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Nacional

3 de Diciembre de 2014

Historia: La azarosa muerte de Nicole Sessarego

Nicole Sessarego, estudiante de periodismo de la Universidad de Playa Ancha de Valparaíso había tenido la suerte de ganarse una beca para hacer una pasantía en Argentina. A sus 21 años, era la primera de su familia que iba a la universidad, la primera vez que viajaba en avión, la primera vez en estar fuera de casa. Antes de morir fue a conocer las cataratas de Iguazú. En la foto que publicó en su Facebook frente a la “Baranda de los deseos” dijo: “No sé qué pedir. Tres deseos son mucho. Es que lo tengo todo”. Tres semanas después, de madrugada, fue asesinada en plena calle en Buenos Aires. Le dieron once puñaladas. Su destino se cruzó con el de Lucas, un desconocido que hoy está acusado por homicidio calificado por “odio de género”.

Por

La-historia-de-la-estudiante-chilena-1[1]

Solo hubo una mañana con más cámaras que hoy: fue el 20 de agosto de 2013, cuando 13 presos se habían fugado por un boquete y el Director del Servicio Penitenciario Federal renunciaba a su cargo, asegurando ante los medios que se trataba de una cama hecha por sus propios funcionarios.

Es un lunes feriado y de lluvia en Ezeiza, al sur de Buenos Aires, a pocos minutos del aeropuerto internacional, y los camarógrafos se preparan bajo un techo de madera para tomar un buen plano de la entrada al Complejo Federal 1, la cárcel de máxima seguridad más populosa del país. En instantes, el juez Zelaya saldrá de tomarle declaración a Lucas Azcona (23), detenido en el sector de presos psiquiátricos por el crimen de la estudiante chilena Nicole Sessarego Bórquez (21). La asesinó de 11 puñaladas el pasado 15 de julio, pero recién en noviembre se supo que era el culpable, cuando su padre lo entregó a la policía tras reconocerlo en las cámaras de seguridad que registraron los últimos minutos con vida de Nicole. El juez vino a verlo porque cuando viajaba a hacer su primera declaración, Lucas fue golpeado por otros presos en el camión que lo llevaba al Juzgado.

-A ese “mataconchas” hay que matarlo- grita una mujer desde la fila de visitas.
-Vivimos llamándolos (a los jueces) por las violaciones de derechos humanos a nuestros familiares aquí adentro y solo vienen por un asesino- reprocha otra mujer cargada con bolsas de mercadería.

De repente aparece Jorge Bordo, el abogado de Azcona. Lo primero que dice es que su cliente se negó a declarar, por no encontrarse bien psicológicamente, ya que está medicado. Responde algunas preguntas más y se va. Así termina un nuevo día en cuanto a las novedades de la causa para los medios argentinos que dedican varias horas a cubrir este tipo de crímenes. Según La casa del Encuentro (agrupación dedicada a la violencia de género y que recopila los casos de femicidio), 295 mujeres fueron asesinadas en Argentina durante 2013, a razón de un crimen cada 30 horas. Eso hizo que 405 niños y niñas se quedaran sin sus mamás. Las muertes se incrementaron en 16% sobre 2012. Un 19% eran adolescentes: tenían entre 13 y 18 años. Casi 9 de cada 10 acusados eran pareja o lo habían sido de las víctimas. El resto eran casos aislados, sin vínculos, en el que la víctima podía haber sido cualquiera: alguien con mala suerte que se cruzara en el camino de un psicópata, como le pasó a Nicole.

***
Shirley Bórquez tiene 47 años y dice, desde el barrio Cerro Cordillera, en Valparaíso, que por suerte su hija había llegado a ese departamento de estudiantes del barrio de Almagro. Hasta que piensa lo que dice y se retracta.
-Bueno, lo de suerte es porque me había contado que era bonito. Ella venía de renegar en otras dos pensiones: que había árabes que gritaban mucho, que todo estaba sucio, que había mal olor. Pero esta última le gustaba mucho. Justó ahí la iban a matar…

La buena suerte -que terminaría en mala suerte- había comenzado una noche de 2013, cuando Nicole salió a los gritos de su habitación:

-¡Mamita, mamita, me gané la beca, mamita!- decía.

Nicole estaba en tercer año de Periodismo en la Universidad de Playa Ancha, donde estudiaba con beca, y por sus altas calificaciones había sido seleccionada junto a un compañero de Santiago, como los únicos chilenos que cursarían una pasantía en la Universidad de Buenos Aires, donde entre el 2001 y el 2011 más de tres mil compatriotas ya habían hecho lo mismo.

Lo de Nicole, sin embargo, era distinto: además de viajar en avión por primera vez en su vida, no tenía que llenar solicitudes ni nada. La UBA la premiaba con un lugar y cuatro pagos con los que abonaría su estada y los alimentos. Cuando terminara la beca en Buenos Aires, volvería a Chile para ser ayudante de primer año en la universidad.
-Estaba confiada de que su currículum tendría otro peso después del viaje, y decía que era la oportunidad de su vida- recuerda su madre. Nosotros somos de bajos recursos; era la primera vez que teníamos buena suerte. Por eso mi marido, nuestro otro hijo y yo votamos para que se fuera- agrega.

Antes de viajar, Nicole trabajó como promotora en distintos eventos y ahorró para pagarse el ticket aéreo. Llegó a Buenos Aires con la esperanza de, entre otras cosas, estudiar para optar a un trabajo mejor que el de sus padres: él era conductor de bus de la Línea 11 y su madre hacía aseo en casas y empresas. También había hecho un curso de peluquería y atendía a vecinos y clientas en una pieza de su casa. A Nicole siempre le había cortado el pelo. También le cosía blusas, le tejía sweaters. El dinero no faltaba, pero tampoco sobraba.

En marzo Nicole comenzó a cursar Ciencias de la Comunicación. Desde ese día, Shirley recuerda que solo dos veces le envió dinero desde Chile. Siempre se comunicaban por Whatsapp: por esa vía le había enviado hasta fotos de los pilones de apuntes que tenía para estudiar. Por Facebook se había enterado de ese nueve que se sacó, dedicado “a los que creían que vine a Argentina para salir de fiesta”. La docente le había asegurado que nunca le había puesta una nota tan alta a una extranjera.

-Mi hija admiraba a Soledad Onetto como presentadora de noticias. La veía en Mega y la escuchaba en Radio Cooperativa. Siempre me lo decía- asegura Shirley.

Tres semanas antes del asesinato había viajado a conocer las cataratas del Iguazú. Nicole comentó ese día, en una foto de la “Baranda de los deseos” que subió a las redes sociales: “No sé qué pedir. Tres deseos son mucho. Es que lo tengo todo”.

Cuando faltaba un mes para su regreso a Chile les había aclarado a sus padres que solo volvería por ellos. En Buenos Aires era muy feliz. Le dijo a su madre que si pudiera elegir, se quedaría a vivir allá. La experiencia la había hecho madurar, crecer, tomar responsabilidades. En el edificio de Almagro debía cocinar, planchar, limpiar y todo lo que no la dejaban hacer en Valparaíso.

***
Su perfume se huele desde la otra punta de la mesa sobre la que da la entrevista. Janberk Teber (“El Turco”) tiene pinta de modelo para producciones gráficas. Podrían ser publicidades de lentes, de zapatos, de marcas de ropa elegante sport. Es rubio y usa el pelo corto y prolijo. Su cuerpo tiene aspecto de haber sido trabajado. Tiene 19 tatuajes y esa barba de días sin afeitar que solo a pocos le queda bien.

Pero más allá de su físico y su fama con las mujeres, se hizo conocido la mañana del jueves 30 de octubre, cuando la división de Homicidios de la Policía Federal entró a su departamento y lo sorprendió cuando dormía con una mujer. Era la segunda noche que pasaban juntos y terminó mal: esposado, sentado en el living, escuchando la lectura de sus derechos, rodeado de policías que revisaban la habitación y se llevaban ropa y equipos electrónicos delante de otros extranjeros que también vivían en el lugar. Aun no lo sabía, pero estaba acusado del crimen de Nicole, con quién había tenido algunos encuentros en mayo.

Janberk, 31 años, recuerda esa mañana en el estudio de abogados de su defensor. Para esos últimos días de octubre ya se habían cumplido tres meses del crimen. La causa seguía sin resolverse y Janberk reunía todos los requisitos para ser el principal sospechoso: salieron durante un mes, tenía diez años más que ella, era extranjero, no tenía un trabajo fijo y la mamá de Nicole le había contado a la policía que su hija lo había dejado por celoso, por tener actitudes de “marido”. A los medios, a la fiscal y a la policía les cerró la versión. Cuando las muestras de sangre dieron negativo, sin embargo, la familia llegó a decir que tal vez Janbek no la había matado, pero que podría haber encargado el asesinato. Pasó cinco días en el pabellón de extranjeros de la cárcel de Ezeiza.

-En la División de Homicidios el jefe de Policía me gritaba “boludo, pelotudo, no te creo nada, siempre usás ropa negra; te encanta el negro”. Yo les decía que no usaba ese color, que apenas tenía dos remeras así.
El “Turco” dice que a los presos que conoció en esos días en la cárcel también tuvo que aclararles que su relación con Nicole fue un simple touch and go, de los tantos que tuvo en Buenos Aires.

Lo que narró y describió tantas veces comenzó el 11 de abril, cuando encontró la publicación en Faceboook de un evento de salsa. En la lista de personas que aseguraban asistir vio el perfil de Nicole. Como le gustó su foto, y como la mujer alemana con la que vivía había salido con el novio y él no tenía con quién ir, decidió escribirle un mensaje privado por la red social. Ella respondió, se pasaron los teléfonos y quedaron en salir.

El encuentro sería en “Azúcar”, una discoteca de salsa en Palermo, pero a último momento se enteraron que la entrada no era gratuita y cambiaron de planes. Compraron una cerveza y fueron hacia Puerto Madero. Esa noche el clima estaba cálido, y a pesar de que era una primera cita, hasta se sacaron fotos juntos. Ella le contó que tenía un novio en Chile y que estaba en Buenos Aires gracias a una beca de estudio. Se volvieron a ver cinco o seis noches más. Siempre en la casa de Janberk. Hasta que Nicole le dijo que estaba confundida. Fue a principios de mayo, y dejaron de hablar. Janberk dice que pensó que no era bueno estar en el medio de Nicole y su novio a la distancia, un chileno. Como él se seguía viendo con otras chicas, prefirió no insistir cuando Nicole le dijo por mensaje que no quería verlo más.

-Ella era muy tranquila, muy buena onda. Me caía bien, nunca tuve problemas ni odios. Hicieron una telenovela venezolana de lo que tuvimos, pero nunca fuimos novios. Al mismo tiempo me veía con otras mujeres. Yo no sabía nada de su familia, solo que tenía buena conexión con la mamá. Y que no tenía mucho dinero porque estaba con una beca.
Nicole le hablaba a su mamá de cada salida con él. Le había dicho que vivía en el país desde 2009, cuando había elegido Argentina para aprender el español y terminar su carrera de Economía. Que luego abandonó los estudios porque no le reconocieron materias, y que comenzó a trabajar como traductor.

El juez Zelaya llegó a sospechar de los resultados de los estudios. Shirley, desde Chile, se quejó. “No puede ser que a cuatro meses no se sepa nada del asesino”, le dijo a los medios, luego de que tres sospechosos dieran negativo en las muestras de sangre. El sábado 8 de noviembre la llamaron desde una comisaría. Los policías le comunicaron que un hombre se había entregado y aseguraba ser el asesino de Nicole.

***

Las imágenes del hombre de negro caminando detrás de Nicole también habían llegado a esa casa de Solano, al sur de Buenos Aires. La familia Azcona las había visto por televisión, y Camila, la hija menor, se le acercó llorando a Roberto.

-Papá, me parece que el de la imagen es Lucas-le dijo después de despertarlo.

Fue el viernes 7 de noviembre. Roberto lo miró por primera vez y le dijo que no podía ser su hijo. Pero Camila insistió y volvieron a mirarlo. Ahí Roberto se convenció. Por más que no llegara a reconocer su rostro, con la postura para caminar y la forma de vestirse le alcanzó.

Roberto intentó tranquilizar a Camila, y la mandó a comprar helados. Necesitaba estar solo. Enfiló a la habitación en la que estaba Lucas, que vivía solo, pero como estaba con licencia médica dormía en la misma casa.
-¿Vos sos el que mató a esa chica? El del video sos vos- le dijo apenas lo vio.

Lucas lo abrazó y se largó a llorar. Fue en ese momento que Roberto se convenció de lo que ya era evidente.
-¿Por qué lo hiciste? Tenés casa, trabajás, no te hace falta nada…

Los tres lloraron y se abrazaron. Lucas decía no saber por qué lo había hecho. A la mañana siguiente, se marcó “papá te amo” con un bisturí en el brazo, como una escarificación. Luego de eso, Roberto juntó a sus hijos y les dijo que iría a entregar a Lucas en la comisaría del barrio. Camila lloraba, pero su hermano le decía que no estuviera mal, que eso era lo mejor.

A sus nueve años, los padres de Lucas se habían separado y él se mudó junto a su mamá a Chaco, una provincia pobre del norte del país. Creció en esa provincia y hacía tres o cuatro años que había vuelto a Buenos Aires, a pedido de su madre. Sentía que no podía controlarlo más. Ella recordó el primer episodio que la preocupó:

-A los 17 años vivió un tiempo en la casa de su novia, junto a sus suegros. Cuando se quedó sin trabajo lo echaron. Pensé que iba a volver a vivir conmigo, pero no. Se fue al monte. Vivió en la selva cinco meses y regresó con diez kilos menos- le contó Miriam Galarza a un programa de televisión.

El estudio de la sangre de Lucas dio positivo con la hallada en el lugar del crimen de Nicole. Desde el día que su padre lo entregó, distintas mujeres se presentaron a señalarlo como el autor de los ataques que habían sufrido.
-Cada día me despierto pensando una cosa nueva. Hubiese preferido que fuera un atropello, y no esto. Pienso mucho en el destino, en que estaba escrito. Hoy guardo sus cenizas en mi casa, en su dormitorio. El Obispo vino a darle una oración. Me preguntó si me hacía bien tener sus cenizas aquí y le dije que mal no me hacía. Que más pena me daría verla en un cementerio, pero vivo pensando qué hacer. A Nicole le gustaba ser libre. Tal vez cualquier día decida tirarlas a un mar, a un campo- cuenta su madre.

Luego de la detención, se supo también que Lucas trabajaba en la limpieza de un hospital, y que sus compañeros declararon que la mañana del 15 de julio llegó herido. Se justificó haciéndose pasar como víctima de un robo. Nadie imaginaba que había una persona que se lo había cruzado, que podría haber sido cualquiera, y que éste la había matado. La mala suerte le tocó a quien creía haber tenido buena suerte de encontrar un departamento en un barrio seguro. Como si todo dependiera de un triste destino.

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