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Opinión

26 de Diciembre de 2014

Columna: Un progresismo ingenuo

* En la observación del bestiario ideológico que caracteriza a la Nueva Mayoría hay un error de derecha y otro de izquierda. El de derecha consiste en ver animales que no existen: descubrir manadas “chavistas”, en circunstancias que es una especie extinguida; ver salir de su tumba a una Alemania Oriental que está enterrada hace […]

Genaro Arriagada
Genaro Arriagada
Por

MARXISMO-MELANCÓLICO_Marcelo-Calquín

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En la observación del bestiario ideológico que caracteriza a la Nueva Mayoría hay un error de derecha y otro de izquierda. El de derecha consiste en ver animales que no existen: descubrir manadas “chavistas”, en circunstancias que es una especie extinguida; ver salir de su tumba a una Alemania Oriental que está enterrada hace un cuarto de siglo; y aunque es cierto que en la NM hay comunistas, olvidan que ellos son un mutante que hace rato perdió su lengua vernácula -el marxismo leninismo- y que hoy vagan por el escenario como un personaje en busca de autor.

Si el error de derecha es descubrir lo que no existe, el de izquierda es no ver un ser extraño que está frente a sus narices: una bestia camaleónica que aunque muy antigua, se disfraza con ropajes de modernidad y se maquilla con toques de superioridad moral. Es un progresismo ingenuo, que aunque no es predominante, vale la pena describir algunos de sus rasgos.

De partida, lo caracteriza un espíritu de ortodoxia, esto es, una condena a todos los que no comparten su visión del país. Desaparecidas ideologías como el marxismo-leninismo, las doctrinas de seguridad nacional o el neoliberalismo -hoy todas en el basurero de la historia- surge esta ortodoxia, de tono menor ya que no se afirma en filosofías o visiones globales sino en consignas, propuestas programáticas. Si no estás en la veneración del programa, si tienes objeciones a la Asamblea Constituyente, si preguntas por la representatividad de la sociedad civil, si se te ocurre reclamar una política de gradualidad, entonces eres un conservador, un enemigo de los cambios.

Para esta visión, la tolerancia y la búsqueda de acuerdos, de compromisos con adversarios políticos o, peor, de consensos, es propia de espíritus débiles, de pensamiento invertebrado o, simplemente, de cínicos, esto es personas que frente a los ideales actúan con desfachatez y descaro. En este sentido, el gran enemigo no es la derecha sino el centro, al que definen como “el pantano”, el lugar donde mueren los sueños y los proyectos de cambio. “No queremos más una política en la medida de lo posible” es una de sus consignas olvidando que si la política, desde hace dos mil años, viene siendo definida como “el arte de lo posible” no es por una debilidad de carácter de sus impulsores sino porque esa es su esencia y la razón de su superioridad en el manejo de los asuntos públicos. La política no consiste en la aplicación de un dogma, de una utopía o de una fórmula a la que se le asigna el poder de asegurar la felicidad. No. Ella es una acción que se hace en el mundo real donde compiten el bien y el mal, los más diversos intereses creados que se entrecruzan y chocan entre ellos, los poderes institucionales y fácticos, el idealismo y la codicia, el poder de las masas desamparadas y el de la riqueza y el dinero. Y la función del político, “su arte” es hacer avanzar la sociedad sin desgarrarla, sin que ello desate la guerra entre sus diferentes actores e intereses.

Si la política democrática prefiere negociar y lograr compromisos, transar que aplastar por la fuerza o la amenaza, no es por cobardía o falta de principios sino por una íntima convicción de que su tarea está mucho mejor lograda si puede convencer y no imponer e, incluso, dejarse convencer.

Este progresismo ingenuo quiere vivir la política como un testimonio, su lugar son los discursos radicales y las propuestas “más allá de lo posible”, si ellas suenan generosas y románticas, aún mejor. La política es espectáculo, exhibición de la pureza del propio idealismo y de la grandeza de los fines. Pero esa es una visión falsa y peligrosa pues, en la célebre distinción de Max Weber, el político no sólo responde por sus intenciones sino también por los efectos no deseados de su acción. La responsabilidad ante el discurso “ultra” no se agota en pronunciarlo, sino que debe asumir, por ejemplo, que sea una provocación que acarree agua al molino de sus enemigos. La historia prueba que los discursos y acciones incendiarias de los ultra revolucionarios fueron las más de las veces el combustible que alentó el fascismo o las peores reacciones conservadoras. Como dirían los marxistas de antaño, con sus provocaciones se hicieron “sirvientes objetivos” de la reacción. Por eso la política, en su sentido más noble, sin negar la emotividad, privilegia el resultado, la eficacia y es muy sofisticada en el cálculo de los riesgos. La política -en una frase de Ángel Flisfisch- es “un instrumento para producir libertad, seguridad, igualdad y prosperidad para el conjunto de la sociedad y no un medio para la salvación de las almas, la reforma de los corazones o un antídoto para el tedio y la malaise”.

En los días que corren no está demás hacer evidente esta nueva ola de desvalorización de la política, una tarea que es, en conjunto, un emprendimiento -para emplear la cursilería de moda- que impulsan la frivolidad y grupos radicalizados de izquierda y de la sociedad civil.

*Abogado DC, cientista político, ex ministro de Frei Ruiz Tagle.

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