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Opinión

22 de Septiembre de 2014

Mia Rose: Becoming Me

Mia Rose es una chica trans en sus veintitantos que recién salió de la universidad y ahora, con la terapia hormonal, empieza a explorar su nueva vida.    

Mia Rose
Mia Rose
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BECOMING-ME2

El último sábado de agosto se celebra en el exclusivo Prince of Wales Country Club de Santiago, entre los descendientes escoceses y otros no tanto, el magnánimo evento Caledonian Ball, al que he tenido el agrado de asistir los últimos diez años. Una real ocasión, en la que todos visten los atuendos tradicionales de la alta sociedad de los Highlands de Escocia, en que cada clan luce su particular insignia y colores. Se come elegante, se bebe caro y se conversa en inglés. Es sin duda una de las cosas más snob de las que he formado parte, y de las pocas actividades que con ansias esperaba durante el año, por lo que el volver, ahora como Mia, me tenía algo preocupada.

En el Caledonian Ball del año pasado, como imaginarán, era alguien completamente diferente a los ojos de… bueno, de todos, y no tenía la menor idea de cómo iba a reaccionar a la noticia de mi nueva vida los de la sociedad escocesa. Quizás no me dejaban entrar, quizás me felicitaban, quizás nadie lo notaba. Al ingresar, vi que en la lista estaba con mi nombre antiguo, como si al dejar el nombre que me pusieron mis padres, no fuese a encontrarme. Al pasar mi entrada me miraron con cara de decepción y sorpresa. Me preguntaron por el kilt, la falda que usan los hombres, ¿pensaban quizás que no iba a venir de mujer?, pensé. Un desconocido saltó rápidamente a la conversación -no sé si en broma o hablando en serio- diciendo que fuera a mi casa rápido a buscarlo. Pero el desagrado no terminó ahí, antes de llegar a las mesas, un fotógrafo pidió a las parejas que iban entrando con nosotras que posaran, pero claro está, a la peliteñida (mi novia) y su pareja trans (yo) ni nos saludaron.

Quedamos paradas ahí un tiempo aprovechando el picoteo, quizás yo más que el resto, mientras de lejos algunos movían su cabeza para dar señal que nos veían. Un amigo con el que he compartido en la misma mesa las última diez veces cenas, se acercó acompañado de su familia y me saludó con beso un poco nervioso, seguramente sin saber si debía abrazarme como solía hacerlo. Su mamá pegó un gritó y mientras se alejaban se disculpó por no lograr acostumbrarse a mi nuevo asècto todavía. Siempre tuve la esperanza de que esos vasos de scotch, hasta tempranas horas de la madrugada, contaran más que alguna especie de intolerancia, discriminación o juicio preconcebido.

En el amplio hall donde el status y adquisiciones financieras tienen más valor que los amigos, mi polola dijo entre dientes y en voz baja: “¿Y hay personas que quieren ser parte de esto?”

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