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Planeta

23 de Octubre de 2014

Las memorias del buzo más viejo de Quintero

Hace 50 años que José Verdejo ve cómo la bahía, en la que ha vivido toda su vida, se deteriora irremediablemente. Hoy, el derrame de al menos 22 mil litros de petróleo en el mar es una nueva prueba de los estragos que han causado las industrias en el lugar. La pesca está paralizada y los botes lucen banderas negras exigiendo una indemnización por los 20 años que demorará la bahía en descontaminarse. Aquí, el trabajador activo más viejo del lugar cuenta cómo Quintero pasó de paraíso a desierto submarino.

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Cuando a José Verdejo (72) le avisaron que se había derramado petróleo en la bahía de Quintero, apenas se inmutó. “Pensé que era mínimo, he visto tantos derrames”, dijo. Verdejo lleva más de 60 años trabajando en la playa de Quintero y ha perdido la cuenta de todas las veces que ha visto el mar cubierto con una fina película aceitosa. Siente que ya es parte del paisaje. Pero el panorama que vio aquella tarde del 24 de septiembre superó con creces hasta sus más oscuros pronósticos.

-Estaba todo negro. Ver la mar mugrienta con petróleo da pena y rabia- resume.
El olor a bencina obligó a Verdejo a taparse la nariz.

Aquel mismo día, en la mañana, estuvo en Marbella con representantes de cinco industrias de Quintero pidiendo una indemnización para los pescadores producto del impacto ambiental en la costa. Verdejo, delegado de la caleta, exigió bonos, una jubilación de 500 mil pesos al mes y un proyecto de recuperación de la bahía. La reunión terminó cuando alguien llamó avisando sobre el derrame. En un primer momento se habló de 3 mil litros de hidrocarburo derramado. Verdejo, viejo zorro, no creyó nada. Tampoco hoy, con las cifras en la mesa, se traga que sólo sean 22 mil litros derramados como aseguró la Empresa Nacional de Petróleo (Enap).

-Nosotros creemos que son más de 30 mil, si fue mucho. Han habido siempre derrames, pero ahora se pasó- comenta indignado.

Del desastre casi no quedan rastros. Al menos visibles. Los animales dañados han sido retirados, las manchas fueron lavadas de la arena y en la superficie el agua volvió a su tono natural. Pero lo que atormenta a Verdejo es la certeza de que la gran mayoría del petróleo decantó al fondo marino. Las únicas pistas del incidente son las manchas negras en la parte baja de los botes que flotan al rededor del muelle y las banderas negras que tienen amarradas en señal de luto. Los pescadores llevan más de 20 días sin salir a trabajar.

Campo de lentejas

José Verdejo tenía 8 años y lo recuerda como si fuese ayer. Después del colegio acudía a plantar lentejas en un campo que su familia arrendaba en Loncura. Su padre dejaba los surcos hechos en la tierra para que sus hijos arrojaran allí las semillas. Verdejo las tapaba rápidamente con el pie para que los pájaros no se las comieran. Si hacía rápido su trabajo, alcanzaba a jugar fútbol con los niños de un orfanato. “Jugábamos a pata pelada y competíamos por un jarro de agua con harina tostada”, recuerda.

Fue a comienzo de la década de los 50. Otros tiempos. La economía doméstica familiar ofrecía todo lo necesario para autoabastecerse. Los Verdejo Ramírez sembraban lentejas y arvejas, cocinaban a leña y ordeñaban vacas para tener leche. Para ganarse unos pesos extras su madre lavaba la ropa a los oficiales de la Base Aérea de Quintero y José y su hermano se encargaban de plancharla. Luego recorrían la playa a pie trasladando la ropa en sacos de harina hasta llegar al recinto de la aviación. Era el mismo trayecto que recorrían para llegar al colegio. En el camino se metían al mar y jugaban entre los morros. Después de clases, cuando no había que sembrar, iban con otros compañeros a bañarse a los roqueríos y se divertían galopando caballos “a pelo”.

Otras veces, no pocas, los hermanos acompañaban a su padre a sacar machas por la orilla del mar. Así fue como José Verdejo aprendió a “bailar”, como los pescadores llaman al movimiento, parecido al paso del twist, que se utiliza para extraer machas en los bancos de arena.
-Eran unas machas bonitas, amarillas, que llenaban las playas. Eran grandes, como de 12 centímetros- recuerda Verdejo.

Tan bueno se hizo para “bailar” que las bolsas de moluscos que sacó en un principio las cambió por sus primeros zapatos de fútbol. Convencido de las ganancias que le iba a traer el oficio, decidió abandonar el colegio cuando terminó sexto básico: a los 11 años comenzó su carrera de machero. Cuando cumplió 18 años viajó a Santiago a comprarse un equipo de buzo: traje de goma, gualetas y una máscara de buceo. También una manguera para conectarla al motor que le otorgaba aire mientras descendía a las profundidades con un cinturón de plomo amarrado a la cintura.
-Yo sacaba machas de donde nadie sacaba-, afirma orgulloso Verdejo.

Una vez, junto a un compañero, capturaron 52 mil machas en una jornada. Fue el mayor récord de su vida.

Hoy, en Quintero no queda ni una sola.

Promesas de progreso
En 1964 se inauguró el Centro Industrial de Ventanas con la primera planta de fundición en Quintero, en manos de la Empresa Nacional de Minería (Enami). Verdejo se dedicaba a trabajar en el mar y rechazó las ofertas que la empresa ofreció a los lugareños.

-El sueldo de buzo y de pescador era mucho mayor, sus dos veces más. Igual pensaba que era bueno que hubiera industrias para que Quintero tirara para arriba- relata Verdejo. Muchos habitantes del lugar, entre ellos los tíos de Verdejo, vieron en la instalación de industrias una fuente de trabajo estable.

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A poco andar los sueños de progreso chocaron con la realidad del nuevo complejo industrial. Una nube de humo azul empezó a cubrir el cielo de Quintero. “Se nos ponía amarga la boca, era pura cuestión de cobre”, rememora. Verdejo siguió buceando, pero el fondo marino se llenó de residuos de carbón, las machas se extinguieron completamente y tuvo que comenzar a cazar jaibas.
Los efectos de las empresas recién empezaban. Con la modificación del plan regulador en el año 1987 se amplió la zona denominada de “industrias peligrosas e insalubres”. Actualmente hay 19 centros de desarrollo industrial en el lugar, entre ellos la fundición y refinería Codelco Ventanas (ex Enami), tres unidades termoeléctricas de AES Gener, la refinería de Enap, el terminal marítimo de la distribuidora de químicos Oxiquim, la planta de lubricantes de Copec, el terminal de gas natural licuado de GNL, la termoeléctrica de Endesa y la comercializadora de gas Gasmar.

La industrialización desde entonces nunca se detuvo. La mano de obra, sin embargo, dejó de ser necesaria. Quienes trabajan actualmente en las empresas, asegura Verdejo, han ido heredando los puestos por línea familiar. Para más remate la vida en Quintero se ha tornado extremadamente cara. El gas y la electricidad, con empresas dedicadas al rubro en la zona, serían más caros que en Santiago.

Un análisis de riesgo ecológico de la bahía por sustancias potencialmente contaminantes, que llevó a cabo el Centro de Ecología Aplicada para el ministerio del Medioambiente en 2013, indica que el agua del mar tiene sectores con alto contenido de coliformes fecales y metales pesados, lo que contaminaría a los organismos de la zona. Según Verdejo, ahora solo se encuentra jurel y palometa, mientras antes se pescaba blanquillo, vieja y hasta corvinas.

-Era muy lindo el fondo marino, el agua era transparente. Veíamos algas, peces de colores, rollizos. Hasta en la bahía había unos tremendos pejeperros, muy lindos. Ahora todo se murió, no hay nada en la bahía porque está mugrienta. Todas las empresas dicen que no contaminan, nadie reconoce- declara el buzo.

Como los recursos del mar disminuyeron notoriamente y los buzos y pescadores ya no tenían cómo abastecerse, en 1999 el gobierno entregó 72 hectáreas de mar a los trabajadores para que criaran locos, lapas, erizos y caracoles. José Verdejo se turnaba con sus compañeros para cuidar el área de manejo. Hace cinco años, sin embargo, la contaminación impactó violentamente los productos del área y desde entonces no han podido sacar ni un solo caracol. Verdejo tuvo que hacer un giro drástico en su trabajo: hace dos años que cambió las gualetas por el arpón y, hasta el momento del derrame, dedicaba sus noches a pescar jibia. El panorama de sus compañeros no es mejor. Algunos han migrado a los cerros y, en vez de sacar peces, cazan conejos. “Me venden dos conejos en tres lucas”, dice Verdejo.

Caleta de mentira

José Verdejo tiene la piel curtida por el sol y la brisa marina. Cuando ve llegar un cargamento de pescados a la caleta apunta a un local y se pone a mascullar entre dientes:
“Las machas son de Coquimbo, de Lebu viene la reineta, los choros y las almejas de Puerto Montt. Nada es de acá. Llegan a Santiago y de Santiago llegan aquí, así que no están frescos”, alega. Desde que los trabajadores no pueden pescar debido al derrame, él es uno de los pocos que deambulan la caleta sin nada que hacer. La única oferta de trabajo que han recibido fue de Enap: limpiar los rastros de petróleo que quedan en los botes y el muelle de la caleta a cambio de un millón y medio de pesos mensuales por pescador. Cada día estampan su firma en una hoja de papel para probar la asistencia, sin embargo, hasta ahora, no han limpiado nada. Según Verdejo, porque la empresa no ha dado la orden.

La única oportunidad en que trabajó limpiando el derrame fue pocos días después del incidente, cuando tiró unas mangas gigantescas al mar que absorben las manchas de petróleo. Por solo media jornada se llevó 50 mil pesos al bolsillo, un poco más del doble de lo que gana pescando jibia.
-Fue bueno porque traje una platita que sirvió para la casa, pero dentro de mi corazón fue una cosa tremenda. Estamos sufriendo-, dice respecto a la paradoja de que sean los mismos pescadores quienes tengan que limpiar el desastre que los condenó.

Ahora, igual que el resto de sus compañeros, está absolutamente desocupado. Los más viejos de El Manzano, que por su edad ya no se desempeñan como pescadores, siguen limpiando los baños. José Verdejo, a pesar de seguir trabajando, se ha transformado en el representante la demanda por una jubilación digna a personas de la tercera edad. Todos están ilusionados con aprobación en la Cámara de Diputados del “Plan de compensación económica a 20 años por la pérdida de patrimonio marino y sus recursos”.

Al menos ocho sufren de cáncer, la mayoría de estómago, y, a pesar de que no hay estudios que lo demuestren, están seguros de que se debe a la contaminación del mar.

-¿Usted ha escuchado que la gente de Codelco muere verde?-, pregunta .

Verdejo está convencido de que, cuando jubilan, los trabajadores se mueren de cáncer porque dejan de respirar el humo de la contaminación. “Ese humo los mantiene vivos”, agrega.
Asustado por la historia de Codelco, hace cinco años se acercó a la municipalidad pidiendo que le hicieran un examen de metales pesados. Hasta el día de hoy no lo han llamado y actualmente el sindicato de El Manzano está exigiendo que les hagan el examen a todos los pescadores mayores de 50 años.

De a poco el patio central de la caleta se empieza a llenar de gente que espera paciente las cajas con mercadería que ofreció entregar Enap a las familias de los afectados por el derrame. Mientras, algunos pescadores corren el rumor de que cerca del área de manejo se vieron miles de pescados muertos flotando. José Verdejo se aleja del tumulto y camina hacia el muelle vacío de la caleta. Mira la bahía de Quintero y apunta muelles, industrias, buques y chimeneas, contrastando el presente con lo que vivió en su niñez.

-Del muelle GNL para allá, eran puras dunas. Donde está la chimenea unos tremendos arenales. Íbamos a las machas para allá. Me gustaría ver la bahía sin industrias…”- dice. Luego agrega resignado: “Pero ya no se va a poder”.

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