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Opinión

24 de Noviembre de 2014

Liliana Colanzi, escritora: “Estoy aburrida de leer sobre el drama de padres que se divorcian”

La escritora boliviana lanzó este año su libro de cuentos, La Ola con la editorial Montacerdos. En él, siete relatos mezclan, como se lee en la contraportada, "lo rural con lo urbano, lo indígena con lo mestizo, la abundancia con la miseria, lo sobrenatural con lo profano, como si la pequeña historia encontrara siempre un punto de conexión con los inconmensurables ciclos del universo". Desde Ithacha en Nueva York, Colanzi habla con The Clinic Online sobre sus influencias e inspiraciones literarias.

Melissa Gutierrez
Melissa Gutierrez
Por

liliana colanzi

Liliana Colanzi vive por estos días en el Estado de Nueva York. Se encuentra cursando un doctorado en literatura comparada en la Universidad de Cornell en Ithaca. Desde allá, entre el estudio y la escritura, se toma un tiempo para contestarnos -vía email- algunas preguntas acerca de su último libro, La Ola y sus influencias literarias. En sus respuestas, como en los siete relatos que componen La Ola, se cuelan también otras cosas.

Colaboradora de Etiqueta Negra, Clarín y de este medio , Colanzi -nacida en Bolivia en 1981- habla también de ser escritora, de ser mujer en cualquier ámbito laboral, en cualquier país: “vivimos en sociedades en las que el machismo goza de buena salud”.

En La Ola confluyen varias cosas medio fantásticas, identidad indígena, personajes atormentados. ¿Te pasa eso a ti también? ¿Tienes esa confluencia de diversidades? ¿Te sientas unos días más neoyorkina y otros más boliviana?
Nunca he dejado de sentirme boliviana y desde que vivo afuera tengo más conciencia de mi condición de latinoamericana. Pero las identidades son hermosas ficciones que nos ayudan imponer orden y establecer fronteras, y no me interesan los nacionalismos. Veo la escritura como una antena que intenta sintonizar música de lugares remotos, lugares que no son necesariamente físicos. Puedo estar buscando capturar, por ejemplo, la música de la infancia. Los primeros cuentos que me impresionaron fueron las historias sobre el diablo y otras criaturas sobrenaturales que me contaban mi nana y las chicas del campo que venían a trabajar a mi casa. Para ellas, todas las cosas estaban vivas y tenían su personalidad, y en muchos casos se trataba de una personalidad maligna. A esa
sensación primigenia de terror y asombro he querido volver con la escritura.

¿Por qué crees que faltan escritoras en Latinoamérica y qué opinas de las actuales? En Montacerdos hay varias autoras interesantes. 
A pesar de la profesionalización de las mujeres, existe una distribución irregular del trabajo en la que seguimos siendo responsables por el trabajo que no es reconocido como tal, como la crianza de los hijos. La escritura requiere de mucho tiempo y aislamiento y no es casual que la mayor parte de las escritoras que conozco no tenga hijos. Montacerdos debe ser la única editorial en la que, de momento, somos más las escritoras. No sé si será una apuesta consciente, pero me parece genial y me siento muy contenta de estar al lado de dos autoras talentosísimas de diferentes generaciones como Mariana Enríquez y Romina Reyes. Hace poco leí los últimos libros de Selva Almada y Fernanda Trías, dos escritoras con mundos propios muy interesantes.

¿Por qué crees que se ha tardado tanto en Latinoamérica abrir espacios para las mujeres?
No es un fenómeno latinoamericano, es una problema mundial. En Estados Unidos las mujeres ganan 20% menos que un hombre en el mismo cargo. Vivimos en sociedades en las que el machismo goza de buena salud. Y ojo que el machismo no sólo lo ejercen los hombres sino también las mujeres. De modo que ese abrir espacios es una batalla constante ya que nadie nos regala nada.

Pareciera que desde que Alice Munro ganó el Nobel, se habla más del cuento o se le pone más atención ¿Qué hay en ese género que te acomoda o te parece atractivo?
Latinoamérica siempre ha tenido una sólida tradición de cuentistas como Rulfo, Silvina Ocampo y Ribeyro. ¿Qué me atrae del género? La intensidad y la tensión narrativa que exige. Una novela puede aguantar momentos superfluos, pero un cuento no.

¿Hay más desafío en escribir un cuento que una novela?
No, por supuesto que no considero que un género tenga mayor mérito que otro. Son registros distintos. Hay escritores que funcionan mejor en distancias cortas y escritores de largo aliento capaces de sostener a un personaje a lo largo de más de cien páginas.

¿Hay algún o alguna cuentista que admires o que le hayas puesto atención para escribir La Ola?
Empiezo a escribir con un modelo en la cabeza y en el proceso la historia va adquiriendo sus propios contornos, su respiración. Cada cuento es un homenaje secreto y un diálogo con varios otros textos. Dos autores que leí y releí mucho mientras trabajaba en La ola fueron Fogwill y Denis Johnson, específicamente Hijo de Jesús. Pero también hay canciones que me rondaban, películas, historias reales, cuentos infantiles. El cuento “Alfredito” se lo debo en parte a una canción de una banda argentina y a un cuento de terror de Elsa Bornemann.

En La Ola casi todos los personajes son trágicos: necesitan abortar, pierden pedazos de cerebro, tienen tormentos de niñez, tienen revelaciones al practicar el sexo oral forzado ¿Por qué? ¿Qué hay en la tragedia que no hay en la felicidad o en la plenitud? ¿Sirve la felicidad como motor de una buena historia?
No veo a mis personajes como trágicos. Es algo muy judeocristiano rechazar las fuerzas oscuras, la confusión y la paradoja como algo execrable. El movimiento New Age nos quiere convencer de que somos seres de luz, mientras que a mí me interesa explorar las pulsiones salvajes, el dolor, la duda, el miedo. Mirá el cuento “El Ojo”: ahí aparece el diablo, pero es un diablo liberador, pura energía sexual. La felicidad es un pésimo motor literario, y últimamente también me cansa la nostalgia: si nos guiamos por algunas novelas recientes, a veces pienso que a mi generación lo único trágico que le ha pasado en la vida es haber sido niños y haber tenido una familia.

¿Por qué crees que la felicidad y la nostalgia son malos motores?
Decía Tolstoi en Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera”. La nostalgia, por el contrario, puede ser un gran detonante de la escritura: es el deseo original de volver a casa. Pero se convierte en un gesto sentimental o conservador si nos olvidamos de que esa casa no existe o que siempre ha estado en ruinas, de que es el deber del escritor ser un extraño.

¿Cómo es la tragedia en esta generación? ¿Nos ha tocado vivir cosas menos importantes o más superfluas que a la generación que nos precedió?
No se trata tanto de lo que pasa en la vida sino de lo que ocurre con la sensibilidad. Y cuando la sensibilidad se empantana en cierta actitud -la nostalgia, por ejemplo-, uno empieza a repetirse. Estoy aburrida de leer sobre el drama de padres que se divorcian.

¿Cómo es escribir o tocar la identidad latinoamericana, boliviana, en un mundo donde las identidades a veces se pierden en lo global?
Cuando escribo tengo a unos cuantos lectores en mi cabeza, que son las personas a las que les paso mis textos, y por lo demás prefiero no preocuparme de si me van a leer de una u otra manera. Estoy consciente de que en las formas se juega una hegemonía, de que la estética es siempre política, pero no me siento a escribir sobre temas. Quiero contar una historia de la mejor manera posible, transmitir emoción y extrañeza. No es necesario hacer discursos para hablar de un asunto: la elección de la forma ya implica toda una cosmovisión y una sensibilidad.

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