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Poder

2 de Octubre de 2014

Los empresarios

Quienes tienen la posibilidad de hacer una “pasada” forman parte de un club de amigos, más que del empresariado propiamente tal. A los datos que las hacen posible no se accede en la feria ni en la universidad, salvo que se trate de una de esas nuevas, que en lugar de ofrecer conocimiento, ofertan proximidad a estas redes.

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EDITORIAL-564
Hay empresarios que hacen cosas, que inventan, que se sienten orgullosos cuando ven que sus productos gustan y funcionan. Así lo que generen sea marraquetas o una flota aérea, para esos empresarios es más importante el prestigio de su obra que el tamaño de la ganancia. No es que el dinero no les importe; de hecho, es sustancial a su vocación el generar valor, pero otra cosa muy distinta son los locos por la plata.

A esos que miden su éxito de acuerdo únicamente al ranking de utilidades no sé si les corresponda el nombre de empresarios. Estos se fascinan con las listas de Forbes, y consideran que no hay genialidad más grande que una buena “pasada”, es decir, un movimiento financiero que en pocos minutos, como las maniobras de Ponce Lerú en el caso Cascadas, rinde utilidades muy superiores a lo que familias enteras producirán con el sudor de sus frentes a lo largo de varias generaciones.

Las hay legales e ilícitas, como las del yerno de Pinochet, pero en todas ellas habita la información privilegiada.

Quienes tienen la posibilidad de hacer una “pasada” forman parte de un club de amigos, más que del empresariado propiamente tal. A los datos que las hacen posible no se accede en la feria ni en la universidad, salvo que se trate de una de esas nuevas, que en lugar de ofrecer conocimiento, ofertan proximidad a estas redes. Hubo un tiempo en que los hijos porros de la alta burguesía, los negados para el estudio, eran enviados a la rueda de la Bolsa de Comercio, donde a punta de gritos y levantadas de dedo, compraban y vendían papeles.

Cuando la Bolsa ya no tuvo espacio para todos ellos, aparecieron las universidades privadas. Lo recuerdo perfectamente bien. Fue durante los años 80, mientras buena parte de las empresas del Estado pasaban a manos de funcionarios de la dictadura. Después el negocio prosperó, y se llenó de boliches universitarios que lejos de ofrecer sabiduría, extendieron su promesa de prosperidad hasta los hijos de los albañiles, que ese mismo día comenzaron a menospreciar la albañilería.

Así los cartones de las universidades se asemejaron a los papeles de la bolsa, donde el bien transado suele ser una ilusión. Acá no son muchos, a decir verdad, los grandes empresarios admirables del último tiempo. Salvo excepciones, no han construido museos ni parques, no han hecho aportes memorables a la ciencia ni a la ingeniería, no han puesto su nombre en la Historia de Chile. Esperan que se les aplauda de pie por aportar al crecimiento económico, cuando lo que de verdad les importa es SU crecimiento económico.

Financian la política para que la política los financie a ellos, y últimamente su lujo consiste en comprar medios de comunicación, entre otras cosas, para evitar murmullos que los afecten.

No se trata de despotricar en contra de los empresarios, sino de estos “empresarios”, cuyo único objetivo es sumarle ceros a sus cuentas corrientes, depósitos a plazo, carteras de acciones, etc., etc., olvidando con frecuencia, como hemos visto últimamente, que no por tener más están sobre la ley.

Acá nadie discute la importancia del libre mercado ni de los emprendedores. Conozco, de hecho, a varios que no actúan de este modo, pero esos no son amigos de estos gigantes, no califican en sus mesas, ni se sienten, como ellos, impunes y mejores que los demás. Es importante recordar que estos adoradores de la plata suelen ser muy religiosos y, con mucha soltura de cuerpo, aseguran que el Estado es una máquina de corrupción.

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