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Opinión

4 de Febrero de 2015

La perversión de la duda: Los atentados en Francia y las teorías conspirativas

Por Florent Sardou* ¿Sabían ustedes que ningún hombre pisó la Luna? ¿Que los judíos someten a Hollywood y Wall Street? ¿Que el SIDA fue creado por el hombre? A estas alturas, todos deberíamos saberlo. Son las teorías conspiracionistas más populares. Tal como pasó con el atentado del 11 de septiembre en Estados Unidos, con el […]

Florent Sardou, desde París
Florent Sardou, desde París
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marcha francia (6)

Por Florent Sardou*

¿Sabían ustedes que ningún hombre pisó la Luna? ¿Que los judíos someten a Hollywood y Wall Street? ¿Que el SIDA fue creado por el hombre? A estas alturas, todos deberíamos saberlo. Son las teorías conspiracionistas más populares.

Tal como pasó con el atentado del 11 de septiembre en Estados Unidos, con el reciente ataque en Francia no tardaron en surgir las teorías conspirativas que explicarían la “verdad” sobre lo acontecido y pondrían en jaque la versión oficial del suceso. La más popular explica que las matanzas fueron organizadas por los servicios de inteligencia de EEUU con la complicidad de sus pares franceses. Otra, que todo fue planificado por el Mossad israelí. La figura histórica de la ultraderecha francesa, Jean-Marie Le Pen, dijo en una revista rusa que los ataques “parecen tener la firma de los servicios secretos”. Los conspiracionistas quieren demostrar que estos atentados son parte de una estrategia de Washington para dañar definitivamente la imagen del Islam en Europa y así consolidar la alianza con sus “vasallos”, Europa e Israel. Y que al final la CIA controla el terrorismo islámico.

Estas explicaciones simplistas sirven por varios motivos. El principal responde al anti americanismo, muy presente en varias partes del mundo y que puede ser utilizado por ciertos gobiernos para servir sus propios intereses. No es azar que las teorías conspiracionistas vengan de Rusia o Turquía, países con gobiernos autoritarios que se sienten amenazados por EEUU y Europa. Difundir la sospecha de un complot urdido por las democracias occidentales es una estrategia conocida para obtener el apoyo del pueblo y esconder las propias debilidades.

No obstante, basta ver los comentarios en las redes sociales para comprobar que estas hipótesis convencen a muchos seres en el planeta. Y también en América Latina, donde las dudas frente a EEUU y sus aliados históricos tienen raíces muy profundas y nutren el sentimiento anti EEUU o el antiimperialismo. Celosos de sus independencias después de haber sido colonizados y escarmentados por la participación directa o indirecta de la Casa Blanca en procesos políticos de la región (Cuba, Chile, Panamá, Granada, etc.) y sometidos a la sujeción económica y financiera ejercida muchas veces por EEUU, bastantes latinoamericanos ven la mano del Tío Sam detrás de todas las tragedias que ocurren en el mundo.

EL CIUDADANO ALUMBRADO

Pero el creciente afán por las conspiraciones revela algo más profundo: una desconfianza también creciente hacia los gobernantes y las instituciones que pone en jaque al juego democrático. La teoría de la conspiración se basa en la noción de que hay un secreto escondido por las autoridades, y como muchos ciudadanos piensan que sus gobernantes esconden la verdad, criticar o dudar de manera automática y sin fundamento –como los conspiracionistas– sería equivalente a ejercer un papel de ciudadano alumbrado. La democracia exige transparencia absoluta en los asuntos públicos, sin secretismos, y esta propia exigencia ayuda, paradójicamente, al auge de las teorías conspiracionistas.

Además, la multiplicación de las redes sociales libera la palabra y las opiniones. Hoy la mayoría de los jóvenes buscan informaciones por internet, donde la diferencia entre una simple opinión y una información debidamente verificada no siempre es tan clara. Y son los adolescentes –en una etapa donde uno se opone a los adultos, al orden establecido– quienes con mayor facilidad creen y difunden teorías conspiracionistas. Pero no solamente los jóvenes están seducidos. Vivimos en una sociedad individualista y ultra competitiva (cada uno puede reivindicar ser fuente de información, pero nadie nos obliga a comprobar nuestros dichos) donde el ego y el narcisismo nos conducen a seducir al otro, a destacarse, dando noticias fuera de lo común. Ser diferente, único, sobresalir, importa más que la verdad o la honestidad.

La revista Pacific Standard, en su edición del 14 de enero, publicó los resultados de una investigación científica de la Universidad de Amsterdam, que explica qué tipo de personas tienden a acoger con buen ojo las teorías conspiracionistas. Sin sorpresa: son partidarios de soluciones políticas extremas. Gente que prefiere soluciones simples frente a problemas complejos.

Que las cosas estén bien claras: dudar es bueno. Es la mejor herramienta que uno posee para conquistar y afirmar su libertad, su singularidad. Pero las teorías conspirativas resultan ser distintas: son una perversión del derecho a preguntarse. Porque los conspiracionistas no buscan convencer a sus rivales sino combatirlos, ya que su argumento (el complot) es por esencia incuestionable. La duda de los conspiracionistas solo sabe contradecir, respondiendo a un proceso intelectual absolutista: dudar de todo para no dudar más.

Para combatir la propagación de estas teorías, no existen recetas milagrosas, pero si las hay, se encuentran en la democracia. Primero, informar con fuentes fiables. El papel de los medios tradicionales es fundamental para poder derrotar los rumores. Segundo, educar. Una vez más. Hay que enseñar el espíritu crítico, es decir, desarrollar la capacidad de cuestionar los principios del entorno, de formarse un criterio propio y tomar las propias decisiones sin caer en dogmas o intransigencias. En definitiva, ser una persona madura.

*Analista internacional e historiador. @FlorentSARDOU

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