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Opinión

5 de Marzo de 2015

Pastor Alape, guerrillero de las FARC: “¡No jodan!, los oprimidos también se pueden encabronar”

Desprovisto de su uniforme camuflado y sin la carabina colgando del hombro, es poco lo que recuerda que ha pasado su vida en guerra. Desde que comenzó el conflicto, hace más de 60 años, los muertos superan los 200 mil. De pronto le tiembla una mano y cuando camina, cojea. Habla, más bien, como un tipo de fe. Este hombre, a quien el gobierno de Estados Unidos acusa de ser el supervisor de todo el suministro de cocaína del Magdalena Medio, y por cuya captura ofreció una recompensa de 12,5 millones de dólares, no parece ortodoxo ni sectario, ni siquiera violento, diría, aunque cueste defender semejante impresión.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Pastor-Alape-foto1-EFE
Pastor Alape tiene 59 años, de los que ha pasado los últimos 39 en la selva colombiana. Es el segundo comandante en la jerarquía de las FARC –accedió al secretariado en reemplazo del Mono Jojoy– y uno de los seis que por parte de la guerrilla está participando en las mesas de negociaciones para la paz en La Habana.

Hace 14 años que no pasaba por una ciudad. “Estuve en Bogotá en el año 2000. Clandestino, por supuesto”. Nos encontramos en el bar del hotel Presidente, y tomamos unos whiskys, mientras sus guardaespaldas cubanos vigilaban los accesos y Rubín, su compañero de insurgencia, permanecía en nuestra mesa con una cerveza. “Ahí estaremos para que no lo maten”, me había dicho por teléfono un par de horas antes cuando acordamos la cita.

Rubín tenía 17 cuando partió al monte. Me cuentan que en sus campamentos Pablo Neruda los ha acompañado en múltiples jornadas. “Los muchachos declaman sus versos”. Desprovisto de su uniforme camuflado y sin la carabina colgando del hombro, es poco lo que recuerda que ha pasado su vida en guerra.

Desde que comenzó el conflicto, hace más de 60 años, los muertos superan los 200 mil. De pronto le tiembla una mano y cuando camina, cojea. Habla, más bien, como un tipo de fe. Este hombre, a quien el gobierno de Estados Unidos acusa de ser el supervisor de todo el suministro de cocaína del Magdalena Medio, y por cuya captura ofreció una recompensa de 12,5 millones de dólares, no parece ortodoxo ni sectario, ni siquiera violento, diría, aunque cueste defender semejante impresión. Está convencido de la importancia de llegar a un acuerdo de paz. “Es lo que quiere nuestra gente”, asegura.

El sábado 28 de febrero, a la misma hora en que yo transcribía esta entrevista, Pastor Alape se hallaba reunido con Bernard Aronson, el representante norteamericano en estas mesas de negociación, en el Palacio de Convenciones de La Habana, en la zona del Laguito. La reunión duró cerca de 6 horas. Nunca antes un miembro de las FARC se había reunido con un representante oficial del gobierno estadounidense.

Pastor Alape ve con muy buenos ojos que los gringos lo hayan enviado: “Es importante que quienes han sido actores en la solución militar de este conflicto, participen ahora de su solución política. Demuestra, además, que la cosa va en serio esta vez”.

Un día antes, el viernes 26, el gobierno cubano reanudó las conversaciones con Washington. Aunque Pastor afirma que nada tienen que ver ambos procesos, la llegada de un emisario de la Casa Blanca a La Habana para participar de estas negociaciones de paz, bien podría implicar también un avance en el acercamiento de ambos Estados. Cabe recordar que una de las exigencias del gobierno cubano para avanzar en la normalización de las relaciones con EE.UU, pasa porque el Departamento de Estado retire a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo. La llegada de Aronson a la isla representaría un paso en la construcción de esas confianzas. Todo indica que por estos días, un ciclo histórico que marcó la vida de muchísimos latinoamericanos, comienza a cerrarse.

¿Cómo fue que entraste a las FARC?
Yo fui de las Juventudes Comunistas, en una región colombiana que se llama el Magdalena Medio, sobre el valle del río Magdalena. Ahí se generaron hechos de violencia después del asesinato de Gaitán [líder del Partido Liberal asesinado en 1948]. Fue una región de actividad de las guerrillas liberales, de resistencia al gobierno conservador. A ella pertenecen los departamentos de Antioquia, Boyacá, Santander, sur del Cesar y Bolívar, y ahí estaba Barrancabermeja, el municipio donde se instaló la primera refinería petrolera en Colombia, y un movimiento muy fuerte de lucha de los obreros, a partir de los años 30. Entonces, ha sido una región que ha mantenido una actividad de resistencia a los modelos económicos implantados, lo que hizo que también el campesinado entrara a colonizar la región y luego llegara un latifundio con todo su sistema de violencia a tratar de desplazar a estos campesinos.

¿Hubo algún hecho puntual que te hiciera ingresar?
En esos años se inicia una persecución contra el Partido Comunista, que intentaba siempre converger con otros sectores de izquierda. En Cimitarra asesinan a uno de sus líderes llamado José Cabañas… y bueno, se inicia esa represión. Había un hombre muy querido en Puerto Berrío, Darío Arango, dirigente sindical de los portuarios, comunista y concejal de Puerto Berrío. Darío medía más de 1,82m y unos 110 kg de peso, y después de que la insurgencia hace un combate lo cogieron y se lo llevaron a la base militar de Guasimal, donde lo asesinaron zambulléndolo en un tanque con agua, con ese famoso mecanismo en América Latina que se llamó el submarino, enseñado en la Escuela de Las Américas. Dijeron, sin embargo, que había muerto de un infarto cardiaco. Entonces muchos jóvenes dijimos “¿aquí qué pana hacemos?”. Eran tiempos de encarcelamientos, de torturas generalizadas, la época en que García Márquez tuvo que salir corriendo del país. Fue en ese contexto que una serie de jóvenes nos incorporamos a las FARC.

En el continente, muchos movimientos insurgentes tienen sus orígenes en una visión política, nacen del ejemplo cubano, imitando la lucha revolucionaria de Fidel o del Che. Pero nosotros ya estábamos. Las FARC surgen por unas necesidades realmente concretas. Nacen como una resistencia de la gente a una política de tierra arrasada”.

¿Cuáles eran tus planes antes de entrar a la guerrilla? ¿Qué querías hacer?
Bueno, me faltó terminar la secundaria. Aspiraba ir a la universidad… Como mis orígenes son campesinos, tenía la presión de mis padres para ser el primer “dotor” –como decían ellos– de la familia.

Llegas a ese mundo, y… ¿cómo recuerdas el primer enfrentamiento armado?
Llevaba casi un año ahí. Fue el 20 de septiembre de 1980. Estábamos en la región de Antioquia, al noroeste. Yo hacía de ranchero y me hallaba cocinando cuando nos atacó el ejército. La tropa nos avanzó y yo estaba sentado encima de la leña, escuchando música. Éramos 8 unidades y sonó un tiro. Nos preguntamos a quién se le escaparía por accidente, y no pasó un minuto cuando empezó un fuego nutrido contra nosotros. Nuestra reacción fue avanzar de un salto hacia donde estaba el enemigo, hacia la quebrada, porque hacia atrás estaba la loma donde teníamos todas las cosas. Ahí sólo atinamos a cubrirnos y a desplazarnos hasta el campamento donde permanecían los otros compañeros. Ese fue mi bautizo de fuego.

¿Y la primera operación en que participaste?
La primera, después de un largo tiempo, fue en Medellín del Ariari, en el Meta. Se trató de entrar a controlar dos cuarteles de policía.

A estas alturas, ¿se sigue justificando levantarse en armas?
En el continente, muchos movimientos insurgentes tienen sus orígenes en una visión política, nacen del ejemplo cubano, imitando la lucha revolucionaria de Fidel o del Che. Pero nosotros ya estábamos. Las FARC surgen por unas necesidades realmente concretas. Nacen como una resistencia de la gente a una política de tierra arrasada que sostiene el régimen. Eso va generando una cultura de resistencia en las regiones agrarias, de cómo confrontar una ola sistemática de represión generalizada, de desapariciones y torturas. En ese tiempo no era el paramilitarismo quien desarrollaba estas acciones, sino directamente el ejército. Durante el gobierno de Turbay (1978-1982) fueron miles los jóvenes que entraron a las cárceles de Colombia, y la mayoría de ellos fueron torturados. Esto generó una situación de terror muy grande en el país. Y como consecuencia, muchos de ellos partieron a tomar las armas, a la lucha guerrillera.

Pero esas torturas, las detenciones arbitrarias, esos abusos, ¿aún existen?
Todavía se mantienen. Y asesinatos.

¿De parte del gobierno?
Del gobierno ahí están los “falsos-positivos”. Eufemísticamente los llaman así, pero en concreto no es otra cosa que terrorismo de Estado. Se trata de premios concedidos a los militares por cabezas, por muertos, porque necesitan mostrar resultados. Pero la verdadera causa de ese tipo de acciones contra la población es que hay una visión política sobre lo que es la seguridad del Estado. Ahí se establece quiénes son los enemigos.

¿Todo esto avalado por el presidente Santos?
El gobierno dice que no tiene nada que ver, pero nunca los gobiernos reconocen que esto sucede por sus orientaciones. Por eso ellos tratan de plantear, y esa es su campaña, que son agentes del Estado pero que han actuado por su cuenta, utilizando las armas y la legalidad del Estado. En las cárceles de Colombia usted puede ver que la gente acusada por rebelión, por terrorismo, etc., a lo menos en un 30% no tiene nada que ver con eso. Como los militares necesitan mostrar resultados, hacen cualquier cosa para conseguirlo y detienen a inocentes, a los que acusan testigos falsos, que carecen de toda información, a cambio de recompensas. El Estado siente que necesita mostrar que acá la justicia funciona y que no hay impunidad. Es para conseguirlo que hacen todo esto.

Pastor-Alape-foto2

¿Cómo es la vida cotidiana en un campamento de las FARC?
Los días normales nos estamos levantando a las 5 de la mañana. A las 5.30, que aclara, se prenden las estufas para cocinar. A las 6 se desayuna y a las 7 ya está reunido todo el personal para hacer los comentarios noticiosos. Se comparte información. El mando después hace un resumen y aclara noticias y da la visión común. Está la comandancia y la dirección de esa escuadra, que tiene 12 unidades. De ahí en adelante son organismos colegiados. Hay un mando único, pero para coordinar lo que se ha acordado. Ese mando se reúne para entregar los lineamientos del día, aparte del plan general, que es el que contiene los elementos del plan estratégico, es decir, la visión revolucionaria.

¿Y ésa qué implica?
En primer lugar, que hay que enfrentar al enemigo. Buscarlo y voltearlo. En segundo, el fortalecimiento organizativo de las masas, o sea el trabajo político. De ahí se desprende una serie de tareas: inteligencia, búsqueda de contactos, trabajo político concreto con los contactos, entrevistas, finanzas, conseguir los recursos, su manejo y todas las cosas prácticas que tienen que ver con la vida guerrillera, como el abastecimiento, la logística, etc.

Desde que tú entras a las FARC hasta ahora han pasado cerca de 40 años. Para los que estamos, digamos, en el mundo, lo que creíamos entonces ha mutado mucho. Antes existía la URSS, movimientos de resistencia en casi toda América Latina, y el sueño socialista tenía una presencia en el mundo. Hoy todo eso parece extraviado.
Sí, pero mira que de pronto los eslogans y las consignas han cambiado, pero la esencia de la lucha de los pueblos se sigue manteniendo en la historia. La justicia, la soberanía… A pesar de todo lo establecido por la globalización, que se acabaron las fronteras, que la soberanía, según los actuales pensadores del capitalismo, tiene otro significado, etc., pero el deseo de justicia permanece. Lo de la URSS fue un gran aprendizaje. Entendimos que es un modelo que requiere muchas correcciones, especialmente en el aspecto humano. Hacer más énfasis en el ser humano. Y también en lo que tiene que ver con el sentido ético de ser revolucionario.

En el ámbito de ese sentido ético, ¿qué sucede con la violencia?
Yo creo que ningún ser humano en sus cabales siente satisfacción con la violencia. Lo que ocurre es que hay una violencia que ha debido desarrollarse en respuesta a otras violencias. Si alguna responsabilidad tenemos es haber usado los mismos medios del Estado: las armas.

¿Y qué pasa contigo al darte cuenta de que va pasando una vida, y esa vida ha transcurrido en una guerra, y esa guerra no parece haber conseguido su objetivo, sino que quedó como un intento con muchos muertos en el camino?
Nosotros creemos que en esta historia de resistencias se ha podido por lo menos defender unas regiones del terror del Estado en todas sus formas. Hemos mantenido esa resistencia, y se ha articulado una generación de luchadores que en determinados momentos de la historia ha encontrado espacios casi para avanzar hacia la democratización del país.

¿Te dan ganas de volver a vivir en la ciudad?
Pues no. No siento esa necesidad. Me siento cómodo con una vida más apacible, en el campo, que con ruido y esas cosas. Uno encuentra mejores condiciones para dedicarle un espacio a sus actividades, sus lecturas, elaboración de alguna opinión. No, no me llama la atención, pero seguramente si llegamos a firmar un acuerdo de paz necesariamente tendremos que ir a la ciudad, aunque buscaría la forma de no vivir ahí.

¿Se puede construir una familia en la guerrilla?
Es muy difícil, fuera de la familia guerrillera, claro. Somos una colectividad, una confraternidad, pero es muy difícil por la situación de clandestinidad, de persecución a los familiares. O sea, en Colombia se estableció de facto el delito de sangre. Por ser familiar de uno, la persona es delincuente. Yo llevo muchos años sin verme con mi familia.

¿Estás casado?
Sí, tengo una compañera.

¿Y tienes hijos?
Sí, pero no con ella. Tengo dos hijas, pero es muy difícil verlas. Una hija ya me dio nietos.

¿Y sabe que tú eres su padre?
Esa sí, pero la otra no, porque la tuve con una muchacha con la que perdí el contacto.

¿Te imaginas que la paz te permitiría reconstituir la familia?
Es complicado, ¿no? Pero al menos creo que sí se pueden establecer unos lazos, en una escala más pequeña, de lo mismo que estamos aspirando, la reconciliación nacional. Que nos perdonemos, porque nos hemos agredido. También en el transcurso de la historia pues uno deberá tratar de explicarle a los hijos, y más que explicar, tratar de que a uno lo comprendan. Esa es una carga que llevamos siempre adentro.

Al cabo de esta historia, ¿cuál dirías que es el gran logro de las FARC? Después me dices cuál es su gran derrota.
El gran logro es habernos mantenido en el corazón de las masas, de mucha gente. Haber podido mantenernos incólumes sin ser derrotados por todo ese aparato gigantesco de guerra que se nos montó.

Si penetraron el corazón de las masas, debiéramos pensar que electoralmente podrían tener mucha fuerza.
Mira que no es fácil en Colombia participar en los procesos electorales. Normalmente la abstención es del 60% y hay toda una estructura electoral muy difícil de romper. Esa es una de las cosas que hemos planteado acá en La Habana. Por ejemplo, en Colombia los partidos minoritarios no pueden participar en las elecciones. Sólo le permiten jugar a los grandes partidos, y el resto quedan excluidos.

¿Y la gran derrota?
Nosotros decimos que en la lucha guerrillera de derrota en derrota hemos construido victorias. Persecución tras persecución, cada derrota ha sido una forma de aprender para seguir. La gran derrota… es muy complicado decirla. Es compleja esa respuesta.

El otro día, el Catatumbo me decía que a lo que ustedes aspiraban era a “un Estado social de derechos”. “A eso hemos llegado”, agregaba. Eso dista mucho de lo que alguna vez pretendió la revolución, ¿no?
Lo que nosotros nos hemos planteado es que antes que nada Colombia necesita una democracia avanzada, para desde ahí poder desarrollar una actividad política que nos permita verdaderamente construir el socialismo con la mayoría de los colombianos. Nosotros nunca hemos dicho que por las armas vamos a llegar al socialismo. Jamás lo hemos dicho. Esa ha sido nuestra postura.

Y agregaba que más encima esto estaba en la Constitución.
Sí, por supuesto. Si tú vieras lo que nosotros estamos planteando, no hay nada grave. Los términos que ponemos para construir la paz en Colombia son los de un programa reformista. De democracia burguesa. No hay nada profundo ni radical. Por ahí una vez dijo Piedad Córdova que era más radical el programa del Partido Liberal que el de las FARC.

El gran logro es habernos mantenido en el corazón de las masas, de mucha gente. Haber podido mantenernos incólumes sin ser derrotados por todo ese aparato gigantesco de guerra que se nos montó”.

¿Van a llegar a la paz?
Esa es nuestra aspiración y nuestro compromiso, es nuestro sueño, porque así lo percibimos en la gente. Eso sí, la paz, dice la gente, no de que ustedes se desmovilicen y vengan después y nos sometan. Debe ser una paz que realmente abra espacios de democracia en Colombia, que se permita por lo menos sentir que se avanza a la construcción de elementos de consenso. Lo que queremos es lo que a ustedes también les tocó hacer en Chile. Ustedes también tuvieron expresiones de lucha armada dadas por las condiciones del país, pero pudieron encontrar puntos de encuentro para desarrollar la democracia, y hoy están en otro escenario de la política, tratando de construir, de avanzar, con todos los inconvenientes que eso genera, las peleas al interior de la izquierda, que es un mal muy grave que tenemos.

Ahora en Chile el Partido Comunista entró al gobierno.
Y bueno, una parte de la militancia dirá que le están haciendo el juego a la socialdemocracia, etc., etc., y muchos otros actores dirán que la presencia del PC lo único que hace es enredar las cosas. Ese es un mal muy jodido que tenemos en América Latina. A nosotros nos ha pasado. Nosotros hemos tratado de no repetir la historia de los comunistas en todas partes del continente, esto de que los comunistas siempre llegan tarde. En Nicaragua tuvieron líos, en Ecuador, en la misma Venezuela, bueno, en muchas partes.

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¿En qué cosas crees tú que la izquierda se ha equivocado?
Una muy importante: desconocer a otros sectores. Aislarse y coger las concepciones políticas como dogmas. No escuchar al adversario, no buscarle qué tiene de positivo.

Es raro escucharlo de un guerrillero…
Es que las FARC tenemos una particularidad, y es que nos hemos movido por muchos sectores. Te cuento una anécdota: nosotros para movilizarnos y llevar la carga usamos mulas, teníamos unas 200, y yo constato que en los caminos aparecían todo el tiempo herraduras, cordeles, enjalmas dañadas, o sea, todos los aperos que usamos para amarrar la carga. Y se produjo un debate, pues era mucho lo que se perdía, aparte de que había que alimentar a las mulas, de manera que decidimos contratarle este servicio a unos campesinos a los que les pagábamos los fletes, y así evitábamos tener guerrilleros cuidando animales. Eso me hizo reflexionar que lo mismo podía ocurrir en el Estado. Es una enseñanza neoliberal. El tipo que lo tiene todo desde el Estado no se preocupa. Acá mismo en Cuba tú ves que hay sitios que son privados donde la atención es buenísima, y también la comida, y otros, en cambio, estatales –como aquí mismo– donde te dejan botado y ni se preocupan. Esas son concepciones provenientes del capitalismo, del interés personal, que no pueden dejar de considerarse. No puede contarse solo con incentivos morales, hay que ver las vidas concretas y no solo quedarse en las ideas abstractas. La política hay que llevarla de ese modo, no puede quedarse solo en la conceptualización.

En Chile, en algún momento, se dijo con mucha convicción que los mapuches estaban siendo asesorados por las FARC.
Es una estrategia, pues, para invalidar y criminalizar la lucha de los mapuches. Así los sectores oligárquicos de la Araucanía empezaron a plantearse los mismos proyectos que en Colombia, con el objeto de militarizar y paramilitarizar la zona, y organizar grupos de defensa de los terratenientes.

¿Es totalmente falso?
Totalmente. Solidaridad sí, aprecio por la lucha, pero eso es otra cosa.

¿Cómo fue que los gringos llegaron a ponerle precio a tu cabeza? Más de 12 millones de dólares, ¿no? Explícame esa relación de las FARC con el narcotráfico.
Hay una política de EE.UU. que empezó por los años 80, con el embajador Lewis Tambs, que acuñó el término de “narco guerrilla” (antes lo usó el general Gustavo Matamoros). La historia es la siguiente: las FARC en sus inicios desarrollaron una política represiva contra los campesinos que cultivaban marihuana y coca. Llegamos a arrancarles las matas, y eso nos creó muchos conflictos. Después de toda una evaluación concluimos que no correspondía, porque se trataba de un problema social. Entonces empezamos sencillamente a pedirles una colaboración por la producción esa, una política de impuestos. Eso fue lo que hicimos. O sea, capital que se mueve en la región, paga.

¿A cambio de seguridad, de protección?
No, no. Protección no damos. Es decir, en las áreas donde estamos no se da la delincuencia, robos, etc. Y cuando se da, se captura al implicado y convocamos a la comunidad para que ella decida justicia. La política de los EE.UU funcionó primero a base del anticomunismo, y cuando cayó el campo socialista se fue por el lado de las drogas. Entonces EE.UU. que ha sido el principal violador de los derechos humanos en todo el universo, se asume también como su defensor. Son sus políticas para poder entrar e intervenir. Por eso es que nos tildan de narcotraficantes.

¿Pero las FARC no se financiaron con narcotráfico?
No. El narcotráfico y los narcotraficantes son enemigos nuestros. Son clases con una visión capitalista. Cualquier estructura de las FARC que se meta a eso termina en la contra revolución.

Se dice que en sus comienzos Pablo Escobar ayudaba a financiarlos.
No. Investigue usted esa cosa que se llamó el MAS, Muerte A Secuestradores. Eran escuadrones de la muerte financiados por narcotraficantes y asesorados por militares. Ahí empieza el paramilitarismo. El movimiento guerrillero M19 secuestra en esa época a la hermana de uno de los narcotraficantes, de los Ochoa, a la señora Marta Nieves Ochoa, y ahí montaron el MAS. Los narcotraficantes siempre estuvieron ligados al paramilitarismo. Gacha, los Ochoa, el mismo Pablo Escobar, Castaño, el cartel de Cali.

Las FARC en sus inicios desarrollaron una política represiva contra los campesinos que cultivaban marihuana y coca. Llegamos a arrancarles las matas, y eso nos creó muchos conflictos. Después de toda una evaluación concluimos que no correspondía, porque se trataba de un problema social. Entonces empezamos sencillamente a pedirles una colaboración por la producción esa, una política de impuestos”.

¿O sea es un invento de sus enemigos el que hayan tenido relaciones con los narcos?
Relaciones políticas, jamás.

¿Y comerciales? ¿O de protección?
No, tampoco. Ellos financiaron al paramilitarismo. Ahí estaban sus intereses. Los narcotraficantes jamás podrán ser revolucionarios. Ellos siempre han estado aliados con la derecha.

¿Y no hay al interior de las FARC quienes al cabo de tanto tiempo renuncian al credo revolucionario y se pudren?
Puede haberlos, individuos, pero esos normalmente terminan desertados y al servicio del enemigo. Como estructura nos hemos mantenido oxigenados y hemos podido realizar los cambios operativos, políticos y económicos para permanecer ahí. Eso se confirma con la presencia de la mayoría de la dirección ejecutiva en estas negociaciones en La Habana. Esto sólo puede ocurrir porque existen estructuras que funcionan.

¿Hay consenso al interior de las FARC respecto de esta búsqueda de paz, o algunos son más intransigentes?
Lo que hay son compañeros que no creen, que desconfían de la capacidad de esta oligarquía de cumplir sus compromisos. En procesos de paz anteriores no lo hicieron, esto desde muy atrás: a Rafael Uribe Uribe lo mataron después de firmar la paz, a chuelazos (la chuela es un hacha pequeñita); a Gaitán, que no venía de un proceso de paz pero sí reivindicando transformaciones, lo asesinan; después se inicia la confrontación bipartidista en Colombia y viene Guadalupe Salcedo y firma la paz, y también es asesinada en Bogotá; en los procesos con el M19 asesinan a Carlos Pizarro; dos candidatos de la Unión Patriótica (Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo) también son asesinados en 1984; entonces surge un candidato que había sido disidente del Partido Liberal y que inicia una plataforma de transformaciones y rescate de la ética en la política, contra la corrupción y el narcotráfico y todos esos poderes criminales que existen en Colombia, y también es asesinado. Eso genera muchas dudas, pero ahora no estamos en esa época y hay un gobierno que le presenta cierta resistencia a esas fuerzas, lo que ayuda a que cualquier avance que se dé sea acompañado y respetado. Pero claro, hay compañeros que temen por sus vidas.

¿Cuál es el punto más difícil de solucionar, en tu parecer, para firmar la paz?
Ahorita lo más duro es el compromiso de transformaciones. Por ejemplo, el Estado no quiere tocar el latifundio, y el problema del latifundio es una de las causas centrales del conflicto en Colombia. El otro es la apertura a la participación política, transformar el régimen político. Se han logrado algunos acuerdos, pero aún no los suficientes para poder avanzar. Y el tercer aspecto es el problema jurídico, porque el gobierno quiere una solución jurídica y nosotros pensamos que debe ser política. Es la política quien establece las normas jurídicas, no al revés.

¿Y las responsabilidades por actos macabros, de cualquier lado que vengan?
El problema es que volvemos a las causas y los efectos. Cuáles son los responsables principales.

¿Y el que mató con alevosía, con entusiasmo…?
Si vamos a coger cada caso, ahí nos vamos a quedar, porque van a haber muchísimos y hay visiones subjetivas. Uno dice, ¿qué es alevosía? El guerrillero dirá “¿no van a condenar al piloto que le dispara desde un avión a unos arrieros indefensos que están durmiendo?”. Si nos vamos por ahí no vamos a llegar a puerto. Nos van a sacar casos nuestros y nosotros apuntaremos a los máximos responsables del otro lado: presidentes, ministros, congresistas, empresarios, multinacionales, la Iglesia, los medios de comunicación, latifundistas, empresas transportistas… Fíjese que en Colombia el 80% de las violaciones a los DD.HH las ha hecho el Estado y sus entes paramilitares. Lo dijo la ONU. Un carajo como Uribe, por ejemplo, que hizo tanto daño, que ha apoyado a asesinos… Yo creo que la experiencia de ustedes (los chilenos) de alguna manera apunta a eso. Bueno, con situaciones diferentes y después desmontaron el punto final, que acá podría también pasar y es a lo que le temen algunos militares.

¿Tú te imaginas de político después? ¿Político institucional?
Ese es otro debate que hay que reflexionarlo, pero seguramente que tendremos que hacer política. Muchos tenemos otras visiones de cómo hacerlo, pero si estamos planteando garantías políticas tendremos que aspirar, si no personalmente, aportar para que otros que lo hagan mejor se comprometan con los programas, con la ética, con la moral. Como estructura, como ente jurídico, ahí vamos a estar.

Imagino que no debe ser fácil reconvertirse después de tanto tiempo en la guerrilla. Es como salirse de sacerdote.
Tienes que considerar que nosotros hemos trabajado mucho con las comunidades, y algunos seguirán trabajando ahí, organizando procesos barriales, campesinos. Esa ha sido nuestra experiencia, y efectivamente es como un sacerdocio, en la lucha. Yo mismo se lo decía a un compañero, que si no hubiera sido revolucionario hubiera sido cura. Es lo más parecido a lo que hacemos nosotros, claro que ahora con tanto pederasta… Bueno, daríamos la pelea por romper el celibato, pues.

Todos hemos visto imágenes de niños entrenando con fusiles en las FARC. ¿Está bien eso?
Hace poco subimos la incorporación a los 17 años, antes la edad mínima era 15, como dice el derecho internacional militar. ¿Cuál es la realidad? Muchos muchachos en el campo colombiano a los 15 años ya están trabajando la tierra. Un muchacho de 17 ya tiene a veces hasta dos hijos. Y está el terrorismo del Estado o paraestatal. Muchos jóvenes han llegado a la guerrilla huyendo, huérfanos, con sus padres asesinados. Llegan muchachas violentadas por padrastros. Esa ha sido una realidad nuestra. Tomar la decisión de los 17 no fue fácil, fue un debate interno y tuvimos que buscar otro estatus para los menores, de refugiados, en fin. Es decir, no sentimos remordimiento por esto. Le voy a contar una anécdota: una vez, en Barranca Verde, me llegaron dos peladas como de 16 años. Al tiempo llegó una señora buscándolas. ¡Que le devolvieran sus hijas!, gritaba, “¡cómo me robaron mis hijas, guerrilleros!”. Y bueno, le mandamos a buscar las hijas para que hable con ellas y la señora se tiró a pegarles. “Por eso mamá, nos escapamos. Usted llegaba borracha en las noches y nos golpeaba como bestia, ya no la aguantábamos a usted”. Entonces le dijimos que así no iba a llevarse a sus hijas. Y la pelada le dijo: “Sabe, mami, nosotras nos íbamos pa Bucaramanga, pa un puteadero que llaman Las Conchitas; pallá nos íbamos, pero nos encontramos con un amigo y terminamos acá”. Mire usted lo otro que ocurre en Colombia. Cuando se tramitó la ley para consumo de bebidas alcohólicas y cigarrillos, los senadores representantes de las empresas productoras de alcohol plantearon la edad de 14 años y esa fue la ley que aprobaron. Mire usted las paradas militares que hace el ejército, y ahí van los niños uniformados. Los colegios militares… Bueno, hay un sesgo muy bien diseñado para demonizar la insurgencia por encima de cualquier realidad. ¿Y cuáles no han sido demonizados? Todos en la historia. ¡Hasta Jesúschucho!, como decimos nosotros.

¿O sea tan tan malos no son ustedes?
Yo no me considero malo malo. No, jamás. Nosotros no estamos aquí ni por maldad, ni por enriquecernos. Estamos por el convencimiento de que hay que hacer transformaciones y que se entienda, ¡no jodan!, que los oprimidos también pueden hacer resistencia. Se pueden encabronar. Eso es válido. Es el derecho a la rebelión que ha existido siempre en la historia.

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