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Cultura

6 de Noviembre de 2014

Iván Monalisa Ojeda, escritor transgénero: “Yo cuento el high, no hay tiempo para mensajes ni huevás”

En 1996, el artista escénico Iván Ojeda (Llanquihue, 1966) viajó a Nueva York por un mes tras conseguir una beca de creación artística. Una vez allá, deslumbrado por el ambiente de liberación sexual, se olvidó de la beca, trabó amistad con los travestis latinos y se convirtió en Monalisa, sin dejar de ser Iván. Desde entonces se gana la vida en las noches de Manhattan, pero también, cuando hay tiempo, escribe sobre ellas. Los editores de Sangría dieron con él/ella y en noviembre se publica La misma nota, forever, un libro de cuentos donde casi todos los personajes son travestis neoyorquinos, aunque el mérito de los textos excede por mucho el simple dato de que el autor esté hablando por experiencia.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Iván-Monalisa-Ojeda-foto-Nicole-Costa

–Hello, no me digas que eres el chico de la revista, pero quédate conmigo en el teléfono porque vengo entrando a mi casa justo ahorita. So, háblame si quieres.

¿Iván o Monalisa?
Oh, you can use both, podemos usar los dos. Soy transgénero, pero no soy transexual. Transexual es alguien que vive de mujer las veinticuatro horas, seven days a la semana, yo soy transgénero. I mean, soy lo que se diría Two-spirits o Non conforming, so me puedes decir Iván o Monalisa.

¿El libro lo escribió Iván o Monalisa?
Both [ambos].

Ya poh, entrevisto a los dos entonces.
¡Me encantó ese “ya poh”, loco! Espera que estoy entrando… Cachai que justo fui a un lugar, all the way downtown, y aquí en el subway esta es la rush hour, súper lleno, so me vine casi corriendo. Pero don´t worry, dale no más. Es que a mí me ponís el play y hablo como loro, ¿cachai? Yo voy a ser la mata loca que crece pa todos lados y tú la vas a podar.

En los nueve cuentos de La misma nota, forever también se cuela el inglés en su castellano latino. Iván Monalisa se pregunta si en Chile eso va a parecer esnob, “pero si llevai 20 años viviendo en un lugar, obviamente vas a cambiar también el lenguaje”. Con el correr de la entrevista, en todo caso, el spanglish irá cediendo terreno a los modismos, aún intactos en su memoria emotiva, de una conversación entre chilenos.

Iván Ojeda nació en Llanquihue y al salir del colegio entró a estudiar Derecho en la UC de Valparaíso. Pero lo llamaba el teatro y partió a Santiago “como una chica recién llegada de San Rosendo, con trenzas y todo”. Entró a Artes Escénicas en la U. de Chile, donde fue alumno y ayudante de Fernando González. Egresó en 1993. “Viniendo de una familia proletaria, tuve la educación de un burgués”.

En Santiago se movía entre estudiantes de teatro y artistas como Pedro Lemebel, Pancho Casas o Carmen Berenguer, de quienes no heredó influencias literarias –Bukowski y Carver son las que reconoce sin mucho entusiasmo– pero sí la actitud política de “ser gente que cuenta lo que tiene que contar desde su lugar”. El propio Lemebel recuerda que solía encontrárselo cuando viajaba a Nueva York, “como Iván o como Mona, siempre en diferentes domicilios”, y que alguna vez, hace años, le leyó en Central Park sus primeros cuentos.

“Antes Nueva York era más peligroso, pero tenía más personalidad también”, cuenta Iván Monalisa al teléfono. “Tú podías meterte a cualquier lugar sin ID, o en la calle la gente te ofrecía los ID falsos y la policía pasaba al lado y le daba lo mismo”. Conseguir un ID falso es parte de las rutinas de los personajes de sus cuentos. El alcohol, el sexo, el glamour, las drogas, la amistad, son otros ingredientes que rara vez pueden faltar en las correrías nocturnas de la Silvia Gold, la Francesca, la Fabrizzio, la Charlotte, la Ivanka, la Machete.

Casi todos tus personajes son transgéneros. ¿Siempre te mueves en ese círculo?
Sí, claro que sí. Ellos son mi familia. La Monalisa nació aquí, mis mejores amigas son ellas.

¿Qué quiere contar tu libro?
A mí me toca hablar desde mi lugar, mostrar lo que me tocó vivir después de un viaje con el que yo no sabía lo que iba a pasar. Lo que hago es mostrar ese mundo marginal, alternativo, donde hay una cosa que pasa por la transacción: la transacción carnal, la transacción monetaria… Y que también pasa por el conflicto –por llamarle así– de identidad sexual. O sea que hay un montón de cuestiones, ¿cachai? Como que hablo desde una barricada. Porque dentro de la marginalidad hay otras marginalidades, y esa es la barricada. Yo muestro un New York que no es el de Sex and the City, aunque también lo es, porque igual hay un fashion en la decadencia, o una decadencia del fashion, no sabría cómo decirlo. Como cuando hablo en un cuento de la Prada imitación comprada en Chinatown que después de cobrarle a un buen cliente se va a transformar en una original de la Quinta Avenida. Pero la palabra decadencia no me gusta porque parece un juicio valórico, tiene algo entre romántico y despectivo, así que prefiero decir barricada. Fashion y barricada.

¿Por qué te sientes en una marginalidad dentro de lo marginal?
Porque incluso dentro de la comunidad LGBT hay una discriminación bien fuerte a las transgéneros. A mucho gay no les caen bien porque piensan que van a perder la onda, el look del movimiento. Y entre las mismas transgéneros también. Las transexuales, por vivir las 24 horas de mujeres –porque tienen pechos o qué sé yo, aunque mantienen las partes genitales masculinas– se sienten más transgénero que un travesti.

¿Tú serías travesti?
Algunos le llaman así, pero yo me defino entre los Two-spirits (dos espíritus). Soy Iván y Monalisa, me gusta comprar ropa de hombre y ropa de mujer.

Iván-Monalisa-Ojeda-foto2-Nicole-Costa
Tus personajes son travestis nocturnos y llevan esa tensión entre un glamour cercano a la coquetería y un estado de alerta proclive a la violencia. Por ahí cuentas que llevas unos tacones de metal que te han servido contra ataques callejeros.
Claro poh, todo bonito pero nunca tanto. Bonita pero no estúpida.

Hay violencia, entonces…
No es violencia, pero Nueva York igual es la jungla, ¿no? Las grandes ciudades son junglas urbanas, y si sales a buscártelas entre la “ilegalidad”, es más jungla todavía. Y cuando todo lo que está alrededor son hustlers [buscavidas, dealers, prostitutos], es más jungla.

Te gusta la jungla.
No es que te guste o no te guste, es lo que te tocó. Ahí te sentiste cómodo, aprendiste ese lenguaje, o esa es la forma en la que aprendiste a sobrevivir, o la vida que elegiste… Es lo que te tocó.

¿Y lo viste así desde el principio? ¿Cómo empezaste?
Esa fue una huevá increíble, ¡o sea yo llegué de Chile casi directo a esto! Vine a Nueva York invitado por un mes porque una americana se ganó una beca para hacer un estudio de artistas chilenos durante la dictadura, y ella vio un trabajo que yo había hecho con textos de Foucault, de Juan Luis Martínez, esa onda. Así que yo vine y me quedé nomás poh, ¡ja, ja, ja! Tenía 28 años, ahora tengo 48.

¿Al cuánto tiempo nació la Monalisa?
A los meses. Es bien divertido eso… Porque acá aprendí una cuestión de liberación sexual que fue súper importante, ¿cachai? Yo estaba en un lugar que alojaba a escritores de teatro menores de 35 años de cualquier parte del mundo, y todos se levantaban bien temprano porque se conseguían muchas entradas para ir a ver teatro y hueás, imagínate, Nueva York. ¡Y yo no estaba ni ahí! Dormía todo el día y en las noches me iba como a dos cuadras de ahí a cachar la onda. Porque eso quedaba en el Hell’s Kitchen neighborhood (vecindario La Cocina del Infierno), cuando todavía existía ese Nueva York de antes, el que se ve en Midnight cowboy. El Giuliani estaba recién limpiando con todo Times Square, la prostitución en la calle, toda esa personalidad que por algo se llamaba Hell’s Kitchen. Yo alcancé a ver eso último, ¿entendís o no? Esperaba que llegara la noche para ir a pasearme por ahí. Entonces me empiezo a meter a estos lugares, veo todos estos chamacos bellísimos, semidesnudos, o todas estas travestis, todos estos hustlers, y veo que empiezan a hablar español… Y yo como que los observaba de lejos, me atraían. Hasta que en una de esas, no sé poh, “¡oye loca, ven aquí, que tú eres loca!” (imita acento latino). Y nada, nos hicimos amigos, yo jangueaba [vacilaba] en la noche con ellos, hasta que en un momento dije “no, yo me quedo acá”. Entonces me pongo a buscar trabajo y de waiter [garzón] no servía pa na’, me echaban altiro. Imagínate yo poh, si no me gustaba como me hablaban les tiraba las hueás nomás, ¿cachai? La cosa es que el mismo día me sacaban cagando, entonces estaba preocupado y les digo a mis amigas “me quiero quedar acá, qué hago”. Y ellas me dijeron, “haz lo que nosotras, pues”. Y así empecé. Y empecé a conocer huevás que nunca pensé que iba a conocer… Bueno, ahí están los cuentos.

TRAVESTIS OLD SCHOOL

Las travestis de tus cuentos son casi todas latinas. Argentinas, salvadoreñas, colombianas…
Es algo bonito de Nueva York, lo he aprendido acá. Porque yo soy chileno del sur, o sea sangre chilota y la huevá, pero aquí te hacen sentir latino porque llega gente de todas partes y todos se juntan más o menos con los que hablan su misma lengua. Y la comunidad latina transgénero acá es súper grande, aunque hay de todas partes, muchas filipinas, etc. En todo caso, las latinas que yo muestro ahí son las del old school. La Silvia Gold, por ejemplo, es de los 80, diferente a las que están llegando ahora.

¿Cómo son las de ahora?
Diría que las de antes tenían como más personalidad. Y de esas, las que quedan son casi como piezas de museo, porque a casi todas se las llevó el sida. En esos tiempos de los 80 y los 90 no había medicinas, estaba acabando con todo el mundo. Hoy día si yo me acuesto contigo y tú eres positivo, al otro día puedo ir al médico y me dan una mega receta y no me va a dar nada, nunca se va a saber si me contagiaste o no. Y hay otro programa en que si tú eres una persona en riesgo, puedes empezar a tomar medicinas para que si algún día llegas a acostarte sin condón con alguien, no te infectes, ¿you know? Pero las old school de las que yo hablo están vivas de milagro.

Tus cuentos parecen rescatar las “burbujas de placeres”, como dices textual, antes que reventaran. Se adivina que esas luces van apagarse, pero las muestras cuando estaban prendidas.
El traductor del libro al inglés me dijo lo mismo, que su cuento favorito era el “House of dreams” y que esa frase de la burbuja iba a darle la línea para traducir. Pero yo cuento lo que viví en ese momento, sin decir “mañana puede pasar esto” o “por hacer esto te pasó esto otro”. Yo cuento el momento, el high, la nota. Por eso el título “La misma nota, forever”, porque hay como un high, una espiral, una nota que se quedó ahí arriba, también para el que la escribe. Por eso no hay ninguna queja ni mensaje. Es como una radiografía con unos dejos sentimentales alrededor, cuando aparece la loca y se pone sentimental.

Pero ese high no es un “seamos felices para siempre”, sino un “aprovechemos mientras dura”.
¡Es que es el momento, poh! Y en este ambiente son todos medio gitanos, constantemente hay gente que va desapareciendo, que siguen de largo como por una espiral. Como el personaje de “House of Dreams”, la Francesca, que efectivamente desapareció, no sabemos si murió, no sabemos nada. Pero esa misma energía que ella dejó, es la energía que dejan dentro del espiral todos los que van pasando. Y es la energía, la nota que se repite en todos los cuentos.

En la relación de los personajes con la cocaína, ¿no hay a veces una voz interna que dice “en algún momento hay que parar un poco”?
¿Tú creís? Maybe es lo que sientes tú, pero yo no lo digo. Y si se dijera eso no me gustaría, lo sacaría inmediatamente del libro. No hay ningún juicio valórico en lo que yo escribo.

En el cuento “Lo que necesito es dinero”, sí hay una voz muy imperativa que le repite a la protagonista “no puedes enamorarte, es un cliente, no importa lo que sientas”.
A ver, no todos los cuentos son cosas que me han pasado a mí…

Me refiero a que en general la “burbuja de placeres” compite con un sentido del rigor muy frío, hay mucho “no”, no pisar en falso.
Bueno claro, pues, si esto tampoco es una huevá como de la Belle Époque, no son las cortesanas en París fumando opio. ¡O seeea! Es como lo cuento nomás, y es fuerte, claro que sí. Es la transacción, la sociedad de libre mercado, la carne, los sentimientos, el dinero, todo eso… Y los estupefacientes que te hacen todo más glamoroso, o menos glamoroso, o que te ayudan a meterte en la nota que tú quieras, qué sé yo.

Hay cuentos más fuertes que otros, pero la rutina de trabajo que describes es intensa todo el tiempo.
Porque es un trabajo, pues. Las chicas no van a janguear, van a trabajar. Eso que quede claro, porque muchas veces dicen “ay, ustedes las locas van a pasarlo bien”. No. Van a trabajar.

Pero es el trabajo que elegiste.
¡Pues claro!

Quiero decir que te gusta hacerlo.
Y a todas nos gusta hacerlo. I’m a hustler, ¿qué necesitas? Me gusta la palabra hustler porque puede significar muchas cosas: lo que necesites, te lo consigo. O sea, you need something, I help you with that, but give me some money, I need to pay deals, the same that you have to pay. I’m a hustler, yo te ayudo, pero me das dinero, porque tengo que pagar cuentas igual que tú. Es así. Money talks and bullshit walks.

El narrador del libro también aparece vendiendo condones, haciendo aseo en casas de amigas… ¿Qué otras pegas has hecho allá?
Uh, yo he hecho de todo, pero ningún trabajo así regular. Durante un tiempo contestaba los teléfonos de amigas que tenían “casas de muñecas”, como les decíamos. Me estaba haciendo un montón de dinero, porque como hablo un buen inglés me habían pasado los teléfonos de unos que trabajaban mujeres, de otros que trabajaban transexuales y otros que trabajaban hombres. Así que yo tenía que cambiar la voz según el teléfono que sonaba: bien macho si era por hombres, bien fina si era por mujeres y más o menos si era por transexuales, ¡ja, ja, ja! ¡Se me armaba el enredo! Y ganaba dinero por cada cliente que yo jalaba. Y también, antes de las Torres, como no pedían ID para nada, a veces a algunas amigas travestis las multaban por prostitución con un Community Service, que es ir a limpiar un parque o algo así por cinco días. Entonces si les daba lata me decían “oye Mona, hazme el Community Service y te pago 400 dólares”, y yo iba con el nombre de ellas y lo hacía. Una vez también trabajé como mimo en el subway. Me paraba ahí y me daban unos chavos.

“MOVE ON, NO HAY TIEMPO”

Todo esto que cuentas es lo opuesto a la idea de un escritor dedicado a pulir sus textos. ¿Cuándo escribes?
Yo toda mi vida he sido un gipsy, bien gitano, y eso también se ha aplicado a mi forma de escribir. Tengo amigos que se sientan a escribir a las 6, a las 7… yo digo “¡guau, que buena onda!”. Pero no soy así. Ahora estoy más calmado, más viejo, pero siempre me moví de un lugar a otro, entonces lo que escribo lo estoy pensando, lo estoy pensando… y de repente ¡pa!, me baja la hueá y escribo, porque no voy a tener tiempo para corregir. Casi todos esos cuentos fueron escritos de una vez.

¿Tan así? Al leer parece que tuvieras todo bajo control, es difícil lograr eso a la primera.
Porque yo he aprendido, por esta forma de vida que he tenido hasta ahora, que todo tengo que tenerlo claro en la cabeza. Las otras cosas no las puedo tener bajo control, porque no sé dónde voy a estar mañana. A eso me refiero con que no voy a tener tiempo para acarrear una cosa material y corregirla. Entonces he aprendido a acarrearlo en la cabeza, eso ya me quedó como un sistema. Yo cacho cuando va a venir la cosa, dejo los papeles ready y donde me pilla lo escribo. No va a haber otra oportunidad.

¿Eso también es una herencia de Nueva York? Dices en un cuento que allá no hay tiempo de parar: el que para, desaparece.
Aquí hay una huevá que quizás tiene que ver con la física, con el tiempo, que pasa más rápido. Es esa misma espiral que te decía, que tiene como un boom, una energía. Estás metido en ese trip. Y si te sales de ese trip, desapareces nomás. Es una maquinaria donde no importa la onda o el color en que tú estés, lo importante es que estés siendo partícipe de esa maquinaria. Porque Nueva York también es como un gran Disneyland, ¿no?, se junta gente de todo el mundo que habla diferentes lenguas y todos con un sueño, con una fantasía. No podís bajarte de eso.

Tu estilo tiene mucho de travesti pero muy poco de barroco, como que necesitas avanzar sin dar sin ninguna vuelta de más.
No podís, pos niño, porque si no no aparece el dinero, se te va el cliente. No queda tiempo para tanto comemierderismo, una palabra que usan acá los caribeños, sobre todo los cubanos. No comas mierda, move on, no hay tiempo. Por eso yo cuento el high, no hay tiempo para los mensajes ni para la huevá.

La cronista argentina María Moreno dice que la literatura travesti no ha aparecido porque lo transgénero sigue muy ligado a la reivindicación política.
Tiene razón. Aparte que no hay muchos transgéneros que escriban de los transgéneros. Hay que gente que escribe estudios sociológicos, que es necesario, pero alguien que hable desde adentro, no que yo sepa. Por lo menos en escritura, porque allá tenían una tipa maravillosa que recién me doy cuenta que existía, porque se murió y me dio por ver sus videos, la Hija de Perra. Me habría encantado ser amigo de ella. Pero mala onda, se fue.

De repente haces mezclas curiosas. En un cuento vas caminando con una travesti colombiana casi al amanecer, pasando frente al Club Edelweiss, y te sientes adentro de un cuadro de Hopper mientras piensas en la Sharon Stone lanzando los billetes al cielo en Casino.
¿You liked? ¿Te gustó esa imagen?

Sí.
Esa imagen es maravillosa. Cuando yo vi la película estaba con un amigo, Lázaro, él hace maquillajes, y cuando veo esa escena le dije “a la Sharon Stone le van a dar el Oscar por esto”, y se lo dieron. Y cachai que el Edelweiss, que ya no existe, tenía esa huevá como de los sixties, esos dinners con las sillas redondas de metal que vendían los ice cream en copa, ¿te acordai? Y arriba del dinner había una barra, entonces cuando llegaba la policía, si estabas cerca de la puerta que comunicaba la barra con el dinner, te salvabas. Eso ahora lo destruyeron, es un estacionamiento, quedó algo como fantasmagórico, por eso describo esa escena como un cuadro de Hopper, un cosa ghost. Quizás esto me viene de cuando dirigía teatro, lo de crear una atmósfera que meta al lector dentro de una onda. Una escenografía, una iluminación… Ahora estoy escribiendo un play [obra teatral], se llama “Waiting for the night to fall”. Por la canción de Depeche Mode, ¿la cachai?

No.
(Canta) I waiting for the night, to fall… es un clásico.

Estudiaste Artes Escénicas en la U. de Chile. Es inusual que alguien de tu mundo sea escritor, pero que venga de la academia aún más.
Claro, tuve la experiencia del conocimiento académico pero después la del empírico. Aquí aprendí a ver cómo se cocinaban las habichuelas, como dicen los boricuas. Cómo se cocina una buena cazuela. No quiero sonar pedante, pero yo siempre he sabido de lo que soy capaz de escribir o actuar, el problema era “qué voy a decir”. A lo mejor los cuentos tenían que salir después de todos estos años, y fueron esa suma entre la academia con lo que me tocó vivir acá en Nueva York… cosas que nunca pensé ni siquiera que iba a ver. Igual ya en Chile yo iba a comprar yerba a San Camilo, donde las que vendían eran las travestis, y nos metíamos ahí adentro a janguear y a fumar yerba con ellas. Hasta una vez me acuerdo que nos dieron unas pepas que quedamos bien locos, ¡ja, ja, ja!

SIEMPRE HAY SOLUCIÓN

¿Es incómodo presentar en Chile un libro como este, donde es evidente que hablas por experiencia propia?
El tronco de los cuentos es real, pero algo de ficción hay, no son documentales.

Pero estás reapareciendo en público como alguien que se fue a Estados Unidos, se hizo travesti y se ha trabajado en el comercio sexual. ¿No hay rollo con eso?

¡Por supuesto que no! O sea tener rollo con eso sería negar todo lo que escribí, la falsedad misma. ¡Obvio que no tengo rollo, pues!

¿Tampoco te da lata que el libro pueda leerse desde el morbo en torno a ti?
Mientras me compren el libro yo feliz, me da exactamente lo mismo. No hay que perder el tiempo con las opiniones, hay huevás que hay que mostrarlas tal cual son nomás. Además yo pertenezco a una generación política, de los 80, o sea me mamé al viejo asqueroso, para el NO tenía 20 años, así que no puedo estar con huevás de “qué va a decir este o aquel”, para nada. Hacerme el hueón con el tema sería negar lo que yo quiero contar, negar mi familia de Nueva York, que son los transgéneros.

En el último cuento del libro, “Estas son nuestra banderas”, desfilas con la bandera chilena por la Quinta Avenida en el Gay Parade. Es un final feliz.
Sí. Y ocurre de día, no como los otros que son todos de noche. Bonito.

¿Es un triunfo?
Es como decir que siempre hay solución. Porque las transgéneros somos como de goma, fuertes. Yo soy fuerte y otras amigas son más fuertes todavía.

También parece tu triunfo político. Sientes que la Quinta Avenida se abre a tu paso como una “ancha Alameda”.
Claro, eso es bello y es adrede. Para mí significa mucho.

¿Cambiaste la democracia de acá por la libertad de allá?
Tocó que fuera acá, porque igual la discriminación acá es bien fuerte, tampoco es el paraíso. Más bien pasó que uno lleva su pasado o su historia con uno mismo, entonces cuando yo estaba caminando por la Quinta Avenida, también sentía que estaba caminando por la Alameda. No sé cómo explicártelo.

¿Nunca volviste a Chile desde el 96?
No, nunca más volví. Pero ahora me estoy arreglando los papeles, tengo ganas de ir. Para mí igual significa muchas cosas que el libro vaya a llegar a Chile.

Y con tu familia, ¿todo bien?
Sí, igual mis papás como que están curados de espanto, pero son súper buena onda conmigo. Yo les mandé el libro, lo leyeron y todo. Igual mi papá me dijo “sin comentarios” y mi mamá me dijo “no me gustó tu libro”, ja, ja. Yo sé que es fuerte la cuestión, pero ellos me han dejado ser, a pesar de que son como del sur, ya mayores. Se molestan un poco y todo, pero al final siempre me dejan ser.

¿Necesitabas irte de Chile?
Sí, yo tenía que salir de ahí. No tenía mala onda con nadie, pero como que no estaba conforme allá, no soportaba más. Igual se me fue la mano, ¡ja, ja, ja!

En tus cuentos, y al hablar contigo, no se percibe ningún dejo de rabia, siendo comprensible que la hubiera. ¿De quedarte en Chile hubieras juntado rabia?
Sí, seguramente lo que dices es porque salí de ahí. Pero la rabia también es legítima. Y he estado pensando que todos los temas que están en esos textos, quizás inconscientemente, yo ya los había trabajado en Chile. En el último trabajo que hice en teatro, yo ponía a un contratenor que cantaba los registros de Herculine Barbin, un hermafrodita cuyos diarios de vida publicó Foucault. Y pongo a otro personaje ficticio que hacía trabajo sexual. Y en un texto anterior había un personaje que se llamaba Él/Ella, y otro que quería ser madre. Entonces a lo mejor yo lo estaba buscando sin darme cuenta, ¿no? Pero necesitaba ese reality, pasar a lo empírico, para poder escribir lo que escribí ahora. Y de lo que seguiré escribiendo, porque es mi mundo.

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