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Opinión

12 de Marzo de 2015

Editorial: La justicia y la clase

La detención de Délano y Lavín tiene conmocionada a la clase alta chilena. Dos de sus más exitosos representantes hoy duermen en una cárcel con cuartos diminutos y ciegos, en los que apenas cabe un camarote y una cama –en lugar de clósets, un casillero metálico– y un baño para todo el pabellón, que deben […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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La detención de Délano y Lavín tiene conmocionada a la clase alta chilena. Dos de sus más exitosos representantes hoy duermen en una cárcel con cuartos diminutos y ciegos, en los que apenas cabe un camarote y una cama –en lugar de clósets, un casillero metálico– y un baño para todo el pabellón, que deben asear ellos mismos. En cualquier momento llegará Hugo Bravo, y ahí el reality estará completo. Se cruzarán en las duchas, a la hora de colar o en pijama por ese conventillo sin ventanas y muros café. ¿Le irán a pegar? ¿Le tirarán escupos disimulados? ¿O sencillamente no le dirigirán nunca la palabra? La clase alta está consternada, porque entre sus miembros se cometen errores, a veces muy graves, pero no delitos. La palabra “delincuente” califica a otro tipo de personas.

La clase alta, para ser claros, odia a los delincuentes. Son aquellos que les entran a robar, que les meten miedo con su violencia y su odio. Son gente resentida. A los delincuentes, vienen repitiendo hace rato, hay que meterlos presos, sin puertas giratorias, “con varios candados”, dicen, y endurecer las penas para que no les den ganas de acometer sus crímenes. Entre los integrantes de esta clase era tan frecuente hacer malabares con sus sociedades de inversiones, como años atrás estar colgado de la luz en una población. Esta vez, es cierto, exageraron la nota, pero muchos saben que pudieron hacer lo mismo. A nadie le da pena Hugo Bravo –para ellos, el malo de esta película– ni Marcos Castro ni Iván Álvarez, y apenas Pablo Wagner: lo espantoso es lo que les pasó a los Carlos.

Intuyo que desde la UP que la casta no se sentía tan humillada. Sienten que este juicio, en cierto modo, les afecta a todos. En privado, son muchos los que hablan de revanchismo y persecución política. Es cierto que cunde el desprestigio de la actividad pública, pero dudo que por estos días haya aumentado el de la justicia. Todavía falta todo un proceso para constatar si son culpables. A mí, de hecho, me resulta muy discutible que un acusado deba permanecer detenido antes que se demuestre su culpabilidad. ¿Cómo se le explica si al final es inocente? El asunto es que justa o injustamente se les está tratando como a unos cualquiera, y eso que la clase alta no soporta, es algo que al resto tranquiliza.

El juez dijo que los Penta arriesgaban 15 años de prisión por la suma de sus delitos, que habían actuado como una “pandilla”, como los Care Jarro, los Grapa Boys, los Juanito Pistola, los Carriones o los Guarenes. Si, por lo general, la derecha chilena prefiere el garrote a la zanahoria y el castigo a la clemencia, esta vez supo lo que era condolerse. No pocos han corrido a arreglar sus cuentas. Hay quienes murmuran que el Estado recaudará más dinero gracias a esta sentencia que a toda la reforma tributaria. “Buenaventurados los que son perseguidos”, dijo el senador Larraín, aunque olvidó completar la cita: “por buscar la justicia”. Apenas puedan, saldrán a exigir la cabeza del hijo de la presidenta. Y es harto comprensible, porque a todos, cuando no nos benefician, nos dan rabia los privilegios.

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