña, que estaba aislada. Fui en barco con mi hermano, y allá me pasaron cosas muy curiosas. Como había estudiado Filosofía y Letras, me mandaron a Ripoll para salvar códices, incunables, etc. Durante varios días hice el inventario y lo mandamos a Suiza, se salvaron. En Toledo salvamos varios cuadros de Tiziano, de Madrazo, en fin. Luchamos contra la Legión Extranjera, que era la guardia preferida de Franco. Siendo tan católico como se decía, la guardia personal de Franco era mora.

PRISIONERO EN FRANCIA

Después de la guerra, tras huir atravesando los Pirineos, a José Ricardo Morales le esperaban los campos de concentración franceses. Antes de caer prisionero, en todo caso, disfrutó su breve época de exiliado en Francia, donde conoció a dos de los autores que marcaron su carrera: “Me acuerdo que almorcé con Sartre y Camus. Camus quiso que yo fuera con él a Angiers, le dije que no puedo porque tengo otros compromisos. A Sartre me atreví a decirle, con toda la desvergüenza, que su obra La prostituta respetuosa era muy fácil, porque pone un senador, un negro y una prostituta. Se quedó así como un niño y me dijo: ‘no lo volveré a hacer más’”.

Pero vendrían los campos de concentración. Morales, junto a su hermano menor, acabaron en sendos parques de exterminio esperando la muerte. Y aunque no cree en las casualidades, reconoce que sólo pudo salir con vida gracias a ellas.

–Mis padres estaban en un hotel pequeño, en Perpignan, al sudeste de Francia. Un día mi padre estaba con gripe y se quedó en cama. Mi madre bajó al comedor del hotel y el dueño le pregunta qué hacían en Perpignan. “Tratamos de sacar a mis hijos de los campos de concentración”, dijo mi madre. “Qué es necesario para sacarlos”, continuó él. “Que un francés se haga cargo de ellos”. “Yo me hago cargo de ellos”, dijo el dueño del hotel. Fue algo fantástico. Mi madre se fue al campo de concentración donde estaba mi hermano y lo sacó. Después vino a buscarme al campo de San Cyprien, donde había miles de personas. Casualmente, un día soleado, me di una vuelta, teniendo la alambrada como referencia, y vi venir a mi madre. “¿Pero qué haces aquí?”, le dije. “Vengo a sacarte”. Si yo no me hubiera dado ese paseo, jamás me habría encontrado. Sencillamente. Y si mi padre no hubiera estado enfermo, tampoco mi madre habría hablado con este señor. No creo en el destino, aunque he tenido estas evidencias.

EL WINNIPEG, NERUDA, CHILE

Cuando Morales embarcó en el Winnipeg, tenía 23 años, varias heridas de guerra y un bagaje intelectual en efervescencia. Ese bagaje, según recuerda, le ayudaba a lidiar con la incertidumbre de no saber qué les esperaba, a él y a su familia, en Chile: “Había estudiado algo de geografía, sabía donde iba y qué país era. Pero mucha gente no tenía la menor referencia”.
¿Cómo llegó a abordar el barco?
Éramos muy amigos de Valera, que era el presidente republicano en el exilio. Nos llamaron de la prefectura cuando estábamos en Marsella, a mi madre, mi padre, mi hermano y yo.
¿Todo el que subió al Winnipeg era o tenía que ser comunista?

Eso fue un mito del franquismo que todo el mundo creyó. Todos los que se oponían a Franco para él eran comunistas, pero lo cierto es que en las elecciones del 36 los comunistas no sacaron tanto. Había menos comunismo que en Chile, por ejemplo.

Se dice que Neruda solo dejó subir a comunistas, y no a anarquistas por ejemplo.
Subieron anarquistas. No sé, eso no me interesa mucho. Son esas intriguillas de conventillo.

¿Conocieron a Neruda en ese momento?
Sí. Estaba en Pauillac, en el puerto del que salió el Winnipeg. Lo conocí a él, a la Hormiga. Nos interrogaron un poco, pero ya estábamos incluidos en la lista. Después lo conocí mucho porque tengo una casa en Isla Negra. Me acuerdo que un día estábamos cenando con Neruda y me dice: “¿Y cómo te va en tu nueva canonjía?”. Y yo le dije: “Qué puede hacer un canónigo donde hay un obispo”. Se rió, claro.

Luego del desembarco, ¿cómo fue el choque cultural en Chile?
Bueno, El Diario Ilustrado, por ejemplo, dijo que éramos unos asesinos, unos bandoleros. Yo no conozco a ningún delincuente que viniera en el Winnipeg.

Usted ha dicho que los primeros españoles vinieron para “hacerse las Américas”, y que los del Winnipeg lo hicieron para “hacer las Américas”.
No vinimos a explotar nada, sino a transmitir algo. Yo hablo de la acción de los desterrados españoles como una transfusión cultural, una transfusión efusiva. En mi caso, tenía una experiencia que aquí no había, traje aspectos del teatro universitario que no se conocían. A la gente aquí le interesó sobre todo mi participación con Max Aub en el grupo El Búho, de Valencia. Fundé el Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Por eso hablo de una transfusión cultural.

Y huyendo de una dictadura, a las tres décadas se topó con otra.
Pinochet era una caricatura de Franco, recuerdo que le lanzaron huevos cuando fue a su entierro. Yo tuve la suerte de estar en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile y no se atrevieron a tocarnos. Yo tenía una beca Guggenheim, teníamos prestigio, y no nos tocaron. Actuábamos como el Tábano de Sócrates, dando pinchazos para despertar la conciencia.

¿El acontecimiento más relevante de su vida fue el Winnipeg?
La guerra fue más grave. El Winnipeg fue la salvación. Y fue la manifestación de la solidaridad de Chile ante el perseguido, España. Eso es estimable.

LOS FALSOS MITOS DEL WINNIPEG

Como todo acontecimiento histórico, el Winnipeg fusiona la leyenda con los hechos. Muchos mitos son puestos al descubierto por Julio Gálvez Barraza (Winnipeg. Testimonios de un exilio. Ed. Cal Sogas, 2012). Uno de los más llamativos, el dubitativo papel del capitán del barco, Gabriel Pupin. Durante el largo trayecto del Winnipeg, dos niños nacieron, y uno murió. Los pasajeros construyeron un ataúd y lo lanzaron por popa. El barco, siguiendo un ritual fúnebre, dio tres vueltas alrededor del punto en el que fue lanzado el ataúd. Esa es la versión romántica. Pero según la recopilada por Gálvez, que el barco diera vueltas tuvo razones bien distintas: el capitán, no muy favorable a los comunistas, y temeroso ante la inminente proclamación de la Segunda Guerra Mundial y de un improbable ataque submarino alemán, decidió dar media vuelta rumbo de nuevo a Francia. Los tripulantes y el comité de a bordo se dieron cuenta y se enfrentaron al capitán: “Usted se podría caer al mar, y nosotros podemos llevar el barco a Valparaíso”. Gabriel Pupin parece que entendió y decidió seguir dirección a Chile. Al llegar al país el capitán alertó a la Embajada de Francia del motín que había sufrido. Pero los pasajeros ya habían pisado tierra firme.

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