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Opinión

3 de Febrero de 2015

El retorno al Pachakuti: el tercer tiempo de EVO

Mientras Venezuela se va a pique y Cuba transita a la democracia, Bolivia vive el fulgor de su revolución democrática y cultural. Una delegación mapuche viajo invitada a la toma de posesión del tercer mandato de Evo Morales. Los que en Chile creen que allá solo se habla de una salida soberana al mar, no son capaces de ver lo que la morenidad de cicatrices cordilleranas está construyendo.

Fernando Pairican
Fernando Pairican
Por

Evo morales fútbol

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“¡Mapuches!, ¡venga ese abrazo, hermanos!”, fue el afectuoso saludo que nos dieron unos peñi del MAS en la noche del jueves mientras celebraban con unas cervezas Huari en una taberna cercana a la plaza Murillo. “¿Vinieron a ver a nuestro Presidente?” nos dijeron, y afirmamos con mi amigo Enrique Antileo dando inicio a la conversación. Aquel diálogo terminó con nuestras felicitaciones ante el nuevo logro. Y no cualquier logro. Como dijo el vicepresidente Álvaro García Linera en su discurso, luego de más de cuatrocientos años en que “las naciones indígenas” estaban pisoteadas, “hoy se han convertido en Estado”.

Tal vez aquello sea una de las transformaciones más interesantes para los pueblos indígenas del continente que encabeza la “revolución democrática y cultural” del Estado Plurinacional de Bolivia: la construcción de un proyecto que toma los mejores elementos de las civilizaciones indígenas para complementarlos con la modernidad. Lejos de ser “un retorno romántico al pasado”, advirtió el Presidente Morales en Tiwanaku, su fin es combinar la tradición milenaria con la modernidad que permita un desarrollo en equilibrio con la tierra. Porque el proyecto de Morales no se suscribe solo al continente, busca ser la conciencia mundial ante la destrucción de planeta. “No hay primer mundo –reflexionaba Morales-, ni segundo ni tercero ni cuarto mundo: hay un solo mundo y todos somos responsables de este solo mundo”, sentenció. Este aspecto es lo que nuestros hermanos de las cervezas Huari nos explicaban como la filosofía del Buen Vivir: el equilibro y el retorno de la igualdad, en otras palabras, el Pachakuti.

Porque en la Bolivia india se habla de política. Pero de esa política densa, de proyectos, de transformaciones, rupturas, involuciones, contrarreformas y temores. Los que piensan que se habla solamente de una salida soberana al mar, no son capaces de ver lo que la morenidad de cicatrices cordilleranas está construyendo en el antiguo kollasuyo. Sin embargo, es imposible eludir la cuestión del mar. Una señora aymara de unos 70 años que gritaba en Tiwanaku “¡Evo, Evo, Evo!”, al preguntarnos de dónde veníamos terminó diciéndonos “hermanos, ayúdenos a recuperar nuestro mar”. Algo parecido sucedió en las entrevistas que dimos en Radio Illimani y en Bolivisión. Nuestra respuesta fue siempre clara: compartimos la aspiración de una salida al mar para los pueblos indios. Y “¿Por qué?” inquirió el periodista de la red de televisión en plena Plaza Murillo, “bueno, cuando Chile se expande al norte y conquista esas tierras, en paralelo conquistaba también las tierras de nuestros antepasados despojándonos de ellas. La agresión contra nuestra morenidad fue también contra las suyas”, afirmábamos.

Y es que la clase política chilena empecinada en subvalorar a los pueblos indígenas, no logra ver que la demanda con Morales es muy distinta a las de sus antecesores. Evo Morales y Álvaro García Linera son políticos y de los buenos, diseñaron una estrategia ofensiva en la cual Chile ha respondido taimándose, repitiendo que no existen cuestiones pendientes y dejando de asistir a la toma de posesión en La Paz. Tal vez, si la presidenta Bachelet hubiera ido, habría escuchado el rumor que recorría en la capital: el gobierno está moviendo una nueva pieza del tablero de ajedrez y ese alfil se llama Papa Francisco.

Se sabe que el Papa solicitó a Bolivia los documentos de la demanda que impulsan en La Haya, pero cuando se le preguntó a Morales si el Papa haría las gestiones, este respondió “no, no quiero comentar sobre ese tema”. Sin embargo García Linera es más directo: “El Gobierno de Chile está derrotado moral y discusivamente”. “¿Qué va a decir Chile? ¿Qué no fue tan injusto lo que se quitó? ¿Qué puede ofrecer para el futuro?”, afirmaba en una entrevista en La Razón, para rematar: “ha sido una virtud haber sacado a luz la ‘injusticia’ pasada”.

Golpe al racismo

En la Bolivia de Morales se habla y se lee de política. Mi Vida, la autobiografía del Presidente ya va en su décima edición y el indianista Fausto Reinaga ha vuelto a ser un best seller en el país andino. Aquel teórico que escribió una veintena de libros sobre la lucha encabezads por los indios y que soñó en crear un partido basado en una ideología de la raza india, como la llamaba en la década de los 70 del siglo XX. El más emblemático de ellos es Revolución India, libro que uno ve en las manos de las bases sociales del gobierno. Y que también asusta a otra parte de la sociedad boliviana. Así por lo menos me contó un joven bibliotecario que se empecinó en que me llevara una obra donde se criticaba a Reinaga. “¿No te gusta este autor?” le pregunté, “No es eso. Es solo que él es una parte de Bolivia. En el último censo se quitó la palabra mestizo, y yo me considero un mestizo. Las preguntas decían si pertenecíamos a un pueblo indígena, ¡y pum! el listado y si no pertenecíamos. Eso era todo. Adiós al mestizo”, terminó diciéndome.

Posiblemente el bibliotecario tenga razón. Aquellas también son las luces de alarma que enciende el historiador de izquierda Gustavo Rodríguez Ostria, quien en su último libro Morir Matando hace un llamado a mirar el pasado “libre de dogmas”. Con preocupación, este historiador que escribió Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia se traslada ahora a principios del siglo XIX, en particular al proceso de Independencia, para defender la modernidad política que emergió en aquellos tiempos. “Modernidad política hoy cuestionada”, señala.

Posiblemente, lo que mejor grafique este cuestionamiento a la modernidad política sean los múltiples muñecos que se encuentran colgados de cables o negocios en la ciudad de El Alto, con letreros que dicen: “Ladrón capturado, es un ladrón quemado”. Justicia comunitaria me dijo un peñi al que le pregunté y que para el amigo bibliotecario no era más que una involución social. “Esto es el retroceso de las instituciones”, me dijo. No obstante, aquello tiene un contraste con las publicaciones oficiales del gobierno que se ven en las calles, los negocios y restaurantes: “Todos somos iguales ante la ley”.

Con todo, para nosotros los mapuche, Bolivia es un golpe al racismo del continente. Aquí se demuestra que los indígenas son capaces de gobernar en base a una filosofía y colocando al ser humano como la prioridad y motor de un proceso inédito en la historia continental. Es cierto que al poco caminar por La Paz, la marginalidad –como gran parte de las capitales de Latinoamérica- tiene su símbolo en la niñez morena que trabaja en los rincones y avenidas de la ciudad lustrando zapatos, mendigando o limpiando autos. No podría haber sido de otra forma: la Bolivia anterior a Morales tenía una pobreza extrema del 37,2%, que ha sido reducida a 18,8% en menos de diez años. Mientras que el 10% más rico ganaba 120 veces más que el 10% más pobre, al finalizar el Presidente Evo su segundo periodo, las cifras dicen que el 10% más rico hoy gana 42 veces más que el 10% más pobre.

Mientras Venezuela se derrumba y Cuba inicia al parecer un proceso de transición democrática, Bolivia parece no inmutarse ante la caída de sus aliados. Teniendo en cuenta que los liderazgos del proceso son más bien adultos y en que la juventud se ve ausente o subordinada a los liderazgos más antiguos. Ello se grafica aún más en las bases campesinas e indígenas de Morales, donde el peso de las autoridades tradicionales se hace sentir sobre los más jóvenes. Aquello habla de una cultura indígena en que los jóvenes aún están en formación. Sin embargo ese es uno de los desafíos del proyecto de Morales, formar nuevos liderazgos para que continúen con el proyecto de transformaciones. Sin embargo, las cifras son elocuentes: Morales triunfó con el 61,36% -apenas un 5% más bajo que el 2009- con una participación del 95%. Un hecho inédito en la historia del país.
El aporte de Morales a Bolivia ha sido ofrecer gobernabilidad, estabilidad económica y un crecimiento ascendente que, en el último año cerró en 5,5%. Sin duda que esto ha sido posible al incluir a los pueblos indígenas al proceso democrático, finalmente el 80% de la población de Bolivia. Como me dijo la Consejera de CONADI y reconocida dirigente de Ad-Mapu, Ana Llao: “el futuro es indio, lamgen”.

Nuestro poeta Elicura Chihuailaf tampoco duda del aporte de Bolivia. Mientras comíamos en una cadena de comida rápida pero solo de productos tradicionales –“lo tradicional y nutritivo ahora en pleno centro de la ciudad”, dice la propaganda- que se llamaba Api happy, me señalaba: “en Bolivia está brotando/se está reconstruyendo/ rememorando –me parece- el futuro de la humanidad. Desde la visión de mundo nuestra (la “cosmobiovisión”, como dicen nuestros hermanos aymara) la vida es un círculo: somos presente porque somos pasado (tenemos memoria) y sólo por ello somos futuro. No es posible fragmentar ese dinamismo, y si se hace tal intento es siempre a costa de la inevitable ruptura del “equilibrio natural”; fragmentación que nos condena a malvivir”.

Y es que Bolivia no se las trae a medias tintas. Prometen proyectarse en el siglo XXI como “una de las naciones descolonizadas del mundo”, en que el Vivir Bien sea la filosofía que los rija y el Ayllu (comunidad) la base material del progreso. Y aquí estábamos nosotros los mapuche, escuchando, anotando y debatiendo en nuestra gran patria india. La que nos puede ayudar a conquistar nuestro derechos a la autodeterminación o a protegerlos de las cachetadas blancas que nos da el Estado chileno. Ese que refunfuña cada vez que la morenidad alega derechos sobre el mar o las tierras despojadas, entorpeciendo el proyecto indígena del Ayllu Universal.

“¡Jallalla!” nos dijeron los peñi del MAS cuando decidimos volver a nuestros aposentos. La fiesta continuaba en aquella taberna, las cumbias se habían apoderado del recinto y las lamgenes con sus ropas tradicionales bailaban con sus cervezas en la mano. El sueño de Sergio Villalobos en vivo y en directo: indios emborrachados. “Pewkallal”, respondimos. Y salimos rumbo al hotel en el cual el gobierno boliviano nos había alojado, cruzando una vez más la Plaza Murillo. El centro neurálgico de la Patria India. Esa Patria que nos había recibido y enseñado sobre su inédito proceso.

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