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3 de Febrero de 2015

El joven que les reserva el puesto a los ricos en la playa de Zapallar: “En algún momento los cuicos nos van a echar a todos del pueblo”

Aunque no le guste la pega, todas las mañanas entierra quitasoles en la playa de Zapallar para reservar el pedazo de arena donde se acomodan los más adinerados del balneario. Es el particular trabajo que heredó de su abuelo, que durante 35 años prestó el servicio a las familias tradicionales de la zona. A la espera de que lleguen sus clientes, observa con impotencia cómo las casas de los ricos van apoderándose del pueblo, mientras los pobres van siendo desterrados a la población del otro lado de la carretera.

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“Mi abuelo, nacido y criado acá, llevaba por lo menos 35 años trabajando en la playa de Zapallar. Todos los días se venía a las seis de la mañana y limpiaba, recogía cada pucho, cada basura que estuviera botada acá. Mantenía impeque la playa. Después se puso a arrendar quitasoles y, de a poco, las personas con plata de tradición de Zapallar empezaron a arrendarlos por el mes completo. Mi abuelo ponía todos los días los quitasoles en la playa para que, cuando los dueños llegaran, ya estuvieran instalados en el lugar que ellos querían. Él ahora está muy viejo, entonces mi mamá se hizo cargo de esto y yo la ayudo por la temporada.

Cada mañana, después que pasa la máquina que filtra la arena para dejarla limpia, tipo nueve, saco los quitasoles que guardamos en el quiosco y los entierro en la arena. Son como treinta quitasoles o más. Cada uno tiene un apellido anotado y va en un lugar específico de la playa que yo ya me sé de memoria. La misma familia, en el mismo lugar donde los ponía mi abuelo. Este servicio cuesta sesenta mil pesos al mes. Uno de los quitasoles que colocamos hace años es el de Alberto Espina. Simpático el hombre.

Trabajamos en este sector de la playa porque es donde está la mayoría de la gente. No es que esta parte de la playa sea privada, por ley es de todos, pero con el quitasol dejan su lugar asegurado. La gente pobre siempre se pone allá, al otro lado de la roca. Es tonto que no se puedan venir a meter acá porque las playas son todas públicas. Es súper elitista.

El otro día una clienta me hizo poner el quitasol al otro lado de la roca porque su hija venía llegando de intercambio y estaba gorda. Yo tuve que partir a ponerle el quitasol allá. ¿Qué importa si estaba gorda o no? A la playa las minas vienen arregladas, para ellas es como estar en vitrina. Lo estético acompleja a esta gente mucho más que a uno, uno es más vividor, se preocupa menos.

En esta playa todo está reglamentado. Por ejemplo, los quitasoles no pueden tener escrita una marca. Eso ya es extremismo para mí, pero el alcalde lo permite porque le conviene tener a los cuicos contentos, que no les gusta ver publicidad acá. No se permiten carpas ni coolers y en este sector no se puede jugar a la pelota. Le ponen color igual. No puede entrar gente vendiendo cosas a la playa. El típico señor que vende barquillos, dulces de La Ligua; imposible. Solo hay un carrito de golosinas autorizado que está en la entrada de la playa. No se puede tirar piqueros de esa roca de allá ni de la de aquí en frente. Tampoco pueden venir mascotas, ni teams de verano ni se puede poner música. Nada. Hay inspectores que se pasean por la playa para que se cumplan las reglas. Está todo vigilado y sapean, por eso no pasa nada, no roban. La rambla y el pueblo están llenos de cámaras. El otro día estábamos vacilando en las rocas, tomándonos unas chelas, y nos cacharon al tiro. A uno se lo cagan, pero a los cuicos no les hacen nada. Se estacionan donde quieren, bloquean el paso de cebra de la iglesia de repente y los pacos pasan por al lado y se hacen los hueónes.

En la playa todos me preguntan por mi abuelo, lo quieren mucho porque es muy honesto, humilde, muy servil. Yo lo entiendo, pero encuentro que esa actitud no es tan buena. No estoy de acuerdo con eso de estar rebajándose y siempre tener un patrón allá arriba, alguien que está por sobre ti, como el Señor de la Querencia. No me gusta trabajar así, tener que soportar a personas que a veces son prepotentes, tener que atender a la gente. Pero las personas como mi abuelo fueron criadas así. Así ha sido toda la vida en Zapallar: la gente del pueblo siempre le ha trabajado a los cuicos. Todas las pegas son a base de eso y también gracias a eso los del pueblo, que antes eran pobres, han surgido. Generalmente las mujeres trabajan de nana y los hombres de mayordomo, de jardinero o cuidador.

El trato varía mucho, hay gente penca y gente buena onda. En general la gente con más plata es la más simpática, se preocupan de saber nuestros nombres para saludarnos por lo menos. Los de medio pelo, que son los nuevos, los que han ido llegando, son los pesados. A algunos trabajadores les tocan jefes muy buenos, que los ayudan, les dan salud, porque tienen mucha plata po. Y hay jefes que no, que los explotan. Aquí viene harta gente del sur a trabajar porque allá les pagan mucho menos. Vienen por quince o veinte lucas el día, que es bueno para ellos. Pero podrían pagarles mucho más, sobre todo en ese tipo de pegas, que son esforzadas, que son un sacrificio, la gente viene puertas adentro y trabaja todo el día. Les sacan el jugo. A algunas nanas las obligan a andar con delantal. Estos hueónes son así, hacen la diferencia de clase. Pero uno ha aprendido a vivir con eso. En realidad a mí ya no me afecta. Para mí es una pega y chao no más, no pesco.
Pero siempre me pregunto de ¿dónde sacan tanta plata?. Serán dueños de empresas, ladrones, políticos. Hay de todo. Del caso Penta no se dice nada. Yo creo que porque están todos acá, si a Zapallar vienen los más poderosos de Chile.

Los cuicos se han ido apoderando del pueblo de Zapallar. No es que la gente del pueblo se vaya obligada, pero les ofrecen una cantidad de plata favorable por comprar sus casas entonces venden al tiro y se van para la población del cerro que está en la entrada de Zapallar. Se ha ido llenando de estas casas gigantes. En algún momento los cuicos nos van a echar a todos del pueblo”.

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