Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Uncategorized

10 de Octubre de 2014

Columna: De cómo nos hacemos delincuentes

Jorge Cubillos Farfán fue primero obrero del PEM y luego comerciante de papas en la Vega. Intentó comprar un camión Mercedes con tolva y trabajar el camión, pero no se la pudo con las cuotas. Le remataron el camión y volvió a ser comerciante, a trabajar para su padre. Durante ese retroceso nos conocimos y fue él quien me contó esta historia. Solo menciono su nombre por su amistad, las cervezas e historias compartidas.

Por

DE-CÓMO-NOS-HACEMOS-DELINCUENTES
Se despertó y se sintió como nunca, vio a su esposa dormir satisfecha y recordó el sexo atlético de la noche anterior. Él imaginaba que esa belleza de tez blanca y pelo negro y liso soñaba con algo hermoso, a juzgar por su sonrisa, y ese era el mejor augurio del día que se avecinaba.

Más tarde, haciendo una superficie de cemento en un patio de La Reina, bajo la canícula de febrero, aprovechaba su sudor para peinarse para atrás y para el lado con su peineta del bolsillo trasero, como cuando en la piscina la gente se peina sumergiendo la cabeza hacia atrás. Los pantalones bien planchados, los zapatos lustrados, la partidura bien hecha y el bigote impecable. Pinta de marino mercante o carpintero, “glamour nostálgico de izquierda, vintage”, comentaron dos rubiecitas que pasaron mirándolo con un sentimiento de deseo sereno.

También pasó un cuarentón tomándose una cerveza en lata extremadamente fría, como si fuera agua en el desierto. Se miraron, sonriendo como si el de la lata de cerveza se disculpara gestualmente por beber de esa manera mientras el otro sudaba y gestualmente le decía “por favor, hermano, no me haga eso”. Lo decía con sed pero risueñamente, pensando en que una cerveza bien tomada sin embriagarse es un regalo de los dioses, algo así como la comida de montaña cuando uno tiene hambre, el merecido alimento posterior a un trabajo bien realizado.

Miraba su trompo concretero que se había comprado tras meses de sacrificio, todos sus implementos en su camioneta Chevrolet C10 pasada de moda pero bien cuidada, como su propio pelo o el pelo de su mujer. Fue entonces que apareció un sujeto diciéndole que tenía un trabajo corto, una oportunidad y que la paga sería buena, gente con plata pero que paga bien, que no regatea, no huevones mezquinos, gente de la tele, entiende compare, que jalan coca y ganan mucho dinero, como la modelo esa y su novio concejal, hasta hablan como uno y echan tallas. Pero el trabajo debía realizarse con rapidez y la oportunidad era ahora mismo. Al toque, le dijo. Bueno, vámosle, yo feliz. Déjeme manejar a mí que Ud. debe andar cansado, lo vi transpirando con ese radier, y vamos a necesitar energía para este trabajo que le hablo, en Vitacura. Ese trompo nos va a servir. La cosa es hacerla rapidito para que también rapidito cante Gardel.

Se subieron a la camioneta ambos hablando del trabajo rápido y bien hecho, de los días con ritmo como este y las ganas de trabajar. El único detalle es que falta una broca para este taladro dijo el aparecido –se las arregló para pensar en un implemento escaso, calculando que el encementador no lo tuviera entre sus implementos, a pesar de que su camioneta estaba llena de herramientas caras. Un taladro extremadamente moderno era la única herramienta que portaba el de la oportunidad de trabajo, pero le faltaba una broca. Son baratas las brocas, pero yo sólo tengo Redbanc, y en esta ferretería sólo reciben efectivo. Bájese Ud. compare, tranquilo, mientras yo hablo con mis clientes de Vitacura y les digo a que llegamos en diez minutos como mucho.
Así desapareció la C10 por Américo Vespucio. En el galpón clandestino desarmaron la camioneta con rapidez de mecánicos de Fórmula 1. El trompo concretero todavía giraba con algo de mezcla adentro, como si quisiera vomitar.

Notas relacionadas