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Cultura

30 de Enero de 2015

Columna: Política del libro y la lectura

Nos hemos pasado todo el período que va desde la vuelta a la democracia hasta el día de hoy, explicando lo que deberíamos hacer para a continuación nunca hacerlo. Este juicio define muy bien lo que han sido hasta la fecha las diferentes políticas del libro y la lectura. Algunos se vanaglorian de haber participado […]

Pablo Dittborn
Pablo Dittborn
Por

LIBROS

Nos hemos pasado todo el período que va desde la vuelta a la democracia hasta el día de hoy, explicando lo que deberíamos hacer para a continuación nunca hacerlo.

Este juicio define muy bien lo que han sido hasta la fecha las diferentes políticas del libro y la lectura. Algunos se vanaglorian de haber participado y contribuido a la elaboración de todos los intentos fallidos. Nunca había visto orgullo semejante por el fracaso y la inoperancia.
En la inmensa mayoría de los casos las propuestas han sido dirigidas, por los convocados a participar en mesas del libro, a implementar medidas que favorezcan sustantivamente a la industria más que a la lectoría. Por ejemplo:

Mayores compras para bibliotecas públicas, sin considerar ni establecer la relación real entre adquisiciones y demanda por parte de la población. ¿Por qué no se consulta a la Dirección Nacional de Bibliotecas Públicas sobre prestaciones antes de exigir más recursos y determinar qué se debe comprar? ¿Es válido el argumento que le niega al mercado la posibilidad de contribuir a esa decisión? Lo cierto es que los que proveen esos libros resultan beneficiados con sus propias propuestas, y ni siquiera saben si o les importa si esos libros son solicitados alguna vez en las bibliotecas. Las compras para el incremento de la lectoría deben estar diferenciadas de lo que son las compras para archivo o para la memoria histórica. Sería importante establecer, en aras de la transparencia que debe imperar, qué porcentaje de la facturación anual representa para cada una de las editoriales del país las compras de los diferentes órganos del Estado. También es fundamental que cada editorial transparente el descuento porcentual con que le vende a estos órganos, ya que, si así lo hicieran el Estado podría reconocer la diferencia de descuento que le ofrecen en comparación con los que le dan a las librerías. De esta manera se incrementaría sustancialmente la cantidad de ejemplares comprados, sin necesidad de aumentar los limitados recursos económicos de que disponen.

El Estado de Chile entre los años 2001 y 2011 ha incrementado las compras de libros (sin considerar los textos escolares) en un 312% y la lectoría no ha crecido nada. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué vaca estamos engordando?

Mayores recursos para participación en Ferias Internacionales. Esta permanente demanda se hace sin haber hecho una evaluación seria de los resultados de participaciones chilenas anteriores, muchas de las cuales han sido muy caras. ¿En cuánto se incrementaron las exportaciones de libros chilenos o los contratos de cesión de derechos o de coediciones después de dos participaciones como “país invitado de honor” a la Feria de Guadalajara? Tampoco se ha hecho una evaluación de los eventuales autores chilenos que podrían ser objeto de interés en otros mercados, sabiéndose que la inmensa mayoría no lo son ni siquiera en nuestro país. Es cierto que pocos son profetas en su tierra, pero convengamos que prácticamente todos los que hoy en día son editados o comprados de manera significativa fuera de nuestras fronteras lo han sido por esfuerzo propio, o de sus agentes literarios, por descubrimiento de editores extranjeros que miran lo que sucede en todos los mercados o porque su editor local logra introducirlos en otros mercados. Eso demuestra claramente que cuando hay calidad y talento el sistema funciona. ¿Cuántos han sido los beneficiados producto de los viajes de los editores nacionales al exterior? Muchos son los que argumentan que para cualquier editor local es conveniente y formativo asistir al menos una vez en la vida a ferias como la de Frankfurt o Bolonia. Es cierto, al igual que para muchos atletas o dirigentes deportivos asistir a una olimpiada, pero para esto último hay barreras de participación y estándares que hay que cumplir o superar. No va cualquiera por más ganas que tenga y formativo que le resulte.

Mayores recursos para la edición de libros financiados por el Estado, que luego se venden en el mercado a precios altos, generando una utilidad enorme con fondos públicos. ¿No es esto, acaso, lucrar con dineros públicos en el ámbito de la cultura? Los que exigen esto, ¿no serán los mismos que gritan no al lucro en la educación? ¿Por qué en la cultura sí, entonces?

Mayores recursos para el sostenimiento de librerías en ciudades en donde actualmente no existe ninguna y donde posiblemente tampoco existen lectores como para sostenerlas. Estas librerías naturalmente tendrán que comprarle libros a quienes están haciendo estas propuestas o contribuciones, los que sin querer queriendo se beneficiarán, independientemente de que estos libros sean o no adquiridos finalmente por lectores. ¿Quién pagará esa facturita? ¿Qué sentido tendría que haya librerías en donde no hay lectores, o donde el hábito de lectura es muy bajo, si hay una biblioteca bien surtida?

Mayores recursos para la “internacionalización del libro chileno”. Antes que nada veamos qué establece la ley como libro chileno para ver por dónde el diablo está metiendo la cola: Libro chileno es: El libro editado e impreso en Chile, de autor nacional o extranjero. ¿Qué significa esto en la práctica? Que cualquier libro de cualquier temática, de autor nacional o extranjero, impreso en Chile podrá verse beneficiado con fondos del Estado para ser difundido en el exterior. Nuevamente, un claro beneficio a la industria editorial y gráfica y no a la lectoría de los chilenos. Se está pretendiendo que autores extranjeros, traducidos en Chile con recursos del Estado, sean luego promovidos y vendidos en el exterior sin ninguna contribución a la lectoría en nuestro país. En la actualidad existe financiamiento para que obras de autores chilenos sean traducidas a otras lenguas y de esta manera se pueda incentivar a los editores extranjeros a contratar y publicar a nuestros autores con un nivel menor de riesgo. Estos que están disponibles desde hace tiempo, jamás han sido utilizados en su totalidad. Hay que perfeccionar el mecanismo para optar a ellos y difundir internacionalmente este beneficio. ¿Es razonable que si nosotros no leemos a nuestros autores, salgamos a intentar difundirlos afuera en lugar de desarrollar un hábito de lectura en nuestro país? ¿No será que se están proponiendo medidas para lograr vender al exterior libros que no somos capaces de vender localmente, porque el mercado es pequeño? Lo agrandamos o exportamos. La única y más permanente sustentabilidad de la industria editorial chilena estará siempre dada por el hábito de lectura de nuestra población, con el consiguiente beneficio cultural para los chilenos que adquieran este hábito. Si agrandamos la masa lectora en Chile, evitaremos desperdiciar recursos en propuestas fenicias que solo pretenden incrementar los ingresos monetarios de muchos de los proponente y participantes de las mesas del libro. Ojo al piojo con las propuestas y con quienes las proponen.

Este tipo de propuestas, cuando son groseramente interesadas como las que he mencionado, y cuyo objetivo final es claramente la venta a un alto costo para el Estado de ejemplares que nunca o difícilmente serán solicitados por los lectores, hacen que las autoridades miren con mucha desconfianza al sector y que por más diseño de políticas públicas que se hagan o se presenten, jamás se lleguen a implementar y los hábitos de lectura queden siempre en el mismo nivel, manteniendo a la población lejos de la lectura.

libros

A esto hay que sumarle las infantiles rencillas que se producen entre los diferentes gremios del libro que al parecer tienen los mismos inconvenientes, pero que no pierden oportunidad para hacer el ridículo tratando de establecer públicamente “quién es el que la tiene más grande”, o diciendo que “hacen cultura y no negocio”, opinando sobre cómo el otro plantea la actividad editorial sin jamás haber trabajado ni conocido a su colega, atribuyéndole criterios puramente comerciales e invocando para sí una pureza falsa y auto asignándole a la tramposa condición de “independiente” un valor en sí mismo con el solo objeto de victimizarse para obtener la gracia de los organismos estatales. A fines de los años sesenta o principios de los setenta, un joven independiente equivalía a un pendejo no comprometido, hoy parece ser algo muy valorado. ¡Qué curioso!

Lo único importante en la industria editorial es la calidad y profundidad del catálogo, la calidad de la edición de cada texto o libro publicado y el profesionalismo con que se encare esta actividad, no la cantidad de títulos editados, no la relación con el capital de la empresa, ni el tamaño de misma y mucho menos los apellidos inventados y agregados que no significan nada (Independientes, autónomos, alternativos, choros, piolas, fieras o no sé que más) y que pretenden transformar en un valor en sí mismo sin ninguna base de sustentación.

Èric Hazan, director de La Fabrique Editions y profético defensor de la edición independiente, ha señalado que: “La dicotomía es simplificadora: los grandes grupos editores también publican libros indispensables y no es cuestión de oponer la mala literatura a la buena. Hay buenas novelas policiales y malos libros de filosofía; hay excelentes vendedores de libros en Fnac y librerías independientes sin interés, etc.”

La vocación de desprestigio que unos, los reconocidos de siempre, tienen hacia otros, hace que la mayoría de los títulos registrados en el ISBN por diferentes editoriales u organismos no quieran pertenecer a ninguna asociación gremial. (¿Qué objeto tiene entrar en una disputa absurda?).

Editores no afiliados: 43,62%
Editores afiliados a la Cámara chilena del Libro: 24,93%
Auto ediciones: 15,12%
Editores afiliados a Editores de Chile: 15,00%
Furia del Libro: 1,33%

Esta es la realidad del mundo de las publicaciones de libros en Chile, el resto, solo autobombo, lloriqueo y competencia absurda.

El eterno problema, que no es causa de nada, sino que una mala causa.

Todos saben, pero nadie lo dice públicamente, que una rebaja en el precio de los libros de un 16%, producto de la eliminación del 19% del IVA, no traerá aparejado un incremento en la lectoría ni en la venta de libros. Pero lo positivo de una eventual eliminación del IVA es que de una buena vez terminaríamos con este tema y podríamos centrar todos los esfuerzos y recursos en un alza sustancial de la lectoría en Chile. Para esto presentó un proyecto interesante y de fácil aplicación la Cámara chilena del Libro a las actuales autoridades de gobierno, asimilando la venta de libros a la misma exención que tienen los bienes y servicios exportados de acuerdo al Decreto de Ley N° 825, reemplazado por el Decreto Ley N° 1.606 publicado en el Diario Oficial de 3 de diciembre de 1976 y actualizado hasta el 27 de septiembre de 2012. Como muchos supondrán, no ha habido respuesta oficial, ni positiva ni negativa, a nada de lo solicitado. La señora Presidenta del CNCA ante un requerimiento de la prensa sobre este tema dijo: “No está en el programa”. Ojalá que no haya terremoto, tsunamis ni inundaciones ya que no está en el programa la reconstrucción de daños ocasionados con posterioridad a la elaboración del programa. Desde hace muchos años, la “cultura” habita un espacio privilegiado que se ha materializado en guitarreos de fin de semana en los círculos más cercanos al poder durante casi todos los gobiernos de la democracia reciente en Chile.

Espero equivocarme en mi diagnóstico, pero creo que esta será una nueva política del libro y la lectura cuyos resultados serán absolutamente inciertos y poco alentadores, por no decir inútiles. El mecanismo para realizar un diagnóstico de la situación de la lectoría en Chile y de los incentivos necesarios para cambiar definitivamente el muy bajo hábito lector en nuestro país no pasa necesariamente por la mayoría de las propuestas recibidas. Un estudio serio y sistemático de los niveles de lectoría a nivel nacional que establezca claramente las causas reales de nuestra situación, es un requisito previo a cualquier toma de medidas al respecto. Lo otro, no pasa de ser un vulgar pliego de peticiones interesadas en cuestiones puramente económicas. Estas que han sido incluidas como conclusiones, tienen un claro sesgo de incentivo a la industria y no a la lectoría. Convocar a quienes profitarán de las futuras medidas de una nueva política del libro y la lectura no es una alternativa sana ni aconsejable y los beneficiados serán todos menos los lectores. ¿Qué les parece que entrevistemos a los delincuentes para delinear la futura política carcelaria? ¿O a los empresarios para elaborar la próxima reforma tributaria?

El mejor panorama de nuestra situación a mi juicio lo planteó Oscar Luis Molina en su libro “Siempre mañana y nunca mañanamos” de Ediciones B, que reproduzco a continuación:

En Chile nunca se ha leído lo suficiente, nunca ha habido una masa crítica lectora durable para que se integrara nuestra sociedad a una modernidad efectiva. Una masa crítica lectora necesita más de veinte años consecutivos para empezar a consolidarse con la red completa que la sustenta (sistema editorial, sistema de distribución librera, sistema bibliotecario, sistema de educación, sistema familiar de cultura impresa). Esta red no ha existido en Chile. Esta red, para colmo, siempre es frágil (y más todavía si es incipiente) y destruible con relativa rapidez.

Como podrán apreciar, Oscar Luis Molina inicia su diagnóstico indicando que: “en Chile nunca se ha leído lo suficiente” y no que no se han vendido o exportado muchos libros o que no ha habido suficientes librerías y/o editoriales.

feria del libro A1

Solo una masa crítica lectora permanente hará de Chile un país lector, con todos los beneficios que esto supone y como consecuencia de esto tendremos una industria editorial sana, grande, sustentable e influyente.

Termino citando a Erasmo de Rotterdam, quién en 1515 dijo que: “la multiplicación solo mercantil” de libros sin un desarrollo paralelo de un sistema escolar suficiente donde se aprenda a leer, lo que generaría con mucha probabilidad, según él, “confusión y anarquía intelectuales”, y algo más: “Si siguen así las cosas como han empezado [con muchos libros y pocos lectores], veremos el poder concentrado en pocas manos y una bárbara tiranía entre nosotros. Todo quedaría sometido al arbitrio de uno solo o de unos pocos.

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