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Opinión

2 de Enero de 2015

La memoria: esa inmensa caja de arbitrariedades

“La imaginación del padre” (2014) de Luis López-Aliaga es la historia como lector y escritor de quien lo narra. La primera comienza con dos incidentes decisivos: una pataleta exigiendo a su madre que le compre un libro de tapas chillonas, y una biblioteca que, de un modo misterioso, enigmático, llega a su casa un día cualquier, sellando desde temprana edad una cercanía y mitificación de la lectura. Como escritor, en cambio, empieza con un paso en falso, un poemario que lo avergüenza.

José Bodhi-Shavuot
José Bodhi-Shavuot
Por

La imaginacion del padre
El enorme Juan José Saer dice sobre el también enorme, desmesurado, Ricardo Piglia, que con “Respiración artificial” habría inventado la novela-ensayo. En esa línea, pero sin grandilocuencia ni artificios, se inscribe “La imaginación del padre” (2014) de Luis López-Aliaga. El libro es un híbrido que transita entre géneros vinculados a las “escrituras del yo” (autobiografía, biografía y autoficción), el ensayo literario, la crónica y la novela a secas. Lo que predomina, sin embargo, es un tono reflexivo muy logrado, que siempre se niega a la construcción de sentencias ampulosas, afectadas.

El texto ensaya con éxito muchas temáticas. Habla sobre la infancia, la herencia, la familia y el parentesco; sobre “Lima la horrible”, deteniéndose en el caos en que se ha convertido la ciudad, la música criolla de las peñas (con nostalgia y afecto) y la televisión chatarra que impera en la actualidad (con desprecio y rabia); sobre literatura, con autores como Watanabe, Vargas Llosa, Bryce, Loayza, Salazar Bondy; sobre los sueños de revolución en América Latina que tan negativamente marcaron a los López-Aliaga, según el juicio de la propia familia; sobre el destierro, la migrancia, las arbitrariedades de cualquier identidad nacional; y, muy extensamente, sobre “la memoria, esa inmensa caja de arbitrariedades”.

El autor, instalado en un tópico literario, emprende la búsqueda de un padre huidizo, marcado por sus silencios, por su distancia. El padre de ese padre (abuelo del narrador/protagonista) es un exiliado peruano en Chile, expulsado de su patria por sus convicciones políticas, al ser uno de los fundadores del Apra, partido de una izquierda radicalizada. De este modo, ese padre esquivo porta un apellido con historia, y es consciente de ello.
López-Aliaga define a su progenitor como un sujeto autoritario y “un hombre de familia”. También relata que asiste de incógnito a su premiación por un volumen de cuentos, aunque no ha sido invitado y, cuando era niño, que compra casi todos los números de la rifa en el estadio para que sus vástagos ganen, en cada jornada de fútbol, una pelota que no durará con aire más que un par de días. Así, aunque de manera explícita ejercerá una dominación patriarcal ominosa, en secreto sus actitudes hablan de preocupación y cariño. Es decir, un padre latinoamericano en regla.
Ese padre es, asimismo, un bebedor problemático (como el abuelo y el mismo autor en una época). Se nos informa de su afición por la bebida en las duras noches de toque de queda en la dictadura, cuando su esposa debe salir a buscarlo para evitar una desgracia, encontrándolo siempre de juerga en un refugio peruano.

Pero este libro es también la historia como lector y escritor de quien lo narra. La primera comienza con dos incidentes decisivos: una pataleta exigiendo a su madre que le compre un libro de tapas chillonas, y una biblioteca que, de un modo misterioso, enigmático, llega a su casa un día cualquier, sellando desde temprana edad una cercanía y mitificación de la lectura. Como escritor, en cambio, empieza con un paso en falso, un poemario que lo avergüenza, y prosigue con una carrera que, pese a obtener galardones de relevancia, jamás servirá para que su padre lo vea como un escritor “en serio”. Señala: “Eso era un escritor para mi padre, alguien que se sienta en un salón junto a gente importante, que habla con presidentes, que tiene secretarios, que no pierde el tiempo”. Él tiene, en cambio, una obra que juzga escasamente meritoria: “Eran libros para el olvido, perdidos, inútiles, con los que no podía enorgullecerme ante mi padre, frente a los cuales mi padre no podría sentir que su hijo era un escritor”.

El texto prueba diversos juegos estructurales. Por ejemplo, adquiere la forma de un trabajo para el colegio (introducción, desarrollo y conclusión), cuando relata la confección de uno sobre la Guerra del Pacífico; este primer ensayo es importante: muestra sus contradictorios sentimientos hacia Chile y Perú, su identidad ambivalente, tornadiza. Asimismo, un capítulo se articula como una receta para preparar un calentadito en tres pasos, cuando habla de la gastronomía peruana en Chile. Y también, por último, aparecen fragmentos estructurados en base a nombres de parientes (falsos y verdaderos: Santiago, Miguel, Rafael), de calles (Isidora), de personajes de la historia reciente peruana (Félix).

Un elemento importante es la reflexión y referencialidad que hace el propio texto sobre sí mismo: “Este relato, este libro, juega con las fórmulas narrativas de la memoria, con sus limitaciones (…). Fórmulas todas de inventar a mi padre”. Y enseña esas dudas y limitaciones: “Subyace siempre la pregunta sobre qué decir, que es el reverso de la pregunta sobre qué omitir. Como estrategia narrativa, como posibilidad de acceso a la verdad, como ética. Enfrentarse al pasado y escribirlo ofrece múltiples posibilidades de fraude. La venganza, el autobombo, la exculpación, el vacío de los datos duros. No es fácil reconocer nuestros límites, no es fácil levantar una obra a imagen y semejanza de lo que somos, proyectos inacabados, dispersos, porciones de vida que se van hundiendo en la nada. Es también una alarma que se encenderá muchas veces mientras recorro estos parajes”.

De esta manera, “La imaginación del padre” logra escenificar con éxito la eterna e injustificada tensión entre Chile y Perú, y entrega algunas claves sobre la figura del padre como problema vital y literario.

“La imaginación del padre”
Luis López-Aliaga
Lolita Editores, 2014, 140 páginas

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