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Opinión

23 de Octubre de 2014

Columna: La belleza de la renuncia

La pregunta es por qué esa gente a veces deja de escribir, sobre todo las minas, que siempre faltan en el baile. ¿Se aburrirán con tanto ego fálico, como decían hace algún tiempo algunas feministas talibanas? ¿Con tanta tontera y curadera? No lo creo, el ego no tiene género. ¿Se aburrirán de las conversaciones en voz alta en los bares en donde los varones y medio-varones miden sus penes en la mesa gritando a voz en cuello? Es posible.

Germán Carrasco
Germán Carrasco
Por

Pilar Sordo

“¿Por qué la gente pone imágenes de Buda con frases de autoayuda? Absolutamente nada que ver. Estar de frente a un muro sentado en una posición incómoda tratando de no pensar nada o leer el Dhammapada nada tienen que ver con enfrentar el día con una alegría autoimpuesta y forzada. Es hasta lo contrario”.

Comenté eso a una niña a la que hago taller y a la sesión siguiente llegó con un soneto –ABBA, etc.– en donde rimaba Buda y Autoayuda en el segundo y tercer verso. La palabra “duda” aparecía también, como podrán imaginar. Buda y Autoayuda eran para ella –clever, ni hablar– como agua y aceite, que también tienen una relación, pero de opuestos. Agua y aceite estaban al final de los versos del segundo cuarteto conformando una rima semántica, no fónica. Una verdadera ecuación, perfecta. Le pedí permiso para publicarlo y no me lo permitió insistiendo que se trataba de un ejercicio. Me tendrán que excusar por el eurocentrismo cursi y provinciano de esta cita culta, pero le pediré su opinión sobre el “Soneto en ix” de Mallarmé y sobre la traducción de Paz de ese soneto. Quizás con qué cosa brillante me va a salir.

La pregunta es por qué esa gente a veces deja de escribir, sobre todo las minas, que siempre faltan en el baile. ¿Se aburrirán con tanto ego fálico, como decían hace algún tiempo algunas feministas talibanas? ¿Con tanta tontera y curadera? No lo creo, el ego no tiene género. ¿Se aburrirán de las conversaciones en voz alta en los bares en donde los varones y medio-varones miden sus penes en la mesa gritando a voz en cuello? Es posible. O puede que simplemente les dé lata, que consideren el poema como un ítem de uso sin ninguna otra alharaca o impostura, que es la mejor manera de hacer y leer esas palabras. Así como se hace un soneto o sáfico o la forma que sea, se hace un asana de yoga o un jarrón de cerámica. Así como se hace el aseo manguereando la vereda y estirando las sábanas sin pensar en otra cosa que en el presente de la misma acción, por ahí debe andar el poema. Aprender a hacerlo es simplemente aprender cerámica, karate, bordado. Nada más ni nada menos que eso. Y al aprender a hacer una cosa bien –bailar salsa, plantar papas o azaleas– se aprenden muchas cosas a la vez. O en el mejor de los casos, no se aprende nada en absoluto, lo que rimaría más con el espíritu zen del buda flaco y callado el loro, que parece un poema.

El poeta Gastón Carrasco, becario de la Fundación Neruda y especialista en Manuel Rojas, escribió la siguiente gema: “En un momento de abril, cuando la primera lluvia se arrojaba vertical sobre el asfalto, el Templo Votivo de Maipú –visto desde la Autopista del Sol– pareció ser un gran Buda reluciente y parpadeante que cuidaba en plenitud la humedad de la ciudad. En un momento tardío de abril, cuando esperaba las verticalidades hechas agua, una construcción de adobe colonial –vista desde el asfalto en concesión– pareció ser un Buda indigno, raquítico y animal que despreciaba el sol de la ciudad”.

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