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Opinión

19 de Febrero de 2015

Columna: Historia de un cineasta

Litoral central, Papudo, Algarrobo, algo así. El vendedor de pescado parece un pez él mismo, siempre es así. Así también ve la pequeña Alicia a sus personajes, al menos en las ilustraciones originales de John Tenniel, con serenidad y fascinación. De manera que hay un pescado vendiendo pescado en una carreta de lata, olor fascinante […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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HISTORIA-DE-UNA-CINEASTA_CALQUIN

Litoral central, Papudo, Algarrobo, algo así. El vendedor de pescado parece un pez él mismo, siempre es así. Así también ve la pequeña Alicia a sus personajes, al menos en las ilustraciones originales de John Tenniel, con serenidad y fascinación.

De manera que hay un pescado vendiendo pescado en una carreta de lata, olor fascinante a pescado, y una niñita que no deja de mirar la faena. Sus padres la criaron con asco, ellos mismos en este momento tienen asco y miedo de ver a la niña tan concentrada en el pescado y en la destreza del cuchillo. Todo les da asco y miedo.

Lo faenado es una lisa o mújol que tiene unas escamas enormes que parecen unas especies de uñas entre tornasol y transparentes. Son muchas, y saltan como joyas reflejadas por el sol cada vez que el vendedor de pescado les pasa el cuchillo también brillante de sol y mar. Hay demasiada belleza en la escena, el señor que parece un pescado empieza a actuar para la niña. Las lágrimas de Alicia cuando se agiganta se convierten en un mar por donde comienza a nadar junto a un ratón. El señor pez le dice a la niñita “con estos se hacen collares” cuando saltan las escamas. Efectivamente y por jugar, algún hippie seca eso y lo vende como collares para las adolescentes en los ritos de playa. La pareja de padres mira con un asco infinito, de la misma manera como miran a la gente que no pertenece a este balneario y para la que tienen un detector aguzado. Ellos también son, a su manera, observadores agudos. Sus miradas y sus aletas de la nariz están completamente adiestradas, condicionadas, cretinizadas. Pensé en Anthony Bourdain cuando reflexiona primero sobre el hambre y la comida popular, va a la línea del tren cerca de La Boca en Buenos Aires, a La Vega en Santiago. Y luego muestra un verdadero entusiasmo ante cochayuyos, picorocos y todas las nerudeces y rokhianeces.

Alicia –como le pusimos– sólo mira, no hay afán de captura, de registro. Es un error grave romper la belleza de la situación, el silencio siempre es la mejor solución, pero como veo que pronto la van a agarrar de un brazo, me atrevo a romper la magia. “¿No quieres ir a buscar la cámara o el celular?”.

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