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25 de Septiembre de 2014

Narco empresarios: La red de negocios de los hermanos Peña Torres

Un hombre aparece con 17 balas al lado de una camioneta con más de 70 kilos de droga. Los detectives escuchan el teléfono de la última llamada que recibió el muerto y se enteran que el asesino y la víctima son miembros de una banda de narcotraficantes. Luego de tres meses de seguimiento, la PDI logra incautar 1.842 kilos de pasta base y 1.214 de marihuana prensada. Acá, la historia de los Peña Torres, dos hermanos que comenzaron en el mundo del hampa y escalaron hasta convertirse en los líderes de una operación de más de 33 mil millones de pesos.

Por

NARCOS

*Investigación: Jorge Rojas y Martín Espinoza.

Andrés Garrido Campos está parado frente al hombre que lo va a matar. Matías Besoaín Sepúlveda tiene 22 años y su víctima casi lo dobla en edad. Son las siete de la mañana del 29 de marzo y se han reunido para hacer una transacción de drogas en la calle Capricornio con Avenida Ossa, en la comuna de La Cisterna. Ambos son compañeros de delito en una banda de narcotraficantes conocida como “Los Sopas”, liderada por los hermanos Sergio y José Peña Torres. Besoaín ha fraguado un ambicioso plan: quiere robarle 20 kilos de pasta base a Garrido Campos y luego asesinarlo para ascender en la organización, haciendo que todo parezca una “mexicana”. Ningún integrante del grupo está enterado de sus intenciones.

Besoaín conoció a su víctima hace dos semanas, durante un viaje al Norte, cuando los Peña Torres transportaron una gran cantidad de droga y les tocó dormir juntos en la misma pieza. En esa ocasión acordaron hacer negocios cuando regresaran a Santiago y en eso están. El plan de Besoaín no admite fallas. Garrido Campos es un avezado delincuente de amplio prontuario, con causas por robo en los años 1988, 1989, 1990 y 1994, y un homicidio frustrado en 1998. También es el jefe operativo de la banda. Dejarlo vivo luego de quitarle la droga implica firmar su sentencia de muerte por traición. Por eso, antes de encontrarse cara a cara con él, Besoaín ha repasado varias veces el plan. Anoche fue la última vez que se reunió con sus cómplices: un chofer y un sicario, a quienes les ofreció cinco kilos de droga a cada uno por acompañarlo. Durante la mañana, sin embargo, éste último desertó, y él mismo ha tenido que ocupar su lugar. A Besoaín, esto no lo aproblema. En el cinto lleva una pistola y 18 balas.

Los primeros tiros que percuta van directo al estómago, y los siguientes con dirección al suelo, mientras Garrido Campos cae entre gritos y espasmos: recibe 17 balazos en total. Para cuando la policía encuentra el cuerpo tirado sobre el pavimento, la víctima lleva casi una hora fallecida. Los primeros en llegar son los detectives de la Brigada de Homicidios de la PDI, pero cuando revisan la camioneta en la que Garrido Campos andaba, el caso es derivado a Antinarcóticos. Al interior del vehículo Mitsubishi rojo, modelo Katana L200, similar a los que se ocupan en la minería, hay 60 kilos de marihuana y 15 de cocaína, todos ensacados bajo la siguiente inscripción: “FINO: Industria boliviana, calidad que marca la diferencia”.

Para la policía -que nada sabe de Matías Besoaín ni de los 20 kilos de pasta base que ha robado- el caso es un enredo de muchas preguntas y pocas certezas. No hay testigos ni evidencias. La única pista es el celular del muerto.

Días después, el registro de la última llamada del aparato abre una caja de pandora. Los detectives no sólo descubren al asesino, sino que también dan con los dueños de la droga: los hermanos Peña Torres. La ambición de Besoaín -que se ha convertido en el nuevo jefe operativo de la banda- ha expuesto al grupo. Su teléfono ha sido “pinchado” y la policía está a la espera de una internación de pasta base y marihuana.

La investigación ya tiene nombre: Operación Capricornio.

LOS PEÑA TORRES

Los hermanos Peña Torres y Andrés Garrido Campos eran grandes amigos. No está claro qué teorías hilvanaron luego de su muerte, pero cuando estaban en su funeral se enteraron que la familia creía que una amante le había pagado a un sicario para que lo matara. Un familiar de la víctima le contó esto mismo a la policía: “en la noche llegaron tres sujetos para preguntarle a la esposa de mi hermano si tenía plata para hacer venganza en la casa de la mujer que mandó a matar al Andrés”, declaró un hermano del muerto. Los detectives, sin embargo, habían descartado esa teoría. Para ellos, el caso del homicidio estaba resuelto y se había transformado en una investigación secundaria. El objetivo principal eran los hermanos Sergio y José Peña Torres.

Sergio tiene 51 años y José 49. Ambos nacieron en la comuna de El Bosque y desde jóvenes comenzaron a delinquir juntos. La PDI tiene registro de sus delitos desde la década del 70. El primero en caer fue Sergio Peña, que entró al sistema a los 14 años, cuando fue acusado de robo. José cayó a los 20 por el mismo delito. En 1986 ambos fueron detenidos por tráfico de drogas. Lo mismo ocurrió en 1992 y 1993, año en el que además registran una infracción a la ley de armas. “En Chile hubo una mutación: pasamos de tener buenos ladrones a tener buenos traficantes. Los delincuentes habituales, con poder de fuego, descubrieron que podían quitarle la droga a los traficantes y que detrás de eso había un negocio lucrativo”, cuenta un abogado que los defendió en una causa por drogas.

En ese contexto, los Peña Torres se hicieron un nombre en el sector Sur de Santiago: “ellos se reconocen como ladrones que se dedicaron al narcotráfico. Son cuidadosos y no se andan agarrando a balazos en la calle como esas bandas juveniles”, agrega un policía que conoce su historia.
El 22 de marzo de 2004 registran su último arresto. Ese día fueron detenidos por el OS7 de Carabineros durante una entrega vigilada. La policía venía siguiendo a un camión desde Antofagasta, luego que el perro Faraón -el zar antidroga de la Región- descubriera que en el acoplado había 102 kilos de pasta base. El chofer aceptó cooperar a cambio de rebajar su condena, confesando que la droga era para Sergio y José. Ambos fueron capturados en un servicentro IPF, ubicado en el kilómetro 17 de la carretera 5 Sur, en la comuna de San Bernardo, donde habían quedado de acuerdo para hacer la transacción. En cada auto que se movilizaban, les encontraron dos revólveres mara Taurus calibre .357, con 12 cartuchos, y $5.540.000 en efectivo.

El operativo también incluyó el allanamiento de un servicentro llamado “Peña hermanos”, ubicado en San Francisco con Lo Martínez, y un garaje donde vendían lubricantes. Allí les requisaron precursores químicos para “cocinar” droga, $57.000.000 en efectivo, dos chalecos antibalas, y tres pistolas más: una marca Intratec, una C-zeta, una escopeta Maverick, y 600 balas. De todas las armas, cuatro estaban inscritas a nombre de Sergio, quien además era socio del Club de tiro José Miguel Carrera.

La investigación duró dos años y durante todo ese tiempo, los Peña Torres estuvieron detenidos en la Cárcel de Antofagasta. El juicio comenzó en octubre de 2006 y estuvo precedido por especulaciones de intento de fuga, acusaciones de pago a testigos, y amenazas a los fiscales que llevaban la investigación. Días antes de iniciarse la presentación de las pruebas, el Ministerio Público abrió otra causa en su contra, luego que Gendarmería encontrara un cuaderno donde los Peña Torres detallaban los pagos que habían hecho a las personas que declararían en su favor.
Durante la audiencia, Juan Hernández, el abogado que los defendió, argumentó la inocencia de sus clientes. Alegó que la droga no era para ellos y que nunca estuvo en su poder: “ellos son prósperos empresarios, son dueños de a lo menos 13 empresas, quien trafica lo hace por dinero y acá no hay necesidad”, dijo. También, negó que las voces de las escuchas telefónicas durante la entrega vigilada fueran de sus representados.

Luego de nueve días de juicio, Sergio y José fueron condenados por el delito de tráfico de drogas: al primero le dieron diez años y al otro ocho. Ambos fueron trasladados a la Cárcel de Alto Hospicio. Allá terminaron su enseñanza básica y media, y en el 2009 se graduaron de técnicos industriales. La buena conducta les permitió salir antes de cumplir la pena. El último en dejar la prisión fue Sergio, que salió en marzo del año pasado. La cárcel los reinventó. También, les dio los contactos para reinsertarse en el negocio. Esta vez en una escala superior.

OPERACIÓN CAPRICORNIO

El teléfono de Besoaín se ha transformado en una pista clave en la investigación de la fiscalía. Llevan casi tres meses escuchándolo y el aparato es el punto de encuentro de varias investigaciones atomizadas que lleva la Brigada Antinarcóticos de la Región Metropolitana de la PDI. En este tiempo han elaborado un complejo mapa de redes delictuales ligadas a los hermanos Peña Torres, a quienes han identificado como los líderes de una banda dedicada a la internación de grandes cantidades de drogas, algo así como un gran distribuidor que surte a pequeños y medianos narcotraficantes de Santiago.

El 26 de junio surge la pista decisiva. La policía escucha a Matías Besoaín decirle a un sujeto no identificado que están a días de irse al Norte para transportar una droga. Se pone en marcha el plan. El viaje está fijado para el 3 de julio y Besoaín –estrenando su cargo de jefe operativo- es el encargado de poner a punto al equipo. La idea es viajar hasta Antofagasta, cargar la droga en un camión y luego regresar a Santiago por rutas alternativas. Para no levantar sospechas, el grupo simulará ser parte de una caravana minera compuesta por tres camionetas marca Nissan Terrano del año y un camión Volkswagen con tolva, como muchos que transitan en los caminos del Norte. Besoaín le encarga a los choferes comprar un vestuario acorde a la escena que van montar: overoles naranjas, chaquetas, chalecos reflectantes, y cascos de seguridad. Para comunicarse, en la ruta no podrán usar celulares, sino que sólo radios Handy y dos teléfonos satelitales, que hace un mes adquirieron por casi tres millones de pesos. Cada vehículo de la caravana, además, tiene un nombre –cisterna, tractor, aljibe y rambla- y todos los conductores llevan una hoja con 20 palabras en clave, algo así como un lenguaje propio que los Peña Torres crearon para aumentar la seguridad de la operación. En ese particular idioma, por ejemplo, “en faena” significa vehículo en movimiento; “camión pluma en faena”, pacos controlando; y “retroexcavadora estacionada”, detectives estacionados.

El plan parece infalible, pero la policía sigue la caravana a corta distancia. Detrás de los Peña Torres hay un equipo de elite. La causa está liderada por Héctor Barros, fiscal jefe de la unidad de crimen organizado, y la operación policial por el subprefecto Iván Villanueva, jefe de la brigada antinarcótico de la PDI, quien está a cargo de 60 policías en total. El grupo ostenta varios record en la persecución del narcotráfico. Es el mismo, por ejemplo, que en octubre de 2012 incautó 1.700 kilos de pasta base, cocaína y marihuana en Lo Valledor, operación que se transformó en el mayor decomiso de drogas desde que está operativa la reforma procesal penal.

En la ruta, la caravana de los Peña Torres adopta una disposición especial: primero va una camioneta y diez kilómetros después viene el camión escoltado por dos camionetas más, una adelante y otra atrás. El grupo entero cubre casi 13 kilómetros de camino, como si fueran un gran bloque que avanza. De los 1.370 kilómetros que separan a Santiago de Antofagasta, sólo 300 los hacen por la Ruta 5 Norte y el resto por rutas interiores. De vuelta, el circuito es el mismo. A tres días de iniciada la operación, la policía ya sabe que en Antofagasta han cargado el camión con una gran cantidad de droga boliviana que alguien acopió en una bodega. Cuando van llegando a Illapel, deciden interceptar los vehículos, con apoyo aéreo incluido. Los Peña Torres caen con seis personas más, incluyendo a Matías Besoaín. El grupo no sabe qué falló.

La caravana ahora se desplaza toda junta a Santiago. Llegan de noche a la Brigada Antinarcóticos donde los espera el fiscal Barros. Como si fueran estibadores, los detectives comienzan a bajar los sacos cargándolos al hombro, hasta dejarlos apilados en una bodega. Luego, varios funcionarios van pesando la droga. El fiscal mira la operación y graba algunas imágenes con su celular: “Son los mismos sacos del homicidio”, dice mientras filma.

El pesaje se extiende durante toda la madrugada del martes 8 de julio. A la mañana siguiente los investigadores confirman sus sospechas. Están frente a la mayor incautación de droga desde que entró en operación la reforma procesal penal. El equipo ha quebrado su propio record: 1.842 kilos de pasta base, 1.214 de marihuana prensada, y 3 de cocaína. En total: 3 toneladas de droga.

NARCO EMPRESARIOS

La droga incautada a los Peña Torres fue avaluada en 33 mil millones de pesos. Un negocio absolutamente rentable si calculamos –según cifras que maneja la PDI- que los hermanos habrían invertido no más de mil millones de pesos en adquirir las tres toneladas. Quienes entienden del negocio de las drogas, saben que manejar la demanda es tanto o más importante que controlar la oferta, y en esto los Peña Torres eran expertos. Su pega consistía en mover toneladas de droga a Santiago. Mientras más cerca de los centros urbanos, más dinero ganaban. Según datos de la brigada antinarcóticos, el kilo de pasta base se puede conseguir por $400.000 en Perú o en Bolivia, mientras que acá en Santiago se llega comercializar en casi 2.000.000. Más de cuatro veces su valor.

Con esta droga los Peña Torres surtían a traficantes de distintos sectores. Hacían esto cada tres meses, por lo que la fiscalía ha establecido que eran unos grandes empresarios del narcotráfico, expertos en logística y transporte, rubro en el que invirtieron casi cien millones durante este año, en la compra tecnología de punta en comunicación y vehículos todo terreno que pusieron a nombre de indigentes y adictos.

No está claro cuántos cargamentos similares pasaron desde que salieron de la cárcel de Alto Hospicio, sin embargo la policía ha determinado que en lo que va del 2014, los Peña Torres concretaron dos entregas de igual tonelaje antes de la detención. La penúltima fue a mediados de marzo, dos semanas antes que Matías Besoaín matara a Andrés Garrido Campos. Los hermanos tenían reputación de entregar la droga tal como venía desde su origen, sin cortarla con otros químicos. En los paquetes que se incautaron, los peritajes arrojaron que en promedio la pasta base tenía una pureza sobre el 50%. Eso le daba un amplio margen a los traficantes para seguir aumentando el producto hasta cinco veces, afectando la calidad de lo que se consume en la calle: “hemos decomisado pasta base por sobre el 90% de pureza, pero la droga que llega a las poblaciones está entre el 2% y el 17%. Imagínate todo lo que le ponen: ácido bórico, benceno, medicamentos, y hasta desparasitantes de animales”, dice Iván Villanueva, jefe antinarcóticos de la PDI.

La gran cantidad de droga decomisada a los Peña Torres puso en alerta a las autoridades sobre el alto consumo interno de pasta base que se está demandando. Durante todo el año pasado, la PDI incautó 5.273 kilos, mientras que a septiembre de este año ya llevan 6.931. No está claro qué porcentaje del total de la droga que entra al país representa la cantidad de pasta base decomisada, pero sí que Chile ha dejado de ser un país de tránsito hacia Europa y se ha convertido en un pujante mercado: “a partir de los 90, Chile comenzó a transformarse un lugar atractivo para comercializar droga. Hoy, además, hay muy buenas condiciones económicas y eso aumenta la demanda”, agrega el subprefecto Villanueva.

Las exigencias del mercado han derivado en la profesionalización del narcotráfico. Una de las cosas que más ha mutado es la forma en la que actualmente se compra la droga a los grandes productores. Atrás quedó el tiempo en el que los traficantes tenían que dejar un familiar en garantía para obtener una concesión: mientras más cercano el parentesco más crédito se otorgaba. Hoy, los negocios giran en otra órbita. La fiscalía está investigando una sofisticada red de sociedades que tenían los Peña Torres. A través de ellas –sospechan- el grupo lavaba el dinero que ganaban y también hacían los pagos por la compra de la droga. No es la primera vez que se los investiga por este delito.

En el 2004, cuando los pillaron con 102 kilos, el Octavo tribunal del Crimen de San Miguel abrió un proceso por lavado. La causa hasta hoy se encuentra en sumario y parte de esos informes son los que ha solicitado el fiscal para investigar el nuevo entramado de compañías en las que aparecen vinculados. Según un informe pericial de esa antigua investigación, los Peña Torres tenían cuatro autos y al menos siete sociedades: Inmobiliaria FMJS, Comercial José Peña y CIA LTDA, Importadora Peña Hermanos Limitada, Transportes Mary Limitada, entre otras.

En el juicio del 2006 en Antofagasta, un perito al que contrataron para que hiciera un levantamiento de todos los bienes y demostrara la legalidad de sus negocios, dijo que los Peña Torres tenían una comercializadora de repuestos para vehículos, y un servicentro ubicado en San Francisco con Lo Martínez. En ese lugar, un camión de transporte de valores Brink, pasaba habitualmente a retirar la recaudación, que en promedio alcanzaba los 150 millones de pesos al mes: “no nos habíamos encontrado en Chile con una banda tan sofisticada como ésta. Algunos narcotraficantes hoy son verdaderas compañías: hay brazos productivos, operativos, logísticos y financieros”, cuenta Iván Villanueva.

LA AMBICIÓN DE BESOAÍN

En el cuartel de la PDI, Sergio y José miran las caras del resto de los integrantes de la banda. Buscan un gesto sospechoso que les permita entender cómo es que la policía los ha pillado. El único que habla es Sergio: “¿Qué pasaría si se quema el cuartel o la evidencia?”, le pregunta a Iván Villanueva. “Tengo amigos que pueden hacerlo y nos vamos todos para afuera”, agrega. Varios abogados comienzan a llegar a la Brigada. Sergio les pregunta quién los ha enviado y que le den algún número de teléfono que él reconozca. No todos cumplen y despacha a dos que no son de su confianza. Ninguno de los hermanos declara.

Matías Besoaín es el único que acepta hablar. Al fiscal Héctor Barros le cuenta cómo mató a Andrés Garrido Campos: “Le pegué los primeros tiros en el estómago, cayendo al suelo, lugar donde comenzó a gritar, así que seguí pegándole en el suelo, descargando el cargador casi completo, ya que me pude percatar que sólo me quedó un tiro en el cargador”, le dice. Luego, le cuenta que la pistola con la que lo mató se la pasó a un amigo y que éste la perdió en la calle. En la casa de Besoaín, la policía encuentra 138 cartuchos y un fusil Mauser 7.57.

En la audiencia de formalización, los Peña Torres se enteran que Besoaín es la clave de todo. El fiscal comienza a relatar los hechos. Los hermanos permanecen inmutables. En la agenda que la policía les ha requisado, una tarjeta de condolencias con la cara de Andrés Garrido Campos recuerda el funeral de su amigo: “nuestra profunda gratitud a quienes nos manifestaron consuelo y apoyo”, se lee. La ambición de Matías Besoaín ha jodido el plan.

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