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Opinión

6 de Octubre de 2014

Columna: Zarpazo de zorra

En la erótica, que ya no es la del garrotazo, el ser humano debe aprender otros modos de persuasión. Si bien la oferta -bien intencionada de estos consejos- es darle el pase de gol a quienes les cuesta entrar al área chica del amor; estos listados pueden hacernos caer en una trampa mortal: someternos, de manera forzosa, a las supuestas expectativas de la presa.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Sexo accidente objetos
Cada vez que aparece uno de esos catálogos de recomendaciones para mujeres, sobre cómo conquistar a un hombre; me parece tan descaminado como los consejos para ellos sobre cómo llevar a una chica a la cama.

Ya sé. Están pensando que el que lee ese tipo de estupideces es un pobre ser humano, pero si aparecen con tanta insistencia será porque -aunque sea de reojo o con algo de culpa en el baño- se leen. Y existen fundamentalmente por la misma razón porque muchos van a terapia: conseguir algo que no se logra por la fuerza ni la insistencia.

En la erótica, que ya no es la del garrotazo, el ser humano debe aprender otros modos de persuasión. Si bien la oferta -bien intencionada de estos consejos- es darle el pase de gol a quienes les cuesta entrar al área chica del amor; estos listados pueden hacernos caer en una trampa mortal: someternos, de manera forzosa, a las supuestas expectativas de la presa. Por ejemplo, típicamente los consejos sobre una supuesta sexualidad femenina dados a los hombres incluyen cosas como aumentar la previa, hacerle también sexo oral si quieres eso de vuelta, ser cariñoso y preparar el ambiente. Pero la verdad es que cuando una pareja anda fogosa nada de eso es necesario o bien surge espontáneamente. En cambio, si la libido escasea, todo eso no solo puede ser muy agobiante, sino casi insoportable. Quedando ese hombre, que lo intenta tanto, frustrado porque no le sueltan nada; y a veces peor cuando ve que esa mina se fue con otro que hizo la simple “dos cucharadas y a la papa”.

Los consejos para ellas tampoco son mucho mejor. Apuntan a cumplir con lo que suponemos ellos quieren. El último que leí sugería cosas como: hablarles lento, por que a ellos no les gustan las parlanchinas; mirarlos de manera sensual, que permite darles una clara señal de avanzar por que no saben leer entre líneas; mostrarse interesada en las pasiones de él, si es dog lover hablar de canes, si es surfista decirle que amas el mar. Básicamente mostrarse como la sombra de su ego. A veces salen manuales que apuntan a jugar a la cabrona o la difícil, pero si el macho no está interesado, una queda más bien como hueona latera. No es muy difícil darse cuenta que estas cosas sirven para conseguir un revolcón, pero la verdad es que incluso borracha y con mucho menos esfuerzo también se puede. En general el problema de minas viene después. Suena como el hoyo, pero en general son los hombres quienes deciden qué tipo de relación va advenir post coitum.

Como decía más arriba, la trampa de estos consejos son la apuesta por el sometimiento. Así es que propongo algunas reflexiones sobre el poder y el deseo.

La versión clásica del poder es la de la posesión, represión y bloqueo. El dominio es la forma de la autoridad masculina. Por más entusiasmo que algunos muestren frente a las apariciones del ciudadano Lagos, u otros que representen el paradigma del poder con los pantalones bien puestos; este es un modelo que, además de agonizar, se critica en todo ámbito y se le hace resistencia. No queremos más sujetos ni instituciones que jueguen al papi que se pasa de largo con la correa. Se podría pensar que la sonrisa benevolente de la presidenta Bachelet representa otra lógica, pero no es más que el reverso de la masculina. Es la complacencia del “voy a darles en el gusto, chiquillos”. Ella escuchó a la calle, ¿y qué pasó? O bien, esa no era la calle, o esta no quería realmente lo que clamaba. Eso se parece mucho a la trampa de los catálogos del amor que describía más arriba.

Sin embargo, hay otra lógica del poder distinta a la imposición autoritaria, y también al sometimiento de lo impuesto por otro. Y es la que se orienta a capturar el deseo, o siendo más precisa, a poner al otro a desear.

Algunos le llaman a esto la lógica femenina del poder. Quizás por eso nos dicen zorras, por la forma de cazar de esos animalitos: primero se ofrecen de cebo para luego capturar a su presa. Pero esta lógica no tiene nada que ver con minas hoyudas, si no que se parece a esa forma en que algunos logran lo que quieren sin ensuciarse las manos, pero haciendo la pega. Se trata de dejar la fantasía de achuntarle a lo que el otro quiere – quien por cierto nunca está seguro de aquello- si no que hacer el trabajo de que el otro de pronto se dé cuenta que desea eso que yo le mostré. ¿A qué se parece? Pues yo diría que al mercado. Al que hoy sostenemos inconscientemente con nuestro deseo modelado por él, aunque nuestro discurso crea que no. Así el modelo económico opera solo, más allá de las voluntades individuales. Quizás por eso ni siquiera es necesario el famoso “relato” que la derecha busca tanto para justificarlo.

Pero volvamos al mercado de la carne.

¿Qué deseamos los seres humanos? Pues desear, más y más. Por eso, la represión sofoca y genera el punto de fuga de la rebelión. Sabemos que no podemos intentar controlar al otro. Pero tampoco dejarnos someter, porque eso también asfixia (¿nunca sintieron ese deseo maligno de maltratar al sumiso del curso?). El zarpazo invisible de una buena zorra implica no dejarse evaluar por el otro, más bien dar la vuelta a que el otro sienta – no que es evaluado – que ahí hay la promesa de una gran oportunidad. Y eso se genera dando de sí. No esperando todo del otro, ni dándole tanto poder a las expectativas del otro. Atreverse a llevar un ritmo…Ahora no sé si estoy hablando del amor o de la política. Pero qué más da, ambos se mueven por la misma lógica del deseo.

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